– Yo estoy mas que dispuesto -contesto Pomfret.

– Si, desde luego. Es un coco, un ser repugnante, pero ?tendria mejor aspecto sin pantalones? Vive Dios que no. Estaria mucho peor. Si hay que quitar pantalones, debe de ser a alguien que pueda exhibir las piernas… tu, por ejemplo, Pomfret.

– Atrevete y veras -replico el senor Pomfret.

– De todos modos, quitarle los pantalones a la gente es inutil y esta pasado de moda. Que no cuenten conmigo para fomentar esta mania moderna de dejar al descubierto piernas antiesteticas. No pienso participar en semejante cosa. Tengo intencion de ser un personaje reformado. A partir de ahora, no considerare sino el valor de la cosa en si misma, indiferente a las presiones de la opinion publica.

Tras haber confesado sus pecados y haber hecho proposito de enmienda de tan simpatica forma, el senor Rogers desvio airosamente la conversacion hacia temas de interes general y, alrededor de las cinco, se marcho murmurando una excusa sobre el trabajo y su tutor, como si se tratara de necesidades poco delicadas. En ese momento el senor Pomfret se puso de repente todo solemne, como a veces le ocurre a un hombre muy joven cuando esta a solas con una mujer mayor que el, y le explico detalladamente a Harriet su vision del significado de la vida. Harriet lo escucho con toda la comprension y atencion de que pudo hacer acopio, pero sintio cierto alivio cuando irrumpieron tres jovenes para pedirle cerveza al senor Pomfret y de paso se quedaron discutiendo sobre Komisarjevski sin hacer caso a su anfitrion. El senor Pomfret parecia un poco molesto y acabo haciendo valer sus derechos sobre su invitada anunciando que era hora de irse a New College, a la fiesta de Farringdon. Sus amigos lo dejaron marchar con cierto pesar y, antes de que Harriet y su acompanante hubieran abandonado la habitacion, tomaron posesion de los sillones y continuaron con la discusion.

– Muy capaz, ese Marston -dijo el senor Pomfret con afabilidad-. Esta muy metido en la Sociedad Teatral de la Universidad de Oxford y pasa las vacaciones en Alemania. No entiendo como pueden llegar a exaltarse tanto por el teatro. A mi me gusta una buena obra, pero no entiendo todas esas cosas sobre el tratamiento estilistico y los planos de vision. Supongo que usted si, claro.

– No tengo ni idea -replico Harriet jovialmente-. Y yo diria que ellos tampoco. De todos modos, si se que no me gustan las obras en las que los actores no paran de subir y bajar escaleras, ni en las que la iluminacion esta dispuesta con tal arte que no se ve nada, ni en las que te pasas todo el rato preguntandote para que van a usar el molinete simbolico del centro del escenario. Prefiero ir al Holborn Empire y divertirme de una forma vulgar y corriente.

– ?De verdad? -dijo el senor Pomfret con expresion anhelante-. No vendria conmigo a un espectaculo en la ciudad durante las vacaciones, ?verdad?

Harriet hizo una vaga promesa, que al parecer lleno de alborozo al senor Pomfret, y poco despues se sentian como sardinas en lata en el salon del senor Farringdon, entre una multitud mixta de estudiantes empenados en tomar jerez y galletas sin mover los codos.

Habia tal gentio que Harriet no vio a la senorita Flaxman ni un solo momento. Sin embargo, el senor Farringdon logro abrirse paso, seguido por un grupo de jovenes de ambos sexos que querian hablar sobre novela policiaca. Parecian haber leido mucho de ese genero, pero de pocos mas. Harriet penso que una escuela de novela policiaca tendria muchas posibilidades de dar una buena cosecha de sobresalientes. Llego a la conclusion de que el analisis psicologico habia pasado de moda desde su epoca de estudiante, y comprendio instintivamente que habia ocupado su lugar el ansia de accion y de lo concreto. Habian desaparecido la solemnidad prebelica y el agotamiento posbelico; lo que se deseaba en aquellos momentos era la realizacion energica de algo definido, si bien las definiciones variaban. La novela policiaca era sin duda aceptada, porque en ella se hacia algo definido, y el «que» lo decidia comodamente de antemano el autor. Harriet percibio que todos aquellos hombres y mujeres jovenes empezaban a labrar un surco dificil en un terreno muy pedregoso. Sintio lastima de ellos.

Hacer algo definido. Claro que si. Al reconsiderar la situacion a la manana siguiente, Harriet se sintio profundamente descontenta. No le gustaba en absoluto el asunto de Jukes. Suponia que no tenia nada que ver con las cartas anonimas: ?de donde iba a haber sacado la cita de la Eneida? Pero era un hombre rencoroso, de mente retorcida, un ladron; no tenia ninguna gracia que se acostumbrase a rondar el colegio por la noche.

