ninguna de las dos tenia a nadie que le ofreciera una alternativa mejor. Cada junio esperaban con interes el campeonato de tenis de Wimbledon y de vez en cuando disfrutaban asistiendo durante el fin de semana a un concierto o al teatro, o visitando una exposicion de pintura. Se decian para sus adentros, pero nunca en voz alta, que eran afortunadas.

Weaver’s Cottage se alzaba en el limite septentrional del pueblo. En un principio eran dos cottages de consideracion, pero hacia los anos cincuenta una familia con ideas muy claras acerca de lo que constituia el encanto domestico rural los habia convertido en una sola residencia. La cubierta de tejas habia sido sustituida por una barda de cana desde la que miraban tres ventanas de gablete como otros tantos ojos saltones; las sencillas ventanas estaban ahora provistas de parteluces y se habia anadido un porche, en verano cubierto de rosas trepadoras y clematides. La senora Willoughby estaba enamorada del cottage, de modo que, si bien las ventanas con parteluces hacian que la sala de estar resultara decididamente mas oscura de lo que a ella le hubiera gustado y algunas vigas de roble eran menos autenticas que otras, nunca reconocia abiertamente tales defectos. El cottage, con su barda inmaculada y su jardin, habia aparecido en demasiados calendarios, habia sido fotografiado por los visitantes con demasiada frecuencia para que ella se preocupara por pequenos detalles de integridad arquitectonica. La parte principal del jardin quedaba al frente, y alli la senora Willoughby se pasaba casi todas las horas libres, cuidando, plantando y regando el que tenia fama de ser el jardin delantero mas impresionante de West Marling, disenado tanto para el placer de los transeuntes como para el de las ocupantes del cottage.

«Pretendo que resulte atractivo a lo largo de todo el ano», les explicaba a quienes se detenian a admirarlo, y eso ciertamente era lo que conseguia. Era una verdadera jardinera, y muy imaginativa. Las plantas prosperaban bajo sus cuidados, y tenia buen ojo para la distribucion del color y la masa. El cottage quiza no fuera del todo autentico, pero el jardin era inconfundiblemente ingles. Habia un retazo de cesped con una morera, que en primavera estaba rodeado de azafranes, amarilis y, mas tarde, de las vistosas trompetas de los narcisos. En verano, los tupidos arriates que conducian al porche eran una intoxicacion de color y aroma, en tanto que el seto de haya, recortado a poca altura para que no ocultara a la vista los esplendores del otro lado, era simbolo viviente del paso de las estaciones, desde los primeros brotes apretados e inseguros hasta los ocres y rojos vibrantes de su gloria otonal.

Siempre regresaba de las reuniones del consejo parroquial vigorizada y con los ojos brillantes. Para algunas personas, reflexionaba Blackie, aquellas escaramuzas quincenales con el vicario a cuenta de su predileccion por la nueva liturgia frente a la antigua y otros delitos de pequena importancia, habrian resultado desalentadoras; Joan, en cambio, parecia medrar con ellas. Se acomodo ante la mesa, los rollizos muslos separados hasta tensar la falda de tweed y los pies firmemente apoyados, y lleno las dos copas de amontillado. Una galleta salada crujio entre los fuertes y blancos dientes, y el delicado pie de la copa de cristal tallado, parte de un juego, parecio a punto de quebrarse entre sus dedos.

– Ahora la consigna es lenguaje igualitario. ?Por favor! Quiere que cantemos «A traves de la noche de duda y pesar» en el servicio vespertino del domingo que viene, pero con la letra cambiada; ahora tiene que ser «la persona coge de la mano a la persona y marchan sin temor a traves de la noche». Enseguida le he parado los pies, con la ayuda de la senora Higginson, gracias a Dios. Puedo perdonarle muchas cosas al vicario, incluso que le permita a ese gato ronoso que tiene sentarse en la ventana con los copos de avena, con tal que se comporte debidamente en las reuniones del consejo parroquial, lo cual, para hacerle justicia, suele ocurrir casi siempre. La senorita Matlock ha sugerido «la hermana coge de la mano a la hermana».

– ?Y que tiene eso de malo?

– Nada, excepto que no es lo que el autor escribio. ?Has pasado un buen dia?

– No. No ha sido un buen dia.

Pero la senora Willoughby seguia pensando en la reunion del consejo parroquial.

– No es que me guste particularmente ese himno. Nunca me ha gustado. No comprendo por que la senorita Matlock esta tan entusiasmada con el. Nostalgia, supongo. Recuerdos de la infancia. No hay mucho pesar y duda en la congregacion de St. Margaret. Demasiado bien comidos. Demasiado acomodados. Aunque te aseguro que los habra si el vicario intenta suprimir la Sagrada Comunion de los domingos a las ocho segun el libro de 1662. Habra mucha duda y pesar en la parroquia, si lo intenta.

