el dinero de mi seguro de vida. Con cerca de dos millones y medio se pueden comprar muchas antiguedades.

Claudia estaba en la puerta cuando el volvio a hablar, en tono frio y sin levantar la vista del papel.

– Por cierto, la amenaza de la oficina ha atacado de nuevo.

Ella se volvio y pregunto bruscamente:

– ?Que quieres decir? ?Como? ?Cuando?

– Este mediodia, a las doce y media para ser precisos. Alguien envio un fax desde aqui a la libreria Better Books de Cambridge para cancelar la sesion de firma de Carling. Cuando llego alli se encontro los carteles descolgados, la mesa y la silla retiradas, al publico desperdigado y la mayoria de los libros relegados a la trastienda. Por lo visto hervia de rabia. Me habria gustado estar alli para verla.

– ?Mierda! ?Cuando lo has sabido?

– Su agente, Velma Pitt-Cowley, ha llamado a las tres menos cuarto, cuando he vuelto de almorzar. Estaba intentando localizarme desde la una y media. Carling le telefoneo desde la libreria.

– ?Y no has dicho nada hasta ahora?

– Esta tarde he tenido cosas mas importantes que hacer que ir dando vueltas por la oficina pidiendo coartadas a la gente. Ademas, eso te corresponde a ti, aunque yo no le concederia demasiada importancia. Esta vez tengo cierta idea de quien puede haber sido el responsable. De todos modos, no es muy importante.

– Para Esme Carling, si -dijo Claudia con severidad-. Puedes detestarla, despreciarla o compadecerla, pero no la subestimes. Podria resultar una enemiga mas peligrosa de lo que te imaginas.

15

La sala del primer piso del Connaught Arms, en Waterloo Road, estaba abarrotada. Matt Bayliss, el dueno del pub, no albergaba dudas en cuanto al exito del recital de poesia. A las nueve los ingresos de la barra ya habian superado los de cualquier otra noche de jueves. La salita del piso alto solia utilizarse para los almuerzos -habia poca demanda de cenas calientes en el Connaught Arms-, pero tambien estaba disponible para otras funciones, y su hermano, que trabajaba en una organizacion artistica, lo habia convencido de que permitiese celebrar alli el acto del jueves por la noche. La idea era que cierto numero de poetas con obra publicada leyeran algunos poemas intercalados con las lecturas de todos los aficionados que quisieran tomar parte. El precio de la entrada se habia fijado en una libra y Matt habia montado al fondo de la sala una barra en la que se servia vino. Nunca hubiera imaginado que la poesia fuese tan popular ni que tantos de sus parroquianos aspiraran a expresarse en verso. La venta inicial de entradas habia sido satisfactoria, pero habia una constante afluencia de recien llegados y gente del bar que, al tener noticia del espectaculo, subia, jarra de cerveza en mano, por la angosta escalera.

Las inclinaciones de su hermano Colin eran variadas y se inscribian entre las tendencias de moda: arte negro, arte femenino, arte gay, arte de la Commonwealth, arte accesible, arte innovador, arte para el pueblo. El acontecimiento de esa noche se habia anunciado como «Poesia para el pueblo». El interes personal de Matt estaba en la cerveza para el pueblo, pero no habia visto nada que impidiera combinar provechosamente las dos. Colin ambicionaba convertir el Connaught Arms en centro reconocido para la declamacion de poesia contemporanea y plataforma publica para los nuevos autores. Al observar al ayudante llamado para la ocasion, que no cesaba de abrir botellas de tinto californiano, Matt descubrio en su interior un interes inesperado hacia la cultura contemporanea. De vez en cuando subia del bar para ver como iba el espectaculo. Los versos le resultaban en gran medida incomprensibles; ciertamente, muy pocos rimaban o tenian un metro discernible, que era su definicion de la poesia, pero todos despertaban aplausos entusiastas. Como la mayoria de los poetas aficionados y del publico fumaba, el ambiente estaba cargado de vapores de cerveza y tabaco.

