– No es precisamente el tipo de policia al que uno le pregunta la hora. Personalmente, creo que ya resulta bastante aterrador para los inocentes, asi que sabe Dios que impresion les causara a los culpables. ?Lo conoces, Gabriel? Despues de todo, os dedicais al mismo oficio.
Dauntsey alzo la mirada y contesto:
– Conozco su obra, naturalmente, pero creo que no nos habiamos visto nunca. Es un excelente poeta.
– Oh, eso lo sabemos todos. Lo que me extrana es que nunca hayas intentado quitarselo a su editor. Esperemos que sea igualmente bueno como investigador.
– Es curioso que no nos haya preguntado nada sobre la serpiente, ?verdad? -dijo Frances.
– ?Que ocurre con la serpiente? -replico Claudia bruscamente.
– No nos ha preguntado si sabiamos algo de eso.
– Oh, ya lo hara -dijo De Witt-. Creeme, ya lo hara.
22
En el despachito de los archivos, Dalgliesh pregunto:
– ?Ha podido hablar con el doctor Kynaston, Kate?
– No, senor. Esta en Australia, visitando a su hijo. Vendra el doctor Wardle. Estaba en el laboratorio, asi que no creo que tarde en llegar.
La investigacion no comenzaba bajo los mejores auspicios. Dalgliesh estaba acostumbrado a trabajar con Miles Kynaston, al que apreciaba como persona y respetaba como uno de los patologos forenses mas prestigiosos del pais, si no el que mas. Habia dado por supuesto, quiza de un modo irrazonable, que seria Kynaston el que se acuclillaria junto a este cadaver, los rollizos dedos de Kynaston enfundados en guantes de latex, finos como una segunda piel, los que se moverian sobre el cuerpo con tanta delicadeza como si aquellos miembros yertos aun pudieran tensarse bajo su mano escudrinadora. Reginald Wardle era un patologo forense perfectamente capaz; no lo habria contratado la policia metropolitana si no lo fuera. Haria un buen trabajo. Su informe seria tan minucioso como el de Kynaston y no se haria esperar. En el estrado de los testigos, si llegaba el caso, seria igualmente eficaz, cauto pero preciso, inconmovible bajo el interrogatorio. Sin embargo, Dalgliesh siempre lo habia encontrado irritante y sospechaba que esta ligera antipatia, no lo bastante intensa para llamarla aversion ni para perjudicar su colaboracion, era mutua.
Cuando se le llamaba, Wardle acudia con presteza a la escena del crimen -en este sentido no se le podia censurar-, pero invariablemente entraba paseando con ociosa despreocupacion, como para demostrar la escasa importancia de la muerte violenta, y de ese cadaver en particular, en su esquema personal de las cosas. Tenia propension a suspirar y chasquear con la lengua mientras examinaba el cuerpo, como si el problema que este planteaba fuera mas fastidioso que interesante y apenas justificara que la policia le hubiese arrancado de las preocupaciones mas inmediatas de su laboratorio. En la escena del crimen proporcionaba un minimo de informacion, tal vez por cautela natural, aunque demasiado a menudo se las arreglaba para dar la impresion de que la policia lo presionaba de un modo irrazonable para que formulara un juicio prematuro. Las palabras que con mas frecuencia pronunciaba ante un cadaver eran: «Habra que esperar, comandante, habra que esperar. Pronto lo tendre en la mesa y entonces lo sabremos.»
Ademas, sabia promocionarse bien. En la escena del crimen podia parecer un colega aburrido y renuente, pero luego resultaba ser un brillante orador de sobremesa y probablemente disfrutaba de mas comidas gratis que la mayoria de los miembros de su profesion. Dalgliesh, al que le resultaba dificil creer que alguien pudiera ofrecerse voluntario para asistir a una cena prolongada y habitualmente mediocre -y mucho menos disfrutarla-, por la satisfaccion de ponerse en pie al terminarla, anadia en privado este dato a la lista de pequenas fechorias de Wardle. Sin embargo, una vez en su sala de autopsias, el doctor Wardle era otro hombre. Alli, acaso porque se encontraba en su reino reconocido, parecia enorgullecerse de manifestar su considerable habilidad y se mostraba muy bien dispuesto a compartir opiniones y proponer teorias.
