Al recordarlo en la intimidad de su despacho, se dio cuenta de que habia reaccionado a la pregunta con excesivo calor, que su voz habia contenido una nota de enojado resentimiento.

– ?Tirar a Sid la Siseante? No, ?por que habria de hacerlo? Al senor Peverell le gustaba la serpiente. La encontraba graciosa. No hacia ningun mal alli. Despues de todo, mi despacho no es un lugar al que suela entrar el publico. Me limite a guardarla en el cajon. Pense que quiza podia llevarmela a casa.

Le preguntaron por la visita de Esme Carling y su insistencia en ver al senor Etienne. Blackie comprendio que alguien debia de haber hablado, que el incidente no les venia de nuevas, de modo que les conto la verdad o, al menos, tanta verdad como fue capaz de decir en voz alta.

– La senora Carling no es uno de nuestros autores mas tratables y estaba sumamente enojada. Creo que su agente le habia dicho que el senor Etienne no deseaba publicar su ultimo libro. Queria hablar con el a toda costa, pero tuve que explicarle que estaba reunido con los socios y que no se los podia molestar. Ella replico con unas frases sumamente ofensivas a proposito del senor Peverell y de nuestra relacion confidencial. Creo que opinaba que yo habia ejercido demasiada influencia en la empresa.

– ?Amenazo con volver mas tarde para entrevistarse con el senor Etienne ese mismo dia?

– No, nada de eso. En otras circunstancias quizas hubiera insistido en quedarse hasta que terminara la reunion, pero tenia que ir a firmar ejemplares de sus obras en una libreria de Cambridge.

– Pero el acto fue suspendido a consecuencia de un fax enviado a las doce y media desde estas oficinas. ?Envio usted ese fax, senorita Blackett?

La secretaria clavo la mirada en aquellos ojos grises.

– No, no fui yo.

– ?Sabe quien lo envio?

– No tengo la menor idea. Fue durante la hora del almuerzo. Yo estaba en la cocina, calentando una bandeja de espaguetis a la bolonesa de Marks & Spencer. Todo el rato estuvo entrando y saliendo gente. No recuerdo donde se encontraba nadie en particular a las doce y media exactamente. Lo unico que se es que yo no estaba en mi despacho.

– ?Y el despacho no estaba cerrado con llave?

– Claro que no. Nunca cerramos los despachos durante el dia.

Y asi habia seguido. Preguntas acerca de las bromas pesadas, preguntas acerca de cuando habia salido de la oficina la noche anterior, del trayecto hasta su casa, de la hora a la que habia llegado, de como habia pasado la velada. Ninguna le resulto dificil. Al fin, la inspectora Miskin dio por concluida la entrevista, pero sin ninguna sensacion de que realmente hubiera terminado. Cuando llego el momento de irse, Blackie descubrio que le temblaban las piernas. Tuvo que sujetarse firmemente a la silla durante unos segundos antes de sentirse en condiciones de llegar hasta la puerta sin tambalearse.

Dos veces habia intentado establecer comunicacion con Weaver’s Cottage, pero no contestaba nadie. Joan debia de estar en el pueblo o de compras en la ciudad; pero quizas era mejor asi. Aquella noticia era para darla en persona, no por telefono. Se pregunto si valia la pena llamar de nuevo para decirle que volveria a casa mas temprano que de costumbre, pero el mero hecho de descolgar el auricular se le antojaba un esfuerzo excesivo. Mientras trataba de animarse a la accion, se abrio la puerta y la senorita Claudia asomo la cabeza.

– Ah, todavia esta usted aqui. La policia desea que se vaya todo el mundo a casa. ?No se lo ha dicho nadie? La oficina esta cerrada, de todos modos. Fred Bowling esta preparado para llevarla a Charing Cross en la lancha. -Al verle la cara, anadio-: ?Se encuentra bien, Blackie? ?Quiere que la acompane alguien a casa?

La idea consterno a Blackie. Ademas, ?quien podia acompanarla? Sabia que la senora Demery aun estaba en el edificio, preparando innumerables tazas de cafe para los socios y la policia, pero ciertamente no agradeceria que la enviaran a hacer un viaje de una hora y media hasta Kent. A Blackie no le costo imaginarse ese viaje, la chachara, las preguntas, la llegada a Weaver’s Cottage las dos juntas, ella escoltada de mala gana por la senora Demery como si se tratara de una nina que habia cometido una travesura o de una prisionera bajo vigilancia. Joan seguramente se sentiria obligada a ofrecerle un te a la senora Demery. Blackie imagino la escena con las tres en la sala de estar del cottage, donde su hermana y ella oirian una version sumamente adornada de los acontecimientos del dia ofrecida por la senora Demery, garrula y vulgar, pero al mismo tiempo solicita, una mujer de la que resultaria casi imposible librarse.

– Estoy perfectamente, muchas gracias, senorita Claudia -respondio-. Lamento haberme portado de una manera tan tonta. Fue la conmocion.

