aquel lugar familiar pudiera hacer frente a la situacion. Manoseo torpemente la guia telefonica, pero de pronto recordo que el nombre y el numero del medico figuraban en la libretita negra que guardaba en un cajon. Lo abrio de un tiron y hundio la mano en su interior para buscarla, intentando acordarse del nombre, deseando desesperadamente volver al horror del despacho contiguo, pero temiendo al mismo tiempo lo que podia encontrar, sabiendo que debia conseguir ayuda y que debia conseguirla de inmediato. Entonces se acordo. Naturalmente, la ambulancia. Debia pedir una ambulancia. Pulso las teclas del telefono y oyo una voz serena, llena de autoridad. Le dio el mensaje. La urgencia, el terror de su voz debieron de convencerlos. La ambulancia saldria inmediatamente.

Lo que ocurrio a continuacion no lo recordaba como una secuencia, sino como una serie de imagenes inconexas pero vividas. Desde la puerta de su despacho apenas tuvo tiempo de vislumbrar a Frances Peverell, de pie junto al escritorio con expresion de impotencia, antes de que Gerard Etienne se acercara y la cerrara con firmeza, diciendo:

– No queremos a nadie aqui. Necesita aire.

Fue el primero de los muchos rechazos que siguieron. Recordo los ruidos que hacia el personal de la ambulancia mientras trataba de reanimarlo; su cabeza vuelta hacia el otro lado cuando lo sacaron tapado con una manta roja; el rumor de alguien que sollozaba, alguien que hubiera podido ser ella misma; la vaciedad de su despacho, tan vacio como lo estaba por las mananas, cuando llegaba antes que el, o por las noches, cuando el se iba primero, aunque ahora de modo permanente, vacio para siempre de todo lo que le daba un significado. Nunca mas volvio a verlo. Quiso ir a visitarlo al hospital, pero, cuando le pregunto a Frances Peverell cual seria el mejor momento, esta le contesto:

– Aun sigue en cuidados intensivos. Solo pueden visitarlo la familia y los socios. Lo siento, Blackie.

Las primeras noticias fueron tranquilizadoras. Estaba mejor, mucho mejor. Se creia que no tardaria en salir de la unidad de cuidados intensivos. Y entonces, cuatro dias despues del primero, sufrio un segundo ataque al corazon y murio. En los funerales, Blackie se sento en el tercer banco, entre otros empleados de la editorial. Nadie la consolo. ?Por que habrian de hacerlo? Ella no formaba parte de los oficialmente afligidos, no era miembro de la familia. Cuando, al salir de la capilla, mientras examinaba las coronas de despedida, no pudo contenerse mas y rompio a llorar, Claudia Etienne la miro fugazmente con una mezcla de pasmo e irritacion, como diciendo: «Si su hija y sus amigos pueden guardar la compostura, ?por que tu no?» Su afliccion se tomo por una muestra de mal gusto, tan presuntuosa como la corona que habia enviado, ostentosa entre los sencillos ramos de la familia. Recordo tambien haber oido el comentario que Gerard Etienne le hizo a su hermana.

– Dios mio, Blackie se ha pasado de la raya. Esa corona no desentonaria en unos funerales de la Mafia de Nueva York. ?Que pretende? ?Hacer creer a todo el mundo que era su amante?

Y al dia siguiente, en una pequena ceremonia particular, los cinco socios arrojaron sus cenizas al Tamesis desde la terraza de Innocent House. No la habian invitado a participar, pero Frances Peverell acudio a su despacho y le dijo:

– Quiza te gustaria venir con nosotros a la terraza, Blackie. Creo que a mi padre le habria gustado que estuvieras presente.

Blackie se mantuvo bastante atras, procurando no estorbar. Los demas se colocaron algo distanciados entre si, junto al borde de la terraza. Los blancos huesos triturados, que eran todo lo que restaba de Henry Peverell, se hallaban en un recipiente paradojicamente similar a una lata de galletas. Se lo pasaban de mano en mano, tomaban un punado del polvo granuloso y lo dejaban caer o lo arrojaban al Tamesis. Recordo que la marea estaba alta y que soplaba una brisa fresca. El agua del rio, de un marron ocre, chapaleteaba contra los muros del embarcadero proyectando gotitas de espuma. Frances Peverell tenia las manos humedas y algunos fragmentos de hueso se le pegaron a la piel; luego se las froto contra la falda con aire furtivo. Estaba perfectamente serena cuando recito de memoria aquellos versos de Cimbelino que empiezan asi:

No temas ya el calor del sol,

ni las coleras del furioso invierno;

has cumplido tu mision terrestre,

has vuelto a la patria y recibido tus premios.

Blackie tuvo la sensacion de que habian olvidado decidir por que orden iban a hablar, pues se produjo un breve silencio hasta que James de Witt se adelanto mas hacia el borde de la terraza y pronuncio unas palabras de los Apocrifos: «Las almas de los justos estan en manos de Dios y alli ningun tormento las tocara.» A continuacion, dejo que las cenizas se deslizaran de entre sus dedos como si contara cada uno de los granos.

Gabriel Dauntsey leyo un poema de Wilfred Owen que a Blackie le resulto desconocido, pero mas tarde lo busco y le intrigo un poco la eleccion.

Soy el espectro de Shadwell Stair.

Por los malecones y los tinglados,

y a traves del cavernoso matadero,

yo soy la sombra que alli camina.

Pero mi carne es firme y fresca,

y mis ojos tumultuosos como las gemas

de lamparas y lunas en el Tamesis crecido,

cuando el crepusculo navega ondulante por el Pool.

Claudia Etienne fue la mas breve, con solo dos versos:

Lo peor que puede acontecemos, si bien se piensa,

es un largo letargo y una larga despedida.

Los recito en voz alta, pero bastante deprisa, con una intensidad feroz que dio la impresion de que desaprobaba toda aquella charada. Tras ella le llego la vez a Jean-Philippe Etienne. No se lo habia vuelto a ver en Innocent House desde su retiro, un ano antes, y vino desde su remota residencia en la costa de Essex conducido por su chofer, para llegar justo antes de la hora a la que estaba prevista la ceremonia y marcharse inmediatamente despues sin asistir al refrigerio preparado en la sala de juntas. Su intervencion fue la mas larga y pronuncio las palabras con voz apagada, buscando apoyo en uno de los adornos de la barandilla. Mas tarde, Blackie supo por De Witt que era un fragmento de las Meditaciones de Marco Aurelio, pero en aquel momento solo un breve pasaje se le grabo en la memoria:

En una palabra, todas las cosas del cuerpo son como un rio, y las cosas del alma como un sueno y una bruma; y la vida es una guerra y una morada de peregrino, y la fama tras la muerte solo es olvido.

Gerard Etienne fue el ultimo. Arrojo los huesos triturados lejos de si, como si se sacudiera todo el pasado, y pronuncio unas palabras del Eclesiastes:

Mientras uno esta ligado a todos los vivientes hay esperanza, que mejor es perro vivo que leon muerto; pues los vivos saben que han de morir, mas el muerto nada sabe, y ya no espera recompensa, habiendose perdido ya su memoria.

Amor, odio, envidia, para ellos ya todo se acabo; no tendran jamas parte alguna en lo que sucede bajo el sol.

Despues se retiraron en silencio y subieron a la sala de juntas, donde les esperaban el almuerzo frio y el vino. Y exactamente a las dos en punto Gerard Etienne cruzo el despacho de Blackie sin decir nada, entro en la sala contigua y se sento por primera vez en el sillon de Henry Peverell. El leon habia muerto y el perro vivo asumia el mando.

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