confundir el recuerdo de viejo ladrillo con el crepusculo, lo mismo que es facil mezclar inadvertidamente en los propios recuerdos el olor de tabaco tostado con el de la sangre: otra de las bromitas del cerebro.)
Sissy deseaba profundamente que hubiese un mensaje de La Condesa aquel dia, porque tenia menos de un dolar en el bolsillo. El deseo obro el milagro. Bajo los rayos de la mirada del presidente, volvio el cartero al mostrador con un sutil sobre malva, escrito con tinta castano rojizo y con aroma (incluso pegado a la mano del cartero) a tocador.
– Gracias -dijo Sissy, y salio con la misiva a la acera.
Llegar en autoestop a LaConner, Washington, habia sido como hacer autoestop por un musgoso y viejo pozo abajo. Oscuro, humedo, y verdisimo. Habia charcos en la calle y el olor a hongos lo impregnaba todo. El cielo era una olla de nubes coaguladas. Nadaban patos salvajes a tiro de graznido de la oficina de correos y, como, en bienvenida, diez mil espadanas de autoestopistas saludaban a sus gordos pulgares en el aire.
Podia oir pudrirse los cimientos mientras estaba alli, y todo horizonte que intentaba enfocar aparecia misteriosamente empanado, como lamido por la punta de la lengua del Totem. Las babosas reptaban por las pilas de lena. Aguantaban firmes los abetos.
Frente al pueblo, al otro lado de la cenagosa ria, estaba la Reserva Swinomish. Varios indios pasaron ante Sissy en el correo, distrayendola, de momento, de la carta de La Condesa.
Por fin, sin embargo, abrio el sobre y se sorprendio al leer solo esto:
Sissy, preciosa:
?Como estas, ser extraordinario? Me lo pregunto. La proxima vez que te acerques a Manhattan, llamame. Hay un hombre al que sencillamente debo presentarte. ??Emocion!!
la condesa
Redoblando la hoja de caro papel de escribir, la calento Sissy un rato entre sus palmas, como si al igual que el sucio viejo que sienta sobre sus rodillas a una linda exploradora esperando incubar un chupa-chup, pudiese metamorfosearse en una solicitud de trabajo. Cuando la leyo de nuevo, ay, era el mismo mensaje insustancial.
– Crei que La Condesa me conocia mejor -musito-. Llevo medio ano sin recibir un cheque y todo lo que me ofrece es presentarme a un hombre. ?Un crimen!
Justo entonces, en la ria, unos indios pasaban cortando el agua en una larga canoa (una antigua canoa de guerra de paliforme proa, cantando ferozmente en lengua skagit. Eran swinomishs, la mayoria jugadores de pelota de instituto de ensenanza media o jovenes veteranos sin empleo, que practicaban para la carrera anual de canoas del 4 de julio contra los lummis, los muckleshoots y otras tribus de Puget Sound. Sissy tiro la perfumada carta a una papelera.
Una vez, habia visto en television un
Sissy habia pensado a veces seguir el ejemplo de Guy Madison. ?Oh, si, lanzar el grito de guerra en las calles sombreadas de abetos de LaConner y negar aquella parte suya palida y civilizada!
Pero esto habria sido negar quince dieciseisavos de si misma.
?Como podria vivir la vida como un dieciseisavo de si misma?
(a) Como esa parte de la polilla que la vela quema al final.
(b) Como un «lento baile sobre el lugar de la matanza».
(c) Quiza no tan malo en realidad: en la tierra de las uvas podridas podria ser reina una pasa.
(d) Como un par de pulgares a los que no hubiese ligados cerebro, corazon, ni cono.
18
EL QUE SU complacencia en la indianidad y su pasion por viajar en coche pudiesen resultar contradictorias si no mutuamente excluyentes, jamas se le ocurrio a Sissy (como habria de sucederles a Julian y al doctor Goldman). Despues de todo, el primer coche que consiguio parar debia su nombre al deseo de honrar al gran jefe de los ottawas: Pontiac.
