patente que en otro tiempo la habitacion habia sido una cocina, pues aun seguia instalado contra una pared el fogon de hierro original, sus hornos y barrotes ahora brunidos hasta parecer de ebano. De la viga ennegrecida que habia sobre el pendian utensilios de hierro y una hilera de peroles de cobre, abollados pero refulgentes. Un aparador de roble, que ocupaba toda la longitud de la pared opuesta, servia de receptaculo para la exhibicion de aquellos regalos y legados de los miembros que se juzgaban impropios o indignos de la vitrina de la biblioteca.

Dalgliesh recordo que en el club regia una ley no escrita, segun la cual ninguna ofrenda de un miembro, por inadecuada o extravagante que fuese, debia ser rechazada, y el aparador, al igual que toda la habitacion, prestaba testimonio de los peculiares gustos y aficiones de los donantes. Delicadas bandejas de Meissen estaban colocadas, de forma harto incongruente, junto a recuerdos Victorianos decorados con cintas y vistas de Brighton y Southend-on-Sea. Una jarra que parecia un trofeo de feria se hallaba entre una porcelana victoriana de Staffordshire -sin duda alguna original- que representaba a Wesley predicando desde el pulpito y un magnifico busto del duque de Wellington en marmol de Paros. Un surtido de jarras conmemorativas de la coronacion y tazas antiguas de Staffordshire pendia en precario desorden de los ganchos. Al lado de la puerta habia una pintura sobre cristal que representaba el entierro de la princesa Carlota; sobre ella, una cabeza de alce disecada, con un viejo panama encasquetado en el cuerno izquierdo, contemplaba con ojos vidriosos y lugubre desaprobacion una lamina grande y truculenta que reproducia la carga de la Brigada Ligera.

La cocina actual no quedaba muy lejos; Dalgliesh alcanzaba a oir agradables tintineos y, de vez en cuando, el golpe sordo del montacargas de la comida al bajar desde el comedor del primer piso. Solo estaba puesta una de las cuatro mesas, con un mantel inmaculado, y Dalgliesh y Ackroyd tomaron asiento junto a la ventana.

El menu y la carta de vinos estaban colocados a la derecha del lugar que habia ocupado Ackroyd. Mientras los cogia, este comento:

– Los Plant se han retirado, pero ahora tenemos a los Jackson y no se si la cocina de la senora Jackson es mejor aun. Fue una suerte que los encontraramos. Ella y su marido llevaban una residencia para ancianos, pero se cansaron del campo y quisieron volver a Londres. No necesitan trabajar, pero creo que este empleo les gusta. Mantienen la politica de ofrecer un menu unico cada dia tanto para el almuerzo como para la cena. Muy sensato. Hoy, ensalada de alubias blancas con atun, seguida de costillar de cordero con verduras frescas y ensalada verde. Luego hay la tarta de limon y queso. Las verduras seran frescas, seguro. Todavia las recibimos de la granja del joven Plant, y tambien los huevos. ?Quieres ver la carta de vinos? ?Tienes alguna preferencia?

– Lo dejo en tus manos.

Ackroyd reflexiono en voz alta mientras Dalgliesh, a quien le encantaba el vino pero le disgustaba hablar de el, recorria con una apreciativa mirada aquel desbarajuste de habitacion que, a pesar de su ambiente de caos excentrico pero organizado -o quizas a causa de el-, producia una sensacion de sorprendente sosiego. Los discordantes objetos, colocados sin animo de producir determinado efecto, habian alcanzado con el paso del tiempo cierta justeza de lugar. Tras una prolija disertacion sobre los meritos de la carta de vinos, en la que quedaba claro que Ackroyd no esperaba ninguna contribucion de su invitado, aquel se decidio por un chardonnay. La senora Jackson, aparecida como en respuesta a una senal secreta, trajo consigo un olor a panecillos calientes y un aire de afanosa confianza.

– Es un placer conocerlo, comandante. Hoy tiene todo el reservado para usted, senor Ackroyd. El senor Jackson se ocupara del vino.

Una vez servido el primer plato, Dalgliesh pregunto:

– ?Por que la senora Jackson va vestida de enfermera?

– Porque lo es, supongo. Antes era enfermera jefe. Tambien es comadrona, segun creo, pero eso aqui no nos hace falta.

«Naturalmente», penso Dalgliesh, puesto que el club no admitia a mujeres.

– Y esa cofia escarolada con cintas, ?no es un poco excesiva?

– Ah, ?tu crees? Supongo que ya nos hemos acostumbrado a verla. Dudo que ahora los miembros se sintieran comodos si la senora Jackson dejara de llevarla.

Ackroyd abordo el objeto de la reunion sin perdida de tiempo. En cuanto se hallaron a solas, le conto:

– La semana pasada estuve hablando con lord Stilgoe en Brooks. Es tio de mi esposa, entre parentesis. ?Lo conoces?

