– Hemos programado vuelos diarios por la ruta migratoria -anunciaron los norteamericanos.

– Hemos programado vuelos diarios por la ruta migratoria -anunciaron los canadienses.

Y paso el primer vuelo norteamericano sobre el Rosa de Goma, donde el pequeno Lago Siwash reverberaba como un estanque de lagrimas de vaqueras.

Habia hundido el calendario su morro en los finales de mayo (casi dos semanas despues de aquel vuelo «rutinario» de Jim McHee, tristemente celebre) cuando la noticia de la desaparicion de las grullas llego al publico. Una tersa y fria declaracion de prensa del Departamento del Interior, un anuncio que urgia a los ciudadanos a cooperar informando de cualquier ave blanca que viesen, golpeo los medios de comunicacion como una tonelada de ladrillos de interes humano. Todas las emisoras de television y la mayoria de los periodicos del pais destacaron el asunto. Tan amplia difusion de la noticia hallo al gobierno desprevenido, y tambien la reaccion publica. Las centralitas telefonicas del Departamento del Interior parpadeaban como un espectaculo luminoso, enloquecido y psicodelico de rock y todas las organizaciones ecologicas, desde el Club Sierra a las chicas exploradoras, telegrafiaron ofreciendose a ayudar. Al dia siguiente, el propio Secretario del Interior se vio obligado a convocar una conferencia de prensa (se emitio en los noticiarios de las seis y de las once).

– Ummmm, ejem, bueno -dijo el secretario-. No hay motivo para que nos preocupemos demasiado.

Aunque las grullas constituyen una sola bandada, viajan en pequenas unidades de una a tres familias, explico el Secretario. Y las familias anidan a kilometros de distancia unas de otras. No hay ninguna probabilidad de que ni los hombres ni los elementos hayan podido jugar una mala pasada a toda la bandada. La ruta de migracion de las chilladoras pasa casi toda por regiones aisladas, y los yermos canadienses son inmensos. Tarde o temprano, estas esplendidas aves apareceran. Aunque no aparecieran en todo el verano, no hay duda de que volveran a Tejas en otono.

El Secretario se creia sus declaraciones, como sucede a veces con los individuos de su genero. Sus subordinados del Servicio de Proteccion de la Naturaleza se las creian tambien. Alla en Canada, el flaco oficial de la pipa se estremecia como cubitos de hielo en el combinado pirofago. No estaba tan seguro. En cuanto al biologo de campo Jim McHee, se zampo una botella de licor de malta, firmo otro pago de la pension de divorcio, contemplo los mapas aereos del terreno que exploraria al dia siguiente y murmuro, sin dirigirse a nadie en concreto: «Los animales salvajes no roncan.»

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PESE A SU titulo, el Secretario del Interior era un hombre superficial. Un hombre dado a superficies, no a profundidades. Al cortex, no a la medula. A la corteza, no a la crema. No entendia el interior de nada; ni el interior de un solo de saxo tenor, ni un cuadro ni un poema; ni el interior de un atomo, un planeta, una arana o el cuerpo de su esposa; y aun menos el interior de su propio corazon y de su propia cabeza.

El Secretario del Interior sabia, claro, que habia un cerebro en su cabeza, y que el cerebro humano era la mas sublime creacion de la naturaleza. Al Secretario del Interior nunca se le habia ocurrido preguntar por que si el cerebro, con sus redes y cordones y hendiduras y cordilleras y fisuras, con sus glandulas y nodulos y nervios y lobulos y fluidos, con su capacidad para percibir y analizar y refinar y preparar y almacenar, con su talento para orquestar emociones, desde el extasis que hace rodar los ojos al miedo sueltatripas, su apetito de absorcion y su generosidad de expulsion; nunca se le ocurrio al Secretario preguntarse, en fin, por que el cerebro, si es tan abrumadoramente magnifico y sublime como pretende ser, por que el cerebro, digo, perderia el tiempo alli metido dentro de una cabeza como la suya.

Quizas a algunos cerebros les guste simplemente la vida facil. El Secretario del Interior no pedia muchas cosas a su cerebro. Basicamente queria que le informase si esta accion o aquella serian politicamente practicas. Por ejemplo, el Secretario acudio a su cerebro, alli donde este se mecia perezoso en su hamaca cerebral, sorbiendo oxigeno y sangre, tarareando con aire ausente alguna tonteria electroquimica seleccionada de dos billones de anos de continua charla biologica; un cerebro que no tenia cicatrices de amor de neon, que no mostraba indicio alguno de que le hubiese deslumbrado o abrumado el arte, que no habia pasado evidentemente noches en vela preguntandose que habia querido indicar en realidad Jesus al decir: «Si una semilla penetra en la tierra y muere, crecera»; un cerebro que habria parecido predominantemente placido de no ser el filoso cuchillo, el rifle automatico, el bazoka, el machete, el napalm, las mazas, flechas y granadas amontonados alli, bajo su almohada, alli donde pudiese cogerlos instantaneamente para cortar, desgarrar, degollar, quemar y calcinar ante el primer chillido ratonesco que pudiese amenazarle; el Secretario acudio a su cerebro, lo avivo y le pregunto como podria resultar beneficioso para el aquel asunto de las grullas chilladoras.

