pensaba ir a la oficina y pedirle que telefoneara mas tarde para transmitir sus disculpas y la promesa de regresar el lunes. Sin embargo, no cedio a la tentacion. El lunes llegaria con gran rapidez, trayendo consigo una carga de ansiedad aun mas pesada. Ademas, su ausencia resultaria sospechosa. Todo el mundo sabia que nunca faltaba al trabajo, que nunca estaba enferma. Tenia que ir a la oficina como si fuese un dia corriente.

No pudo desayunar. El mero hecho de pensar en los huevos y el tocino le daba nauseas, y la primera cucharada de cereales se le atasco en la boca. En la estacion compro el acostumbrado Daily Telegraph, pero no lo abrio durante todo el viaje, limitandose a mirar sin ver el destellante caleidoscopio de las zonas suburbanas de Kent.

Pasaban cinco minutos de la hora de salida de la lancha. El senor De Witt, generalmente tan puntual, bajo corriendo por la rampa del embarcadero de Charing Cross justo cuando Fred Bowling empezaba a pensar que tendria que largar amarras.

– Perdon a todos, me he dormido. Gracias por esperarme. Crei que tendria que tomar la segunda lancha.

Ya estaban todos los habituales del primer viaje: el senor De Witt, ella misma, Maggie FitzGerald y Amy Holden, de publicidad, el senor Elton, de derechos, y Ken, del almacen. Blackie ocupo su asiento de costumbre en la proa. Le habria gustado sentarse a solas en la popa, pero eso tambien podia resultar sospechoso. Se sentia anormalmente consciente de todos sus gestos y palabras, como si se hallara sometida a interrogatorio. Oyo que James de Witt les contaba a los demas que el senor Dauntsey habia sido victima de un asalto. Habia ocurrido despues de su lectura de poesia. Una pareja que salia del pub lo habia encontrado casi inmediatamente y lo habia acompanado al departamento de urgencias del hospital St. Thomas. Habia sufrido mas por la conmocion que por el asalto en si y ya se encontraba bien. Blackie no hizo ningun comentario. Se trataba simplemente de otro percance menor, de otro golpe de mala suerte. En comparacion con el peso agobiante de su angustia, no parecia tener mucha importancia.

Por lo general Blackie disfrutaba del viaje por el rio. Llevaba mas de veinticinco anos haciendolo y todavia le fascinaba. Pero ese dia todos los hitos familiares del recorrido se le antojaban meros postes indicadores en el camino hacia el desastre: el elegante forjado del puente ferroviario de Blackfriars; el puente de Southwark, con los peldanos de Southwark Causeway desde los que Christopher Wren era conducido a remo hasta la otra orilla del rio cuando supervisaba las obras de construccion de la catedral de San Pablo; el puente de Londres, en los extremos del cual otrora se exhibian las cabezas de los traidores clavadas en escarpias; la puerta de los Traidores, verde de algas y hierbas, y el Agujero del Muerto, bajo el puente de la Torre, donde, por tradicion, se esparcian fuera de los limites de la ciudad las cenizas de los muertos; el propio puente de la Torre; el blanco y azul celeste de la elevada pasarela con su refulgente insignia de oro; HMS Belfast, al servicio de Su Majestad, con sus colores atlanticos. Todo eso lo vio con ojos a los que nada interesaba. Blackie se dijo que aquel desasosiego era absurdo e innecesario. Solo tenia un pequeno motivo de culpa, que quiza, despues de todo, no era en realidad tan importante ni tan merecedor de reproche. Pero el desasosiego, que por entonces equivalia ya a un miedo activo, se intensificaba a medida que se acercaba a Innocent House, y le parecio que su estado de animo se contagiaba al resto del grupo. El senor De Witt solia hacer el trayecto en silencio, muchas veces leyendo, pero las chicas normalmente charlaban con vivacidad. Esa manana permanecieron todos callados mientras la lancha se bamboleaba con lentitud hacia la argolla donde Fred solia amarrarla, a la derecha de los escalones.

De Witt dijo de pronto:

– Innocent House. Bien, aqui estamos…

Su voz encerraba una nota de jovialidad espuria, como si acabaran de regresar de una excursion en bote, pero su expresion era adusta. Blackie se pregunto que le ocurriria, en que estaria pensando. Luego, poco a poco, subio con los demas los escalones banados por la marea que conducian a la terraza de marmol, fortaleciendose para afrontar lo que pudiera depararle el dia.