– ?Lo ha sugerido?

– No abiertamente, pero esta controlando la asistencia. Tu y yo debemos seguir yendo, y ya intentare convencer a alguien mas del pueblo. Todas estas novedades vienen de Susan, claro. Ese hombre seria absolutamente razonable si no lo azuzara su esposa. Ahora ella ha empezado a hablar de prepararse para el diaconado. Luego querra que la ordenen sacerdote. Les iria mejor a los dos en una parroquia de gran ciudad. Podrian llevar los banjos y las guitarras y me atreveria a decir que a la gente le gustaria. ?Como te ha ido el viaje?

– No ha estado mal. Mejor a la vuelta que esta manana a la ida. Llegamos a Charing Cross con diez minutos de retraso; ha sido un mal comienzo para un mal dia. Hoy eran los funerales de Sonia Clements. El senor Gerard no ha asistido. Tenia demasiado trabajo, segun el. Supongo que la difunta no era bastante importante. Naturalmente, eso quiere decir que yo tambien he tenido que quedarme.

Joan comento:

– Bueno, tampoco es muy de lamentar. Las incineraciones siempre resultan deprimentes. Se puede obtener cierta satisfaccion de un entierro bien llevado, pero no de una incineracion. Por cierto, eso me recuerda que el vicario se proponia utilizar la nueva liturgia para los funerales del viejo Merryweather, el martes que viene. Tuve que pararle los pies. El senor Merryweather tenia ochenta y nueve anos y ya sabes como detestaba los cambios. Sin el libro de 1662, tendria la impresion de no haber recibido un entierro cristiano.

Cuando Blackie regreso a casa el martes anterior con la noticia del suicidio de Sonia Clements, Joan reacciono con notable compostura. Blackie se dijo que no debia sorprenderse. Su prima la desconcertaba a menudo con una respuesta inesperada a las noticias y acontecimientos. Los pequenos trastornos domesticos le provocaban indignacion, mientras que reaccionaba con serenidad estoica ante tragedias de considerable magnitud. Aunque, despues de todo, no se podia esperar que esta tragedia la conmoviera. No conocia a Sonia Clements; ni siquiera la habia visto nunca.

Al darle la noticia, Blackie comento:

– No es que haya estado chismorreando con el personal, por supuesto, pero creo que la impresion general que reina en la oficina es que se mato porque el senor Gerard la habia echado a la calle. Y no creo que lo hiciera con mucho tacto, ademas. Parece ser que dejo una nota, pero no decia nada del despido. El personal, sin embargo, es de la opinion que de no haber sido por el senor Gerard aun seguiria con nosotros.

La respuesta de Joan fue energica.

– Eso es ridiculo. Las mujeres adultas no se matan porque las hayan despedido. Si perder el empleo fuera motivo para suicidarse, tendriamos que excavar fosas comunes al por mayor. Fue una falta de consideracion por su parte, un acto muy irreflexivo. Si tenia que matarse, deberia haberlo hecho en otro lugar. Despues de todo, hubieras podido ser tu la que encontrara su cuerpo en el cuartito de los archivos. Y eso no habria resultado nada agradable.

– No fue muy agradable para Mandy Price, la nueva interina, aunque debo decir que se lo tomo con mucha calma. A algunas jovenes les habria dado un ataque de histeria -observo Blackie.

– Es absurdo ponerse histerica por un cadaver. Los cadaveres no pueden hacer dano a nadie. Tendra mucha suerte si no ve nada peor en la vida.

Blackie tomo un sorbo de jerez y contemplo a su prima con los parpados entornados, como si fuera la primera vez que la veia de un modo desapasionado. El cuerpo solido y casi sin cintura, las piernas firmes con un comienzo de venas varicosas sobre unos tobillos sorprendentemente bien formados, la cabellera abundante, antes de un castano intenso, todavia tupida y solo levemente gris, recogida en un grueso mono (un peinado que no habia cambiado desde el dia en que Blackie la vio por primera vez), el rostro jovial y endurecido por la intemperie. Un rostro razonable, podria decirse. Un rostro razonable para una mujer razonable, una de las excelentes mujeres de Barbara Pym, pero sin un apice de la delicadeza y la discrecion de una heroina de Barbara Pym; una mujer que ejercia una dedicacion implacable a los problemas del pueblo, desde las defunciones hasta los rebeldes ninos cantores, con una vida tan reglada en sus placeres y deberes como el ano liturgico que le daba forma y proposito. Y tambien la vida de Blackie habia tenido otrora forma y proposito. Ahora, a Blackie le parecia que no controlaba nada -ni su vida ni su empleo ni sus emociones- y que Henry Peverell, al morir, se habia llevado consigo una parte

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