– Todos sufrimos una conmocion.

La senorita Claudia hablo con voz atona. Quiza sus palabras no pretendian ser un reproche; solo lo parecian. Hizo una pausa como si quisiera decir algo mas, o tal vez juzgara que debia decirlo, y anadio:

– El lunes puede quedarse en casa si aun esta angustiada. No es imprescindible que venga. Si la policia quiere preguntarle algo mas, ya sabe donde encontrarla. -Y acto seguido, desaparecio.

Era la primera vez que se veian a solas, siquiera brevemente, desde el descubrimiento del cadaver. Blackie deseo haber encontrado algo que decir, alguna palabra de condolencia, pero ?que podia decirle que fuera al mismo tiempo veridico y sincero? «Nunca me gusto y yo no le gustaba a el, pero lamento que haya muerto.» ?Y era eso cierto, en realidad?

En la estacion de Charing Cross estaba acostumbrada a dejarse llevar por la muchedumbre de la hora punta, una corriente energica y resuelta. Se le hizo extrano estar alli a media tarde, envuelta en una tranquilidad sorprendente para un viernes y una atmosfera callada de indecisa atemporalidad. Una pareja de edad, excesivamente vestida para el viaje, la mujer obviamente con sus mejores prendas, estudiaba con nerviosismo el horario de salidas, el hombre arrastrando una pesada maleta de ruedas bien sujeta con correas. A una palabra de la mujer, el hombre se adelanto bruscamente y de inmediato la maleta cayo de lado con un golpe sordo. Blackie los observo unos instantes mientras se esforzaban en vano por levantarla y enseguida se acerco para ayudarlos. Pero mientras forcejeaba con el bulto, poco manejable y de peso mal repartido, no ceso de sentir sobre ella sus miradas inquietas y suspicaces, como si temiesen que quisiera apoderarse de su ropa interior. Completada la tarea, le dieron las gracias en un murmullo y se alejaron, sosteniendo la maleta entre los dos y dandole unas palmaditas de vez en cuando como si trataran de apaciguar a un perro recalcitrante.

El horario indicaba que Blackie tenia que esperar media hora, el tiempo suficiente para tomarse un cafe sin prisas. Mientras lo bebia, mientras aspiraba su aroma familiar y se calentaba las manos en torno a la taza, penso que aquel viaje inesperado a una hora temprana normalmente habria constituido un pequeno placer, que el vacio desacostumbrado de la estacion le habria recordado, no las incomodidades de la hora punta, sino las vacaciones de la ninez, el tiempo libre para el cafe, la grata certidumbre de llegar a casa antes de que oscureciese. Pero en aquellos momentos cualquier placer quedaba anulado por el recuerdo del horror, por aquella persistente e importuna amalgama de miedo y culpabilidad. Blackie se pregunto si alguna vez volveria a verse libre de ella. Pero al fin estaba de camino a casa. Aun no habia decidido en que medida se confiaria a su prima. Habia cosas que no podia ni debia decirle, pero al menos podria contar con el consuelo de Joan, con el sosiego familiar y ordenado de Weaver’s Cottage.

El tren, medio vacio, salio a su hora, pero mas tarde Blackie no recordaria nada del viaje, de como habia abierto su coche en el aparcamiento de East Marling ni del recorrido hasta West Marling y el cottage. Lo unico que podria recordar despues era su llegada ante la verja del jardin y lo que entonces le salto a los ojos. Permanecio unos instantes inmovil, mirando fijamente con incredulo horror. Bajo el sol otonal, el jardin se extendia ante ella violado, asolado, fisicamente arrancado, destrozado y arrojado aun lado. Al principio, desorientada por la conmocion, confundida por el recuerdo de las grandes borrascas de anos anteriores, creyo que Weaver’s Cottage habia sido alcanzado por un extrano huracan localizado. Pero fue una idea fugaz. Aquella destruccion, mas mezquina, mas discriminada, era obra de manos humanas.

Blackie bajo del coche con la sensacion de que los miembros ya no le pertenecian y anduvo con paso rigido hacia la verja, a la que se aferro en busca de sosten. Fue entonces cuando empezo a discernir cada acto independiente de barbarie. El cerezo florecido a la derecha de la entrada, cuyos matices otonales de amarillo y rojo vivo tenian el aire, tenia todas las ramas bajas arrancadas, las cicatrices de la corteza como otras tantas llagas abiertas. La morera plantada en el centro del jardin, el orgullo especial de Joan, habia sufrido similares estragos y el banco de listones blancos que rodeaba su tronco estaba roto y astillado, como si unas gruesas botas hubieran saltado sobre el. Los rosales, debido tal vez a lo espinoso de sus ramas, estaban enteros, pero arrancados de raiz y amontonados, y el arriate de asteres tempranos y crisantemos blancos, que Joan habia plantado al pie del oscuro seto con la intencion de obtener un efecto de nieve acumulada, yacia a manojos sobre

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