sentada un poco aparte de Dauntsey y mirando distraidamente por la ventanilla. Iba sin sombrero y el cabello castano claro se curvaba, como un casco reluciente, hasta tocar el cuello del abrigo gris. Los zapatos, las medias y el bolso eran negros, y llevaba un panuelo de gasa negra anudado al cuello. Era, recordo Dauntsey, la misma ropa que se habia puesto para la incineracion de su padre, un luto apropiado a la epoca y discreto, que mantenia a la perfeccion el equilibrio entre la ostentacion y el debido respeto. La combinacion de gris y negro, en su sombria sencillez, le daba un aire muy joven y realzaba lo que a Dauntsey mas le gustaba de ella: una formalidad delicada y pasada de moda que le recordaba a las mujeres de su juventud. Permanecia distanciada e inmovil, pero sus manos se agitaban inquietas. Dauntsey sabia que en el dedo medio de la mano derecha llevaba el anillo de compromiso de su madre, y observo como lo hacia girar obsesivamente bajo la gamuza negra del guante. Por unos instantes penso en extender el brazo y cogerle la mano en silencio, pero se resistio a hacer un gesto que, se dijo a si mismo, solo conseguiria violentarlos a los dos. Durante todo el camino de vuelta a Innocent Walk, apenas pudo contenerse para no cogerle la mano.
Se tenian afecto. El era, lo sabia, la unica persona de Innocent House a quien ella sentia que podia confiarse ocasionalmente; sin embargo, ninguno de los dos era dado a demostraciones. Vivian separados por un corto tramo de escalera, pero solo se visitaban si mediaba una invitacion expresa, pues ambos se cuidaban mucho de entrometerse, de imponer su presencia o de iniciar una intimidad que el otro pudiera no desear o llegara a lamentar. En consecuencia, pese a que se gustaban el uno al otro, pese a que disfrutaban el uno con la compania del otro, se veian menos a menudo que si vivieran a kilometros de distancia. Cuando estaban juntos hablaban sobre todo de libros, de poesia, de las obras de teatro que habian visto o de programas de television; rara vez de la gente. Frances era demasiado escrupulosa para chismorrear y el sentia identica renuencia a dejarse arrastrar a una controversia sobre las novedades de la casa. Tenia su empleo, tenia su apartamento en los bajos del numero 12 de Innocent Walk. Quiza ninguna de las dos cosas siguiera siendo suya por mucho tiempo, pero ya habia cumplido setenta y seis anos y era demasiado viejo para luchar. Sabia que el apartamento situado encima del suyo ejercia sobre el una atraccion a la que era prudente resistirse. Sentado en la butaca, con las cortinas corridas sobre el suave suspirar medio imaginado del rio y las piernas extendidas ante la chimenea, cuando ella lo dejaba solo para ir a hacer el cafe tras una de sus escasas cenas compartidas, la oia moverse calladamente por la cocina y se sentia embargado por una seductora sensacion de paz y satisfaccion que seria demasiado facil convertir en parte regular de su vida.
La sala de estar de Frances ocupaba toda la longitud de la casa. Todo en ella era atractivo: las elegantes proporciones de la chimenea original de marmol, el oleo de un Peverell del siglo xviii con su esposa e hijos colgado encima de la repisa, el pequeno buro estilo reina Ana, las estanterias de caoba a ambos lados del hogar, coronadas por un fronton y por dos excelentes cabezas femeninas tocadas con velo de novia en marmol de Paros, la mesa y las seis sillas de comedor estilo Regencia, los colores sutiles de las alfombras que resplandecian sobre el dorado suelo pulido. Cuan sencillo resultaria establecer una intimidad que le abriera las puertas de ese suave bienestar femenino, tan distinto de sus tristes y mal amueblados aposentos del piso inferior. A veces, si ella telefoneaba para invitarlo a cenar, el se inventaba un compromiso anterior y salia a algun pub de las cercanias donde llenaba las largas horas entre el humo y el ruido de fondo, atento a no volver demasiado temprano, puesto que la puerta de su vivienda, en Innocent Lane, quedaba justo debajo de las ventanas de la cocina de ella.
Aquel anochecer tenia la impresion de que Frances quizas acogeria con agrado su compania, pero no estaba dispuesta a solicitarla. El no lo lamentaba. La incineracion ya habia sido bastante deprimente sin necesidad de tener que comentar sus banalidades; ya habia tenido bastante muerte para un dia. Cuando el taxi se detuvo en Innocent Walk y ella se despidio con un adios casi precipitado y abrio la puerta de la calle sin volver la cabeza ni una sola vez, Dauntsey experimento una sensacion de alivio. Pero dos horas mas tarde, despues de haber terminado la sopa y los huevos revueltos con salmon ahumado que constituian su cena favorita y que preparo, como siempre, con cuidado, manteniendo el fuego bajo, apartando amorosamente la mezcla de los costados de la sarten, anadiendo una cucharada final de crema de leche, se la imagino consumiendo su cena solitaria y se arrepintio de su egoismo. No era la noche mas indicada para que ella la pasara a solas. La llamo por telefono y le dijo:
– Estaba pensando, Frances, si te apeteceria jugar una partida de ajedrez.
