paseo mentalmente y se puso a intentarlo de nuevo.
El segundo borrador empezaba con frialdad: «Estimado Peter: te escribo en nombre de tu sobrino, que por desgracia…».
Una vez acabado, daba la impresion de que no tenia en buen concepto ni al tio ni al sobrino y de que estaba deseando desvincularse todo lo posible de sus asuntos. Lo rompio, volvio a maldecir a las alumnas y redacto un tercer borrador.
Cuando lo termino, parecia un alegato conmovedor y sin duda convincente en favor del joven pecador, pero con muy poco del arrepentimiento y la gratitud que le habian pedido que expresara. El cuarto borrador, que pecaba justo de lo contrario, era simplemente empalagoso.
– Pero ?que demonios me pasa? -dijo en voz alta-. ?Malditas mocosas! ?Por que no puedo escribir como es debido sobre un tema concreto?
Una vez formulada la dificultad con una sencilla pregunta; el intelecto imparcial se entrego docilmente a su tarea academica y proporciono la respuesta.
– Porque, lo expreses como lo expreses, herira su orgullo terriblemente.
La respuesta resulto correcta.
Despojado de toda verborrea, lo que tenia que decir era lo siguiente: tu sobrino se ha portado de una forma estupida y poco honrada, y yo lo se; se lleva mal con sus padres, y eso tambien lo se; me ha hecho confidencias, y aun mas, confidencias sobre ti, algo a lo que no tengo derecho; lo cierto es que se muchas cosas que tu preferirias que no supiera, y no puedes hacer nada por evitarlo.
En realidad, era la primera vez en el transcurso de su relacion que Harriet ocupaba una posicion de superioridad frente a Peter Wimsey y podia restregar su aristocratica nariz por el barro si lo deseaba. Como llevaba cinco anos esperando semejante oportunidad, habria resultado extrano que no se apresurase a aprovecharla. Comenzo el quinto borrador, lenta y laboriosamente.
Querido Peter:
No se si sabras que tu sobrino esta en el hospital, recuperandose de lo que podria haber sido un terrible accidente de automovil. Tiene el hombro derecho dislocado y heridas en la cabeza, pero va bien y tiene suerte de no haberse matado. Segun parece, choco contra un poste de telegrafos. No conozco los detalles; quiza tu te hayas enterado por su familia. Lo conoci por casualidad hace unos dias, y hasta hoy no me he enterado de lo del accidente, cuando vine a verlo.
Muy bien de momento, pero quedaba lo dificil.
Tiene un ojo vendado y el otro tremendamente hinchado, y por eso me ha pedido que le leyera una carta tuya que acababa de recibir. (Por favor, no vayas a pensar que ha perdido la vista; le he preguntado a la enfermera, y son solo cortes y moratones.) No habia nadie que pudiera leersela, ya que sus padres se han marchado esta manana de Oxford. Como apenas puede escribir, me pide que te envie la nota adjunta y que te diga que te lo agradece mucho y que lo siente. Agradece tu confianza y hara exactamente lo que le pides, en cuanto se recupere.
Confiaba en que no hubiera nada que pudiera parecer ofensivo. Al principio habia escrito «hara honorablemente lo que pides», pero tacho la segunda palabra: mencionar el honor significaba dar a entender lo contrario. Su conciencia parecia haberse transformado en un centro nervioso en carne viva, sensible al minimo asomo de insinuacion maliciosa en sus propias palabras.
No me quede mucho tiempo, porque estaba realmente hecho polvo, pero me han asegurado que va progresando. Se empeno en escribir esta nota, aunque supongo que yo no deberia haberle dejado. Volvere a verlo antes de marcharme de Oxford… unica y exclusivamente por mi, porque es encantador. Espero que no te importe que te lo diga, aunque estoy segura de que no hace falta que te lo diga.
Afectuosamente,
HARRIET D. VANE
Parece que me estoy tomando muchas molestias con esta historia, penso mientras releia cuidadosamente la carta. Si tuviera que creer a la senorita De Vine, podria empezar a suponer que… ?Malditas alumnas!… ?A quien se le diga que se puede tardar dos horas en escribir una simple carta…!
