Con los Alpes helados al fondo, mujeres, ancianos y tullidos se afanaban por las calles en busca de algun alimento con el que calentar el cuerpo. Solo los ninos parecian ajenos a todo, y al salir de la escuela se arrojaban unos a otros bolas de nieve en batallas sin cuartel.

Los habitantes de Selonsville tenian poco mas que hacer. Ademas de procurarse sustento y carbon para la cocina, se hablaba de lo perdido en la Segunda Gran Guerra, de jovenes que habian salido de la ciudad para luchar con la Resistencia y nunca habia regresado. Algunos habian muerto en el campo de batalla. Otros habian sido deportados a campos de concentracion y no se habia vuelto a saber de ellos. Por ultimo estaban los desaparecidos sin mas: tras despegarse de los brazos de sus padres, esposas o hijos habian partido hacia un destino incierto y su rastro se habia perdido en las brumas de la guerra.

Las familias contemplaban con ansiedad sus retratos, que ocupaban un lugar de honor en cada hogar, mientras sonaban con su milagroso retorno. Algunas mujeres encendian cada noche una vela al pie de las fotografias, como un faro para iluminar el regreso a casa entre los restos de la catastrofe.

Asi era la vida en la pequena ciudad y no se hablaba de otra cosa. Hasta que una curiosa noticia local empezo a dar otro tema de conversacion. Pues, desde hacia un tiempo, alguien se dedicaba a mutilar la ropa de los ya sufridos ciudadanos.

Primero habia sido un empleado de correos, que habia llegado a casa con un notorio agujero en la parte trasera de su abrigo. Alguien habia recortado una estrella de cuatro puntas del tamano de una mano. ?Como habia sucedido sin que se hubiera dado cuenta? ?Para que querria alguien aquel caprichoso retal?

La segunda victima habia sido un contable retirado, que habia descubierto en su mejor jersey un agujero que lo dejaba inservible. Faltaba una estrella de la misma forma y del mismo tamano que la del empleado de correos.

Todo un misterio.

Y los ataques no se habian detenido aqui. Por alguna extrana razon una mano invisible tenia en el punto de mira a los habitantes de Selonsville, que temian por las pocas prendas de ropa que los protegian de frio. Cada dia habia un nuevo caso y la inquietud crecia al mismo tiempo que la irritacion.

Corrian rumores sobre quien podia estar detras de aquellas gamberradas. Algunos aseguraban incluso haberlo visto. Describian a un nino de unos 9 anos con un raido abrigo gris que le llegaba a los pies - probablemente heredado de un familiar mayor- y unas tijeras en la mano.

Nadie sabia quien era, aunque medio Selonsville buscaba ya al «nino de las tijeras» para darle su merecido.

Pero aquellas estrellas de ropa tenian un sentido. Eran el firmamento que iluminaba la noche de alguien muy triste. Alguien que habia cerrado los ojos a la vida y se resistia a abrirlos de nuevo.

Todo habia empezado una semana antes, en la manana mas fria de aquel invierno sin final…

2

Michel

El orfanato municipal de Selonsville ocupaba dos pabellones unidos en forma de L de una antigua caserna militar. Bajo la estricta supervision de Monsieur Lafitte medio centenar de ninos salian cada manana a un jardin desolado donde la helada ennegrecia los hierbajos.

Separado del mundo exterior por altas vallas, aquel lugar no era tan distinto de los campos de concentracion en los que habian perecido los padres de muchos internos.

En sus suenos, todos los ninos albergaban la esperanza de encontrar una familia de adopcion, lejos de las monjas huranas que servian cada dia el mismo rancho y vigilaban que en los dormitorios nadie rechistara a partir de las nueve.

Todos excepto Michel.

Nadie, ni siquiera Monsieur Lafitte, entendia como podia ser tan feliz. A diferencia de los demas ninos, que andaban todo el dia cabizbajo o buscando pelea sin motivo, Michel no parecia tener queja de su vida en el orfanato. Tal vez porque habia sido abandonado poco despues de nacer y no conocia a sus padres, para el todo el mundo se hallaba en el perimetro de aquel lugar frio y austero. Su familia era los demas ninos y las monjas del centro. Incluso el senor director era para el una especie de abuelo cascarrabias.

Aunque no era el mas fuerte del orfanato, ejercia una extrana autoridad sobre sus companeros. No solo se libraba de los tortazos que se repartian a diario entre las diferentes bandas, sino que a menudo unos y otros recurrian a el para resolver entuertos. Asi, antes de que un conflicto llegara a oidos de Monsieur Lafitte, las diferentes partes acudian a Michel para que ejerciera de juez de paz.

Con sentido comun y unas cuantas bromas lograba casi siempre que los contendientes se dieran la mano y la cosa no fuera a mayores.

Muchos se preguntaban de donde sacaba Michel aquella alegria de vivir que contagiaba a su alrededor. A fin de cuentas los ninos del orfanato no tenian juguetes, ni familiares que los visitaran, ni siquiera ropa decente para pasear los domingos. Los dias transcurrian monotonos, entre el grasiento comedor que apestaba a refrito y el pabellon habilitado como escuela, donde la monja maestra los torturaba, un dia tras otro, con interminables dictados.

«En el futuro necesitareis buena ortografia, aunque solo sea para solicitar un puesto de basurero en el ayuntamiento», les advertia.

Ese era uno de los mejores destinos que aguardaban a los «liberados», como se denominaba a los internos al cumplir los 14 anos. La mayoria entonces eran contratados como aprendices de cualquier oficio a cambio de un plato caliente y un techo, con una pequena asignacion mensual que apenas llegaba para una entrada de cine.

Tal vez era esa perspectiva, ademas del hacinamiento en habitaciones con una docena de literas, la que hacia que los ninos y las ninas del orfanato fueran tan apaticos y malhumorados.

Michel no era asi y solo el sabia por que. El tenia algo de lo que carecian los demas. Un autentico tesoro. Estaba enamorado de una nina del centro aunque ella ni siquiera lo sospechaba. Se llamaba Eri, un nombre que en japones significaba «luz de luna». Al parecer, era hija de un marinero frances que habia concebido en el pais del sol naciente y, al morir la madre, no se habia podido ocupar de ella.

Amigos inseparables, a Michel y a Eri se les veia juntos desde que habian empezado a caminar, lo que al principio les habia valido muchas bromas pesadas. Con el paso de los anos, sin embargo los internos se habian acostumbrado tanto a aquella pareja que solo se sorprendian cuando aparecian por separado.

Lo normal era verlos charlando por el jardin pelado, leyendo juntos en la humeda biblioteca, sentados en el comedor frente a frente…

Cada noche, antes de que sonara el timbre para acostarse, se citaban en el tejado de la antigua caserna para reconocer las estrellas y las constelaciones.

Luego se despedian con una sonrisa hasta la manana siguiente.

Pero la noche mas fria de aquel invierno iba a ser distinta a todas, pues al retirarse al dormitorio de las ninas Eri se durmio para ya no despertar.

3

Luz de luna

Todas su companeras estaban ya vestidas y aseadas, pero Eri no despertaba. Para evitarle el castigo de Monsieur Lafitte una de ellas empezo a zarandearla. No obstante, la nina parecia hacer caido en un extrano y profundo sueno que no lograban traspasar las voces de sus amigas.

Asustadas, dieron el aviso a la monja enfermera, que tampoco logro devolverla a la vigilia. Ni siquiera una

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