numero que no figuraba en la guia.)

– Bien, bien, bien -cloqueo La Condesa-. Lo pasaras bien, veras. Julian es un caballero.

La Condesa giro bruscamente en su sillon y se inclino hacia adelante. Bajando el vaso de vino, miro directa, intensamente a los ojos azules de Sissy. Su sonrisa le ensancho de simple rascada a reparacion seria de un buen taller. Llevaba tiempo esperando aquel momento.

– Otra cosa, Sissy -dijo muy lentamente, acentuando cada silaba, taconeando tono a tono-. Otra cosa. Es indio de pura sangre.

21

ELLA HABIA hecho que camiones Mack recularan sobre sus ejes, habia hecho olvidarse de Wagner a Mercedes Benzs, detenido Cadillacs tan en seco como ataque al corazon de espantapajaros. Por ella cambiaron de ruta los torpedos, bajaron en picado aviones, salieron a la superficie submarinos, enderezaron Lincoln Continentals sus corbatas. En cualquier parte que fluyese el trafico, habia pescado ella en su corriente, arponeado barracudas y tiburones, hecho retroceder minimotos Honda y tractores agricolas. A su senal, jeeps y Chryslers se abrazaban, Mercurys y Ramblers caian en trance, se detenian los Volkswagens con precision prusiana, ejecutaban los Chevies su ritmica danza y suplicaban los ninos llevarla a San Francisco en sus carritos rojos. Hizo una vez frenar a un Rolls tan de golpe que tuvieron que mandar por avion de fabrica a un tecnico para rascar la goma. Por ella se despegaban los adhesivos de los guardabarros, se enrollaban las banderas confederadas en las antenas de la radio y pedorreaban los escapes la obertura de «Mi encantadora senorita»; ella habia controlado todos los vehiculos fabricados por el hombre en su maniaca caballodevaporfilia, desde un Stutz Bearcat a un Katz Pajama… pero era, al parecer, incapaz de atraer un ascensor.

– Puede que haya que llamar por telefono para conseguir que suba hasta aqui. A lo mejor se ha estropeado el timbre. Quizas haya hecho algo mal.

Sissy llevaba diez minutos esperando. Se sentia atrapada. ?Donde estaba el ascensor? ?Por que no respondia? Las lagrimas asomaban sus cabezas calvas por sus conductos.

Y no era simplemente el ascensor. Tres dias atras, La Condesa, le habia procurado un vestido, abotonandola en el. Estaba de acuerdo en que era muy bonito. Luego se fue (monoculo, boquilla y demas) a Long Island, dejandola sola. El acuarelista no habia telefoneado la primera noche. Sissy no podia desabotonarse el vestido y dormir con el lo habria dejado geriatricamente arrugado. Asi que tuvo que estar levantada toda la noche. Vio la television, sorbio Ripple rojo (la unica bebida que su anfitriona tenia en reserva), leyo el New York Times y aventuro complacidas miradas al espejo. Sola en una noche de junio en un apartamento de siete habitaciones. Habia sido extrano.

Sobre las diez de la manana sono el telefono. Una voz que podria haber pertenecido a una urna griega, tan suave y redonda y culta sonaba, se identifico como perteneciente, por el contrario, a Julian Hitche. ?Querria Sissy Hankshaw cenar con Julian Hitche y unos amigos el proximo viernes? Si, Sissy Hankshaw querria. El telefono de La Condesa (un princesa, la nobleza se mantiene unida) y probablemente el de Julian Hitche, volvieron de nuevo a su soporte. Cena el viernes. Era entonces miercoles.

Mientras recorria la segunda noche, rumorosa de television, sentada erecta en la posicion yoga conocida como el asana de proteccion del traje, se recordo a si misma a Betty Clanton y las otras chicas del instituto de Richmond Sur, arreglandose el pelo, peinandose, pintandose los labios, dando color a las mejillas, lavando sus jerseys, planchando faldas, acicalandose todas las horas y los dias de su juventud en la pavorreaiesca esperanza de que por un embarazoso momento pudiesen distraer a un chico del futbol. La naturaleza le habia ahorrado esto a Sissy de adolescente… pero, ay mama, ?miradla ahora! Cada hora o asi, se enfurece consigo misma, se levanta de un salto y anuncia a cualquier personalidad televisiva que pueda estar mirandola, que se va a la cama. No lo hizo.

La noche del viernes fue muy parecida, salvo que estaba mas sonolienta, mas enfurecida mas nerviosa.

