prestigio. Pero eso no le habria gustado a Gerard Etienne.

– ?Y a los demas?

– Bueno, a veces rezongabamos y coceabamos contra el aguijon, pero creo que nos dabamos cuenta de que Gerard tenia razon: habia que crecer o morir. Hoy en dia una editorial no puede vivir solo de la edicion comercial. Gerard queria absorber una empresa con un buen catalogo de textos de derecho y hay una que esta a punto para que alguien la coja; y tambien queria entrar en el campo del libro de texto. Iba a hacer falta dinero, por no hablar de energia y de cierta dosis de agresividad comercial. No se si todos habriamos tenido estomago para eso. Sabe Dios que ocurrira ahora. Supongo que habra una reunion de los socios, se confirmara a Claudia como presidenta y directora gerente y se postergaran todas las decisiones desagradables por un minimo de seis meses. Eso habria divertido a Gerard. Lo habria considerado tipico.

Dalgliesh, que no deseaba retenerlo demasiado tiempo, se dispuso a terminarla entrevista preguntandole por el bromista de la oficina.

– No tengo ni idea de quien puede ser el responsable. En las reuniones mensuales de los socios hemos perdido mucho tiempo hablando del asunto, pero no hemos llegado a ninguna conclusion. Es extrano, en realidad. Con una plantilla de solo treinta personas, a estas alturas deberiamos tener alguna pista, aunque solo fuera por un proceso de eliminacion. Naturalmente, la mayor parte del personal lleva anos en la empresa, y yo habria dicho que todos, los antiguos y los nuevos, se hallaban libres de sospecha. Y los incidentes se han producido siempre cuando practicamente todos estabamos presentes. Quizas era lo que pretendia el bromista, dificultar la eliminacion. Los mas graves, por supuesto, fueron la desaparicion de las ilustraciones para el libro sobre Guy Fawkes y la manipulacion de las pruebas de imprenta de lord Stilgoe.

– Pero, de hecho -apunto Dalgliesh-, ninguno de los dos resulto catastrofico.

– A decir verdad, no. Este ultimo asunto con Sid la Siseante parece ser de otro orden. Los demas se dirigian contra la empresa, pero meterle a Gerard en la boca la cabeza de esa serpiente constituye sin duda un acto de malevolencia personal contra el. Para ahorrarle la pregunta, puedo decirle que sabia donde encontrar a Sid. Supongo que cuando la senora Demery termino de hacer su ronda toda la oficina debia de saberlo.

Dalgliesh penso que ya era hora de dejarlo marchar.

– ?Como ira hasta Hillgate Village?

– He pedido un taxi; tardaria demasiado en lancha hasta Charing Cross. Manana a las nueve y media estare aqui, si desea saber algo mas. Aunque no creo que pueda serle util. Ah, tambien puedo decirle ya que no mate a Gerard ni le puse la serpiente al cuello. Nunca se me ocurriria convencerle de las virtudes de la novela literaria gaseandolo hasta morir.

– ?Es asi como supone usted que murio? -inquirio Dalgliesh.

– ?Me equivoco? A decir verdad, fue idea de Dauntsey; no puedo atribuirme el merito. Pero cuanto mas pienso en ello mas verosimil me parece.

Se retiro con la misma elegancia sin premura con que habia entrado.

Dalgliesh cavilo que interrogar a sospechosos era muy parecido a entrevistar candidatos como miembro de un comite de seleccion. Siempre existia la tentacion de evaluar la actitud de cada uno y formarse una opinion provisional antes de convocar al siguiente solicitante. Esta vez espero en silencio. Kate, como siempre, se habia dado cuenta de que era mas prudente guardar silencio, pero el sospechaba que le habria gustado hacer un par de comentarios mordaces sobre Claudia Etienne.

Frances Peverell fue la ultima. Entro en la habitacion con algo semejante a la docilidad de una colegiala bien educada, pero su compostura se vino abajo cuando vio la chaqueta de Etienne colgada del respaldo de su sillon.

– No crei que aun estuviera aqui -dijo.

Echo a andar hacia ella con la mano tendida, pero se contuvo al instante y se volvio hacia Dalgliesh, quien vio que se le habian llenado los ojos de lagrimas.

– Lo siento -se excuso Dalgliesh-. Quiza deberiamos haberla retirado.

– Claudia habria podido llevarsela, pero ha tenido otras cosas en que pensar. Pobre Claudia. Supongo que tendra que encargarse de las pertenencias de su hermano, de toda su ropa.