– No. Creia que habia muerto.

– No se de donde has sacado esa idea. -Ataco la ensalada de alubias con aire irritado y Dalgliesh recordo que le molestaba cualquier insinuacion de que alguien que el conocia personalmente pudiese llegar a morir, y mucho menos sin que el se hubiera enterado-. Ni siquiera es tan viejo como parece; todavia no ha cumplido los ochenta anos. Y se mantiene notablemente activo para su edad. De hecho, esta preparando sus memorias. Las publicara la Peverell Press en la proxima primavera. Por eso queria hablar conmigo. Ha ocurrido algo mas bien inquietante. Al menos su esposa lo encuentra inquietante. Ella cree que lo han amenazado de muerte.

– ?Y es cierto?

– Bien, ha recibido esto.

Le llevo algun tiempo sacar de la cartera un pequeno rectangulo de papel y entregarselo a Dalgliesh. El mensaje estaba pulcramente escrito con un ordenador y no iba firmado.

«?De veras le parece prudente publicar en la Peverell Press? Acuerdese de Marcus Seabright, Joan Petrie y ahora Sonia Clements. Dos autores y su propia editora muertos en menos de doce meses. ?Quiere usted ser el cuarto?»

– Mas malintencionado que amenazador, diria yo -comento Dalgliesh-, y la mala intencion se dirige mas contra la editorial que contra Stilgoe. No cabe duda de que la muerte de Sonia Clements fue un suicidio. Dejo una nota para el juez y le escribio una carta a su hermana anunciandole que iba a matarse. De las otras dos muertes no recuerdo nada.

– Oh, estan bastante claras, creo yo. Seabright tenia mas de ochenta anos y el corazon delicado. Murio a consecuencia de una crisis de gastroenteritis que le provoco un ataque al corazon. De todos modos, no fue una gran perdida para la Peverell Press. Hacia diez anos que no escribia una novela. Joan Petrie se mato con el coche cuando iba a su casa de campo. Muerte accidental. Petrie tenia dos pasiones: el whisky y los automoviles rapidos. Lo unico sorprendente es que se matara ella antes de matar a alguien mas. Evidentemente, el autor del anonimo anadio estas dos muertes para dar peso al mensaje. Pero Dorothy Stilgoe es supersticiosa. Tal como ella lo ve, ?que necesidad hay de publicar en la Peverell Press, habiendo otros editores?

– ?Quien esta al frente de la empresa en estos momentos?

– Ahora, Gerard Etienne. Y muy al frente. El anterior presidente y director gerente, el viejo Henry Peverell, murio a principios de enero y dejo todas sus acciones a su hija Frances y a Gerard, en partes iguales. Su socio original, Jean-Philippe Etienne, se habia retirado hacia cosa de un ano, y ya iba siendo hora de que lo hiciera. Sus acciones tambien pasaron a Gerard. Los dos ancianos dirigian la editorial como si fuera una aficion. El viejo Peverell siempre habia sostenido la opinion de que los caballeros heredan el dinero, no lo ganan. Jean-Philippe Etienne no participaba de forma activa en la empresa desde hacia anos. Tuvo su momento de gloria durante la ultima guerra, ya que se convirtio en un heroe de la Resistencia en la Francia de Vichy, pero no creo que hiciera nada memorable desde entonces. Gerard esperaba entre bastidores, como el principe heredero. Ahora se encuentra en el centro del escenario y es probable que pronto veamos accion, si es que no se desencadena un melodrama.

– ?Y Gabriel Dauntsey? ?Aun dirige la coleccion de poesia?

– Me sorprende que hayas de preguntarmelo, Adam. No debes permitir que tu pasion por capturar asesinos te haga perder el contacto con la vida real. Si, todavia la dirige, aunque no ha escrito ningun poema desde hace mas de veinte anos. Dauntsey es un poeta de antologias. Sus mejores obras son tan buenas que no dejan de aparecer en un sitio u otro, pero imagino que la mayoria de los lectores debe de creerle muerto. Piloto un bombardero en la ultima guerra, asi que debe de tener mas de setenta anos. Ya es hora de que se retire. Hoy en dia, lo unico que hace es dirigir la coleccion de poesia de la Peverell Press. Los tres socios restantes son Claudia Etienne, la hermana de Gerard, James de Witt, que ha estado en la casa desde que salio de Oxford, y Frances Peverell, la ultima de los Peverell. Pero es Gerard quien dirige la empresa.

– ?Sabes cuales son sus proyectos?

– Se rumorea que quiere vender Innocent House y trasladarse a Docklands. A Frances Peverell no le gustara nada. Los Peverell siempre han tenido cierta obsesion por Innocent House. Ahora pertenece a la empresa, no a la

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