senora Carling, que aparto a Mandy de un empujon y avanzo en derechura hacia el despacho principal. Al ver que estaba vacio, dio media vuelta y se planto ante ellas.

– Bien, ?donde esta? ?Donde esta Gerard Etienne?

Blackie, intentando aparentar cierta dignidad, abrio la agenda que se hallaba sobre su escritorio.

– Creo que no tiene usted cita para hoy, senora Carling.

– ?Claro que no tengo cita! Despues de treinta anos en la casa, no necesito una cita para ver a mi editor. No soy una agente que viene a venderle un contrato de publicidad. ?Donde esta?

– Esta en la reunion de los socios, senora Carling.

– Creia que se celebraba el primer jueves del mes.

– El senor Gerard la paso a hoy.

– Entonces, tendre que interrumpirla. Estan en la sala de juntas, supongo.

Se dirigio hacia la puerta, pero Blackie fue mas veloz y, tomandole la delantera, le cerro el paso.

– No puede subir, senora Carling. Las reuniones de los socios no se interrumpen jamas. Tengo instrucciones de retener incluso las llamadas telefonicas urgentes.

– En tal caso, esperare a que terminen.

Blackie, todavia de pie, vio su asiento firmemente ocupado, pero conservo la calma exterior.

– No se cuando terminaran. Quiza manden subir bocadillos. Ademas, ?no tiene una sesion de firmas en Cambridge a la hora del almuerzo? Le dire al senor Gerard que ha estado aqui y sin duda se pondra en contacto con usted cuando tenga un momento libre.

El contratiempo reciente y la necesidad de restablecer su posicion ante Mandy, dieron a su voz un tono mas autoritario de lo que exigia el tacto, pero aun asi la ferocidad de la respuesta las sorprendio a ambas. La senora Carling se levanto de la silla con tal impetu que la dejo dando vueltas y se irguio con la cara casi tocando la de Blackie. Era siete u ocho centimetros mas baja que ella, pero a Mandy le parecio que esta diferencia la hacia mas terrorifica, no menos. Los musculos sobresalian como sogas de su cuello estirado, sus ojos llameaban y, bajo la nariz ligeramente aguilena, su boca pequena y maligna como una cuchillada roja escupio veneno.

– ?Cuando tenga un momento libre! ?Zorra estupida! ?Idiota soberbia y engreida! ?Con quien se ha creido que esta hablando? Es mi talento el que le ha pagado el sueldo desde hace veintitantos anos, no lo olvide. Ya es hora de que alguien le diga cual es su verdadero papel en esta empresa. Solo porque trabajo para el senor Peverell, que la toleraba y le seguia la corriente y hacia que se sintiera necesaria, cree que puede actuar como una reina ante personas que ya formaban parte de la Peverell Press cuando usted todavia era una colegiala mocosa. El viejo Henry la malcrio, por supuesto, pero yo puedo decirle lo que pensaba realmente de usted. ?Y por que? Pues porque el mismo me lo dijo, por eso puedo. Estaba harto de tenerla siempre a su lado, mirandolo con ojos de vaca enamorada. Estaba harto y cansado de su devocion. Queria que se fuera, pero no tenia temple para echarla. Nunca tuvo mucho temple, el pobre. Si lo hubiera tenido, ahora no estaria Gerard Etienne al mando. Digale que quiero verlo, y que procure que sea a mi conveniencia, no a la suya.

La voz de Blackie salio de entre unos labios tan blancos y rigidos que a Mandy le parecio que apenas podian moverse.

– No es verdad. Miente usted. No es verdad.

Y entonces Mandy se asusto. Estaba acostumbrada a las peleas de oficina. En sus mas de tres anos de trabajo temporal habia sido testigo de algunos choques de temperamento impresionantes y, como un botecito denodado, habia cabeceado alegremente entre los restos del naufragio en mares tumultuosos. De hecho, Mandy disfrutaba con una buena pelea de oficina; no habia mejor antidoto contra el aburrimiento. Pero esto era distinto. Se dio cuenta de que aqui habia sufrimiento autentico, verdadero dolor, una malignidad deliberada que surgia de un odio aterrador. Aquel era un pesar que no podia solazarse con cafe recien hecho y un par de galletas de la lata que la senora Demery reservaba para los socios. Por un espantoso instante creyo que Blackie iba a echar la cabeza hacia atras para ponerse a aullar de angustia. Quiso tenderle una mano para consolarla, pero supo instintivamente que no podia ofrecerle ningun consuelo y que luego el intento seria mal interpretado.

Sono un portazo. La senora Carling se habia marchado.