Se sento y miro a Dalgliesh como una paciente a la espera del dictamen del especialista. Sus facciones eran suaves y llevaba el cabello, castano claro con mechas doradas, cortado con un flequillo que le caia sobre las rectas cejas y los ojos, de color verde azulado. Dalgliesh sospecho que la expresion tensa y angustiada que reflejaban era algo duradero antes que una respuesta a la desgracia presente, y se pregunto que clase de padre habia sido Henry Peverell. La mujer que tenia ante si no mostraba en absoluto el egocentrismo arrogante de una hija unica malcriada. Parecia una mujer que durante toda su vida habia reaccionado a las necesidades de los demas, mas acostumbrada a recibir criticas implicitas que alabanzas. Carecia por completo del aplomo de Claudia Etienne o la elegancia degagee de James de Witt. Vestia una falda de tweed en suaves tonos azules y marrones, con un jersey azul de cuello cerrado y cardigan a juego, pero sin la acostumbrada sarta de perlas. Podria haber llevado lo mismo en los anos treinta y en los cincuenta, penso Dalgliesh, la ropa de diario de las inglesas de buena familia; de un buen gusto sobrio, convencional y caro, incapaz de ofender a nadie.

Dalgliesh comento en tono amable:

– Siempre he creido que es la peor tarea tras la muerte de alguien. Relojes, joyas, libros, cuadros: todo eso puede darse a los amigos, y parece justo y conveniente. Pero las prendas de vestir son demasiado personales para regalarlas. Paradojicamente, solo podemos soportar que las usen, no las personas que conocemos, sino los extranos.

Ella respondio con afan, como si le agradeciera su comprension.

– Si, yo senti lo mismo cuando murio papa. Al fin, di todos sus trajes y zapatos al Ejercito de Salvacion. Espero que los hiciesen llegar a alguien que los necesitara, pero fue como sacar a papa del piso, como sacarlo de mi vida.

– ?Apreciaba usted a Gerard Etienne?

Frances bajo la vista hacia las manos entrelazadas y luego lo miro de hito en hito.

– Estuve enamorada de el. Queria decirselo yo misma, porque estoy segura de que tarde o temprano lo averiguara y es mejor que lo sepa por mi. Mantuvimos una relacion amorosa, pero termino una semana antes de que el anunciara su compromiso.

– ?De comun acuerdo?

– No, no de comun acuerdo.

Dalgliesh no necesitaba preguntarle que habia sentido ante esa traicion. Lo que habia sentido, y seguia sintiendo, lo llevaba escrito en la cara.

– Lo siento -dijo-. No debe de resultarle facil hablar de su muerte.

– No es tan doloroso como para que me impida hablar. Digame, por favor, senor Dalgliesh: ?cree usted que Gerard murio asesinado?

– Todavia no podemos estar seguros, pero es mas una probabilidad que una posibilidad. Por eso tenemos que interrogarla hoy mismo. Querria que me explicara que ocurrio exactamente anoche.

– Supongo que Gabriel, el senor Dauntsey, ya le habra explicado que lo asaltaron. No fui con el al recital de poesia porque se mostro inflexible en que queria ir solo. Creo que tenia la sensacion de que no iba a gustarme. Pero hubiera debido ir con el alguien de la Peverell Press. No habia leido en publico desde hace unos quince anos y no estuvo bien que fuera solo. Quiza si hubiese ido yo con el no lo habrian asaltado. Hacia las once y media recibi una llamada del hospital St. Thomas para decirme que estaba alli y que tendria que esperar a que le hicieran una radiografia, y para preguntarme si me ocuparia de el en caso de que le permitieran marchar. Por lo visto, estaba bastante decidido a irse y querian asegurarse de que no pasaria la noche solo. Estuve asomandome a la ventana de la cocina para verlo llegar, pero no oi el taxi. Su puerta de entrada esta en Innocent Lane, pero seguramente el taxista debio de torcer en la bocacalle y lo dejo alli. Gabriel debio de llamarme nada mas llegar. Me dijo que se encontraba bien, que no tenia ninguna fractura y que iba a tomar un bano. Despues, le alegraria que bajara a su piso. No creo que en realidad quisiera verme, pero sabia que no me quedaria tranquila hasta haberme asegurado de que estaba bien.

Dalgliesh pregunto:

– Entonces, ?no tiene usted llave de su piso? ?No podia esperarlo alli?

– Tengo la llave, en efecto, y el tiene la de mi piso. Es una precaucion razonable por si se produce un incendio

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