humoristicos para revistas y, por consiguiente, podia permitirse cierta tolerancia con las novelas, dijo que la habia leido y que le parecia bastante interesante, solo que un poco larga. Era sobre un profesor de natacion de un balneario con una obsesion tan extrema con el antinudismo tras contemplar a tantas nadadoras bellas que llega a reprimir por completo sus emociones naturales. Asi que se enrola en un ballenero y se enamora de una esquimal nada mas verla, porque es un hermoso fardo de prendas de ropa. Se casa con ella y se la lleva a vivir a un barrio residencial, donde la esquimal se enamora de un vegetariano nudista. Entonces el marido se vuelve un poco loco, se obsesiona con las tortugas gigantes y pasa todo su tiempo libre contemplando el tanque de las tortugas del acuario, observando los lentos monstruos mientras nadan significativamente protegidos por sus conchas. Pero desde luego tenia muchas cosas; era uno de esos libros que reflejan las reacciones del autor hacia las cosas en general. En definitiva, significativo era lo que mejor lo definia.

Harriet empezo a pensar que quiza podria reconocersele algo incluso a la trama de La muerte entre viento y agua. Era, al menos, significativa de nada en especial.

Volvio irritada a Mecklenburg Square. Al entrar en la casa oyo el telefono, que sonaba como un poseso en el primer piso. Subio las escaleras apresuradamente… Nunca se sabe con las llamadas telefonicas. Justo cuando estaba metiendo la llave en la cerradura, el telefono enmudecio.

– Maldita sea -dijo.

Habia un sobre en el suelo, dentro. Contenia recortes de prensa. Uno de ellos la llamaba senorita Vines y decia que se habia licenciado en Cambridge; en otro se comparaba negativamente su obra con la de un escritor norteamericano de novelas de misterio; un tercero era una resena tardia de su ultimo libro, que desvelaba la trama; un cuarto le atribuia una novela de otra persona y aseguraba que Harriet «adoptaba una actitud deportiva ante la vida» (a saber que significaria aquello).

– ?Vaya dia! -exclamo Harriet, muy ofendida-. ?Primero de abril tenia que ser! Y encima tengo que ir a cenar con ese condenado estudiante para que me haga sentir la carga de una edad incalculable.

Sin embargo, y para su sorpresa, disfruto de la cena y del espectaculo. La falta de complejidad de Reggie Pomfret resultaba reconfortante. No sabia nada de envidias literarias; no tenia opinion sobre la importancia relativa de las lealtades personales y profesionales; se reia con ganas de ocurrencias sencillas; no dejaba al descubierto sus centros nerviosos ni los de la otra persona; no empleaba palabras de doble sentido; no te desafiaba a que lo atacaras para despues enroscarse bruscamente como un armadillo, presentando una suave superficie defensiva de citas ironicas; no tenia trasfondos de ningun tipo; era un joven bondadoso, no muy inteligente, deseoso de complacer a quien lo habia tratado con amabilidad. A Harriet le parecio sumamente relajante.

– ?Quiere subir un momento a tomar una copa o algo? -le pregunto Harriet a la puerta de su casa.

– Muchisimas gracias -contesto el senor Pomfret-. Si no es demasiado tarde…

Ordeno al taxista que esperase y subio pesadamente las escaleras, muy contento. Harriet abrio la puerta y encendio la luz. El senor Pomfret se agacho cortesmente para recoger la carta que habia en el felpudo.

– Ah, gracias -dijo Harriet.

Lo llevo al salon y dejo que la ayudara a quitarse la capa. Al cabo de unos momentos cayo en la cuenta de que aun tenia la carta en la mano y de que su invitado y ella seguian de pie.

– Perdone. Sientese.

– Por favor… -replico el senor Pomfret con un gesto que daba a entender: «Leala y no se preocupe por mi».

– No es nada importante -dijo Harriet, dejando el sobre en la mesa sin miramientos-. Se lo que es. ?Que quiere tomar? ?Se sirve usted mismo?

El senor Pomfret inspecciono cuantos refrigerios estaban a la vista y le pregunto a Harriet que podia ofrecerle. Una vez solucionada la cuestion de las bebidas, hubo una pausa.

