conclusion mas natural.
Irritada, Harriet fue a la Biblioteca Bodleiana y se enfrasco en sus investigaciones sobre Le Fanu. Al menos alli sabias que investigabas.
Sentia tal necesidad de algo que la tranquilizara que por la tarde fue a Christ Church para asistir a los oficios de la catedral. Habia estado de compras (entre otras cosas habia adquirido una bolsa de merengues para agasajar a las alumnas que habia invitado a una pequena fiesta en su habitacion horas mas tarde), y hasta que se cargo los brazos de paquetes no se le ocurrio la idea de la catedral. No le quedaba de camino, pero los paquetes no pesaban demasiado. Cruzo por Carfax, contrariada por el moderno ajetreo de los coches y las complicaciones de los semaforos, y se sumo a los escasos peatones que caminaban con paso ligero por Saint Aldate y atravesaban el gran patio inacabado de Wolsey, entregados a la misma piadosa mision que ella.
Habia un ambiente grato y tranquilo en la catedral. Se quedo un ratito en su asiento despues de que se vaciara la nave y hasta que el organista acabo el solo. Despues salio lentamente, torcio a la izquierda por la tarima con la vaga idea de volver a contemplar la gran escalinata y el vestibulo, y de repente una figura delgada con traje gris salio a tal velocidad de una puerta oscura que se topo de manos a boca con ella, estuvo a punto de derribarla y los paquetes salieron volando cada uno por su lado.
– ?Caray! -exclamo una voz cuya inesperada familiaridad acelero los latidos del corazon de Harriet-. ?Le he hecho dano? Si es que voy por ahi empujando y chocandome como un abejorro en un frasco. ?Si sere patan! Por favor, diga que no le he hecho dano, porque si no, ahora mismo voy y me ahogo en Mercurio.
Extendio el brazo con el que no sujetaba a Harriet y senalo vagamente el estanque.
– En absoluto, gracias -contesto Harriet, reponiendose.
– Gracias a Dios. Es mi dia aciago. Acabo de tener una entrevista sumamente desagradable con el vicedecano. ?Hay algo que pueda romperse en los paquetes? ?Mire! Se ha abierto la bolsa y se han caido los chismes esos por las escaleras. No se mueva, por favor. Quedese aqui, pensando insultos para mi, mientras yo los recojo uno por uno, de rodillas, entonando el
Dicho y hecho.
– Me temo que los merengues no han mejorado precisamente. -Alzo la mirada con expresion contrita-. Pero si dice que me Perdona, sacaremos otros de la cocina… ya sabe, los autenticos, especialidad de la casa y tal.
– No se moleste, por favor -dijo Harriet.
No era el, por supuesto. Era un chico de veintiuno o veintidos anos como mucho, con una mata de pelo ondulado que le caia sobre la frente y un rostro hermoso e insolente, rebosante de encanto, si bien premonitoriamente debil alrededor de los curvados labios y de las cejas de arcos pronunciados, pero el color del pelo era igual… el amarillo palido de la cebada madura, y la voz suave, arrastrada, la palabra facil y las silabas sincopadas, la sonrisa rapida, ladeada y, sobre todo, las manos, preciosas, sensibles, que devolvian habilmente los «chismes» a su bolsa.
– Todavia no me ha llamado nada -dijo el joven.
– Pero creo que casi podria ponerle nombre -replico Harriet-. ?No es… familiar de Peter Wimsey?
– Pues si -contesto el joven, sentandose sobre los talones-. Es mi tio, y muchisimo mas complaciente que el tipico judio -anadio, como si se le hubiera ocurrido una triste asociacion de ideas-. ?Nos hemos visto en alguna parte, o simplemente lo ha adivinado? No cree que soy como el, ?verdad?
– Cuando empezo a hablar, por un momento pense que era su tio. Si, se parece mucho a el, en algunos sentidos.
– Pues a mi
– En Roma, segun creo.
– Como no. Eso significa una carta. Es terriblemente dificil resultar persuasivo por carta, ?no le parece? O sea, hay que explicar tantas cosas, y cuando se trata de ponerlo sobre el papel, el tan celebrado encanto de la familia no funciona demasiado bien.
