esencial de ella.
– Joan -dijo de pronto-, creo que no puedo seguir en la Peverell. Gerard Etienne se esta volviendo insoportable. Ni siquiera me permite atender sus llamadas personales; las recibe en su despacho por una linea privada. El senor Peverell solia dejar la puerta entornada, encajando en el marco aquella serpiente contra las corrientes de aire, Sid la Siseante. Gerard la cierra siempre y ha hecho cambiar de sitio un armario grande y ponerlo contra el tabique para tener mas intimidad. Es una falta de consideracion. Todavia me quita mas luz. Y ahora quieren que le haga sitio a la nueva interina, Mandy Price, aunque todo el trabajo que hay para ella pase a traves de Emma Wainwright, la secretaria personal de la senorita Claudia. Lo logico seria que la pusieran al lado de Emma. Ahora que el senor Gerard ha desplazado el tabique, mi despacho resulta pequeno hasta para una sola persona. El senor Peverell nunca habria aceptado dividir la estancia cortando una ventana y el techo de estuco. Detestaba ese tabique y ya se opuso a que lo instalaran cuando hicieron las primeras reformas.
– ?Y su hermana no podria hacer algo? -pregunto su prima-. ?Por que no hablas con ella?
– No me gusta quejarme, y menos a ella. Ademas, ?que puede hacer? El senor Gerard es director gerente y presidente. Esta destruyendo la empresa y nadie puede hacer nada. Ni siquiera estoy segura de que quieran impedirselo, salvo quiza la senorita Frances, y a ella no va a escucharla.
– Pues vete. No estas obligada a seguir trabajando alli.
– ?Despues de veintisiete anos?
– Tiempo mas que suficiente para cualquier trabajo, diria yo. Adelanta el retiro. Te apuntaste a su plan de pensiones cuando el senor Peverell lo establecio. En su momento me parecio una decision muy sensata; te aconseje que lo hicieras, ?recuerdas? No recibiras la pension completa, desde luego, pero algo te llegara. O tal vez podrias buscarte un buen trabajito de solo media jornada en Tonbridge. Con tus conocimientos y tu experiencia no te costaria demasiado encontrarlo. Pero ?por que has de trabajar? Podemos arreglarnoslas, y en el pueblo hay mucho que hacer. Nunca he permitido que el consejo parroquial contara contigo porque estas trabajando en la Peverell. Como le dije al vicario, eres secretaria personal y te pasas el dia escribiendo a maquina; no se te puede pedir que lo hagas tambien por las noches y los fines de semana. Me he tomado tu proteccion como una cuestion personal. Pero si te retiras sera distinto. Geoffrey Harding se queja de que actuar como secretario del consejo parroquial empieza a ser una carga demasiado pesada para el. Podrias ocuparte de eso, para empezar. Y luego esta la Sociedad Literaria e Historica. No cabe duda de que les vendria muy bien un poco de ayuda en la secretaria.
Estas palabras, la vida que tan sucintamente describian, horrorizaron a Blackie. Fue como si, en esas pocas frases ordinarias, Joan la hubiera sentenciado a cadena perpetua. Por vez primera se dio cuenta de la escasa importancia del papel que West Marling desempenaba en su vida. El pueblo no le desagradaba; las hileras de casitas mas bien insulsas, el cesped desgrenado que bordeaba un estanque hediondo, el pub moderno que intentaba en vano parecer del siglo xvii con su chimenea de gas y sus vigas pintadas de negro, ni siquiera la pequena iglesia con su bonito chapitel octogonal evocaba en ella una emocion tan intensa como el desagrado. Alli era donde vivia, comia y dormia. Pero durante veintisiete anos el centro de su vida habia estado en otro sitio. Se sentia muy satisfecha de regresar cada noche a Weaver’s Cottage, a su orden y comodidad, a la compania poco exigente de su prima, a las buenas comidas servidas con elegancia, al oloroso fuego de lena en invierno y las bebidas en el jardin en las tibias noches de verano. Le gustaba el contraste entre esa paz rural y el estimulo y las responsabilidades de la oficina, la estridente vida del rio. En alguna parte tenia que vivir, ya que no podia hacerlo con Henry Peverell. Pero en aquel momento comprendio, en un abrumador instante de revelacion, que la vida en West Marling seria insoportable sin el trabajo.
