– Creo que no. No volvio la cabeza.

– ?Y no habia nadie mas por alli?

– A aquellas horas ya no. Yo era la ultima.

– Pues no se lo digas a nadie. No tiene importancia. No es un dato util.

– Sin embargo, me dio la sensacion de que actuaba de un modo extrano. Tenia un aire, no se, furtivo. Casi se escabullia.

– Eso te lo parece ahora. ?No le echaste una ojeada al edificio antes de cerrar?

– Mire en su despacho. La luz estaba apagada. No habia nada suyo, ni el abrigo ni el bolso. Supongo que debio de guardarlos en el armario. Naturalmente, pense que ya se habia marchado a casa.

– Puedes declarar eso en el interrogatorio, pero nada mas. No digas que la viste antes. Solo serviria para que te preguntaran por que no subiste a mirar tambien arriba.

– ?Por que habia de subir?

– Exactamente.

– Pero, Gerard, si me preguntan cuando la vi por ultima vez…

– Entonces, miente. Pero, por el amor de Dios, Claudia, miente de un modo convincente y no incurras en ninguna contradiccion. -Se acerco al escritorio y descolgo el auricular-. Vale mas que llame al 999. Es curioso; que yo recuerde, es la primera vez que la policia viene a Innocent House.

Ella aparto la vista de la ventana y lo miro de hito en hito.

– Esperemos que sea la ultima.

3

En el despacho exterior, Mandy y la senorita Blackett estaban sentadas cada una ante su ordenador, tecleando y con los ojos fijos en la pantalla. Ninguna de las dos hablaba. Al principio los dedos de Mandy se habian negado a trabajar y temblaban inciertos sobre las teclas, como si las letras estuvieran inexplicablemente traspuestas y el teclado entero se hubiera convertido en una marana de signos sin sentido. Pero apreto con fuerza las manos sobre el regazo por espacio de medio minuto y, haciendo un esfuerzo, consiguio dominar el temblor. Cuando empezo a escribir, se impuso su habitual pericia y todo fue bien. De vez en cuando dirigia tina fugaz mirada de soslayo a la senorita Blackett. Era evidente que la mujer estaba profundamente afectada. Su cara, grande, con mejillas de marsupial y una boca pequena que expresaba cierta obstinacion, estaba tan blanca que Mandy temia que la mujer cayese desmayada sobre el teclado en cualquier momento.

Hacia mas de media hora que la senorita Etienne y su hermano se habian marchado. A los diez minutos de cerrar la puerta, la senorita Etienne habia asomado la cabeza para anunciarles:

– Le he pedido a la senora Demery que traiga te. Ha sido una conmocion para las dos.

El te llego a los pocos minutos, servido por una pelirroja con un delantal de flores que deposito la bandeja sobre un archivador mientras comentaba:

– Se supone que no debo hablar, asi que no hablare. Pero no pasara nada si les digo que la policia acaba de llegar. Eso si que es trabajar rapido. Seguro que ahora querran te.

Y desaparecio de inmediato, como movida por el convencimiento de que era mas emocionante lo que ocurria fuera de la habitacion que dentro de ella.

El despacho de la senorita Blackett era una habitacion desproporcionada, demasiado estrecha para su altura, y esta discordancia quedaba subrayada por una esplendida chimenea de marmol con un friso de dibujo convencional y una pesada repisa sostenida por las cabezas de dos esfinges. El tabique, de madera hasta un metro del suelo y con paneles de vidrio por encima, cortaba por la mitad una de las estrechas ventanas en arco y bisecaba tambien un adorno del cielo raso en forma de losange. Mandy penso que, si realmente era necesario dividir la sala grande, habrian podido hacerlo con mas respeto hacia la arquitectura, por no hablar de la comodidad de la senorita Blackett. Tal como estaba, daba la impresion de que se le escatimaba incluso el espacio suficiente para trabajar.