Advirtio por el tono gozoso de la respuesta que su sugerencia era recibida con alivio.
– Si que me apeteceria, Gabriel. Sube, por favor. Si, me encantaria una partida.
La mesa del comedor seguia puesta cuando llego. Frances siempre comia con cierta formalidad, aun cuando estaba sola, pero el se dio cuenta de que la cena habia sido tan sencilla como la suya. La tabla de quesos y el frutero estaban sobre la mesa y era evidente que habia tomado sopa, pero nada mas. Tambien se dio cuenta de que habia llorado.
– Me alegro de que hayas subido -le dijo ella, sonriente, esforzandose por hablar en tono jovial-. Asi tengo una excusa para abrir una botella de vino. Resulta curioso lo reacios que somos a beber a solas. Supongo que se debe a todas aquellas tempranas advertencias de que beber en solitario es el comienzo de la caida hacia el alcoholismo.
Saco una botella de Chateau Margaux y el se adelanto para descorcharla. No volvieron a hablar hasta que se hubieron acomodado ante el fuego, vaso en mano, y ella, contemplando las llamas, senalo:
– Hubiera debido estar presente. Gerard hubiera debido estar presente.
– No le gustan los funerales.
– ?Oh, Gabriel! ?A quien le gustan? Y ha sido horrible, ?no crees? La incineracion de papa ya fue bastante mala, pero esta ha sido peor. Aquel clerigo patetico, que ni la conocia a ella ni conocia a ninguno de nosotros, intentando parecer sincero, rezando a un Dios en el que ella no creia, hablando de la vida eterna cuando ella ni siquiera tuyo una vida que valiera la pena vivir aqui en la tierra.
El replico con suavidad.
– Eso no lo sabemos. No podemos ser jueces de la desdicha o la felicidad de otra persona.
– Quiso morir. ?No es prueba suficiente? Al menos Gerard asistio a los funerales de papa. Claro que estaba mas o menos obligado. El principe heredero despide al viejo rey. No habria quedado bien que no asistiera. Despues de todo, alli habia personas importantes, escritores, editores, la prensa, gente a la que deseaba impresionar. Hoy no habia nadie importante en la incineracion, asi que no tenia por que molestarse. Pero hubiera debido venir. Despues de todo, la mato el.
Esta vez Dauntsey hablo con mas firmeza.
– No debes decir eso, Frances. No existe el menor indicio de que nada de lo que Gerard hizo o dijo causara la muerte de Sonia. Tu sabes lo que escribio en su nota de despedida. Si hubiera decidido matarse porque Gerard la habia echado, creo que lo habria dicho asi. La nota era explicita. Nunca debes decir eso fuera de esta habitacion. Este tipo de rumores puede producir grandes perjuicios. Prometemelo; es importante.
– De acuerdo, te lo prometo. No se lo he dicho a nadie mas que a ti, pero no soy la unica que lo piensa en Innocent House y algunos lo dicen. Arrodillada en aquella horrible capilla he intentado rezar, por papa, por ella, por todos nosotros. Pero era todo tan absurdo, tan futil… Solo podia pensar en Gerard, en que Gerard hubiera debido estar con nosotros en el primer banco, en que Gerard fue mi amante, en que Gerard ya no lo es. Es muy humillante. Ahora se a que vino todo, naturalmente. Gerard penso: «Pobre Frances, con veintinueve anos y todavia virgen. Tendre que hacer algo al respecto. Le dare la experiencia de su vida, le ensenare lo que se esta perdiendo.» Su buena accion del dia. O su buena accion de tres meses, mas bien. Supongo que le dure mas que la mayoria. Y el final fue sordido, sucio. Aunque ?no lo es siempre? Gerard sabe muy bien como empezar una aventura amorosa, pero no sabe terminarla; no con cierta dignidad. Claro que yo tampoco. Y fui lo bastante ingenua para pensar que era distinta de sus demas mujeres, que esta vez iba en serio, que estaba enamorado, que queria compromiso, matrimonio. Crei que dirigiriamos la Peverell Press los dos juntos, que viviriamos en Innocent House, que criariamos aqui a nuestros hijos, incluso que cambiariamos el nombre de la empresa. Crei que eso le agradaria. Peverell y Etienne. Etienne y Peverell. Solia practicar las dos alternativas, tratando de decidir cual sonaba mejor. Crei que el queria lo mismo que yo: matrimonio, hijos, un hogar adecuado, una vida en comun. ?Es tan irrazonable? Dios mio, Gabriel, me siento tan estupida, tan avergonzada.
Nunca le habia hablado con tanta franqueza, nunca le habia mostrado las honduras de su angustia. Era casi como si hubiera estado ensayando las frases en silencio, esperando este momento de alivio en el que, por fin, se encontraba con alguien en quien podia confiar y a quien podia confiarse. Pero viniendo de Frances, siempre tan sensible, reticente y orgullosa, este chorro incontrolado de amargura y autodesprecio lo lleno de consternacion. Quizas habian sido los funerales, el recuerdo de aquella otra incineracion anterior, los que habian liberado todo el