– Esto… ?como esta la senorita Cattermole? -dijo el senor Pomfret-. No he sabido practicamente nada de ella desde… desde aquella noche en que la conoci a usted, en fin… La ultima vez que nos vimos me dijo que estaba trabajando mucho.

– Si, si. Eso tengo entendido. Tiene examenes para pasar a segundo el proximo trimestre.

– ?Pobrecilla! Siente gran admiracion por usted.

– ?En serio? Pues no entiendo por que. Si mal no recuerdo, le eche un rapapolvo tremendo.

– Si, bueno, conmigo se puso usted bastante firme, pero estoy de acuerdo con la senorita Cattermole. O sea, comparto su gran admiracion por usted.

– Es usted muy amable -replico Harriet distraidamente.

– Si, de verdad. ?Ya lo creo! Jamas olvidare como se enfrento a ese tipo, Jukes. ?Sabe que se metio en un lio una semana despues?

– Si, y no me sorprende.

– No. Es un cerdo. Verdaderamente repugnante.

– Siempre lo ha sido.

– Bueno, por que el camarada Jukes pase una buena temporada a la sombra. No ha estado nada mal el espectaculo de esta noche, ?verdad?

Harriet empezaba a cansarse del senor Pomfret y a desear que se marchara, pero habria sido una monstruosidad no portarse cortesmente con el. Hizo un gran esfuerzo por hablar con interes y vivacidad sobre la funcion a la que el tan amablemente la habia llevado y lo logro hasta el extremo de que pasaron casi quince minutos hasta que el senor Pomfret se acordo del taxi que esperaba y se marcho, muy animado.

Harriet cogio la carta. Ahora que era libre para abrirla, no sentia el menor deseo de hacerlo. Le habia estropeado la noche.

Querida Harriet:

Envio mi peticion con la implacable regularidad de los inspectores de Hacienda, y probablemente diras, al ver los sobres: «?Oh, Dios mio! Ya se que es esto». La unica diferencia es que, tarde o temprano, hay que prestar atencion a los impuestos.

«?Quieres casarte conmigo?» Empieza a parecer una de esas frases de una farsa, que resulta aburrida hasta que se repite lo suficiente y despues te ries mas cada vez que la dicen.

Deberia escribirte esa clase de palabras que queman el papel en el que se escriben, pero las palabras asi no solo consiguen ser inolvidables, sino tambien imperdonables. De todos modos, tu quemaras el papel, y preferiria que no hubiera nada en el que no pudieras olvidar si lo desearas.

Bueno, ya esta. No te preocupes.

Mi sobrino (en quien, por cierto, pareces haber fomentado una diligencia extraordinaria) me alegra en mi exilio con oscuras indirectas sobre tu participacion en una historia peligrosa e incomoda en Oxford, sobre la cual ha dado su palabra de honor de no contar nada. Espero que este equivocado, pero se que si te traes algo entre manos, ni el peligro ni la incomodidad te echaran atras, y Dios no quiera que sea asi. Sea lo que sea, te deseo lo mejor.

No puedo tomar mis propias decisiones en este momento, ni se adonde ire a continuacion ni cuando regresare; espero que pronto. Entretanto, ?podria albergar la esperanza de saber de vez en cuando que te va bien?

Tuyo, mas que mio,

PETER WIMSEY

Tras leer la carta, Harriet comprendio que no podria descansar hasta haberla contestado. La amargura y la tristeza de los parrafos iniciales se explicaban facilmente con los dos ultimos. Peter probablemente pensaba (no podria evitar pensarlo) que, tras tantos anos de conocerlo, Harriet habia acabado por confiar no en el, sino en un muchacho al que doblaba la edad y que encima era su sobrino, a quien ella conocia desde hacia solo dos semanas y del que tenia pocas razones para fiarse. Peter no hacia comentarios ni preguntas; eso empeoraba las cosas. Y para mayor generosidad, se abstenia de ofrecerle ayuda y consejo, porque podria haberla molestado. Reconocia que ella tenia el derecho de correr los riesgos que quisiera. «Ten mucho cuidado.» «Detesto la idea de que te veas metida en algo desagradable.» «Ojala pudiera estar alli para protegerte…» Cualquiera de estas frases habrian expresado la reaccion masculina normal. Ni un hombre entre diez mil diria a la mujer amada, o a

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