Harriet estaba sola en la sala del profesorado; todas las demas se habian ido a su trabajo. Entro la criada, con un monton de ceniceros limpios, y Harriet se acordo de repente de que sus hijas se alojaban con los Jukes.

– Annie -le dijo impulsivamente-, ?a que viene Jukes a Oxford cuando ha anochecido?

La mujer parecio sorprenderse.

– ?Que viene aqui, senora? Para nada bueno, supongo.

– Me lo encontre anoche, merodeando por Saint Cross Road, en un sitio por el que facilmente podria haberse colado. ?Sabe si sigue siendo honrado?

– No podria decirle, senora, pero la verdad es que tengo mis dudas. Le tengo mucho afecto a la senora Jukes y no me gustaria contribuir a que tuviera mas problemas. Estaba pensando que deberia llevar mis ninas a otro lado. Ese hombre podria ser una mala influencia para ellas, ?no cree?

– Si, francamente.

– Yo seria la ultima persona que querria crearle dificultades a una mujer casada y respetable -anadio Annie, dejando con fuerza un cenicero sobre una mesa- y, por supuesto, esta en su derecho de defender a su marido, pero lo primero son los hijos, ?no?

– Desde luego -respondio Harriet, un tanto distraida-. Claro que si. Ya les encontrare yo otro sitio. Me imagino que no les habra oido ni a Jukes ni a su esposa comentar nada que haga pensar que… bueno, que estaba robando en el college o que albergaba resentimientos contra las profesoras…

– Yo no hablo mucho con Jukes, senora, y si la senora Jukes supiera algo, no me contaria nada. No estaria bien. Es su marido, y tiene que ponerse de su parte. Yo lo comprendo, pero si Jukes se esta portando mal, tendre que buscar otro sitio para las ninas. Le estoy muy agradecida por habermelo comentado, senora. Ire por alli el miercoles, que tengo la tarde libre, y aprovechare para avisarlos. ?Puedo preguntarle si usted le ha dicho algo a Jukes, senora?

– He hablado con el y le he dicho que si sigue rondando por aqui tendra que verselas con la policia.

– Me alegro de que me lo diga, senora. No esta nada bien que venga aqui asi como asi. De haberlo sabido, no habria sido capaz de dormir. Creo que habria que pararle los pies.

– Desde luego que si. Por cierto, Annie, ?ha visto usted a alguien en el college con un vestido de estas caracteristicas?

Harriet cogio el vestido negro estampado de la silla que estaba a su lado Annie lo examino detenidamente.

– No, senora, no que yo recuerde. Quiza lo sepa una de las doncellas que lleva aqui mas tiempo que yo. A lo mejor Gertrude, que atiende el comedor. ?Quiere usted preguntarle?

Pero Gertrude no pudo prestar ayuda. Harriet les pidio que se llevaran el vestido e interrogaran al resto del personal. Asi lo hicieron, sin ningun resultado. Tampoco con la indagacion entre las alumnas se logro identificar a la propietaria del vestido, que fue devuelto sin que nadie lo hubiera reconocido ni reclamado. Un enigma mas. Harriet llego a la conclusion de que debia de ser una prenda de la autora de los anonimos, pero en tal caso, tendria que haberla llevado al college y haberla escondido hasta el momento de su teatral aparicion en la capilla, porque si alguien se lo hubiera puesto en el college, resultaba practicamente inconcebible que nadie lo reconociera.

Ninguna de las coartadas que obedientemente presentaron las profesoras era a toda prueba. Nada sorprendente; mas sorprendente habria sido que lo fueran. Solo Harriet (y naturalmente el senor Pomfret) conocian la hora exacta para la que se necesitaba la coartada, y aunque muchas personas podian demostrar que tenian las espaldas cubiertas hasta medianoche, todas se encontraban virtuosamente en sus habitaciones, acostadas, o eso aseguraban, antes de la una menos cuarto. Y aunque examinaron el cuaderno del conserje y los permisos de salida nocturna y se interrogo a todas las alumnas que podrian haber estado cerca del patio a medianoche, nadie habia observado conductas sospechosas con togas, almohadas ni cuchillos de pan. Delinquir era muy facil en un sitio asi. El college era demasiado grande, demasiado abierto. Aunque alguien hubiera visto una figura cruzando el patio con una almohada o, ya puestos, con sabanas, mantas y un colchon, no le habria extranado. Alguna persona robusta y entusiasta del aire libre durmiendo a la intemperie: esa habria sido la

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