Metio con decision la carta en un sobre, escribio la direccion y le puso un sello. No se sabe de nadie que, tras haber puesto un sello de dos peniques y medio, abra el sobre. Ya estaba hecho. Durante las dos horas siguientes se dedicaria a Sheridan Le Fanu.
Trabajo tan contenta hasta las diez y media; se calmo el barullo del pasillo, y las palabras fluian con facilidad. De vez en cuando levantaba la vista del papel, dudando sobre una palabra, y por la ventana veia las luces del Burleigh y el Queen Elizabeth destellando al otro lado del patio, replicas de las suyas. Muchas, sin duda, iluminaban animadas fiestas, como la del edificio anexo; otras prestaban ayuda a personas que, como ella, estaban entregadas a la esquiva busqueda del saber, cubriendo de tinta el papel y dudando de vez en cuando sobre una palabra. Harriet se sentia parte viva de una comunidad con un objetivo comun.
«A la hora de tratar lo sobrenatural, a Wilkie Collins siempre lo entorpecio la funesta ansia», escribio Harriet (?puede entorpecerte un ansia? ?Por que no? Bueno, de momento sirve), «la funesta ansia de explicarlo todo. Sus estudios de derecho…». ?Maldita sea! Demasiado largo. «Lo entorpecio la funesta costumbre del abogado de explicarlo todo. Sus espectrales demonios…» No, demasiado anticuado. «Sus apariciones fantasmales son demasiado pulcras, llevan el sudario perfectamente colocado y no dejan cabos sueltos que puedan inquietarnos. Es en Le Fanu donde hallamos al creador natural de… al maestro natural de… al maestro de lo portentoso cuya maestria viene dada por la naturaleza. Si comparamos…»
Antes de poder establecer la comparacion, la lampara se apago de repente.
– ?Maldicion! -exclamo Harriet. -Se levanto y acciono el interruptor de la pared-. ?Se ha fundido! -dijo, abriendo la puerta para investigar. El corredor estaba a oscuras y los lamentos y protestas a ambos lados proclamaban que se habian apagado todas las luces del Tudor.
Harriet cogio su linterna de la mesa y se dirigio hacia el pabellon principal del edificio. Inmediatamente se vio inmersa entre una multitud de estudiantes, algunas con linternas y otras pegadas a quienes las llevaban, todas ellas vociferantes, queriendo saber que pasaba con la luz.
– ?Silencio! -grito Harriet, escudrinando tras la barrera de luces de linterna para reconocer a alguien-. Deben de haber saltado los fusibles. ?Donde esta el cajetin?
– Debajo de las escaleras, creo -dijo alguien.
– Quedense donde estan -dijo Harriet-. Yo ire a ver.
Naturalmente, nadie se quedo donde estaba. Todas bajaron, enfadadas y deseosas de ayudar.
– Es la
– Esta vez vamos a pillarla -anadio otra persona.
– A lo mejor solo han saltado -sugirio una timida voz en medio de la oscuridad.
– ?Si, saltado! ?A la comba! -exclamo con desprecio otra voz en tono mas alto-. ?Desde cuando saltan los fusibles? -Y anadio en un susurro agitado-: Vaya, si es la Chilperic. ?Para que habre hablado?
– ?Es usted, senorita Chilperic? -pregunto Harriet, alegrandose de haber encontrado a una de las profesoras-. ?Ha visto a la senorita Barton por alguna parte?
– No, estaba en la cama.
– ?La senorita Barton no esta alli -dijo alguien desde el vestibulo y despues intervino otra voz:
– ?Han arrancado el cajetin y se lo han llevado!
Y a continuacion una voz aguda desde el extremo del pasillo de abajo:
– ?Ahi va, corriendo por el patio!
Harriet fue arrastrada escaleras abajo por veinte o treinta alumnas hasta el medio del gentio arremolinado en el vestibulo. Se formo un tapon en la entrada. Perdio a la senorita Chilperic y se quedo atras, forcejeando. Abriendose paso bruscamente hasta la terraza, vio a la tenue luz una sucesion de personas que cruzaban el patio