comenzo a interesarse un poco mas por las chilladoras, aunque esto no le interesase a la chilladora ni un vuelo siquiera. En 1956, invernaron en la reserva de Aransas veintiocho grullas. En 1957, la bandada se redujo a veinticuatro. En 1959, el numero se elevo a treinta y dos. Y asi siguio. Como un tanteo del estadio del Absoluto. Y cada primavera y otono, cuando partian y regresaban las grullas, los medios daban cumplidamente el tanteo, concediendo a la noticia su espacio, junto con las novedades acaecidas en la situacion internacional, que era desesperada, como siempre.
Cuando en 1969, la poblacion de chilladoras alcanzo un abultado cincuenta, los medios vitorearon freneticamente. En 1973, invernaron en el refugio de Tejas cincuenta y cinco aves, cifra que, cuando se facilito, hizo que hasta los presidiarios mas endurecidos sonrieran en sus celdas. O al menos eso dijeron algunos.
En cierto modo, como sucede a veces en esta curiosa conciencia cultural nuestra, maleable pero no auto- maleable, fue creciendo una especie de mistica en torno a la grulla chilladora, en torno al drama de su supervivencia. Espaldas implumes recibieron palmadas, se denomino a la chilladora «simbolo tanto de la nueva preocupacion de este pais por su vida salvaje como de su voluntad de corregir la destructividad del pasado».
No se puso a bombear feliz la tiroides nacional cuando se supo que este simbolo, toda la ultima bandada de grullas chilladoras habia desaparecido sin dejar rastro.
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– ERA UN VUELO de rutina -dijo el funcionario canadiense del Servicio de proteccion de la naturaleza, como si existiese un vuelo rutinario. Los que ven milagros son los que buscan milagros, los que abren los ojos a los milagros que nos rodean siempre. Los que hacen vuelos rutinarios son los que creen que estan en vuelos rutinarios… pero, ?y vuestras grullas chilladoras «ausentes sin permiso»? No es este el momento para disgresiones sobre lo obvio. El funcionario estaba tan chupado y nervioso como la ultima serpiente que salio de Irlanda, mientras jugueteaba con su pipa e intentaba que una mision importante pareciese haber sido un vuelo rutinario.
Se habia hecho el vuelo en cuestion en un helicoptero biplaza monorrotatorio. Era el piloto un empleado del servicio canadiense de proteccion de la naturaleza, lo mismo que el pasajero, el biologo de campo, Jim McHee. Aquel mayo, como todos los de los ultimos catorce anos, McHee habia hecho un vuelo «rutinario» sobre las desoladas marismas del Sur del Gran Lago Slave, junto a la frontera de Alberta y Territorios del Noroeste, para contar las grullas chilladoras. McHee habia de comparar su cuenta con el numero de aves contabilizadas al salir la bandada de Aransas, Tejas, para ver como les habia ido a las grullas en su migracion de cuatro mil kilometros. Raro era el ano en que no perdian un ejemplar, pero las condiciones sin duda habian mejorado desde los anos cincuenta, cuando Canada presento protestas oficiales a los Estados Unidos intentando proteger a las grullas de los cazadores, petroleros y bombarderos norteamericanos. Si, las acciones de las grullas chilladoras habian subido medio millon de puntos en el gran marcador, y un inversor como McHee, que habia comprado barato, tenia todas las razones para sentirse orgulloso, e imaginarse en un vuelo de rutina mientras recorria las marismas para comprobar las medias bolsisticas aquel mayo.
Alla por 1744, un explorador frances hizo la siguiente anotacion en su diario: «Tenemos (en Canada) grullas de dos colores; unas son blancas todas, las otras gris claro, todas hacen excelente sopa.» En fin, era como si un malvado tragon frances del negociado de glotones del infierno hubiese preparado un caldero de crema de sopa de grulla chilladora, pues por mucho que mirasen, Jim McHee y su piloto no podian localizar ni una sola chilladora aquel dia.
