Supongo que no negara que esta es su letra, ?no? ?O que estos son los nombres de sus hijos? ?O lo de la muerte de la vaca parda? ?No imaginara que puede resucitarla?

– Monsieur…

– Hablemos claro, madame. Usted ha estado mintiendo a la policia durante todos estos anos, ?no es cierto? Sabia perfectamente que su marido no era belga sino ingles, que se llamaba Paul Sastre y que jamas habia perdido la memoria. ?Cree que puede burlarse de la policia de ese modo? Le garantizo, madame, que a partir de ahora se lo va a tomar muy en serio. Ha falsificado documentacion, ?eso es un delito!

– Monsieur, monsieur…

– ?Esta carta es suya?

– Monsieur, no puedo negarlo, puesto que la ha encontrado.

– Bueno, al menos admite lo de la carta. Oiga, ?que significa esto de caer en manos de las autoridades militares?

– No lo se, monsieur. Mi marido…; monsieur, se lo ruego, digame donde esta.

El commissaire Rozier hizo una pausa y miro a Wimsey, que dijo:

– Madame, tememos mucho que su marido este muerto.

– Ah, mon dieu! Je le savais bien. Si estuviera vivo, me hubiera escrito.

– Si nos ayuda diciendonos toda la verdad sobre su marido, entonces seremos capaces de identificarlo.

La mujer se quedo mirandolos, primero a uno y luego al otro. Al final se dirigio a Wimsey.

– Milord, ?no me esta tendiendo una trampa? ?Esta seguro de que mi marido esta muerto?

– Bueno, bueno -dijo el commissaire-. Eso no cambia nada. Debe decirnos la verdad, o sera peor para usted.

Wimsey abrio la maleta que habia traido con el y de ahi saco la ropa interior que habian encontrado con el cadaver.

– Madame, no sabemos si el hombre que llevaba esto es su marido, pero le juro por mi honor que el hombre que lo llevaba esta muerto.

Suzanne Legros cogio la ropa y la acaricio con esos dedos cansados de trabajar cada remiendo y cada zurcido. Entonces, como si al ver esa ropa se le hubiera roto algo en su interior, se sento en una silla, hundio la cabeza entre las prendas y empezo a llorar.

– ?Lo reconoce? -le pregunto el comissaire suavemente.

– Si, es de mi marido. Yo misma se lo cosi. Entonces… esta muerto.

– En ese caso -dijo Wimsey-, no puede perjudicarle en modo alguno hablando con nosotros.

Cuando Suzanne Legros se recupero un poco, dio su declaracion y el commissaire hizo entrar a un agente para1 que tomara nota a mano.

– Es cierto que mi marido no era frances ni belga. Era ingles. Pero tambien es cierto que lo hirieron en la retirada de 1918. Llego a la granja una noche. Habia perdido mucha sangre y estaba agotado. Tambien estaba terriblemente nervioso, pero no es cierto que perdio la memoria. Me imploro que lo ayudara y lo escondiera porque no queria luchar mas. Lo cuide hasta que estuvo bien y entonces acordamos la historia que explicariamos.

– Fue deshonroso, madame, acoger a un desertor.

– Lo se, monsieur, pero pongase en mi posicion. Mi padre habia muerto, a mis dos hermanos los habian matado y no tenia a nadie que me ayudara en la granja. Jean-Marie Picard, el chico que se iba a casar conmigo, tambien habia muerto. Quedaban muy pocos hombres en Francia y la guerra habia durado tanto. Ademas, monsieur, me enamore de Jean. Estaba desquiciado. No podia seguir en el frente.

– Podria haber acudido a su unidad y pedir la baja por enfermedad -dijo Wimsey.

– Pero, entonces -dijo Suzanne-, lo habrian enviado a Inglaterra y nos habrian separado. Ademas, los ingleses son muy estrictos. Quiza lo habrian considerado un cobarde y lo habrian matado.

– Eso parece ser que es lo que le hizo creer a usted -dijo monsieur Rozier.

