del amor que todo lo cura.
5
Tras cumplir un dia de castigo, una tarde de martes Michel salio del orfanato con unas tijeras en el bolsillo.
El invierno se resistia a partir, pero el pequeno casi habia dejado de sentir el frio. Ahora tenia una mision. Por extravagante que pareciera el remedio del curandero, estaba dispuesto a cumplirlo y entregar a Herminia las nueve estrellas para que el corazon de su amiga volviera a despertar.
Le quedaban nueve dias para encontrar las nueve clases de amor. Entonces le faltaria aun una estrella, el secreto ultimo del corazon, pero ya se ocuparia de ello en su momento. Antes le esperaba una ardua y peligrosa tarea.
Dedico las cuatro horas que podia salir del orfanato a recorrer las calles en busca del primer amor que se le habia ocurrido; el de las peliculas romanticas.
En un par de ocasiones habia visto en el cine del orfanato ese tipo de peliculas, que hacian enrojecer a las ninas y provocaban los silbidos de los chicos, que no entendian aquellas demostraciones de pasion.
Pero aquel marzo de posguerra no abundaban las parejitas en Solonsville. Todo el mundo parecia demasiado ocupado buscando trabajo, cuidando de sus familiares heridos o simplemente huyendo del frio.
No fue hasta pasar por delante del Gran Cafe que vio una escena parecida a la de las peliculas. Por lo bien vestidos que iban y por el maquillaje de la novia, le parecio que se trataba de una pareja de recien casados. Debian de pasar su luna de miel en aquella ciudad alpina, penso Michel mientras observaba a traves del cristal como el camarero les servia. Puso sobre la mesa una taza de chocolate para ella y una copa de conac para el hombre, que pago con expresion soberbia.
La pareja charlaba con las manos unidas, pero esas mismas manos mostraban la tension de una conversacion que el nino no podia oir.
Desde su observatorio a bajo cero, Michel se preguntaba como se las compondria para recortar una estrella de la ropa de la novia, porque aquel hombre le daba miedo. Antes de que pudiera trazar un plan, el novio se bebio el conac de un trago y se puso de pie con expresion furiosa.
Puesto que no podia oir lo que decian, el espia asistio al resto de la escena como si se tratara de una pelicula mida. La novia se incorporo sin tocar la taza de chocolate y junto las manos pidiendo perdon por algo que habia dicho. Pero su companero estaba fuera de si y la aparto de un codazo mientras se abria paso entre la clientela del cafe.
Definitivamente, penso Michel, se habia equivocado: aquellos dos no eran ningun ejemplo de amor romantico.
Cuando la pareja salio atropelladamente del local, de repente el nino sintio hambre y frio. Se dijo que era una pena que aquella taza de chocolate se perdiera.
Dispuesto a calentarse el estomago -y el animo- entro sin dudar en el Gran Cafe y se sento a la mesa como un cliente mas. Habia tanta gente que confio en que no repararian en el, pero un gordo cocinero le guino un ojo en senal de aprobacion.
Conocia al chef de aquel local porque en Navidad acostumbraba a cocinar para el orfanato. Era alegre y muy buen hombre, aunque gritaba enfurecido cuando los ayudantes de cocina no seguian al pie de la letra sus instrucciones.
Michel se calento las manos asiendo la taza de chocolate mientras observaba la clientela con curiosidad. Entonces los vio.
Aquello si era una extrana pareja…
6
Era la pareja mas desigual que habia visto en sus nueve anos de vida. Aunque ambos debian rondar los 30 anos, le basto una mirada de soslayo para comprobar lo que los diferenciaba.
La mujer era terriblemente fea. Tal vez por alguna enfermedad congenita o producto de algun accidente que le habia desfigurado la cara, su rostro era casi grotesco. Tenia un parpado mas caido que el otro, y una nariz grande y ganchuda bajo la que sonreian unos labios finos como el papel. Su barbilla era en extremo prominente, como las de las brujas de las peliculas. El cuadro se completaba con una piel opaca y granitica.
Michel estaba acostumbrado a ver toda clase de tullidos en aquella ciudad de provincias, y no le costaba encontrar algo agradable en cada persona con la que se cruzaba, pero reconocio que aquel caso era excepcional. No habia ningun rasco que pudiera salvarse en aquella mujer tan poco agraciada.
En contraste con ella, el hombre que le hacia mimos y le susurraba galanterias al oido era notablemente apuesto. Aunque desde su posicion lo veia de espaldas, su atletica espalda y el pelo ondulado y brillante le daban un aporte casi principesco.
Michel se dio cuenta de que muchos hombres y mujeres del local miraban con asombro aquella pareja de tortolitos, que no dejaban de reir y acariciarse.
Ajenos a la expectacion que habian creado, la pareja seguia disfrutando de su intimidad mientras el camarero les servia dos copas de vino. Tras hacer un brindis aquel dandy la beso sin importarle la dentadura amarillenta y torcida de ella. Luego le acaricio la mejilla deslustrada.
Por primera vez desde la manana anterior Michel experimento algo parecido a la felicidad. Se preguntaba quien seria aquella mujer monstruosa -segun los canones de belleza al uso- que recibia tantas atenciones del guapo caballero.
Su cabeza infantil imagino que debia de ser una gran pianista que tenia enamorado a un melomano, o bien a una candidata al Nobel de Fisica que despertaba la admiracion en el mundo cientifico.
Entretenido con estas cabalas, Michel vio como la pareja, tras pagar la cuenta, se disponia marchar. Ella se levanto para ponerse el abrigo, ayudada caballerosamente por su companero. Luego tomo el bolso y un baston que entrego con delicadeza al dandy.
Era un baston blanco.
El apuesto varon cruzo entonces el cafe rozando los objetos que encontraba en su camino hacia la salida. Era ciego, como el amor verdadero.
Su companera le abrio la puerta con gentileza y, antes de salir al frio de la calle, le dio un tierno beso.
Michel supo que acababa de encontrar lo que buscaba, porque no podia imaginar amor mas perfecto.
Palpo las tijeras en su bolsillo y se decidio a seguirlos. Aprovecharia el primer descuido de ella para cortar una estrella del elegante abrigo de su companero. No resultaria dificil.
Antes de salir tras ellos, sin embargo, lo detuvo el grueso cocinero, que volvia de la calle cargado con un saco de patatas.
– Ella ha encontrado a su principe azul -dijo al ver que el nino no perdia de vista a la pareja- en este empleado de correos ciego y el a su princesa de cuento de hadas.
– Eso es porque no puede verla -repuso Michel.
El cocinero solto una breve carcajada antes de decir:
– Se nota que estas pez en esto del amor. Recuerda lo que dijo el pobre Saint-Exupery, el escritor que se estrello en su avioneta hace dos anos: lo esencial es invisible a los ojos. Todos somos principes y princesas hasta que nuestra pareja nos convierte en ranas. Tenlo en cuenta cuando escojas a tu chica: de ti depende que se sienta como una princesa o como una rana.