La reaccion inmediata de su cerebro (bostezo) fue que el problema debia pasar arriba, para que lo resolviese otro cerebro. Lo cual, sin embargo, no era factible esta vez. La unica persona que quedaba por encima era el Presidente, y el cerebro del Presidente, acorralado al fin tras una vida de enganar, defraudar, mentir, tergiversar y vampirizar avidamente yugulares publicas y privadas, estaba enrollado como un armadillo enfermo por el momento, y no habia manera de reclutarlo. De haber acudido al Presidente, solo habria conseguido que el Presidente le chillase: «?Puedes meterte esos jodidos avechuchos en el culo! ?Que estas haciendo para protegerme?» o algo parecido; y al Secretario no le gustaba que el Presidente le chillara. Si hubiese hablado uno de Ios asesores intimos del Presidente, le habria dicho, con un aseptico acento aleman, que la cuestion deberia pasarse a la CIA, y aunque el Secretario no se oponia del todo al metodo de los altos asesores de poner los asuntos enojosos en manos de la policia secreta, no estaba seguro de que fuese adecuado permitir que se usurpase asi su propia autoridad.

No, lo siento, cerebro, viejo y gordo camarada, tu y el Secretario debeis resolver solos el problema.

En condiciones normales, el Secretario se habria puesto la camisa de lana que le habia regalado su mujer en el vigesimo segundo aniversario de su boda (?o fue el vigesimo tercero? Su cerebro no podia recordarlo con exactitud), habria pedido un reactor y habria acudido personalmente a dirigir una caceria masiva de grullas. Habria sido buena politica. ?Ja ja! Entonces, cuando aquellos chiflados ecologistas protestaran porque su rama del gobierno permitia a la industria explotar la tierra del modo que Dios habia previsto que se explotase, podria decir: «Confiad en mi, amigos; he demostrado ser un ardiente ecologista. ?Soy el hombre que rescato nuestras grullas chilladoras!»

Ay, pero las circunstancias no eran normales. Las grandes empresas petroleras se disponian a asestar un audaz golpe economico, una brillante operacion mercantil, en conjunto, pero una operacion que habia creado inevitablemente una escasez simulada de productos petroliferos, y los ciudadanos, sin entender que era lo mejor para ellos, se lamentaban de lo que se habia etiquetado como «crisis energetica». El trabajador medio estaba muchisimo mas preocupado por la crisis energetica que por una bandada de aves perdidas, razonaba el Secretario con razon; el Secretario no estaba convencido de que el trabajador medio diese una mohosa pluma del rabo por aquellas aves perdidas. Si el Secretario autorizase una exploracion aerea a gran escala para buscar a las grullas, sin duda se produciria una reaccion adversa debido a la cantidad de combustible que exigiria una expedicion de tal envergadura. En realidad no podia justificar un gasto tal de valioso petroleo.

Asi que haria lo siguiente: pondria un solo aeroplano ligero a recorrer la amplia y caprichosa ruta migratoria. Un avion diariamente en el aire. Si los trabajadores se quejaban, podria decirles: «Hemos puesto un aparatito pequeno, muy economico a buscar esos pajaros, muchachos; eso es todo.» Si los ecologistas protestaban, podia decir: «He puesto un avion de reconocimiento ultimo modelo con radar y con el equipo mas moderno a explorar incansablemente todo el territorio, centimetro a centimetro, para localizar a esas maravillosas aves, y no descansare hasta que vuelvan sanas y salvas a donde deben estar.» Ummm. Si. Realmente si. Todos los frentes cubiertos. Buen trabajo, cerebro fiel. Te has ganado una siesta.

Satisfechos los imperativos politicos, el Secretario se tranquilizo diciendose que las ciguenas o grullas o lo que fuesen aparecerian en un futuro proximo. Habia cientos de kilometros cuadrados de marismas en Saskatchewan aun sin recorrer, demonios. Las aves probablemente estuviesen alli, o anidadas en algun musgoso pantano de las tierras canucas. Aparecerian al final, sanas y salvas. Si los medios de comunicacion se olvidasen del asunto, la mayoria del publico lo olvidaria mas deprisa de lo que tarda en disolverse una lata de Bufferin en el recortado vientre de una muneca de television.

En realidad, los medios podrian haberse olvidado del asunto. Y las masas podrian haberse olvidado de las aves desaparecidas. Si no hubiera

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