El pequeno maestro

El jueves por la tarde Michel salio a la caza de su tercera estrella.

Evito pasar frente a la casa de Antoine, ya que le habia enganado de mala manera para obtener el trozo de tela. Le habia pedido ver fotografias de su esposa y, mientras el contable subia a buscar el album, habia aprovechado para recortar los bajos de una jersey que estaba doblado sobre una silla.

Aquello habia sido feo.

Se senti mal por haber hecho eso, mas aun cuando habia prometido darle la primera rosa de aquel ano para Er. ?Con que cara se presentaria al dia siguiente a buscarla?

Mientras se internaba por las calles de Selonsville decidio aparcar hasta el viernes aquel mal trago. Esa tarde debia encontrar otra clase de amor mas alla del enamoramiento o de la pareja de larga duracion.

Hundio las horas agujereadas en la pastosa aguanieve de las aceras durante una hora larga… hasta que algo lo conmovio.

En una calle alejada del centro, una mujer de mediana edad empujaba con energia una silla de ruedas con un nino retorcido sobre si mismo.

Michel entendio que se trataba de un chico de su edad con paralisis cerebral. Habia otro nino asi que pasaba a menudo frete al orfanato.iba siempre acompanado de su padre, que tenia cara de amargura y decepcion. Pero la mujer que empujaba la silla de ruedas tenia una expresion totalmente diferente. Se detuvo ante Michel con una amplia sonrisa y hablo a su hijo:

– ?No le dices buenas tardes a este chico?

Su dificil posicion en la silla de ruedas no vario ni un palmo. Aun asi la madre insistio.

– Dile hoja, soy Paul y estoy muy contento de conocerte.

– Lo mismo digo, Paul -respondio Michel siguiendo el juego a la madre-. ?Encantado!

– Y yo soy Pauline, su madre -se presento la mujer tendiendole la mano.

El buscador de estrellas supo que acababa de dar con una nueva categoria, el amor incondicional a los hijos, aunque no seria facil hacerse con un retal de ropa. La mujer llevaba un grueso abrigo de ante que sus tijeras jamas lograrian cortar.

– ?Como es que le ha puesto su mismo nombre? -pregunto Michel para ganar tiempo-. Paul y Pauline…

– Si, ya lo se… -volvio a sonreir-. Suena un poco raro. Al ponerle mi nombre queria demostrarme a mi misma y a los demas que somos iguales. Sabia que eso me ayudaria a tratarlo con naturalidad en lugar de compasion.

Por un instante, el chico de la silla de ruedas parecio esbozar algo parecido a una sonrisa. Michel recordo entonces un proverbio oriental que habia leido en un libro de religion. Decidio soltarlo sin mas:

– El bosque seria muy aburrido si solo cantaran los pajaros que mejor lo hacen.

– Asi es. Pero yo iria mas lejos aun: ningun pajaro canta mal. Cada uno es una nota diferente en la gran sinfonia de la creacion. El fuerte necesita al debil para que se valore su fuerza, y para entender la luz hay que haber vivido la oscuridad. Todos somos necesarios, ?verdad, Paul?

El chico levanto dos dedos con gran esfuerzo a modo de respuesta.

Michel sintio una repentina simpatia ante quien lo observaba con expresion alucinada. Se dio cuenta de que asi algo con fuerza en la otra mano.

Luego miro a la mujer y le pregunto:

– ?Cual es para usted el secreto del amor a los hijos? ?Por que hay padres que abandonan a los suyos?

Michel espero expectante la respuesta.

– Porque el amor a veces da miedo -dijo Pauline-. Lo que una madre puede sentir por su hijo es tan poderoso que la vuelve capaz de levantar un coche con sus propias manos si se encuentra en peligro. No es facil aceptar ese poder. Un dia lo sabras: los hijos con maestros espirituales que te permiten crecer mas alla de ti mismo. ?Verdad, Paul? Aqui donde lo ves, me ha ensenado que la felicidad es tan sencilla como el rayo de sol que nos ilumina ahora mismo.

Efectivamente, el cielo se habia despejado y una fina cortina de luz los banaba a los tres en aquel momento.

– Me ha encantado conocerte, maestro -dijo Michel tomando la otra mano de Paul.

Y entonces ocurrio algo maravilloso: su mano se abrio liberando un trozo de tela floreada. No tenia forma de estrella, pero eso podia arreglarse con unos cuantos tijerazos.

– Me ha arrancado un trozo de falda esta manana -rio Pauline-. Queria que prestara atencion a una bandada de pajaros que pasaban frente a nuestra ventana.

– ?Puedo quedarmelo? -pregunto Michel-. Me gustaria conservar un recuerdo del maestro.

9

El perfume de una rosa

Antoine Lagrange ni siquiera menciono el destrozo de su jersey cuando el nino se presento, temblando como un flan, a recoger la rosa. Era viernes por la tarde y las calles de Selonsville rugian de ninos euforicos por el fin del colegio.

Solo los internos del orfanato tenian restringida las salidas a las cuatro horas de la tarde.

Muchos de ellos ni siquiera las aprovechaban y pasaban el tiempo maldiciendo su suerte en los oscuros barracones.

No era el caso de Michel, que ademas de su mision diaria una nueva estrella del amor- llevaria la primera rosa de marzo a su querida amiga. Solo por eso se habia atrevido a llamar de nuevo al timbre.

Tras saludarlo en con misma cortesia que dos dias antes, pidio al pequeno que lo acompanara hasta un rosal que crecia en la parte trasera de la casa. El cazador de estrellas contemplo fascinado como una unica rosa, pequena y roja como la sangre, crecia valientemente en la rama llena de espinas.

– ?Quieres cortarla tu mismo? -le pregunto Antoine-. Es un milagro que haya crecido con el frio que hace.

Michel estuvo a punto de decir que si, pero el dueno de la casa no le habia ofrecido tijeras. ?Esperaba que sacara las suyas como prueba del delito?

Se quedo inmovil hasta que el contable anadio:

– Ah, claro, voy a traerte unas tenazas de jardin.

Con la rosa ya en la mano, Michel dio las gracias media docena de veces a Monsieur Lagrange antes de retomar el camino al hospital.

El frio volvia a arreciar y las ventanas se iluminaban con las luces de las familias que se reunian en torno a la mesa para celebrar el inicio del fin de semana.

Mientras caminaba envuelto en su abrigo gris demasiado grande para el, el nino de las tijeras se dijo que ya no anhelaba tener una familia normal. Ese deseo lo habia acompanado con dolor los primeros anos de vida aunque en el orfanato fuera amable y atento con sus companeros.

Luego habia conocido a Eri, y su rayo de luna habia disipado para siempre la oscuridad de su alma. Si ella moria, seria tragado definitivamente por las tinieblas.

Eri no podia morir.

Debia despertar para vivir con el un amor de larga duracion. Un mor para siempre.

Mientras se repetia a si mismo ese deseo, se aferraba a aquella rosa que habia logrado brotar pese al invierno sin fin de Selonsville. Sin embargo, al llegar al feo edificio del hospital sintio que las piernas le temblaban de nuevo. Mientras subia los escalones hacia la segunda planta, temio que su amiga ya no estuviera alli.

Tal vez su corazon enfermo de desamor se habia detenido, penso, y Eri habia pasado a formar parte del mundo subterraneo que alimentaba a las rosas.

Con estos pensamientos angustiosos llego al final de pasillo.

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