no hay ni un trago decente para humedecerla. En fin, intentare resumirla. Hace algun tiempo, un lindo diablillo, una muchachita de Kansas City que se moria por ser vaquera, se entero del Rosa de Goma y me engatuso para que le diese trabajo alli. Se llamaba Bonanza Jellybean, y eso deberia haberme avisado. Pero como un tonto, la contrate, pese a todo, y la puse a hacer trabajos diversos por la casa y las cuadras, una especie de criada de la senorita Adrian. La senorita Adrian es la directora de mi rancho; era quien llevaba la Villa de Belleza Ratoncita Minnie de Opa Locka, Florida, y realmente conoce el negocio. Bueno, pronto esta muchachita pasaba mas tiempo en la silla caballar que en la cocina; salia a cabalgar con los peones, y poco a poco fue adquiriendo mas responsabilidades en el trabajo. Julian, es sin duda mucho mas agradable visitarte sin que aquel perrito confunda mi pierna izquierda con Lassie. ?Teneis noticias frecuentes del viejo Butty? ?Dios mio, que gran perro era!

»Bueno, al principio de la primavera, justo cuando iba a abrirse la estacion, Jellybean y un par de la esteticiens mas jovenes (Dios sabe como las camelo) alzaron barricadas y se atrincheraron en la casa del rancho, reteniendo a la senorita Adrian como rehen, y empezaron a telefonearme comunicandome sus exigencias a Nueva York. Pedian que despidiese a todos los peones masculinos y los substituyese por hembras. ?Mierda, joder, Dios mio! Jelly decia que mi empresa llevaba anos explotando a las mujeres. Me acusaba de haber hecho una fortuna a costa de las mujeres y decia que ya era hora de que empezase a hacer algo por ellas a cambio,… Como si no hubiese dedicado toda mi vida adulta a mejorar el sexo femenino. ?Hablar de ingratitud! ?Que gracioso! Dijo que si el Rosa de Goma era un rancho para mujeres, debia ser manejado exclusivamente por mujeres; las mujeres no debian estar relegadas a tareas domesticas o a esteriles trabajos cosmeticos mientras los hombres realizaban todo el emocionante trabajo al aire libre. Estas fueron sus palabras concretas: «Yo no soy una peluquera ni una jodida sirvienta. Soy una vaquera. Y si no hay vaquera cabalgando en este rancho no habra rancho por el que cabalgar». ?Donde pudo aprender una joven de nuestro Medio Oeste temeroso de Dios a hablar asi? Digamelo usted Doctor Spock.

Julian golpeo su edicion mesita de cafe de Civilizacion de Sir Kenneth Clark con su puno blando y moreno.

– ?No la dejarias salirse con la suya, verdad? Dios mio, yo…

– Habria sido muy facil notificar el asunto a la patrulla estatal de Dakota y las habria echado de alli. En realidad, sin embargo, la idea de Jelly, aunque sus motivos fuesen egoistas, era bastante razonable. Comprendeis, la mayoria de las clientes del Rosa de Goma estan bien provistas de pasta, por las pensiones de divorcio y los seguros de vida, etcetera. Una asombrosa cantidad de mis vaqueros resultaban ser cazadores de fortunas, y se casaban con aquellas mujeres por su dinero. Habia problemas incluso con los peones del rancho, que eran honrados padres de familia, porque durante las cabalgatas a la luz de la luna, las acampadas con carretas y otras diversiones organizadas, las clientes siempre se enamoraban de ellos, les seguian e incluso les asaltaban. Queridos, el trasiego de personal del rancho era tremendo. Un follon, en fin. Y un equipo de chicas solo eliminaria esos conflictos. Y no habria ya toscos vaqueros por alli atisbando cuando las clientes recibian las superirrigaciones vaginales, o los cursos de manejo de aceite de amor y el encerado de pezones. A las clientes y al equipo les desazonaba todo esto. Y lo que es mas, me quitaria de la espalda a todos los detectives de America de una vez por todas. No era la primera vez que me fastidiaban. Hay muchos descontentos en esta sociedad nuestra, no se si lo sabeis. Si, cuanto mas consideraba la idea, mejor me parecia. Al final, le dije a Jelly que adelante, que contratara un equipo de vaqueras, si podia encontrarlas, y que si hacian bien el trabajo les pagaria salario de hombres y las respaldaria en todo. Y asi fue como me converti en propietario del mayor rancho femenino del Oeste.

– ?Y como ha funcionado a partir de entonces? -pregunto Julian.