Los periodicos, con sus pintorescas historias de politica y economia, la television, con sus policias heroicos, ya no podian entretenerla. Ripple tinto en mano, huyo a la terraza. Habia pasado ya la etapa en que el aire fresco pudiese ser de mucha utilidad para revivirla, pero se sentia menos confinada paseando una terraza bajo el cielo de Nueva York.

– Es estupido, sencillamente tonto -se decia-. Pero si he de hacerlo, podria hacerlo bien. No puedo ir a cenar a un buen restaurante neoyorquino con un saco arrugado. Estoy acostumbrada a dormir en la carretera. Puedo conseguirlo.

La serenidad ilumino de nuevo las comisuras de sus labios, aunque sus ojos, sobre los que los parpados bajaban como vientres de detectives, no lo advirtieron.

Era una noche despejada con solo una moderada contaminacion. Un languido nordeste entraba soplando por Coney Island y Brooklyn, llevando hasta el alto East Side el fastidioso aroma del oceano y, temblando de energia, incapaz de contenerse, giraba en ruedas y engranajes Manhattan abajo. En todas direcciones, veian sus cansados ojos luces parpadeantes, luces que caramboleaban los horizontes y se unian a las estrellas del cielo. Parecia la ciudad inhalar benzedrina y exhalar luz; un buda de pulmones de neon cantando y vibrando en un templo de mugre.

Le resultaba dificil imaginar que un indio americano se sintiese a gusto en algun punto de alla abajo. ?Donde vivia exactamente el, se preguntaba, que luces brillaban en sus ventanas? ?Que hacia en aquel momento? ?Dormir? (El sueno brillaba en su mente.) ?Estaria bebiendo… como beben los indios de LaConner, Taos, Pine Ridge, etc.? ?Ejecutando una danza clandestina de los espectros o cantando a su totem particular segun lo prescrito en la religion del sonador? ?Viendo «Custer» por la tele? ?Pintando acuarelas? Hasta el amanecer, paseo y cavilo.

El dia siguiente fue una mancha de aburrimiento y afliccion; estaba mas dormida que despierta. Encontro una rebanada de Pan Maravilla e hizo bolas con ella, como hacia de nina, comiendo las bolitas de pan en la terraza mientras miraba el trafico. Estuvo casi todo el dia por alli sentada. (Si no fuese una reduccion tan obvia, podriamos decir que se paso el dia pulgar sobre pulgar.) Sin embargo, cuando a las siete cuarenta y cinco llamo Julian Hitche para anunciar que estaba abajo, su sistema nervioso central se trato a si mismo con una adrenalina doble con hielo. Volvio Sissy de golpe en si, se inspecciono (?no habia arrugas!) en el espejo, echo una meada y se dirigio al ascensor. Habian quedado en verse en el vestibulo. Le habia parecido poco adecuado recibir al senor Hitche en el apartamento de La Condesa, de decoracion tan frivola, empalagosa y poco india.

Ahora Sissy esperaba un ascensor. Esperaba con una aproximacion inducida por la fatiga de esa combinacion de estoicismo y ansiedad con que la gente espera el Gran Acontecimiento que cambiara su vida, perdiendo invariablemnete cuando se produce, puesto que tanto el estoicismo como la ansiedad son anteojeras.

Por fin, cuando ya estaba al borde del llanto, oyo un zumbido, vio un guino verde y se abrio una puerta con ronroneo mecanico apareciendo un ascensorista uniformado que la miro bovinamente y con cierto miedo. Habia sufrido en anteriores ocasiones la ira de La Condesa y estaba alerta al baston de caminante que podria confundir su craneo con una gran avenida. Aliviado al ver a Sissy sola, la condujo hasta el vestibulo a velocidad maxima.

La alfombra les parecio un prado a sus pies alucinados. La fuente de bronce sonaba como un arroyo de montana. Su pielroja se deslizo ante ella surgiendo de detras de un arbol (?que importa que fuese una palmera entiestadal). Llevaba esmoking y una faja amarilla a la cintura. Era de talla media, hombros estrechos y cara aninada y fosca. Al acercarse, sonrio timidamente. Extendio la mano hacia la de Sissy… y cayo de inmediato a sus pies con un ataque de asma.

Intermedio de vaquera (Historia de amor)

Algunas de las vaqueras mas jovenes (Donna, Kym y Heather; Debbie, tambien) han preguntado insistentemente por que Tambien las vaqueras sienten melancolia no podia ser una simple historia de amor.

Por desgracia, queriditas, no hay ninguna historia de amor que sea simple. El amorio adolescente mas fugaz es tan complejo como para salirse de los limites maximos de la capacidad de comprension del cerebro. (El

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