no era un mal sustituto. Habia solicitado la hipoteca mas alta a que podia acceder, en la creencia de que era economicamente acertado comprar lo mejor que pudiera permitirse. Tenia una habitacion grande, de cinco metros y medio por casi cuatro, y otras dos mas pequenas, una de ellas con su propia ducha. La cocina era bastante espaciosa para comer en ella y estaba bien equipada. La terraza que daba al sudoeste, y que se extendia a lo largo de toda la sala de estar, era estrecha, pero aun asi cabian unas sillas y una mesita. En verano podria comer alli. Y se alegraba de que los muebles comprados para su primer apartamento no hubieran sido baratos. El sofa y los dos sillones de piel autentica quedarian muy bien en aquel entorno moderno. Menos mal que finalmente se habia decidido por el marron en vez del negro. El negro estaba demasiado de moda. Y la mesa y las sillas de madera de olmo sin pretensiones tambien quedaban bien.
Ademas, el piso presentaba otra gran ventaja: estaba en una esquina del edificio y tenia dos vistas al exterior y dos terrazas. Desde el dormitorio veia el amplio y refulgente panorama de Canary Wharf, la torre, similar a un inmenso lapiz celular con la punta coronada de luz, la gran curva blanca del edificio contiguo, el agua remansada del antiguo muelle de las Indias Occidentales y el ferrocarril ligero de Docklands, con sus carriles elevados y sus trenes, que parecian juguetes de cuerda. Esta ciudad de vidrio y hormigon se iria volviendo mas bulliciosa a medida que se instalaran nuevas empresas. Podria contemplar desde lo alto el espectaculo multicolor y siempre cambiante de medio millon de hombres y mujeres que se movian de un lado a otro desarrollando su vida laboral. Desde la otra terraza, que daba al sudoeste, se veia el rio y el trafico lento e inmemorial del Tamesis: gabarras, embarcaciones de recreo, lanchas de la policia fluvial y de las autoridades del puerto de Londres, buques de linea que remontaban la corriente para atracar junto al puente de la Torre. A Kate le encantaba el estimulo del contraste y en aquel apartamento podia pasar a voluntad de un mundo a otro, del nuevo al antiguo, del agua remansada al rio de poderosas mareas que T. S. Eliot llamo un poderoso dios pardo.
El apartamento resultaba especialmente adecuado para un oficial de la policia, con un sistema de interfono en la entrada principal, dos cerraduras de seguridad y una cadena en la puerta del piso. Habia tambien un aparcamiento subterraneo al que tenian acceso todos los residentes. Eso tambien era importante. Y los desplazamientos a New Scotland Yard no serian complicados; despues de todo, estaban en el mismo lado del rio. Y quiza podria ir de vez en cuando en un barco fluvial hasta el embarcadero de Westminster. Llegaria a conocer el rio, a participar en su vida y su historia. Despertaria por la manana con el chillido de las gaviotas y saldria a ese vacio fresco y blanco. En aquel momento, suspendida alli entre el centelleo del agua y el alto y delicado azul del cielo, sintio un impulso extraordinario que ya la habia invadido en otras ocasiones y que, a su entender, debia de ser lo mas parecido a una experiencia religiosa. La poseyo una necesidad, casi fisica en su intensidad, de rezar, de alabar, de dar gracias sin saber a quien, de gritar con una alegria mas profunda que la que le producia su propio bienestar fisico, sus logros e incluso la belleza del mundo.
