pero naturalmente ellas sabian mucho, y su diplomacia tuvo recompensa. Empezaron a participar mas personas en la conversacion; la mesa presentaba un aspecto menos sombrio ante las alumnas alli reunidas, y la senorita Lydgate sonreia con satisfaccion. Todo iba bien cuando una criada, inclinandose entre la senorita Allison y la senorita De Vine, murmuro un recado.
– ?De Roma? -dijo la senorita De Vine-. ?Quien sera?
– ?Que llaman de Roma? -dijo la senorita Allison con voz estridente-. Ah, supongo que uno de sus corresponsales. Debe de tener mejor posicion economica que la mayoria de los historiadores.
– Creo que es para mi -dijo Harriet, y anadio, dirigiendose a la criada-: ?Esta segura de que han dicho De Vine y no Vane?
La criada no estaba segura.
– Si la esta esperando, sera para usted -dijo la senorita De Vine.
La senorita Allison hizo un comentario mordaz sobre los escritores de fama internacional, y Harriet abandono la mesa, ruborizandose terriblemente y enfadada consigo misma por ello.
Mientras se dirigia a la cabina publica del Queen Elizabeth, adonde habian derivado la conferencia, intento preparar mentalmente lo que iba a decir. Unas breves palabras de disculpa; unas breves palabras mas a modo de explicacion y a continuacion, pedir consejo: ?en manos de quien debia ponerse el caso? Sin duda, no presentaba ninguna dificultad.
La voz de Roma hablaba muy bien en ingles. No creia que lord Peter Wimsey se encontrara en el hotel, pero se informaria. Una pausa, durante la cual Harriet oyo pasos yendo y viniendo al otro lado del continente. Despues, de nuevo la voz, melosa y contrita.
– Su senoria se marcho de Roma hace tres dias.
?Ah! ?Sabian con que destino?
Iria a informarse. Otra pausa, y voces hablando en italiano. Despues, la misma voz:
– Su senoria se dirigia a Varsovia.
– ?Ah! Muchisimas gracias.
Y eso fue todo.
Ante la idea de llamar a la embajada britanica en Varsovia, a Harriet le falto valor. Colgo el auricular y volvio a subir. No parecia que hubiera ganado mucho adoptando una postura firme.
Viernes por la tarde. Las crisis siempre se producian durante el fin de semana, cuando no habia correo. Si escribia entonces a Londres y contestaban a vuelta de correo, lo mas probable era que no pudiera actuar hasta el lunes. Si escribia a Peter, podia haber servicio de correo aereo, pero ?y si no estaba en Varsovia? A lo mejor ya se habia ido a Bucarest o a Berlin. ?Podia llamar al Ministerio de Asuntos Exteriores y preguntar por su paradero? Porque si la carta le llegaba el fin de semana y el enviaba un telegrama, no perderia tanto tiempo. No estaba muy segura de ser capaz de tratar con Asuntos Exteriores. ?Habia alguien que pudiera hacerlo? ?Y el honorable Freddy?
Tardo un poco en localizar al honorable Freddy Arbuthnot, pero finalmente dio con el, por telefono, en unas oficinas de Throgmorton Street. Le resulto de enorme ayuda. El honorable Freddy no tenia ni idea de donde estaba el bueno de Peter, pero daria todos los pasos necesarios para averiguarlo, y si Harriet queria enviarle una carta a su casa (a la de Freddy), el se encargaria de que se la remitieran a Peter a la mayor brevedad posible. Ninguna molestia. Encantado de poder ser util.
Asi que Harriet escribio la carta y la despacho inmediatamente, con el fin de que llegara a Londres con el primer reparto el sabado por la manana. Era un breve resumen del caso y acababa de la siguiente manera:
?Puedes decirme si crees que podrian hacerse cargo las ayudantes de la senorita Climpson, y en su ausencia, quien es la persona mas competente? Si no, ?puedes recomendarme a alguien? Quiza deberia ser un psicologo, no un detective. Se que cualquiera que recomiendes sera de fiar. ?Te importaria enviarme un telegrama en cuanto recibas esta nota? Te quedaria eternamente agradecida. Estamos todas muy nerviosas, y mucho me temo que pueda ocurrir algo grave si no hacemos frente a la situacion rapidamente.
