32

DE TODO LO que el hombre civilizado ha producido, lo unico que no parece fuera de lugar en la naturaleza es la bolsa de papel marron.

Deformada en un monton de arrugas, como el cerebro fosilizado de una driaca; gastada por el tiempo; pareciendo lo bastante torpe y aspera para ser producto de la evolucion natural; su marronez el marron moderado de la piel de patata y la cascara del cacahuete: sucio pero puro; su parentesco con el arbol (con nudo y nido) no obscurecido por el cruel proceso de la industria; absorbiendo los elementos como cualquier otra entidad organica; mezclandose con roca y vegetacion como si fuese el companero de cuarto de un buho o el calzoncillo de un conejo, una bolsa de papel Kraft numero 8 yacia desechada en las colinas de Dakota… y parecia vivir alli donde estaba tendida.

La bolsa, vacia ahora y con arrugas coriaceas, habia estado llena dos veces; una, mucho tiempo atras, habia albergado un paquete de panecillos y un tarro de mostaza para un encuentro culinario con hamburguesas fritas. En fecha mas reciente, la bolsa habia albergado cartas de amor.

Lo mismo que un hueco en un roble oculta las joyas de familia de una ardilla, la bolsa habia ocultado cartas amorosas en el fondo de un baul de barracon. Luego, un dia despues del trabajo, la vaquerita de nariz de boton a la que estaban dirigidas las cartas cogio bolsa y contenido bajo el brazo, se deslizo hasta el corral, paso ante las companeras que tiraban herraduras y ante las que soltaban cometas tibetanas, ensillo y galopo hacia las colinas. A mas de un kilometro del barracon, desmonto e hizo una pequena hoguera. La alimento con las cartas de amor, una tras otra, lo mismo que su novio la habia alimentado una vez a ella con patatas fritas.

Mientras ardian palabras como querida, y te amo y para siempre, la vaquera enjugo unas cuantas lagrimas. Tan nublados tenia los ojos que se olvido de quemar la bolsa. De nuevo en el barracon, a la media luz, sus companeras fingieron no saber donde habia ido o por que. Big Red le ofrecio un trozo de pastel de chocolate casero y no mostro sorpresa alguna al ver que lo rechazaba; Kym, antes de retirarse, derramo sobre sus labios un rapido beso… Con mucha naturalidad, como si se sacudiese una hilacha. Jelly, que intentaba arpegear una despreocupada cancion en una vieja Gibson gastada por el tiempo, alzo los ojos hacia ella cordialmente.

Era ya una de ellas. ?Que bueno es, Dios mio, ser una vaquera!

33

LA RADIO DEL retrete tocaba «La polca de los armenios hambrientos». La lluvia, un subito chaparron, un aguacero de verano normal de Dakota, habia atrapado a Bonanza Jellybean, y a Delores del Ruby en el retrete. Primero Delores y luego Jelly, concluido su asunto, se vistieron, pero siguieron alli sentadas.

– Bueno, no me asusta un poco de lluvia -proclamo Jelly.

– Tampoco a mi -dijo Delores, que jamas admitiria tener miedo a nada. Pero ninguna hacia ademan de salir. Por el contrario, miraban mas alla de la puerta la caja de escalera de agua que tanto se parecia a aquella en que las sirenas recibian a los marineros ahogados. («?Te gustaria subir a mi habitacion»? pregunta una sirena, no mucho mas vieja que una vaquera. «Claro, claro», gorgotea el emocionado marinero, agradeciendo silenciosamente al oficial de reclutamiento de su pueblo el no haber tenido la desdicha de morir en tierra firme.) Las escaleras de agua cuelgan alli, en lo que antes era aire, como esperando que un submarino enano se deslice por la barandilla.

– Podriamos desafiarla -dijo Jelly, avanzando hacia la puerta. Era la jefa del rancho y tenia que dar ejemplo.

– De acuerdo -acepto Delores, la capataz-. No se tu, pero yo estoy segura de que no soy tan dulce como para derretirme.

Chasqueo el latigo contra una afanosa avispa que tambien se habia refugiado en el retrete. (En realidad, no intentaba darle a la avispa sino a la fotografia de Dale Evans en la que se habia posado.)