Otra curiosidad, aunque de un orden distinto, era la larga serpiente de terciopelo a rayas verdes, enroscada entre las asas de los dos cajones superiores de los archivadores de acero. Un minusculo sombrero de copa coronaba los brillantes botones que tenia por ojos, y una lengua bifida de franela roja colgaba de la blanda boca abierta, forrada de lo que parecia ser seda rosa. Mandy habia visto ya otras serpientes similares; su abuela tenia una. Servian para ponerlas al pie de la puerta a fin de evitar corrientes de aire o para enrollarlas en torno al pomo y asi mantener la puerta entornada. Pero se trataba de un objeto ridiculo, una especie de juguete infantil; desde luego, no era algo que hubiera esperado ver en Innocent House. Le habria gustado interrogar a la senorita Blackett al respecto, pero la senorita Etienne les habia dicho que no hablaran y estaba claro que la senorita Blackett interpretaba que esta prohibicion era aplicable a toda conversacion que no fuese de trabajo.

Transcurrieron los minutos en silencio. Cuando Mandy estaba a punto de llegar al final de la cinta, la senorita Blackett alzo la mirada.

– Ya puede dejar eso. Voy a dictarle algo. La senorita Etienne me ha pedido que le haga una prueba de taquigrafia.

Saco un catalogo de la empresa del cajon de su escritorio, le entrego un cuaderno de notas a Mandy, acerco la silla y empezo a leer en voz baja sin mover apenas los labios casi exangues. Los dedos de Mandy trazaron automaticamente los familiares jeroglificos, pero su mente retuvo algunos datos sobre la lista de obras de no ficcion de proxima aparicion. De vez en cuando a la senorita Blackett le fallaba la voz, por lo que Mandy se dio cuenta de que tambien ella estaba escuchando los sonidos del exterior. Tras el siniestro silencio inicial habian empezado a oirse pasos, susurros medio imaginados y, luego, pisadas mas fuertes que resonaban sobre el marmol y voces masculinas llenas de seguridad.

La senorita Blackett, con los ojos clavados en la puerta, hablo con voz carente de expresion.

– Y ahora, ?querria leermelo?

Mandy leyo en voz alta las notas taquigraficas sin cometer ningun error. Hubo otro silencio. Por fin se abrio la puerta y entro la senorita Etienne.

– Ha llegado la policia -les anuncio-. Ahora estan esperando al medico y luego se llevaran a la senorita Clements. Sera mejor que no salgan de aqui hasta que se hayan marchado. -Miro a la senorita Blackett-. ?Ha terminado la prueba?

– Si, senorita Claudia.

Mandy le entrego las listas mecanografiadas. La senorita Etienne las miro por encima y dijo:

– Muy bien, el puesto es suyo si le interesa. Puede empezar manana a las nueve y media.

4

Diez dias despues del suicidio de Sonia Clements y exactamente tres semanas antes del primero de los asesinatos que se perpetraron en Innocent House, Adam Dalgliesh almorzaba con Conrad Ackroyd en el Club Cadaver. La invitacion habia partido del ultimo y fue transmitida por telefono con ese aire un tanto siniestro de conspirador que envolvia todas las invitaciones de Conrad. Tratandose de el, incluso una cena de compromiso ofrecida en cumplimiento de relevantes obligaciones sociales prometia misterios, cabalas, secretos para divulgar entre los escasos privilegiados. La fecha propuesta no se adaptaba demasiado bien a las conveniencias de Dalgliesh, quien modifico su agenda con cierta renuencia mientras reflexionaba que una de las desventajas de entrar en anos era la creciente aversion a los compromisos sociales, combinada con la incapacidad de reunir el ingenio o la energia suficientes para esquivarlos. La amistad existente entre ellos -suponia que esa era la palabra adecuada; desde luego, no eran meros conocidos- se fundaba en el uso que cada uno hacia ocasionalmente del otro. Puesto que los dos lo reconocian asi, ninguno consideraba que el hecho requiriera justificacion ni excusa. Conrad, uno de los chismosos mas notorios y fiables de Londres, le habia resultado util con frecuencia, sobre todo en el caso Berowne. Esta vez era evidente que le correspondia a Dalgliesh prestar el servicio, aunque la peticion, en cualquier forma que se presentara, seguramente seria mas molesta que onerosa: la comida del Cadaver era

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