Gerard estaba en el edificio, la senorita Claudia lo encontraria. Nadie hablaba ni se movia, excepto James de Witt, que se acerco calladamente a Frances Peverell. A George le parecio que llevaban horas esperando, paralizados, como actores de un cuadro viviente, aunque no podian haber pasado mas que unos minutos.

En ese momento, Amy, con voz que el miedo hacia estridente y recorriendo con una mirada frenetica el grupo, anuncio:

– Ha gritado alguien. He oido un grito.

James de Witt no se volvio hacia ella, sino que mantuvo los ojos clavados en la escalera.

– No ha gritado nadie -la corrigio serenamente-. Te lo has imaginado, Amy.

Y entonces se repitio, pero esta vez mas potente e inconfundible: un grito agudo de desesperacion. Avanzaron hacia el pie de la escalera, pero se quedaron alli. Era como si nadie se atreviese a dar el primer paso escaleras arriba. Se produjo un nuevo silencio y despues empezaron los gemidos: primero un lamento distante y luego mas fuerte y cada vez mas proximo. George, al que el terror mantenia clavado en el suelo, no identifico la voz. Le parecia tan inhumana como el sonido de una sirena o el maullido de un gato en la noche.

– ?Oh, Dios mio! -susurro Maggie FitzGerald-. ?Dios mio! ?Que esta pasando?

Y en aquel momento, de un modo espectacularmente repentino, aparecio la senora Demery en lo alto de la escalera. A George le parecio que se habia materializado de la nada. La senora Demery sostenia a Blackie, cuyos planidos habian bajado de tono para convertirse en graves y convulsos sollozos.

James de Witt hablo en voz baja, pero muy clara.

– ?Que ocurre, senora Demery? ?Que ha sucedido? ?Donde esta el senor Gerard?

– En el despachito de los archivos. ?Muerto! ?Asesinado! Eso ha sucedido. Esta alli tirado, medio desnudo y tieso como una tabla podrida. Algun demonio lo ha estrangulado con esa punetera serpiente. Tiene a Sid la Siseante enroscada al cuello con la cabeza metida en la boca.

James de Witt se movio al fin. Se abalanzo hacia la escalera. Frances hizo ademan de seguirlo, pero el se volvio y le dijo en tono apremiante:

– No, Frances, no. -Y la aparto suavemente hacia un lado. Lord Stilgoe fue tras el con un desgarbado anadeo de anciano, aferrandose al pasamanos. Gabriel Dauntsey, tras unos instantes de vacilacion, tambien los siguio.

– Que alguien me eche una mano, ?no? Es un peso muerto -grito la senora Demery.

Frances acudio de inmediato a su lado y le paso un brazo por la cintura a Blackie.

Mientras las miraba, George penso que era la senorita Frances quien necesitaba que la sostuvieran. Bajaron juntas, casi llevando a Blackie en vilo entre las dos. Blackie gemia y susurraba: «Lo siento, lo siento.» Juntas la condujeron hacia el fondo de la casa, cruzando el vestibulo, mientras el grupito las seguia con la mirada en un silencio consternado.

George volvio a su mostrador, a su centralita. Aquel era su lugar. Era alli donde se sentia seguro, donde tenia el control. Era alli donde podia afrontar la situacion.

Oyo voces. Aquellos sollozos atroces se habian apaciguado, pero ahora se oian las agudas recriminaciones de la senora Demery y un coro de voces femeninas. Las aparto de su mente. Tenia que trabajar; seria mejor que empezara. Intento abrir la caja de seguridad situada bajo el mostrador, pero le temblaban tanto las manos que no lograba meter la llave en la cerradura. Sono el telefono. George dio un violento respingo y busco a tientas el auricular. Era la senora Velma Pitt-Cowley, la agente de la senora Carling, que queria hablar con el senor Gerard. George, reducido al silencio por el sobresalto inicial, se las arreglo para decir que el senor Gerard no podia ponerse. Aun a sus propios oidos, su voz sono aguda, cascada, artificial.

– La senorita Claudia, entonces. Supongo que esta en la casa.

– No -respondio George-. No.

– ?Que sucede? Es usted, ?verdad, George? ?Que le ocurre?

George, abrumado, corto la llamada. El telefono volvio a sonar inmediatamente, pero no lo descolgo y, al cabo de unos segundos, ceso el ruido. Se quedo mirando el aparato con temblorosa impotencia. Era la primera vez que hacia una cosa asi. Paso el tiempo, segundos, minutos. Hasta que lord Stilgoe se irguio ante el mostrador y George pudo olerle el aliento y sentir la fuerza de su ira triunfal.