La estrella anunciada de la velada era Gabriel Dauntsey. Habia solicitado aparecer temprano, pero casi todos los poetas que habian intervenido antes que el habian superado su limite de tiempo, sin mostrarse susceptibles - en particular los aficionados- a las insinuaciones bisbiseadas de Colin. Asi pues, eran casi las nueve y media cuando Dauntsey avanzo a paso lento hacia la tribuna. Se le escucho en respetuoso silencio y se le aplaudio ruidosamente, pero a Matt le dio la impresion de que aquellos poemas de una guerra que, para la inmensa mayoria de los presentes, era ya historia, tenian poco que ver con las preocupaciones actuales de los asistentes. Despues, Colin se abrio paso a empujones hasta llegar a su lado.

– ?De veras tiene que marcharse ya? Unos cuantos estabamos pensando en ir luego a cenar algo por ahi.

– Lo siento, se me haria demasiado tarde. ?Donde puedo encontrar un taxi?

– Matt podria pedirlo por telefono, pero seguramente encontrara uno antes si se acerca a Waterloo Road.

Dauntsey desaparecio discretamente, casi sin que nadie se hubiera fijado en el ni le hubiera dado las gracias, dejando a Matt con la sensacion de que en cierto modo se habian portado mal con el anciano.

Acababa de cruzar la puerta cuando una pareja entrada en anos interpelo a Matt en la barra.

– ?Se ha ido ya Gabriel Dauntsey? Mi esposa tiene una primera edicion de sus poemas y le encantaria que se la firmara. Arriba no lo vemos por ninguna parte.

– ?Tienen coche? -pregunto Matt.

– Aparcado a unas tres manzanas de aqui. Es lo mas cerca que hemos encontrado.

– Bueno, se ha ido hace un momento. Va andando. Si se dan prisa puede que lo alcancen. Si se distraen yendo a buscar el coche seguramente lo perderan.

Salieron apresuradamente; la mujer, libro en mano y con ojos anhelantes.

A los tres minutos entraron de nuevo. Desde el otro lado de la barra Matt les vio cruzar la puerta sosteniendo a Gabriel Dauntsey entre los dos. El poeta se apretaba contra la frente un panuelo ensangrentado. Matt fue hacia ellos.

– ?Que ha pasado?

La mujer, visiblemente conmocionada, respondio:

– Le han asaltado. Tres hombres, dos negros y uno blanco. Estaban agachados sobre el, pero al vernos han echado a correr. Le han quitado la cartera.

El hombre busco con la mirada una silla desocupada y acomodo a Dauntsey en ella.

– Hay que llamar a la policia y pedir una ambulancia -decidio.

La voz de Dauntsey sono mas vigorosa de lo que Matt se imaginaba.

– No, no, estoy bien. No quiero que llamen a nadie. Solo es un rasguno, por la caida.

Matt lo miro indeciso. Parecia mas conmocionado que herido. ?Y de que serviria llamar a la policia? No teman la menor posibilidad de atrapar a los asaltantes, asi que el incidente quedaria reducido a otro delito menor que anadir a sus estadisticas de delitos denunciados y no resueltos. Matt, aunque defensor acerrimo de la policia, en general preferia no verla por su bar con demasiada frecuencia.

La mujer se volvio hacia su marido y hablo con firmeza.

– Tenemos que pasar por delante del hospital St. Thomas. Lo llevaremos a urgencias. Es lo mas prudente.

Dauntsey, por lo visto, no tenia voz en el asunto.

Matt penso que querian librarse de la responsabilidad lo antes posible y no se lo reprochaba. Cuando se hubieron marchado, subio al piso de arriba para ver si hacia falta mas vino y vio sobre una mesa, al lado de la puerta, un monton de delgados volumenes. Sintio un arranque de compasion hacia Gabriel Dauntsey. El pobre diablo ni siquiera se habia quedado a firmar sus libros. Aunque quizas era mejor asi. Habria resultado violento para todos que no los vendiera.

16

A la manana siguiente, viernes 15 de octubre, Blackie desperto sintiendo el peso del miedo. Su primer pensamiento consciente fue de temor al dia y a lo que podia esperarle. Se puso la bata y bajo a preparar el te matutino, mientras contemplaba la posibilidad de despertar a Joan alegando un dolor de cabeza, decirle que no

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