Vio extenderse aquella vida ante si en una serie de brillantes imagenes dislocadas que se proyectaron sobre la pantalla de su mente en una secuencia inexorable; horas, dias, semanas, meses, anos de vacia y predecible monotonia. Las pequenas tareas domesticas que le crearian la ilusion de hacer algo util, ayudar en el jardin bajo la supervision de Joan, actuar como secretaria o mecanografa para el consejo parroquial o la sociedad femenina, ir de compras a Tonbridge los sabados, recibir la Sagrada Comunion en el servicio vespertino los domingos, organizar las excursiones que constituirian los puntos culminantes del mes, sin ser lo bastante rica para escapar, sin ninguna excusa que justificara escapar y ningun lugar al que escapar. ?Y por que habria de sentir deseos de irse? Era una vida que su prima encontraba satisfactoria y psicologicamente plena: su lugar asegurado en la jerarquia del pueblo, su
Inmovil, sentada con una copa de jerez a medio beber ante ella y contemplando su resplandor ambarino como hipnotizada, su corazon se sumio en una desordenada confusion y su voz grito sin palabras: «?Oh, querido! ?Por que me abandonaste? ?Por que tuviste que morir?»
Apenas lo habia visto fuera de la oficina, nunca habia estado en su piso del numero 12 y nunca lo habia invitado a Weaver’s Cottage ni le habia hablado de su vida privada. Sin embargo, durante veintisiete anos el habia sido el centro de su existencia. Blackie habia pasado mas horas con el que con ningun otro ser humano. Para ella siempre fue el senor Peverell, mientras que el la llamaba senorita Blackett ante los demas y Blackie cuando se dirigia a ella. No recordaba que sus manos hubieran vuelto a tocarse nunca desde el primer encuentro, veintisiete anos antes, cuando ella, una timida jovencita de diecisiete anos recien salida de la escuela, habia acudido a Innocent House para realizar la entrevista y el se habia levantado sonriente de su escritorio para saludarla. Su capacidad como taquigrafa y mecanografa ya la habia puesto a prueba la secretaria que se despedia para casarse. En aquel momento, al contemplar su bien parecido rostro de estudioso y sus ojos increiblemente azules, Blackie comprendio que aquella era la prueba definitiva. El no le dijo gran cosa del trabajo -aunque por que habia de hacerlo, si la senorita Arkwright ya le habia explicado con todo detalle lo que se esperaria de ella-, pero le pregunto por el trayecto desde su casa y le dijo:
– Tenemos una lancha que trae cada dia a algunos miembros del personal. Puede cogerla en el muelle de Charing Cross y venir a trabajar por el Tamesis; es decir, siempre que no le asuste el agua.
Y ella se dio cuenta de que esta era la pregunta decisiva, de que no obtendria el empleo si no le gustaba el rio.
– No -respondio-, el agua no me asusta.
Despues de eso hablo muy poco mas, pues la idea de acudir cada dia a aquel palacio refulgente casi la enmudecia. Al final de la entrevista, el le propuso:
– Si cree que ha de estar a gusto aqui, podemos darnos un mes de prueba el uno al otro.
Al terminar el mes no le dijo nada, pero ella sabia que no necesitaba decirle nada. Permanecio con el hasta el dia de su muerte.
Recordo la manana en que habia sufrido el ataque al corazon. ?De veras hacia solo ocho meses? La puerta que comunicaba sus despachos estaba entreabierta, como siempre, como a el le gustaba. La serpiente de terciopelo, con su piel de intrincado trazado y su lengua bifida de franela roja, se hallaba enroscada al pie. El la llamo, pero con voz tan ronca y estrangulada que apenas se la reconocia como humana, y ella creyo que se trataba de un barquero que gritaba desde el rio. Necesito un par de segundos para darse cuenta de que aquella voz descarnada y extrana habia gritado su nombre. Salto de la silla, la oyo deslizarse sobre el suelo y en un instante se encontro junto al escritorio de su jefe, mirandolo desde lo alto. El estaba sentado, muy rigido, como petrificado, sin atreverse a realizar ningun movimiento, aferrandose los brazos, con los nudillos blancos y los ojos desencajados bajo una frente en la que el sudor empezaba a condensarse en brillantes globulos espesos como pus.
– ?El dolor, el dolor! ?Llame a un medico!
Prescindiendo del telefono que habia sobre el escritorio, ella huyo a su propio despacho, como si solo en