– Pongame con Scotland Yard. Quiero hablar con el comisionado. Si esta ocupado, pregunte por el comandante Adam Dalgliesh.

Libro segundo . Muerte de un editor

18

La inspectora Kate Miskin aparto con el codo una caja de embalaje medio vacia, abrio el balcon de su nuevo apartamento en Docklands y, apoyandose en la barandilla de roble pulido, contemplo el tenue resplandor del agua, desde Limehouse Reach, rio arriba, hasta la gran curva que formaba mas abajo en torno a la Isle of Dogs. Solo eran las nueve y cuarto de la manana, pero la bruma matutina ya se habia disipado y el cielo, casi sin nubes, empezaba a brillar con una blancura opaca en la que se captaban vislumbres de un transparente azul claro. Era una manana mas propia de primavera que de mediados de octubre, pero del rio emanaba un olor otonal, intenso como el olor de hojas mojadas y densa tierra mezclado con el penetrante aroma salobre del mar. La marea estaba en pleamar y a Kate le parecia ver el vigoroso tiron de la corriente bajo los puntitos de luz que centelleaban y danzaban como luciernagas sobre la superficie rizada del agua; es mas, casi sentia su poder. Con este apartamento, con esta vista, habia cumplido otro deseo, habia dado otro paso que la alejaba de aquel insipido piso del tamano de una caja, en lo mas alto del edificio Ellison Fairweather, donde habia pasado los dieciocho primeros anos de su vida.

Su madre habia muerto a los pocos dias de dar a luz y a su padre no lo conocia. La habia criado su anciana y renuente abuela materna, la cual acogio de mala gana a una nina que la convertia virtualmente en prisionera de aquel piso alto del que ya no se atreveria a salir por la noche en busca de la compania, el brillo y el calor del pub local, y en quien habia ido creciendo el resentimiento contra la inteligencia de su nieta y contra una responsabilidad que no estaba en condiciones de asumir, por edad, por estado de salud y por temperamento. Kate habia descubierto demasiado tarde, justo en el momento de la muerte de su abuela, cuanto la queria. Ahora le parecia que al producirse esa muerte, cada una le habia pagado a la otra los atrasos de amor de toda una vida. Sabia que nunca se liberaria por completo del edificio Ellison Fairweather. Al subir a su nuevo apartamento en el ascensor grande y moderno, rodeada de oleos cuidadosamente embalados que ella misma habia pintado, se habia acordado del ascensor de Ellison Fairweather, con las paredes mugrientas y pintarrajeadas, el hedor a orines, las colillas, las latas de cerveza tiradas. A menudo estaba averiado como consecuencia de actos de vandalismo, y la abuela y ella tenian que subir catorce pisos a pie cargadas con las bolsas de la compra y la lavanderia, deteniendose en cada rellano para que la abuela recobrara el aliento. Alli sentada, rodeada de bolsas de plastico y escuchando resollar a la abuela, se habia hecho una promesa: «Cuando sea mayor me alejare de todo esto. Me ire del maldito edificio Ellison Fairweather para siempre. No regresare jamas. Nunca volvere a ser pobre. Nunca volvere a oler este olor.»

Para llevar a cabo su proyecto habia elegido el cuerpo de policia, resistiendo la tentacion de matricularse en sexto grado y de optar a la universidad, impaciente por empezar a ganar dinero, por irse de alli. Aquel primer apartamento Victoriano en Holland Park fue el comienzo. Tras la muerte de su abuela permanecio nueve meses mas en el piso, pues sabia que marcharse de inmediato seria desertar, aunque ignoraba de que, acaso de una realidad que debia afrontar, y tambien sabia que debia expiar algo, aprender cosas sobre ella misma, y que aquel era el sitio donde las aprenderia. Llegaria un momento en el que seria correcto irse, en el que podria cerrar la puerta con la sensacion de algo consumado, de que dejaba tras de si un pasado que no podia cambiar, pero que podia aceptar con sus miserias, sus horrores y, si, tambien sus alegrias, un pasado con el que podia reconciliarse y al que podia integrar en ella misma. Y ese momento habia llegado ya.

El apartamento, naturalmente, no era como ella sonaba al principio. Se habia imaginado en uno de los amplios almacenes reformados que se encontraban junto al puente de la Torre, con ventanas altas y habitaciones enormes, robustas vigas de roble y, sin duda, un persistente aroma a especias. Pero, aun con un mercado inmobiliario a la baja, aquello excedia sus medios. Y el apartamento, elegido despues de una minuciosa busqueda,

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