McHee, desconcertado, un poco alarmado quiza, no perdio los estribos. Las grullas debian haberse trasladado, razono. Sus terrenos de anidada habian sido amenazados dos veces por incendios forestales desde 1970 y, pese a los intentos del gobierno canadiense por alejar de la zona a los buscadores de paisajes, habia habido un creciente trafico aereo en los ultimos anos sobre la seccion de maternidad de las chilladoras. El enclave de quinientas millas cuadradas en que los ejemplares de aquella bandada solitaria decidieron construir sus nidos de hierba amontonada, depositar sus huevos color hongo y empollar a sus polluelos tamano gorrion, eran un simple sello postal en un inmenso paquete de terreno prohibido. Era parte de una region del continente norteamericano tan aspera y remota como la que mas. Salpicada de lagos cenagosos y poco profundos separados por estrechas zonas de espigados y negros abetos y tortuosos rios demasiado atragantados por madera caida para ser navegables, no habia sido recorrida aquella region ni por blancos ni por indios. De hecho, los dominios de la grulla chilladora estaban tan bien ocultos que los exploradores aereos de los Servicios Canadienses y Norteamericanos de Proteccion de la Naturaleza habian tardado diez anos en encontrarlos. Mientras aquella noche McHee teorizaba ante una botella de licor de malta en Fort Smith, las grullas podian haber transferido su area de anidaje a un sector diferente de los yermos canadienses. Dado que las aves vivian en grupos familiares aislados, separados muchas veces hasta treinta kilometros entre si, no parecia probable que toda la bandada pudiese haber rechazado el terreno tradicional de anidaje como por un acuerdo general, pero McHee sabia que las criaturas salvajes hacian a veces lo improbable. A McHee le gustaban las criaturas salvajes. Una vez habia despertado a su mujer de un codazo a media noche para decirle, con toda propiedad: «Los animales salvajes no roncan.» Eso fue un mes antes de que se separaran. Bueno, en fin, McHee pidio otra botella y decidio no levantar un panico grullesco hasta que el y su piloto hubiesen vuelto a comprobar.
Al dia siguiente, investigaron los dos hombres con mucho mayor detenimiento el habitat habitual de las chilladoras. Tan bajo volaron que fueron practicamente sodomizados por las espanadas. Ni rastro de las aves. Al dia siguiente investigaron la zona sur de los terrenos tradicionales de anidaje, volando sobre los bancos del rio Bufalo y sus cenagosos tributarios, los puntos logicos (?) para un reasentamiento de las chilladoras. Ni siquiera una nivea pluma cosquilleo sus ojos. Aquella noche, Jim McHee radio a Ottawa.
De la capital llego un flaco y nervioso funcionario del Servicio Canadiense de Proteccion de la Naturaleza que fumaba en pipa. Aun no mostraba indicios de nerviosismo, pero pronto repiquetearia como el silenciador del descapotable de una chica huia. El funcionario enrolo en la busqueda otros cuatro helicopteros. Durante una semana, recorrieron los yermos canadienses como la Asociacion Revientabragas Errol Flynn recorrio los dormitorios mixtos de la universidad estatal de Kansas aquella terrible noche de 1961… pero sin el menor exito.
Al fin, el funcionario (oh champan de temblores, oh cascada de huesos) no tuvo mas remedio que notificar a los insoportables norteamericanos. El servicio estadounidense de proteccion a la naturaleza y la Sociedad Audubon reaccionaron inmediatamente. Se aseguro una y otra vez que cincuenta y un chilladoras, en grupos de una a tres familias, habian abandonado el refugio de Aransas durante la tercera semana de abril. El superintendente de Aransas atestiguo que las danzas de apareamiento de las grullas habian sido insolitamente atleticas aquel ano, pero no habia razon alguna para suponer que estuviesen ofreciendo su ultimo baile.
A mitad de camino en su emigracion, solian pasar las chilladoras varios dias de descanso y recreo en las riberas del rio Platte, Nebraska. Alli, aquellas aves de tiesas patas paseaban con nerviosa dignidad, como otros tantos principes felipes paseando ante la residencia de la reina, cazando ranas en las riberas, aranando la arena para buscar moluscos o acechando saltamontes por las extensiones abiertas de hierbas altas. Era procedimiento habitual de los agentes del gobierno, hacer inventario de las grullas durante esta parada del rio Platte, pero a partir de alli la informacion sobre el vuelo migratorio procedia unicamente de notificaciones voluntarias de ciudadanos, hasta que Jim McHee hacia su cuenta anual de anidaje. Aquel ano no fue excepcion, y los guardas que controlaron a las grullas en Nebraska insistian ahora en sus informes en que las grandes aves habian estado presentes todas y que parecian tan saludables como los hijos de los ricos antes de asentarse el tedio. Un nino de una granja y un empleado de telefonos habian informado haber visto volar varias grullas por el suroeste de Dakota del Sur. Despues de esto, nada.
Las grullas habian desaparecido entre Murdo, Dakota del Sur, y la zona de anidaje de Alberta, territorios del Noroeste. Los funcionarios canadienses miraban suspicaces a los norteamericanos. Los funcionarios norteamericanos miraban suspicaces a los canadienses. ?Alguien se habia guardado en la manga la carta mas alta de la Baraja de las Aves?
Un avion norteamericano siguio la ruta migratoria de las grullas chilladoras desde Nebraska a la frontera sasktachewana. Un avion canadiense siguio la ruta migratoria desde la frontera norteamericana a los terrenos de anidaje.