Le dedico a Harriet una sonrisa franca y seductora mientras recuperaba un ultimo penique que habia salido rodando.
– ?Me equivoco, o tiene previsto apelar a los mas delicados sentimientos del tio Peter? -pregunto Harriet con cierto regocijo.
– Pues mas o menos -respondio el joven-. La verdad es que es bastante humano, si lo pillas de buenas. Ademas, al tio Peter lo tengo bien cogido. Si ocurre lo peor, siempre puedo amenazarlo con cortarme el cuello y endilgarle las dichosas hojas de fresa.
– ?Que hojas de fresa? -pregunto Harriet, imaginandose que debia de ser la version mas reciente en Oxford de darle a alguien con la puerta en las narices.
– Las hojas de fresa de la corona -dijo el joven-. «El balsamo, el cetro y la esfera.» Cuatro tiras de armino comido por la polilla, por no hablar de ese cuartel del demonio en Denver, mohoso a mas no poder. -Al ver que Harriet seguia mirandolo sin comprender, explico-: Perdone, lo habia olvidado. Me llamo Saint-George, y el jefe se olvido de proporcionarme hermanos. Asi que en el momento en que escriban
– Algo que podria ocurrir facilmente -dijo Harriet, pensando en el tipo de aspecto patibulario.
– Pues eso le complica las cosas -replico lord Saint-George, moviendo la cabeza-. Cuantos mas riesgos corra, mas rapidamente tendra que acatar la disciplina de los votos matrimoniales. Adios a la libertad de soltero con el pobre Bunter en un piso de Piccadilly. Y adios a las espectaculares cantantes vienesas. Asi que, como ve, le va la vida en no dejar que me pase nada.
– Evidentemente -dijo Harriet, fascinada ante aquel nuevo enfoque.
– La debilidad del tio Peter -anadio lord Saint-George, desprendiendo cuidadosamente los merengues aplastados del papel- es su tremendo sentido del deber publico. No lo parece a simple vista, pero es asi. ?Se lo damos a las carpas? No creo que sean aptos para el consumo humano. De momento se ha librado, el viejo zorro. Dice que tendra la esposa adecuada o ninguna.
– Pero ?y si la adecuada dice que no?
– Esa es la historia que el cuenta, pero yo no me creo ni media palabra. ?Por que iba a rechazar nadie al tio Peter? No es ningun bellezon y habla hasta aburrir a las ovejas, pero tiene muchisimo dinero, educacion y pedigri -Se balanceo en el borde del estanque y escudrino sus tranquilas aguas-. ?Mire! Una muy grande. Tiene pinta de llevar aqui desde la fundacion… ?La ha visto? La mascota del cardenal Wolsey. -Le tiro un trocito al gran pez, que lo cogio con un chasquido y volvio a sumergirse-. No se hasta que punto conoce a mi tio -anadio-, pero si tiene la oportunidad, podria informarle de que cuando me vio tenia muy mal aspecto, parecia angustiado e hice oscuras insinuaciones sobre el
– Lo hare -dijo Harriet-. Le dire que apenas era capaz de arrastrarse y que se desmayo en mis brazos, aplastandome los paquetes de paso. No me creera, pero hare lo posible.
– No… No se cree las cosas facilmente, maldito sea. Me temo que al final tendre que escribirle y presentarle las pruebas, pero no se por que estoy aburriendola con mis asuntos personales. Venga a la cocina.
El cocinero de Christ Church les dio de buena gana varios merengues del antiguo y famoso horno del colegio, y tras contemplar con admiracion el enorme hogar con sus asadores relucientes y oir estadisticas sobre el numero de asados y la cantidad de combustible que se consumian cada semana durante el curso, Harriet siguio a su guia hasta el patio con las debidas expresiones de agradecimiento.
– De nada -replico el vizconde-. La verdad, no es una gran recompensa despues de haberla aporreado y haber tirado sus cosas. Por cierto, ?podria saber a quien he tenido el honor de causar tantas molestias?
– Me llamo Harriet Vane.
Lord Saint-George se quedo inmovil y se dio una fuerte palmada en la frente.
– ?Que he hecho, Dios mio? Le pido perdon, senorita Vane, y suplico humildemente su clemencia. Si se entera