Quiza Sissy fuese de los que creen que naturaleza e industria podrian dormir bajo las mismas sabanas floreadas. Quizas acariciase visiones de una futura naturaleza virgen donde el bisonte y los Buicks se mezclasen en armonia y en respeto mutuo, una pradera neo-primitiva donde caballos de vapor y potros de carne y hueso corriesen libres.
Quiza. Las visiones de una mujer en movimiento son dificiles de precisar.
No hubo creencias visionarias ni expresas ni implicitas cuando Sissy, aprovisionada con barras de caramelo Tres Mosqueteros, emocionaba a las espadanas municipales de LaConner por la forma en que movia el pulgar para salir de alli. Como antes indique, Sissy seguia el metodo de jamas planear itinerario ni fijar un destino… ?pero, podia ella evitar que la unica carretera que salia de LaConner, Washington, corria directamente hasta la ciudad de Nueva York?
Igual que la apremiante pregunta del gran jefe Pontiac, «?Por que soportais que el hombre blanco habite con nosotros?» asaeteo certeramente el alma de su pueblo, asi la unica carretera que salia de LaConner iba a dar recta a Park Avenue y La Condesa.
– No se sinceramente como llegue aqui tan deprisa -le dijo Sissy a esta-. Cuando entre en el supermercado de LaConner a comprar caramelos, unos indios que estaban junto al refrigerador de la cerveza se rieron de mis manos. Frique y cuando me di cuenta me aproximaba al Holland Tunnel de Nueva York. Desperte en el asiento delantero de un descapotable. Tenia la capota bajada y mi primera impresion fue que nos habian cortado la cabellera.
19
LA CONDESA esbozo una sonrisa que era como la primera rascada en un coche nuevo. Algo inmanentemente lamentable. Una sonrisa aguafiestas. Un hiriente y pequeno recordatorio de la inevitabilidad del deterioro.
Como para vandalizar mas una superficie agostada, una boquilla de marfil apartaba periodicamente los ofensivos morros de La Condesa. Cenizas de cigarrillos franceses regaban el traje blanco de lino que se ponia a diario fuese cual fuese la estacion; las cenizas regaban la rosa de un mes de edad, de su solapa. El monoculo estaba cagado de moscas, la corbata salpicada de salsa de filete, los dientes pensaban que eran castanuelas y el mundo un fandango. A La Condesa no le importaba lo mas minimo. Era rico, ni un centavo menos. Tu tambien serias rico si hubieses inventado y fabricado los productos higienicos femeninos mas populares del planeta.
La Condesa habia hecho una fortuna con aquellos aromas especiales de la anatomia femenina. Era la General Motors de la cosmetica corporal, la U.S. Steel de los aliviadores intimos. Como cualquier genio, dirigia obsesivamente todas las fases de las actividades de su empresa, de la investigacion a la comercializacion, sin olvidar las campanas publicitarias. Ahi era donde intervenia Sissy. Sissy era su modelo favorita.
La habia descubierto anos atras en Times Square, donde se habia reunido una multitud a verla cruzar la calle 42 con las luces en contra. Haciendo una rara concesion, se habia limpiado el monoculo. Tenia Sissy una figura ideal para posar, era rubia y mantecosa, de semblante regio… salvo la boca: «Tiene ojos de poetisa, nariz de aristocrata, barbilla de noble y la boca de una artista del chupe de un cabaret de Tijuana», proclamo La Condesa. La Condesa sentia una gran admiracion por Sissy. «Es perfecta».
– Dios mio, cielo santo -protesto el vicepresidente del Chase Manhattan Bank con el que acababa de comer-. ?Y esas manos?
Los contables no deberian atreverse a discutir con los genios.
La Condesa tenia a su servicio un magnifico fotografo. El fondo era esencial para el cuadro ensonador, romantico y sin embargo ligeramente sugerente con que La Condesa apelaba a potenciales consumidores de