17

George Copeland, de pie tras la proteccion de su mostrador de recepcion con aire de embarazosa impotencia, oyo con alivio el rumor de pasos sobre los adoquines. Asi que por fin habia llegado la lancha. Lord Stilgoe dejo de andar airadamente de un lado a otro y los dos se volvieron hacia la puerta. Los recien llegados entraron en grupo, con James de Witt a la cabeza. El senor De Witt echo una mirada al rostro preocupado de George y se apresuro a preguntar:

– ?Que sucede, George?

Fue lord Stilgoe el que respondio. Sin saludar a De Witt, le anuncio torvamente:

– Etienne ha desaparecido. Estaba citado con el a las nueve en su despacho. Cuando he llegado solo estaban el recepcionista y la encargada de la limpieza. No estoy acostumbrado a este trato. Mi tiempo es valioso, aunque el de Etienne no lo sea. Esta manana tengo una cita en el hospital.

– ?Como que desaparecido? -replico De Witt al instante-. Supongo que lo habra retrasado el trafico.

– Tiene que estar en la casa, senor De Witt -intervino George-. Ha dejado la chaqueta en el sillon de su despacho. Fui a mirar al ver que no contestaba a las llamadas. Y esta manana, cuando he llegado, la puerta principal no estaba cerrada con la Banham. Entre solo con la Yale. Y la alarma no estaba conectada. La senorita Claudia acaba de llegar. Lo esta comprobando.

Pasaron todos al vestibulo, como movidos por un impulso comun. Claudia Etienne, con la senora Demery al lado, salia del despacho de Blackie.

– George tiene razon -dijo-. No puede andar muy lejos. Su chaqueta esta en el sillon y el manojo de llaves en el cajon superior de la derecha. -Se volvio hacia George-. ?Ha mirado en el numero diez?

– Si, senorita Claudia. El senor Bartrum ya ha llegado, pero no hay nadie mas en el edificio. Lo ha mirado el y ha vuelto a llamar; dice que el Jaguar del senor Gerard esta aparcado alli, en el mismo sitio donde estaba anoche.

– ?Y las luces de la casa? ?Estaban encendidas cuando ha llegado usted?

– No, senorita Claudia. Y tampoco habia luz en su despacho. En ninguna parte.

En aquel momento aparecieron Frances Peverell y Gabriel Dauntsey. George advirtio que el senor Dauntsey no tenia buen aspecto. Se ayudaba con un baston y llevaba un trocito de esparadrapo en el lado derecho de la frente. Nadie se fijo. George se pregunto si seria el unico que se habia dado cuenta.

– No habreis visto a Gerard en el numero doce, ?verdad? Parece que ha desaparecido -dijo la senorita Claudia.

– No lo hemos visto -respondio Frances.

Mandy, que llegaba justo detras de ellos, se quito el casco y anuncio:

– Tiene el coche aqui. Lo he visto al pasar, al final de Innocent Passage.

Claudia replico en tono reprobatorio.

– Si, Mandy, ya lo sabemos. Ire a mirar arriba. Tiene que estar en el edificio. Los demas que esperen aqui.

Se encamino a paso vivo hacia la escalera, seguida de cerca por la senora Demery. Blackie, como si no hubiera oido la orden, emitio un breve jadeo y echo a correr torpemente en pos de ellas. Maggie FitzGerald observo:

– La senora Demery siempre se las arregla para estar en el meollo -pero hablo con voz insegura y, al ver que nadie hacia ningun comentario, se ruborizo como si deseara no haber dicho nada.

El grupito se desplazo silenciosamente hasta formar un semicirculo, casi, penso George, como empujado con suavidad por una mano invisible. Habia encendido las luces del vestibulo y el techo pintado resplandecia sobre ellos, como contraponiendo su esplendor y su permanencia a las insignificantes preocupaciones y las angustias sin importancia de los presentes. Todos los ojos se volvieron hacia lo alto. George penso que parecian personajes de un cuadro religioso, con la mirada fija en el cielo a la espera de alguna aparicion sobrenatural. Permanecio entre ellos, sin saber muy bien si su lugar estaba ahi o detras del mostrador. Hizo lo que le decian, como siempre, pero un poco sorprendido de que los socios esperaran con tanta docilidad. Aunque, ?por que no? No serviria de nada que se dedicaran a recorrer en tropel toda la casa. Tres exploradoras eran mas que suficientes. Si el senor

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