La voz de Michel temblo al preguntar:

– ?Que ha cambiado?

– Tiene el pulso muy irregular. Te prohibo que vuelvas a acercarte al hospital hasta que yo te lo diga, ?entendido? No te hara ningun bien verla… Ni a ella tampoco.

Las mejillas de Michel se encendieron de furia y desesperacion. La enfermera zanjo el tema diciendo:

– Puedes darme otra rosa si quieres, la pondre en el vaso junto a la otra.

Como toda respuesta, el pequeno hundio la mirada en el vaso vacio. Decidio que aquel dia cosecharia dos estrellas en lugar de una. Y tres al dia siguiente. Luego rezo en silencio para que Eri resistiera hasta el lunes, porque pese a lo que dijera la monja pensaba llegar con un corazon lleno de estrellas.

El resto de la manana Michel se ofrecio voluntario para trabajar en el jardin. Queria estar ocupado con algo hasta que se abriera la puerta, cosa que no sucederia hasta las tres, como de costumbre. Los ninos del orfanato solo podian abandonar el centro por la manana cuando eran invitados oficialmente a algun acto. Por ejemplo, cuando el teatro municipal ofrecia una funcion infantil y reservaban un par de filas para los pobres.

Deseaba que el tiempo corriera mas deprisa pero que el de Eri se detuviera. Nada nuevo debia suceder hasta que el pudiera llegar con el remedio del curandero, aunque empezaba a dudar de que sirviera para algo.

Torturado por estos pensamientos, arrancaba hierbajos al lado de la valla cuando vio pasar a una mujer de la cual tiraba seis perros. Los animales de diversas razas y tamanos parecian ganar la batalla a su sufrida paseadora.

Al percatarse de que Michel contemplaba la escena, se detuvo y le hablo con voz aflautada.

– ?Me echas una mano? Desde que han olido el primer rayo de sol estos chicos tienen demasiado brio.

– Estaria encantado de ayudarte -repuso Michel-, pero no me dejan salir de aqui. Todavia no es la hora.

– Bueno, entonces ayudame a atarlos. Necesito un descanso.

Con la mano libre le tendio a traves de los barrotes del orfanato el extremo de una cuerda. Michel la ato al hierro con la pericia de marinero -siempre habia sido bueno haciendo nudos- y luego hizo lo mismo con el resto de las cuerdas hasta que la familia canina quedo a buen recaudo.

Aliviada, la dama se apoyo en los barrotes entre un coro de ladridos de desaprobacion. Los chicos querian proseguir su paseo.

– ?Por que lleva seis perros?

– Estaban abandonados, los pobrecitos. Los fueron trayendo a mi casa, donde entreno a perros para ciegos. Estos son nuevos y estan muy verdes todavia.

– Entonces, lo hace usted por amor a los ciegos.

– Bueno, tambien podria decirse que lo hago por amor a los perros. Necesitan pertenecer a alguien, como las personas.

Aquello era interesante, penso Michel, convencido de que se hallaba ante la quinta clase de amor.

– ?Y usted que saca de eso? -pregunto a la instructora.

– Yo les enseno a conducir un ciego, y ellos me ensenan a mi a conducirme por la vida. Los perros me han adiestrado en el arte de vivir el presente. Me han ensenado a estar alegre sin motivo y a no perder las ganas de jugar. ?Que mas puedo pedir?

La mujer acaricio unas cuantas cabezas antes de seguir:

– Antes yo era una persona hurana que no mostraba nunca mis sentimientos. Gracias a los perros de la calle se dar afecto incondicionalmente y no me separo de las personas que quiero. Tambien se defender lo que amo cuando es necesario. Y no hablo solo de perros. Cuando amas a los animales, sin darte cuenta te vuelves mas civilizado.

El discurso se interrumpio cuando tres perros empezaron a aullar porque sus cuerdas se habian enredado y no podian moverse. La instructora se agacho para deshacer el nido. Michel aprovecho para dar tijeretazo al trozo de blusa que colgaba fuera de la cazadora de la dama.