Dalgliesh habia trabajado otras veces con Charlie Ferris y se alegraba de verlo. Su apodo de «el Huron» pocas veces se utilizaba en su presencia, pero era quizas un sobrenombre demasiado adecuado para prescindir de el por completo. Tenia unos ojillos penetrantes de pestanas muy claras, una nariz alargada sensible a todos los matices del olfato y unos dedos minusculos y exigentes capaces de recoger objetos pequenos como por magnetismo. En el trabajo presentaba una apariencia excentrica y a veces grotesca; el atuendo que preferia para la busqueda se componia de unos ajustados pantalones de algodon, largos o cortos, un sueter, guantes de cirujano y un gorro de natacion de goma. Su credo profesional era que ningun asesino abandona la escena del crimen sin depositar alguna evidencia fisica, y su tarea consistia en encontrarla.
– La busqueda de costumbre, Charlie -comento Dalgliesh-, pero necesitaremos un ingeniero que desmonte la estufa de gas y redacte un informe. Digales que es urgente. Si el canon esta obstruido con escombros, que los manden al laboratorio junto con muestras de cualquier pieza suelta del revestimiento interior de la chimenea. Es una estufa de gas muy antigua de las que se usaban para los cuartos de los ninos, con llave de paso extraible. No se si ahi encontraremos alguna huella util, casi seguro que no. Habra que examinar todas las superficies de la chimenea en busca de huellas. El cordon de la ventana es importante. Me gustaria saber si se rompio por el desgaste natural o si lo han deshilachado deliberadamente. Dudo que pueda decirse con certeza, pero quizas el laboratorio sirva de ayuda.
Dejandolos enfrascados en su tarea, se arrodillo junto al cuerpo, lo examino atentamente durante unos instantes y luego extendio la mano y le toco la mejilla. ?Eran su imaginacion y la rubicundez de la piel las que la hacian parecer ligeramente tibia al tacto? ?O acaso el calor de los dedos habia prestado durante unos segundos una vida espuria a la carne muerta? Desplazo la mano hacia la mandibula procurando no desalojar la serpiente. La carne estaba blanda y el hueso se movio bajo su suave apremio.
Se volvio hacia Kate y Dan.
– A ver que les dice esta mandibula. Con cuidado. Quiero que la serpiente siga en su sitio hasta despues de la autopsia.
Se arrodillaron por turno, primero Kate y luego Daniel; tocaron la mandibula, examinaron detenidamente la cara, apoyaron las manos sobre el tronco desnudo.
– La rigidez cadaverica esta bien establecida en la parte superior del cuerpo, pero la mandibula esta suelta - dijo Daniel.
– Lo cual quiere decir…
Fue Kate quien concluyo la frase.
– Que alguien rompio la rigidez de la mandibula varias horas despues de la muerte. Es de suponer que tuvo que hacerlo a fin de meterle la serpiente en la boca. Pero ?por que se tomo la molestia? ?Por que no se limito a enroscarla en torno al cuello? Hubiera producido el mismo efecto.
– Pero no seria tan espectacular -objeto Daniel.
– Puede ser. Pero ahora sabemos que alguien manipulo el cadaver varias horas despues de la muerte. Pudo ser el asesino, si es que se trata de un asesinato. Pudo ser otra persona. Si la serpiente hubiera estado enroscada al cuello y nada mas, nunca habriamos sospechado que hubo una segunda visita a la escena.
– Tal vez sea precisamente lo que el asesino queria que supieramos -observo Daniel.
Dalgliesh estudio la serpiente con interes. Media aproximadamente un metro y medio de largo y resultaba evidente que estaba destinada a evitar corrientes de aire. La parte superior del cuerpo era de terciopelo a rayas y la inferior de otro genero mas resistente de color marron. Bajo la suavidad del terciopelo se notaba granulosa al tacto.
Se oyeron unos pasos de alguien que cruzaba lentamente la sala de los archivos. Daniel comento:
– Parece que ya ha llegado el doctor Wardle.
El forense media mas de un metro noventa, y su imponente cabeza se proyectaba sobre unos hombros anchos y huesudos de los que la chaqueta, ligera y mal adaptada al cuerpo, colgaba como suspendida de una percha de alambre. Tanto por la nariz aguilena y manchada, como por la voz tonante y los ojos rapidos y perspicaces dominados por unas pobladas cejas tan exuberantes y vigorosas que parecian tener vida propia, toda su apariencia correspondia al estereotipo de un coronel irascible. Su estatura hubiera podido representar un inconveniente para un trabajo en el que a menudo los cadaveres yacian ocultos en zanjas, alcantarillas, armarios