odio y la humillacion acumulados. Dauntsey no sabia si seria capaz de manejar la situacion, pero sabia que debia intentarlo. Aquel caudal de dolor exigia algo mas que el blando pabulo del consuelo: «El no es digno de ti, olvidalo, el dolor pasara con el tiempo.» Pero esto ultimo era verdad: el dolor pasaba con el tiempo, tanto si era el dolor de la traicion como el dolor del luto. ?Quien podia saberlo mejor que el? Penso: «Lo tragico de la perdida no es que nos aflijamos, sino que dejamos de afligirnos y, entonces, quiza los muertos mueran por fin.»
Hablo con voz suave.
– Las cosas que tu quieres, hijos, matrimonio, hogar, sexo, son deseos razonables, incluso hay quien diria que deseos muy correctos. Los hijos son nuestra unica esperanza de inmortalidad. No es algo que deba avergonzarnos. Es una desdicha, no una verguenza, que los deseos de Etienne y los tuyos no coincidan. -Hizo una pausa y anadio, preguntandose si seria prudente, si ella no encontraria sus palabras de una cruda insensibilidad-: James esta enamorado de ti.
– Supongo que si. Pobre James. Nunca me lo ha dicho, pero no le hace falta decirlo, ?no crees? ?Sabes una cosa? Creo que, de no haber sido por Gerard, hubiera podido amar a James. Y el caso es que Gerard ni siquiera me gusta. No me ha gustado nunca, ni cuando mas lo deseaba. Eso es lo terrible del sexo, que puede existir sin amor, sin afecto, incluso sin respeto. Oh, yo trataba de enganarme. Cuando se mostraba insensible, egoista o grosero le buscaba excusas. Me recordaba que era un hombre brillante, apuesto, divertido, un amante maravilloso. Todo eso era. Todo eso es. Me decia a mi misma que no era razonable aplicarle a Gerard los criterios mezquinos que aplicaba a los demas. Y lo amaba. Cuando se ama, no se juzga. Y ahora lo odio. No sabia que pudiera odiar, odiar de veras, a otra persona. Es distinto a odiar una cosa, una doctrina politica, una filosofia, una lacra social. Es tan concentrado, tan fisico, que me hace enfermar. El odio es lo ultimo en que pienso por la noche, y todas las mananas despierto con el. Pero esta mal, es pecado. Tiene que estar mal. Tengo la sensacion de estar viviendo en pecado mortal y de que no puedo recibir la absolucion porque soy incapaz de dejar de odiar.
Dauntsey respondio:
– No pienses en esos terminos de pecado y absolucion. El odio es peligroso. Pervierte la justicia.
– ?Ah, la justicia! Nunca he esperado mucho, en cuestion de justicia. Y el odio me ha vuelto aburrida. Me aburro a mi misma. Se que te aburro, querido Gabriel, pero eres la unica persona con la que puedo hablar y, a veces, como esta noche, tengo la sensacion de que si no hablo me volvere loca. Y eres tan sabio… En todo caso, esa es la reputacion que tienes.
El protesto con sequedad.
– Es muy facil labrarse una reputacion de sabiduria. Solo hace falta vivir mucho, hablar poco y hacer menos.
– Pero cuando hablas conviene escucharte. Gabriel, dime que he de hacer.
– ?Para librarte de el?
– Para librarme de este dolor.
– Estan los medios habituales: alcohol, drogas, suicidio. Los dos primeros conducen al tercero; se trata solo de una ruta mas lenta, mas cara y mas humillante. No te lo aconsejo. Tambien podrias asesinarlo, pero tampoco te lo aconsejo. Hazlo en tu imaginacion tan ingeniosamente como quieras, pero no en la realidad. Amenos que quieras pudrirte diez anos en la carcel.
– ?Tu podrias soportarlo? -le pregunto ella.
– No durante diez anos. Quiza podria aguantar tres, pero no mas. Para afrontar el dolor hay medios mejores que la muerte, ya sea la de el o la tuya. Recuerdate que el dolor es parte de la vida, que sentir dolor es estar vivo. Te envidio. Si yo pudiera experimentar tal dolor, quizas aun seria un poeta. Valorate. El hecho de que un hombre egoista, soberbio e insensible se haya negado a quererte no impide que seas un ser humano. ?De veras necesitas valorarte segun los criterios de un hombre, y no digamos de Gerard Etienne? Piensa que el unico poder que tiene sobre ti es el que tu le das. Quitale ese poder y eliminaras el dolor. Recuerda, Frances, no tienes por que seguir en la empresa. Y no me digas que siempre ha habido un Peverell en la Peverell Press.
