– Si, si, eso, Mao Tse Tung.

– Dios nos asista. No bastaba que hubiese contratado un excentrico. Ademas es comunista.

Robbins rio de nuevo. Esta vez el bigote estaba preparado.

– Asi que piensas que soy un excentrico, ?eh? A lo mejor tienes razon. Si. No se lo he contado nunca a nadie, pero de nino…

– ?Si? -en los cansados ojos del doctor Goldman hubo un subito brillo.

– De nino…

– ?Si? Adelante.

– De nino, yo era un companero de juegos imaginario.

El doctor Robbins escolto a su agradecido bigote fuera de la habitacion.

76

HAS OIDO de gente que acudia enferma. Quizas hayas acudido enfermo tu mismo algunas veces. ?Pero has pensado alguna vez en acudir estando bueno?

Seria asi: llegarias al jefe de fila y dirias: «Escucha, he estado enfermo desde que empece a trabajar aqui, pero hoy estoy bien y no vendre mas.» Acudir estando bien.

Eso fue lo que hizo exactamente el doctor Robbins. A la manana siguiente de su charla con el doctor Goldman, acudio estando bien y no fingia. No se puede fingir una cosa asi. Es infinitamente mas dificil fingir que estas bien que fingir que estas mal.

Despues de telefonear, el doctor Robbins se puso una camisa de nylon amarillo electrico y cuando la enfundaba en un par de acampanados marrones, fue como si la iluminacion le hubiese alcanzado a un borracho perdido. Antes de abandonar su apartamento, hizo entrega de su despertador y su reloj de bolsillo al deposito de basura.

– Pasare del tiempo del dia al tiempo del alma -proclamo.

Luego, al considerar lo pretencioso que sonaba, se corrigio:

– ?Fuera eso! -dijo-: Digamos simplemente que hoy estoy bien.

Ya en la Avenida Lexington, el doctor Robbins camino perezosamente. Se sento en un banco del parque y se fumo un porro de hierba tahilandesa. Se zambullo en una cabina telefonica y busco Hitche en la guia. No llamo; solo miro el numero y sonrio. A Sissy, por peticion propia y con el vacilante permiso de Julian, la habian dado realmente de alta aquel dia.

En Madison, entro el doctor Robbins en una agencia de viajes y pidio un mapa del oeste de los Estados Unidos. Miro la cordillera de la Sierra de California y Dakota y no mucho mas. Una agente de viajes, que se parecia a Loretta Young y parecia temer que el bigote de Robbins se hubiese colado en los Estados Unidos en un racimo de platanos, se sentia obligada a prestar sus servicios, pero poco podia hacer por un viajero con maquinas del tiempo en la mente.

El doctor Robbins siguio caminando. Sin saberlo, paso bajo las ventanas del laboratorio tras las que La Condesa oponia toda la luz de su genio al furtivo mamifero de las profundidades cuyo aliento marino se escapa en salitrosas condensaciones de los humedos pulmones del cono.

En una vitrina de cristal del vestibulo del edificio de La Condesa descansaba una pera de goma roja hecha a mano: la primerisima Rosa, el prototipo, el ruboroso original, el progenitor de la estirpe de peras de sensacional exito cuyo nombre aun adornaba el mayor rancho solo de chicas del Oeste. El doctor Robbins paso, inocente, ante el.

El doctor Robbins no estaba seguro de adonde se dirigia aquella manana de mayo. Respecto a su destino final estaba seguro, sin embargo. Iria a los relojes. Y al Chink. Y aun mas, Sissy le llevaria hasta alli. En fin, el sano psiquiatra sin empleo habia llegado recientemente a una conclusion doble: (1) si habia un hombre vivo que pudiese anadir levadura a la creciente hogaza de su yo, ese hombre era el Chink; (2) si habia una mujer que pudiese enmantecar aquella hogaza, esa mujer era Sissy. El doctor Robbins estaba absolutamente convencido, absolutamente decidido, absolutamente emocionado, absolutamente enamorado. Afrontaba el futuro con una mente relampagueante y una sonrisa estupida.

Sin embargo, actuaba una fuerza que el doctor Robbins no habia identificado, una fuerza que Sissy no habia identificado, una fuerza que nadie en Norteamerica habia identificado, incluidos el Pueblo Reloj, la Sociedad Audubon ni aquel hombre que, debido a la llegada de alguien enfermo (no bueno en absoluto en este caso) a la Casa Blanca, habria de ser muy pronto el nuevo presidente de los Estados Unidos. Esa fuerza era: los Cuatreros de Grullas Chilladoras.

Quinta Parte

Se trata de un ave que no puede conciliar ni amoldar su modo de vida al nuestro. No podria por su propia naturaleza, no podria ni aunque le diesemos la oportunidad, lo cual no hacemos. Para la grulla chilladora no hay mas libertad que la libertad sin trabas, no hay mas vida que la suya propia. Sin mansedumbre, sin una senal de humildad, se ha negado a aceptar nuestra idea de como debiera ser el mundo. Si lograsemos preservar la naturaleza virgen que aun sobrevive, no seria ninguna honra para nosotros. La gloria corresponderia a esta ave cuyo tenaz vigor la ha mantenido viva frente a circunstancias cada vez mas adversas y aparentemente insuperables.

ROBERT PORTER ALLEN

77

ERAN APROXIMADAMENTE dos minutos en el lado tequila del amanecer. Era tan temprano que los azulejos aun no habian empezado a limpiarse los dientes. Homero aludia en La Odisea a «la aurora de rosados dedos». Homero, que era ciego y no tenia editor, aludia una y otra vez a la «aurora de rosados dedos». Muy pronto, empezo la aurora a considerarse a si misma de rosados dedos: esa vieja doctrina de la vida imitando al arte.

Dedos (y pulgares) rosados tamborileaban suavemente, como un profesor Juillard de un club de jazz, sobre la mesa de la Norteamerica del amanecer.

Se aventuro por las ventanas del barracon la primera luz. Las vaqueras se revolvieron suavemente en sus camas. Emitieron ruiditos sonolientos, como gritos de amor de pastelillos de angel.

Heather sonaba con su madre diabetica, que andaba siempre amenazando suicidarse con barritas de caramelo si Heather no volvia a casa. Casi inaudiblemente, susurraba Heather en su almohada. Jody se sonaba otra vez en el instituto, haciendo un examen de matematicas. Recordaba que no habia estudiado, y empezo a sudar de desazon y miedo. Mary sonaba que subia al cielo en una balsa salvavidas de goma. Mary llevaba en el sueno aletas en los pies. Mary despertaria desconcertada. Elaine sonaba con el origen de su infeccion de vesicula. Tenia los pezones erectos. Sonreia LuAnn sonaba el sueno de casi todas las noches, aquel en el que su novio, las dilatadas pupilas tan negras como pelotas de golf musulmanas, se acercaba a ella con una aguja goteante. En la vida real, ella habia despertado unas horas despues del pinchazo. Dos anos mas tarde, aun no habia llegado su novio. LuAnn estaba al borde del chillido. Debbie sonaba que podia volar, y Big Red roncaba energicamente,

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