universitarios cavilan sobre martinis y hablan de dejarlo todo e irse a Oregon a cultivar ruibarbo, los anuncios de neon de toda la ciudad se alborozan porque es la noche mas corta del ano. Titular de la primera pagina del Daily News de Nueva York: el chink lo resume, dice que la vida es dura SI crees que lo es. Ciudad de Nueva York. En proceso. No se ve nada. Todo esta desierto. Ni una vaquera a la vista.

Pasan los taxis frente a restaurantes y teatros, y uno se detiene frente a una casa de pisos restaurada de Calle Diez Este, entre las avenidas Tercera y Segunda, tres manzanas al oeste de donde jovenes latinos casi han arrebatado Tomkins Square Park a viejos ucranianos y borrachos de edad y origen nacional indeterminado. Esta manzana de Diez Este, recien pintada, conserva cierta clase: tras sus enrejadas ventanas y sus puertas de triple cierre con cadenas a la moda, profesionales, algunos con tendencias artisticas, se agrupan frente al constante asalto de hollin, cucarachas y ladrones. En esta manzana escribio Hubert Selby, hijo, Last Exit to Brooklyn, y un famoso critico de arte cavila ahora sobre el problema planteado por la tendencia ilustrativa implicita en la actual corriente general del modernismo. El taxi ha parado frente al edificio donde reside el jadeante Julian Hitche. Descarga sus pasajeros, demasiado lentamente para el gusto de Sissy Hankshaw, que solo es capaz de contener el agotamiento y la repugnancia con ayuda del Gran Secreto (el cual, segun hemos determinado, es este: uno no solo tiene capacidad para percibir el mundo sino para alterar su percepcion de el; o, mas simplemente, uno puede cambiar las cosas segun las mire).

Pese a su cansancio, Sissy solo tiene un anhelo profundo. Situarse en la carretera y lanzar sus pulgares al viento. Sin embargo, se halla abotonada en un costoso traje de lino, va rodeada de cuatro individuos persuasivos y se halla ligada por sutiles hilos de curiosidad y simpatia a esta parodia de indio cuyas palabras se coagulan en moco cada vez que intenta hablar. Asi pues, emplea el Gran Secreto para convertir sus desdichas en una experiencia educadora, ya que no divertida.

El apartamento de Julian esta en el segundo piso. Es ordenado y limpio, con encerados suelos de madera, una pared de ladrillo visto, un piano blanco y libros y cuadros por doquier. Hay un sofa azul de veludillo, sobre el que tienden a Julian. Mientras Howard prepara unos tragos, Rupert llena una jeringuilla con una ampolla de aminofilina que ha cogido de su sitio, debajo de un molde de ensalada de gelatina del refrigerador y, sin pensarlo dos veces, se acerca y le pone una inyeccion a Julian.

– Vamos a ajustarles las cuentas ahora misma a esos maricones de bronquios -dice a Julian-; luego anade, para Sissy-: Fui medico en el Ejercito. En realidad, deberia haber seguido la carrera, A veces, sin embargo, pienso que vender libros es muy parecido a vender medicina. Piensa en los libros como si fuesen pildoras. Tengo pildoras que curan la ignorancia y pildoras para el aburrimiento. Pildoras para elevar el animo y pildoras para que la gente abra los ojos a la horrible verdad: Estimulantes y depresores, como si dijesemos. Vendo pastillas para ayudar a la gente a encontrarse a si misma y pastillas para ayudarles a perderse a si mismos cuando necesitan escapar de las presiones e inquietudes de la vida en esta compleja sociedad…

– Lastima que no tengas una pildora para la estupidez -Carla sonrie como si bromease, pero lo ha dicho con bastante acritud. Rupert mira furioso y se bebe un buen trago de whisky.

– ?Donde vive usted, senorita Hankshaw? -pregunta Howard, intentando, quiza, cambiar de tema.

– Estoy con La Condesa.

– Lo se -dice Howard-, pero, ?donde reside usted cuando no esta de visita en Nueva York.

– No resido.

– ?Como?

– Bueno, no, no resido en ningun sitio concreto. Estoy siempre moviendome.

Todos parecen un poco asombrados, incluso el recostado Julian.

– Asi que una viajera -dice Howard.

– Algo asi -dice Sissy-, aunque yo no lo considero viajar.

– ?Que lo consideras? -pregunto Carla.