12

La dama y los vagabundos

Cuando Monsieur Lafitte acudio en persona a abrir la verja del orfanato, Michel ya sabia donde buscar la sexta estrella.

Habia encontrado dos ejemplos de amor (romantico y a largo plazo), tambien el secreto del amor a los hijos y la entrega a los amigos. Estas cuatro estrellas de tela acompanaban en su bolsillo, la del amor a los animales que la instructora de perros habia argumentado con tanta sabiduria.

Hasta entonces los retales para tejer el corazon solo habian estado relacionados con personas y animales. Pero ?y los arboles que nos dan oxigeno? Por no hablar del agua que nos refresca o del mismo suelo que nos sustenta. Todo esto hizo pensar a Michel que era necesario subir una categoria mas en la escalera del amor.

Tenia que buscar un ejemplo de amor a la naturaleza, y el lugar adecuado era el bosque que empezaba en los lindes de la ciudad, que los sabados era frecuentado por caminantes y excursionistas.

Necesito una hora para dejar atras las ultimas casas de Selonsville. Dio gracias a que el dia fuera relativamente templado cuando se interno en un bosque de abetos jovenes.

Mientras timidos rayos de sol se colaban entre el ramaje, Michel procuro no alejarse de los senderos mas cercanos a la ciudad, ya que a fin de cuentas necesitaba un ejemplo humano de amor a la naturaleza.

Desestimo una pareja de lenadores que se llevaban el cadaver de un nogal, asi como a dos amantes que habia descubierto por casualidad sobre una cama de helechos, ya que los unia un amor diferente al que estaba buscando.

La luz del dia empezaba a declinar cuando diviso a lo lejos la figura de un hombre mayor -estimo que tenia unos 70 anos-, que paseaba parsimonioso bosque adentro. El buscador de estrellas decidio seguirlo para estudiar sus movimientos.

Pese a la edad el paseante se mantenia en buena forma y el chico tuvo que dar varias zancadas para darle alcance. Cuando llego hasta el, los ojos del viejo lo miraron con curiosidad a traves de unas gafas redondas. Un pajarillo se poso un instante sobre su hombro de paja, lo que acabo de convencerlo de que habia dado con el hombre adecuado.

– ?Te has perdido? -pregunto a su perseguidor con un fuerte acento aleman.

Al ver de cerca aquella cara angulosa y las gafitas redondas, Michel supo que aquel hombre le resultaba familiar. Tal vez lo hubiera visto en una revista, o en las paginas del periodico que llegaba -con dias de retraso -al orfanato.

– ?Es usted famoso?

El viejo rio con timidez ante aquella pregunta. Luego declaro.

– Bueno, soy escritor, y he recibido algunos miles de cartas de chicos como tu que me consultan cosas. Pero es la primera vez que me hacen esta pregunta. Me presento. Hermann Hesse.

Michel le dio su nombre y su apellido de huerfano antes de preguntarle como habia ido a parar a aquel bosque de los Alpes franceses.

– Camine por estos senderos en mi juventud -respondio-, y he tenido que esperar a que termine esta estupida guerra para poder volver. Y tu, ?que haces aqui?

Por primera vez Michel decidio explicar abiertamente su proposito, que fue recibido por el escritor con expresion solemne. A continuacion se apoyo contra un tronco y cruzo los brazos suavemente para decirle:

– No es ninguna tonteria lo que estas haciendo, sobre todo porque es por amor a una chica. Pero debes saber que el amor no existe para hacernos felices, sino para mostrarnos cuanto podemos resistir.

Hermann revolvio los cabellos del pequeno antes de concluir:

– Yo mismo cortare un estrella de mi camisa para ti, pero antes quiero que conozcas la carta que me ha mandado un joven monje de Indochina, porque te hara entender lo que significa el amor a la naturaleza.

El escritor saco de su abierto un sobre cuidadosamente doblado y extrajo de su interior una hoja de papel con una docena de lineas escritas con plumilla.

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