– Si, monsieur. Lo creia, y el tambien. Asi que decidimos que fingiria que habia perdido la memoria y, como su acento frances no era demasiado bueno, planeamos decir que la lesion le habia afectado al habla. Despues queme su uniforme y su documentacion.

– ?Quien se invento la historia, usted o el?

– El, monsieur. Era muy listo. Penso en todo.

– ?Tambien en el nombre?

– Tambien.

– ?Y cual era su nombre real?

Ella se quedo dudando un momento.

– Queme su documentacion y nunca me dijo nada sobre su verdadera identidad.

– No sabe como se llamaba. Entonces, Sastre no era su apellido real, ?no?

– No, monsieur. Adopto ese nombre cuando volvio a Inglaterra.

– ?Ahi ?Y a que fue a Inglaterra?

– Monsieur, eramos muy pobres, y Jean dijo que tenia algunos bienes en Inglaterra que podia vender por una buena cantidad de dinero, aunque deseaba poder realizar la operacion sin ser reconocido. Porque, claro, si lo reconocian, lo matarian por desertor.

– Pero, despues de la guerra, se firmo una amnistia general para los desertores.

– En Inglaterra no, monsieur.

– ?Se lo dijo el? -pregunto Wimsey.

– Si, milord. De modo que era sumamente importante que nadie lo reconociera cuando fuera a buscar sus bienes. Habia otros problemas que no me explico sobre vender los bienes, no se de que se trataba, y que necesitaba la ayuda de un amigo. Asi que le escribio y recibio una respuesta.

– ?Tiene la carta?

– No, monsieur. La quemo sin dejarmela ver. Su amigo le pedia algo, no lo entendi demasiado bien, pero era algo de una garantia, creo. Al dia siguiente, Jean se encerro en su habitacion durante varias horas para escribir la respuesta a esa carta, pero tampoco me la dejo ver. Entonces su amigo le volvio a escribir y le dijo que podia ayudarlo, aunque no debia mencionarse el nombre de Jean, ni el suyo ni el apellido Legros. Asi que escogio el nombre de Paul Sastre, y la verdad es que cuando se le ocurrio la idea se hizo un buen harton de reir. Entonces su amigo le envio documentacion con el nombre de Paul Sastre, un ciudadano ingles. Yo misma la vi. Habia un pasaporte con fotografia; no se parecia demasiado a mi marido, pero el dijo que no prestarian demasiada atencion. Es lo que pasaba con la barba.

– Cuando conocio a su marido, ?llevaba barba?

– No, iba afeitado, como todos los ingleses. Pero, claro, mientras estuvo enfermo le crecio la barba. Lo cambio mucho, porque tenia una barbilla muy pequena, y con la barba parecia mayor. Jean no se llevo ninguna maleta; dijo que compraria ropa en Inglaterra, porque asi volveria a parecer un hombre ingles.

– ?Y usted no sabe nada de esos bienes que el queria vender?

– Nada, monsieur.

– ?Eran tierras, seguros, objetos de valor?

– No se nada, monsieur. Se lo solia preguntar a Jean, pero jamas me dijo nada.

– ?Y espera que nos creamos que no sabe el nombre real de su marido?

Se volvio a quedar dubitativa.

– No, monsieur, no lo se. Es cierto que lo vi en su documentacion, pero la queme y ya no lo recuerdo. Creo que empezaba por C y, si lo volviera a ver escrito, me acordaria.

– ?Cranton? -pregunto Wimsey.

– No, no creo que fuera eso, pero no se lo puedo decir exactamente. Cuando pudo hablar, me dijo que le diera su documentacion y yo le pregunte como se llamaba, ya que no podia pronunciarlo por tratarse de un nombre ingles bastante dificil, y el me dijo que no podia decirmelo, pero que podia llamarlo como quisiera. Asi que lo llame Jean, que era el nombre de mi fiance, que murio en la guerra.

– Ya veo -dijo Wimsey. Abrio la cartera y le dio la fotografia oficial de Cranton-. ?Es este su marido, con el aspecto de la primera vez que lo vio?

– No, milord. Ese no es mi marido. No se parece en nada a el -dijo ella con el rostro cenudo-. Me ha enganado. No esta muerto y yo lo he traicionado.

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