– Moverse.

– Oh -dice Carla.

– Que… insolito -dice Marie.

– Mmmmmm -murmura Howard.

Rupert ataca de nuevo el whisky. Julian lanza un acuoso jadeo.

Sigue un silencio que pronto rompe Carla.

– Rupert, antes de que estes demasiado concentrado en tu investigacion sobre el whisky como cura para el envejecimiento, ?no crees que seria oportuno telefonear a Elaine y cancelar las reservas de nuestra cena? No podremos volver a aparecer por alli si no decimos algo.

– ?Que hariamos sin ti, Carla? Sin nuestra pequena especialista en eficiencia, Carla, todo se iria al infierno, Carla tiene pensado presentarse para alcalde al ano que viene, ?no es verdad, Carla?

– Callate ya Herr Doktor vendedor de libros. ?Las exigencias de tu practica medica te permiten telefonear a Elaine o he de hacerlo yo?

– Oh, dejadme hacerlo a mi -gorjea Marie-. La baja y vivaz triguena sale de sus zapatos plataforma y se desliza en cncalcetinados pies hasta el telefono.

– Hablando de elecciones -dice animadamente Howard ?cree alguien que McGovern tenga posibilidades?

– ?Posibilidades de que le canonicen o de que le asesinen? -pregunta Rupert.

– Si Rupert necesita una pastilla para la estupidez, Hubert Humphrey necesita dos -dice Carla-. Y ese podria ser el papel de McGovern. Si es capaz de apagar el rollo de Humphrey, McGovern habra hecho un gran favor a la sensibilidad norteamericana, aunque obligue a su partido a nombrar a un patriotero reaccionario como Scoop Jackson en Miami Beach.

Como muchos de sus colegas liberales, los amigos de Julian Hitche estan desilusionados de la politica, pero tambien, como sus colegas, no han sido capaces de descubrir una alternativa a la politica, en que emplazar su fe, canalizar su humanismo o dar rienda suelta a su propension a la polemica y la especulacion. Asi, la charla sobre el rojo paciente del sofa azul conduce a las conversaciones politicas nacionales inminentes. Cuando Marie vuelve de telefonear al restaurante, se incorpora al debate.

Sissy deja su silla y vaga por el apartamento. Sus estanterias repletas de libros le recuerdan bibliotecas publicas en las que ha dormitado y mientras vaga por alli, mantiene los pulgares proximos al cuerpo, para no arrear un papirotazo a una antiguedad, derribar una obra de arte, manchar un cuadro o inquietar al perro. Se siente intrigada pero no sufre ninguna ilusion; sabe que es una extrana en aquel medio.

Por fin, sus exploraciones la conducen al dormitorio, donde hay una jaula de estilo florentino tapada. Siente deseos de que sus habitantes no esten dormidos, pues ella tiene algo especial con los pajaros. Se acuerda de Boy, el periquito perdido que durante un tiempo fue la unica excepcion a su regla de ir siempre sola. Los propietarios de Boy le habian recortado las alas, pero en cuanto Sissy le enseno, hacia autoestop tan bien como vuelan los pajaros. Boy merecia sin duda figurar en la galeria de periquitos famosos.

Esperando oir un gorjeo que pudiese indicar insomnio en la jaula, sentose Sissy en la cama doble. Gradualmente, se reclino. «No hay mantas indias», advirtio. «Ni una sola manta india». Y este fue su ultimo pensamiento antes de apagarse.

No despierta hasta dos horas despues, por un rumor mas suave que un gorjeo. El rumor de botones pasando a traves de ojales. Botones que llevan tres dias sin respirar libremente suspiran con alivio, desahogados, libres de sus ataduras. Uno a uno los botones salen de esa trampa que es el destino de la mayoria de los botones, tal como los compromisos son el destino de la mayoria de los hombres. Pronto Sissy no solo puede oir la liberacion botonesca sino sentirla.

Alguien la esta desvistiendo.

Y no es Julian Hitche.

24

– ?DONDE ESTAN LOS OTROS? -pregunto Sissy con una voz enredada de sueno.

– Oh, Rupert y Carla tuvieron una pequena trifulca y se fueron a casa -dijo Howard.

– Julian se quedo dormido en el sofa; le tapamos -dijo Marie.

– Pensamos que deberiamos ponerte comoda tambien a ti -dijo Howard.

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