Habia una reunion convocada en el barracon aquella manana de sabado, una reunion a la que debian asistir todas las vaqueras salvo las que vigilaban las aves, y que Jelly y Delores tenian que presidir. Si las vaqueras jefes no se hubiesen desplazado, independientemente, a aliviar sus tripas (costumbre que deberian practicar todos los presidentes antes de asumir la presidencia) y hubiesen quedado atrapadas por el chaparron, estaria ya desarrollandose la reunion. Segun eran las reuniones del Rosa de Goma, no parecia probable que aquella fuese insolita. Mary se quejaria de que algunas de las vaqueras habian incurrido en lo de dormir dos en una litera, violando el acuerdo de que los «crimenes contra natura» quedasen confinados al pajar. Debbie diria que a ella no le importaba quien se acostase con quien ni donde ni como, pero que las que gemian, chillaban y grunian deberian bajar el volumen cuando otras intentaban dormir o meditar (sonrojos aqui y alla). Big Red expondria un no solicitado testimonio en cuanto a la cualidad y cantidad de la comida en el Rosa de Goma, testimonio en el que cada patata hervida, cada racion de salsa, se calificaba de mas pequena y menos apetitosa que la anterior. Varias de las vaqueras expondrian sus inquietudes sobre las posibles consecuencias de arrear el ganado donde estaban las aves. Pero Jelly pacificaria a todas, como siempre, y al final de la reunion habria sonrisas y abrazos generales y expresiones generalizadas de solidaridad. Prometia ser una reunion con atmosfera familiar, pero habia sido convocada, y en consecuencia, debia celebrarse. Jelly y Delores no tenian derecho a demorarla mas solo porque lloviesen botellas de cocacola y platanos. Que se mojaran.

Preparandose para un gran trago de agua pura, sin aditivos, se habian situado en el quicio del cagadero cuando de pronto vieron a una vaquera descalza (era Debbie) cruzar corriendo el patio en ropa de karate, saltar sobre el Exercicle que se oxidaba entre los matorrales y empezaba a darle a los pedales furiosamente bajo la repiqueteante lluvia.

– jPor mi cocodrilo sagrado! -exclamo Delores-. Se ha pasado.

Pero, oh, al cabo de un minuto, otras siguieron a Debbie, todas, en realidad; todo el equipo, unas treinta jovenes vaqueras chillando, riendo, desnudas o casi, todas hoyuelos y hormonas. Se deslizaban y rodeaban por la hierba humeda, se empujaban en el barro que iba formandose junto a la valla del corral, se cazaban unas a otras entre los gruesos pliegues de los cortinajes de la lluvia, hundian sus lindos pies en los charcos y caian de bruces entre los excrementos de caballo. El chaparron se convirtio en un candelabro de cristal. Y ellas eran sus agitadas llamas.

Jefa de rancho y capataz se miraron asombradas. Las vaqueras las llamaban. Jelly sintio parpadear pececillos en su sangre. Se desvistio rapidamente. Mas reacia, Delores se quedo con su ropa interior de piel de vibora. Ambas se avalanzaron a la calida lluvia.

Las vaqueras retozaron hasta que, tan pronto como habia llegado, se fue el chaparron. Ceso el juego. El sol coloco sus cuernos en sus goteantes rizos. Jadeaban ellas como perrillos apoyadas unas en otras o quitandose reciprocamente trozos de barro del pelo.

– Propongo que se aplace la reunion -jadeo Elaine.

Debbie secundo la mocion y anadio un proverbio zen:

– Al final del juego interminable florece la amistad.

– ?Que demonios quiso decir con eso?, -pregunto Heather, que hacia uso del retrete mientras Jelly recogia su ropa.

Jelly estudio a las cansadas y empapadas vaqueras que volvian cogidas del brazo hacia el barracon.

– Solo que en el cielo todos los negocios se llevan asi -explico.

34

MIENTRAS BONANZA Jellybean se encontraba al otro lado del estado, en Fargo, ultimando el asunto de los quesos de cabra, paro en una subasta publica y cogio una partida de vestidos y sombreros viejos. Las vaqueras estaban probandoselos frente al espejo del barracon. Kym hacia muecas con un arrugado sombrero color rosa

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