Blackie repitio:

– Es mentira. Todo son mentiras. Ella no sabe nada.

– Claro que no -le aseguro Mandy con firmeza-. Claro que son mentiras; cualquiera puede darse cuenta. No es mas que una zorra celosa. Yo no le haria ningun caso.

– Voy al cuarto de bano.

Era evidente que Blackie iba a vomitar. Mandy se pregunto si debia acompanarla, pero una vez mas decidio que no. Blackie echo a andar con la rigidez de un automata y al salir casi choco con la senora Demery, que traia un par de paquetes.

– Han llegado con el segundo correo y he pensado que podia traerlos -explico la senora Demery-. ?Se puede saber que le pasa?

– Esta trastornada. Los socios no han querido que estuviera presente en la reunion y, por si fuera poco, luego ha venido la senora Carling exigiendo ver al senor Gerard y ella se lo ha impedido.

La senora Demery se cruzo de brazos y se apoyo en el escritorio de Blackie.

– Supongo que esta manana habra recibido la carta de rechazo de su nueva novela.

– ?Y usted como sabe eso, senora Demery?

– Aqui suceden muy pocas cosas de las que yo no me entere. Esto traera problemas, fijate en lo que te digo.

– Si la novela no es bastante buena, ?por que no la arregla o escribe otra?

– Pues porque no se cree capaz de hacerlo; por eso. Es lo que les pasa a los autores cuando los rechazan. Es lo que los tiene constantemente aterrorizados: perder el talento, padecer el bloqueo del escritor. Por eso resulta tan dificil tratar con ellos. Dificiles, eso son los escritores. Hay que decirles constantemente lo maravillosos que son o se vienen abajo. Lo he visto mas de una vez. El senor Peverell si sabia como tratarlos. Tenia el toque justo con los escritores, el senor Peverell. Al senor Gerard le cuesta mas. Es distinto. No entiende por que no pueden hacer su trabajo y dejar de quejarse.

Era una opinion con la que Mandy coincidia bastante. Podia decirle a Blackie -y en verdad creerlo- que el senor Gerard era un estupido, pero le resultaba dificil evitar que le gustara. Tenia la sensacion de que, llegado el caso, podria trabajar con el senor Gerard. Pero la llegada de Blackie, mucho antes de lo que Mandy se esperaba, impidio nuevas confidencias. La senora Demery se retiro discretamente y Blackie, sin decir palabra, volvio a sentarse ante el teclado.

Durante la hora siguiente trabajaron en un silencio opresivo, roto unicamente cuando Blackie impartia ordenes. Mandy tuvo que ir al cuarto de fotocopias para sacar tres copias de un original recien llegado que, a juzgar por los tres primeros parrafos, no era probable que apareciera en letra impresa, recibio un monton de papeles sumamente aburridos para mecanografiar y luego tuvo que enfrentarse a la tarea de retirar todos los documentos de mas de dos anos de antiguedad que hubiera en el cajon de «Conservar por un tiempo». Toda la oficina utilizaba este util archivo como deposito para aquellos documentos a los que no se podia encontrar un lugar adecuado, pero que dolia tirar a la papelera. Habia poco en el que tuviera menos de doce anos, ya que expurgar el cajon de «Conservar por un tiempo» era una tarea sumamente impopular. Mandy tenia la sensacion de estar siendo injustamente castigada por el arrebato de confianza de Blackie.

La reunion de los socios termino antes que de costumbre. Solo eran las once y media cuando Gerard Etienne, seguido de su hermana y Gabriel Dauntsey, cruzo a paso vivo el despacho para entrar en el suyo. Claudia Etienne acababa de detenerse para decirle algo a Blackie cuando la puerta interior se abrio de golpe y reaparecio Gerard. Mandy vio que hacia un esfuerzo por dominar su colera.

– ?Ha cogido mi agenda personal? -le pregunto a Blackie.

– Por supuesto que no, senor Gerard. ?No esta en el cajon de la derecha de su escritorio?

– Si estuviera no habria venido a preguntarselo.

– La puse al corriente el lunes por la tarde y la deje otra vez en el cajon. Desde entonces no he vuelto a verla.

– Ayer por la manana estaba aqui. Si no la ha cogido usted, mas le vale descubrir quien ha sido. Supongo que aceptara que cuidar de mis agendas forma parte de sus responsabilidades. Si no encuentra la agenda, me gustaria recuperar por lo menos el lapiz. Es de oro y le tengo bastante apego.

A Blackie se le puso la cara escarlata. Claudia Etienne los miraba con una ceja sardonicamente enarcada.

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