Esperaba que la ultima frase no revelara tan a las claras lo desesperada que estaba.
He llamado a tu hotel en Roma y me han dicho que te habias ido a Varsovia. Como no se donde podrias estar ahora, le he pedido al senor Arbuthnot que te remita esta carta por mediacion del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Sonaba un poco a reproche, pero no podia evitarlo. Lo que realmente queria decir era: «Ojala estuvieras aqui y me dijeras que tengo que hacer», pero penso que eso le haria sentirse incomodo, ya que, evidentemente, no podia estar alli. Sin embargo, no pasaria nada por preguntarle: «?Cuando crees que volveras a Inglaterra?». Y con esta frase termino la carta y la envio.
– Y para colmo de males, viene ese hombre a cenar -dijo la decana.
«Ese hombre» era el doctor Noel Threep, persona muy respetable e importante, profesor de un distinguido college y miembro del consejo por el que se regia Shrewsbury. No era infrecuente recibir amigos y benefactores de este porte en el colegio, y por lo general en la mesa de autoridades se alegraban de su presencia, pero el momento no era precisamente el mas favorable. Sin embargo, el compromiso se habia contraido a principios del trimestre y era imposible aplazar la visita del doctor Threep. Harriet dijo que podia ser algo bueno, porque contribuiria a que profesoras y autoridades se distrajeran de sus problemas.
– Esperemos que asi sea -dijo la decana-. Es un hombre muy agradable, y su conversacion muy interesante. Es economista politico.
– ?Duro o blando?
– Duro, creo.
La pregunta no se referia a la tendencia politica o economica del doctor Threep, sino a la pechera de sus camisas. Harriet y la decana habian empezado una coleccion de pecheras, la primera de las cuales era la del «novio» de la senorita Chilperic. Era extraordinariamente alto y delgado, y de pecho hundido; para resaltar este defecto, siempre llevaba camisa de etiqueta con jaretas, sin almidonar, que le hacia parecer (segun la decana) una cascara de melon. A modo de contraste, habia un profesor de quimica, tan eminente como voluminoso, de otra universidad, que se habia presentado con una pechera de extraordinaria rigidez que destacaba como la pechuga de una paloma, sobresaliendo sin control y dejando al descubierto una extensa zona de la camisa a ambos lados. Una tercera variedad de camisa bastante corriente entre los doctos era la que se escapaba del boton central y se abria por el medio. Un dia absolutamente inolvidable llego un famoso poeta a dar una conferencia sobre sus metodos de composicion y el futuro de la poesia, y con cada gesticulacion (y gesticulaba mucho) el chaleco pegaba un brinco y asomaba una franja de la camisa, adornada con una pequena lengueta, como un conejo, por encima de la cinturilla de los pantalones. En aquella ocasion Harriet y la decana hicieron todo un papelon.
El doctor Threep era un hombre corpulento, simpatico y hablador que a primera vista no presentaba ninguna fisura que permitiera la critica sartorial, pero no llevaba sentado a la mesa ni tres minutos cuando Harriet comprendio que estaba destinado a ser una de las piezas mas destacadas de la coleccion. La pechera saltaba. Cuando se encorvaba sobre el plato, cuando se volvia para pasarle la mostaza a alguien, cuando se inclinaba cortesmente para oir lo que decia su vecina de mesa, la pechera de la camisa saltaba con un alegre estallido como cuando se abre una botella de refresco de jengibre. El estruendo del comedor parecia mas fuerte de lo normal, de modo que los estallidos resultaban inaudibles mas alla de unos cuantos asientos a la derecha y a la izquierda del doctor Threep, pero la rectora y la decana, sentadas a su lado, si los oian, y Harriet, enfrente, tambien los oia y no se atrevia a mirar a la decana. El doctor Threep era demasiado fino, o quiza le diera demasiada verguenza, para hacer alusion al asunto; siguio hablando imperterrito, elevando cada vez mas la voz para hacerse oir por encima del barullo de las estudiantes. La rectora fruncia el entrecejo.
– … las excelentes relaciones entre los colleges femeninos y la universidad -dijo el doctor Threep-. De todos modos…
La rectora llamo a una criada, que fue inmediatamente a la mesa de las de los primeros cursos y despues a