– Sinceramente, no lo se. He hablado muy pocas veces con el rancho. Llame varias veces a la senorita Adrian, pero el telefono casi siempre esta estropeado (es una zona bastante remota) y cuando he conseguido hablar con ella se ha mostrado evasiva. Creo que las vaqueras la tienen intimidada. Y para colmo, esta ese ermitano chiflado plantado alli en su pico mirando siempre el rancho. El viejo imbecil probablemente este haciendole un sortilegio chino. Me da escalofrios. Podreis entender el porque de mi curiosidad. Y por que me gustaria que Sissy comprobase la situacion. (?Que decis?)

Julian contesto por ambos.

– Dejanos esta noche para discutirlo -dijo-. Sabras algo manana.

La Condesa no estaba acostumbrada a que la despidieran, pero acepto. Arrojo su monoculo con un aspero brillo sobre el empapelado, pronuncio un adios deforme por el esmeril de animados dientes y se fue.

La discusion broto casi de inmediato entre los recien casados… y siguio un rato bastante suave. Ambos aceptaron enseguida que la oferta era digna de consideracion. Llevaban respirando el mismo aire nueve meses, noche y dia, y unas breves vacaciones les refrescarian. El aburrimiento de Sissy en aquella nueva vicia de inactividad era la principal fuente de sus fricciones. Un trabajo de modelo, sobre todo uno tan interesante y lucrativo como aquel, podria ser un tonico para ella. Mientras estuviese fuera, podria Julian convidar a algunos amigos a poulet saute aux herbes de Provena' (su especialidad), y quizas ir con un grupo a Elaine's. Los dos creian que una breve separacion tendria sin duda saludables efectos.

Fue cuando Sissy anuncio su intencion de ir en autoestop a Dakota que la conversacion adquirio un tono mas acre, y Julian espumeo y jadeo. No podia comprenderlo; no podia entenderlo; no podia imaginarlo; no podia (elige tu el sinonimo). Le aterraba, le entristecia, le lanzaba a la botella de whisky e incluso al armario-botiquin a agitar teatralmente sus tijeras de unas, (Al carecer de bello facial, los indios raras veces tienen navajas de afeitar.) Lanzaba andanada tras andanada de su artilleria asmatica de mas calibre. Pero Sissy se mantuvo en sus trece y a la manana siguiente, cuando telefoneo La Condesa, Julian le dijo:

– Acepta encantada. Se ira el domingo. Se ira temprano porque (gemido) insiste en ir en autoestop. Dios mio, precisamente cuando yo pensaba que estaba superandolo. Esos pulgares suyos, esas desdichadas exageraciones; no tienen ningun sentido, y sin embargo, como complican nuestras vidas.

Desde el dormitorio, donde buscaba su viejo mono, Sissy oyo la queja. Lentamente, giro sus manos en el espejo, como tallos, como dagas, como botellas de etiquetas perdidas.

Parecian la mejor parte de su cuerpo, sus pulgares. La parte sustancial, sin complicaciones. Ningun orificio los trababa; ningun pelo colgaba de ellos; no segregaban nada ni albergaban sentidos que satisfacer. No contenian viscosas entranas. No los adornaban ganglios; nada producian que pudiese compararse al cerumen, al sarro o a las pelotillas de los pies. Eran solo la dulce, la pura, la espesa pulpa no adulterada de su propia vida, alli completa en suave volumen y en cerrada forma.

Temblando mientras lo hacia, y enrojeciendo despues, los beso. Bendijo su vida.

Aquellos pulgares. Habian creado una realidad para ella cuando solo la esperaba una nocion de realidad lisiada y ajena, una parodia de realidad socialmente sancionada. Y ahora, estaban a punto de transportarla al rancho Rosa de Goma.

Donde chapoteaban majestuosas aves en un lago que recibia el nombre de sus ancestros siwash.

Alli donde Smokey el Oso dejaba su pala para retozar con bestias mas juguetonas.

Alli donde la luz de las estrellas no tenia enemigos ni el viento de los paramos amigos.

Tercera Parte

Aunque desde tiempo inmemorial hubo en los ranchos chicas capaces de montar caballos salvajes, lo hacian protestando y no se enorgullecian de ello. Aun hoy, en los grandes paises ganaderos del Sur, las mujeres solo montan cuando van de viaje, y no creo que ni siquiera en Estados Unidos muchas mujeres participen en el lazado de reses o en el rodeo del ganado.

SIR charles walter simpson

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