Habia dejado las estanterias fijas en el piso antiguo, pero otras nuevas construidas segun sus instrucciones cubrian toda la pared opuesta a la ventana. Frente a ellas, arrodillado junto a una caja, Alan Scully ordenaba los libros. La propia Kate se habia sorprendido al descubrir cuantos habia adquirido desde que lo conocia. No eran escritores de los que le hubieran hablado jamas en la escuela, pero ahora se sentia agradecida a la secundaria de Ancroft. La escuela habia hecho todo lo posible por ella. Los maestros y maestras a los que entonces despreciaba, en su arrogancia, eran en realidad, ahora se daba cuenta, personas esforzadas que luchaban por imponer disciplina, por dar abasto enfrentandose diariamente a clases numerosas y dieciseis idiomas distintos, por satisfacer necesidades encontradas, por abordar los abrumadores problemas familiares de algunos de los ninos y prepararlos para superar unos examenes que al menos les abririan las puertas de algo mejor. Sin embargo, la mayor parte de su instruccion la habia adquirido despues de la escuela. Tras sus cobertizos para bicicletas y en su campo de juegos de asfalto habia aprendido todo lo que carecia de importancia respecto al sexo y nada que fuera importante. Eso fue Alan quien se lo enseno, eso y mucho mas. Le hizo conocer libros, no con superioridad, no como si se considerase una especie de Pigmalion, sino porque queria compartir con alguien a quien amaba las cosas que el amaba. Y ahora habia llegado el momento de que eso tambien se acabara.
Kate oyo su voz.
– Si nos tomamos un descanso, preparare cafe. ?O solo estas contemplando el panorama?
– Estoy contemplando el panorama. Regodeandome. ?Que te parece, Alan?
Era la primera vez que el veia el piso y Kate se lo habia mostrado con algo del orgullo de una nina con un juguete nuevo.
– Me gustara cuando te hayas instalado. Es decir, si llego a verlo cuando te hayas instalado. ?Que hacemos con estos libros? ?Quieres separar los de poesia, los de ficcion y los de no ficcion? Ahora mismo tenemos a Dalgliesh al lado de Defoe.
– ?Defoe? No sabia que tuviera ninguno. Ni siquiera me gusta Defoe. Ah, separados, me parece. Y luego segun el apellido del autor.
– El Dalgliesh es una primera edicion. ?Consideras necesario comprarlo encuadernado en tela porque es tu jefe y trabajas con el?
– No. Leo sus poemas para intentar entenderlo mejor.
– ?Y es asi?
– De hecho, no. No logro relacionar la poesia con el hombre. Y cuando lo consigo, es aterrador. Repara en demasiadas cosas.
– Veo que no esta firmado. O sea que no se lo has pedido.
– Resultaria violento para los dos. No juegues con el, Alan. Dejalo en el estante.
Se acerco y se arrodillo junto a el. Alan no habia mencionado sus libros profesionales, y ahora vio que formaban un ordenado monton junto a la caja de embalaje. Uno por uno, empezo a colocarlos en el estante mas bajo: un ejemplar de las ultimas Estadisticas Criminales; la
Kate molio el cafe en grano, deleitandose con su aroma. Ninguna infusion sabia jamas tan bien como olian los granos. Tomaron el cafe sentados en el suelo, apoyados los dos en una caja todavia por abrir.
– El miercoles que viene, ?que vuelo coges? -pregunto ella.
– El BA175. Sale a las once. ?No has cambiado de idea?
Estuvo a punto de responder: «No, Alan, no puedo. Es imposible», pero se contuvo. No era imposible. Nada le impedia cambiar de idea. La respuesta sincera era que no queria. Habian discutido el problema muchas veces y Kate ya sabia que no podia haber ningun arreglo. Comprendia lo que el sentia y lo que queria. Alan no pretendia hacerle ningun chantaje. Se le habia presentado la ocasion de trabajar tres anos en Princeton y estaba impaciente por irse. Era importante para su carrera, para su futuro. Pero se quedaria en Londres y conservaria su empleo actual en la biblioteca si ella se comprometia, si aceptaba casarse con el o, al menos, vivir con el y darle un hijo. No se trataba de que considerase la carrera de Kate menos importante que la propia; si era necesario, dejaria temporalmente su empleo y se quedaria en casa mientras ella iba a trabajar. Siempre le habia reconocido esta igualdad esencial. Pero se habia cansado de estar en la periferia de su vida. Ella era la mujer a la que amaba y con la que queria vivir. Renunciaria a Princeton, pero no para continuar como estaban, viendose unicamente cuando el trabajo lo permitia, sabiendo que era su amante pero que nunca podria ser nada mas.
– No estoy preparada para el matrimonio ni la maternidad -dijo Kate-. Acaso no lo este nunca, sobre todo para la maternidad. No lo haria bien. Nunca he aprendido, comprendelo.
– No creo que haga falta un aprendizaje previo.