– Lo ha habido siempre desde 1792, antes incluso de que nos mudaramos a Innocent House. Papa no habria querido que yo fuese la ultima.
– Alguien tiene que serlo, alguien lo sera. Tenias cierto deber con tu padre cuando vivia, pero ceso a su muerte. No podemos ser vasallos de los muertos.
Nada mas salir de su boca estas palabras se arrepintio de haberlas pronunciado, medio temiendo que ella replicara: «?Y tu? ?Acaso no eres tu vasallo de los muertos, de tu esposa, de tus hijos perdidos?» Se apresuro a anadir:
– ?Que te gustaria hacer si tuvieras libertad de eleccion?
– Trabajar con ninos, creo. Quizas ejercer como maestra de primaria. Tengo un titulo. Supongo que solo necesitaria un ano mas de preparacion. Y creo que me gustaria trabajar en el campo o en una pequena ciudad.
– Pues hazlo. Tienes libertad de eleccion. Pero no se te ocurra buscar la felicidad: encuentra el trabajo adecuado, el lugar adecuado, la vida adecuada; la felicidad vendra si tienes suerte. La mayoria recibimos la parte que nos corresponde. Y algunos mas de la que nos corresponde, aunque se concentre en un reducido espacio de tiempo.
– Me extrana que no cites a Blake -dijo ella-, aquel poema acerca de que «el gozo y el dolor se entretejen con finura, un vestido para el alma divina». ?Como era?
Aunque tu no crees en el alma divina, ?verdad?
– No, ese seria el autoengano supremo.
– Pero pasas con seguridad por el mundo. Y entiendes que es el odio. Creo que siempre he sabido que odias a Gerard.
El protesto.
– No, Frances, te equivocas. No lo odio. No siento nada por el, nada en absoluto. Y eso hace que sea mucho mas peligroso para el de lo que tu puedas serlo jamas. ?No seria mejor que empezaramos esa partida?
Dauntsey saco el pesado tablero del aparador de la esquina y ella coloco la mesa entre los sillones y fue por las piezas. Mientras le mostraba los punos cerrados para que eligiera blancas o negras, comento:
– Creo que deberias darme un peon de ventaja, el tributo de la juventud a la vejez.
– Tonterias; la ultima vez me ganaste. Jugaremos sin ventaja para nadie.
Ella misma se sorprendio. En otro tiempo habria accedido a su peticion. Era un pequeno acto de afirmacion personal, y vio que el sonreia mientras empezaba a disponer las piezas con sus dedos rigidos.
6
La senorita Blackett regresaba cada noche a su hogar de Weaver’s Cottage, en West Marling, en el condado de Kent, donde desde hacia diecinueve anos vivia con una prima viuda mayor que ella, Joan Willoughby. Su relacion era afectuosa, pero nunca habia sido emocionalmente intensa. La senora Willoughby se habia casado con un clerigo retirado y, cuando este murio a los tres anos de matrimonio -el tiempo maximo, sospechaba en secreto la senorita Blackett, que cualquiera de los dos habria podido soportar-, parecio natural que la viuda invitara a su prima a abandonar su insatisfactorio piso de alquiler en Bayswater y a mudarse a la casa de campo. Desde el principio de aquellos diecinueve anos de vida en comun se habia ido estableciendo una rutina, espontanea mas que organizada, que las satisfacia a las dos. Era Joan la que llevaba la casa y se encargaba del jardin, y Blackie la que, los domingos, preparaba la comida principal del dia para consumirla puntualmente a la una, responsabilidad que la eximia del servicio matutino, pero no asi del vespertino. Dado que Blackie era la primera en levantarse, le llevaba el te del desayuno a su prima y preparaba el Ovaltine o el cacao que tomaban cada noche a las diez y media. Iban de vacaciones juntas en las dos ultimas semanas de julio, por lo general al extranjero, ya que