– ?Un desgraciado con suerte! -comento Wimsey, con franqueza.
Desde entonces no ha habido mas problemas, solo que lean sigue sin recordar nada de su pasado.
– En su carta decia que Jean ha desaparecido -dijo Wimsey.
– Hace cinco meses, milord. Dicen que esta en Belgica comprando cerdos o reses o que se yo. Pero no ha escrito ni una carta y su mujer esta preocupada. ?Cree que tiene alguna informacion sobre el?
– Bueno -respondio Wimsey-, tenemos un cadaver. Y tenemos un nombre. Pero si el tal Jean Legros se ha portado tal y como usted dice, entonces no es su nombre, aunque puede ser su cadaver. El hombre que nosotros buscamos estaba en la carcel en 1918 y volvio a la carcel unos anos mas tarde.
– ?Ah! Entonces, ?ya no esta interesado en Jean Legros?
– Al contrario. Estoy muy interesado en el. Todavia tenemos el cadaver.
– La fotografia serviria de poco, porque cuando lo encontramos hacia cuatro meses que estaba enterrado y le habian destrozado la cara a golpes. Ademas, le habian cortado las manos a la altura de las munecas. Pero tenemos sus medidas y dos informes medicos. En el ultimo, que acabamos de recibir de un experto de Londres, aparece que en la cabeza tiene la marca de una vieja cicatriz, ademas de las que le infligieron cuando murio.
– ?Aja! Eso puede ser una confirmacion. Entonces, al hombre desconocido lo mataron a golpes, ?verdad?
– No -dijo Wimsey-. Todos los golpes en la cabeza se los infligieron despues de matarlo. La opinion del experto confirma la del cirujano de la policia en este punto.
– Entonces, ?de que murio?
– Ese es el misterio. No hay ninguna senal de una herida mortal, o de veneno, o de estrangulamiento o de enfermedad. El corazon estaba perfecto, los intestinos muestran que no murio de hambre, es mas, estaba bien alimentado e incluso habia comido algo horas antes de morir.
– Es posible. Vera, el cerebro estaba algo putrefacto. Es dificil decirlo con seguridad, pero hay algunas senales que indican que pudo haberse producido un derrame cerebral. Aunque comprendera que, si ese hombre murio de una apoplejia subita, no habia ninguna necesidad de enterarlo.
– Perfectamente. Tiene razon. Vayamos, entonces, a la granja de los Legros.
La granja era pequena y no parecia estar atravesando una buena temporada. Las vallas rotas, los cobertizos medio derribados y los campos descuidados hablaban de los pocos medios de la familia y de la falta del trabajo necesario. Los recibio la duena de la casa. Era una mujer robusta y fuerte de unos cuarenta anos y llevaba a un bebe de nueve meses en los brazos. Cuando vio al
– ?Monsieur
– El mismo, madame. Este caballero es milord Vainse, que ha viajado desde Inglaterra para hacer unas averiguaciones. ?Podemos entrar?
Les dio permiso, aunque cuando escucho la palabra «Inglaterra» la mirada de alarma volvio a sus ojos; y ninguno de los dos hombres la pasaron por alto.
– Su marido. Madame Legros -dijo el
– Desde diciembre, monsieur
– ?Donde esta?
– En Belgica.
– ?En que parte de Belgica?
– En Dixmunde, supongo, monsieur.
– ?Supone? ?No lo sabe? ?No ha recibido ninguna carta?
– No, monsieur.
– ?Que extrano! ?Por que fue a Dixmunde?
– Monsieur, le habia parecido recordar que su familia quiza vivia en Dixmunde. Usted sabra, seguro, que perdio la memoria.
– No importa, monsieur, quiza su padre se caso con una belga. Puede que tenga familia en Belgica.
– Ninguna, monsieur. Dijo que escribiria cuando llegara.
– ?Ah! ?Y como se fue? ?En tren?
– Si, monsieur.
– ?Y usted no ha hecho ninguna investigacion? ?Preguntarle al alcalde Dixmunde, por ejemplo?
– Monsieur, entienda que ya estaba suficientemente avergonzada. No sabria ni por donde empezar a preguntar.
– Y la policia, ?para que estamos? ?Por que no acudio a nosotros?
– Monsieur
– ?En Inglaterra, monsieur?
– En Inglaterra, madame. Le escribio bajo el nombre de Paul Sastre, ?no es cierto? A la ciudad de Valbesch en el condado de Laincollone. -El