La misma pregunta sin sentido, sin respuesta posible. Trato de imaginar como habria reaccionado Claudia si le hubiera contestado: «No, no estoy bien. No quiero quedarme sola. Hazme compania esta noche, Claudia. Quedate a dormir en el cuarto que tengo libre.»

Podia telefonear a Gabriel, por descontado. Le habria gustado saber que hacia, que pensaba, en aquel piso sencillo y escasamente amueblado que estaba justo debajo del de ella. Tambien el le habia dicho: «?Estaras bien, Frances? Llamame si quieres compania.» Ojala hubiera dicho en cambio: «?Te importa que suba un rato, Frances? No quiero estar solo.» Sin embargo, le habia dejado a ella la responsabilidad de la iniciativa. Llamarlo equivalia a confesar una debilidad, una necesidad que quizas a el no le fuera grata. Se pregunto que tendria Innocent House para que a las personas les costara tanto expresar una necesidad humana o mostrarse unas a otras una simple bondad reciproca.

Por ultimo, abrio una sopa de champinones e hirvio un huevo. Se sentia extraordinariamente cansada. Acurrucada toda la noche en el sillon de Gabriel, las escasas horas de sueno intermitente no habian sido la mejor preparacion para un dia de zozobra casi continua. Con todo, sabia que no le resultaria facil dormirse. Por eso, despues de lavar los utensilios de la cena, se dirigio a la habitacion que fuera el dormitorio de su padre y que ella habia convertido en una salita de estar y se sento delante del televisor. Las imagenes brillantes pasaron ante sus ojos: las noticias, un documental, una comedia, una pelicula antigua, una obra teatral moderna. Mientras pulsaba los botones, saltando rapidamente de canal, los rostros cambiantes, sonrientes, risuenos, graves, magistrales, las bocas que se abrian y cerraban sin parar actuaron como una droga visual que no significaba nada, que no evocaba ninguna emocion, pero que al menos le proporcionaba una compania espuria, un consuelo efimero e irracional.

A la una se fue a la cama, llevando consigo un vaso de leche caliente rociado con un chorrito de whisky. El remedio fue eficaz y Frances se sumio en la inconsciencia con el ultimo pensamiento de que, despues de todo, iba a gozar de la bendicion del sueno.

La pesadilla volvio a asediarla a altas horas de la madrugada, la vieja y conocida pesadilla pero bajo una nueva apariencia, mas terrible, mas intensamente real. Iba andando por el tunel de Greenwich entre su padre y la senora Rawlings. La llevaban de la mano, pero su apreton era un aprisionamiento, no un consuelo. No podia huir y no habia ningun lugar adonde huir. A sus espaldas se oia crujir el techo del tunel, pero no se atrevia a volver la cabeza porque sabia que incluso mirar atras significaria el desastre. Ante ella se extendia el tunel, cuya longitud era mayor que en la vida real, con un circulo de brillante luz natural al extremo. A medida que caminaban, el tunel se alargaba y el circulo iba haciendose cada vez mas pequeno, hasta que solo fue un platito reluciente y ella supo que pronto se convertiria en un puntito de luz y luego desapareceria. Su padre andaba muy erguido, sin mirarla, sin hablar. Llevaba el gaban de tweed con una corta capa sobre los hombros que siempre se ponia en invierno y que ella habia entregado al Ejercito de Salvacion. El estaba enfadado porque lo habia regalado sin consultarselo, pero habia logrado encontrarlo y recuperarlo. A Frances no le extrano ver la serpiente que tenia enroscada al cuello. Era una serpiente de verdad, enorme como una cobra, que se hinchaba y se contraia, envolviendole los hombros, siseando con su vitalidad maligna, lista para apretar hasta cortarle la respiracion. Y sobre ellos, los azulejos del techo estaban mojados y ya empezaban a caer los primeros goterones. Pero ella vio que no eran gotas de agua, sino de sangre. Y de subito se desasio y echo a correr, gritando a voz en cuello, hacia aquel inalcanzable punto de luz, mientras un poco mas adelante el techo se agrietaba y cedia, y la oleada negra y aniquiladora de la muerte se abalanzaba sobre ella extinguiendo el ultimo destello de luz.

Desperto y se encontro apoyada contra la ventana, golpeando el cristal con las manos. Con la conciencia llego el alivio, aunque el horror de la pesadilla permanecio como una mancha en su mente. Pero al menos ahora sabia de que se trataba. Se acerco a la cama y encendio la luz. Eran casi las cinco. No valia la pena tratar de conciliar otra vez el sueno. Se puso la bata, descorrio las cortinas y abrio las ventanas. Con la habitacion en penumbra a sus espaldas, vio rielar tenuemente el rio y algunas estrellas en lo alto. El terror de la pesadilla empezaba a menguar, pero lo reemplazaba aquel otro terror sin esperanza de despertar.

De repente penso en Adam Dalgliesh. Tambien su piso se hallaba junto al rio, en Queenhithe. Se pregunto como podia saber donde vivia, y recordo haber leido algo en los periodicos acerca de su ultimo y aplaudido libro de poemas. Era un hombre muy reservado, pero ese dato al menos se habia divulgado. Era curioso que sus vidas estuvieran unidas por esa oscura marea de historia. Le habria gustado saber si el tambien estaba despierto, si dos o tres kilometros rio arriba su alta y oscura silueta se hallaba de pie, contemplando ese mismo rio peligroso.

Libro tercero . Desarrollo

36

El sabado 16 de octubre Jean-Philippe Etienne dio su paseo matutino a las nueve, como de costumbre. Ni la hora ni la rata variaban nunca, fueran cuales fuesen la estacion y el clima. Echaba a andar por la cresta de roca que separaba las marismas de los campos arados donde se decia que se habia alzado el fuerte romano de Othona y, dejando atras la capilla anglocelta de St. Peter-on-the-Wall, rodeaba el promontorio hasta llegar al estuario del Blackwater. Rara vez se cruzaba con alguien en el curso de su ambulacion matinal, ni siquiera en verano, cuando algun visitante de la capilla u observador de pajaros se decidia a salir temprano, pero si se encontraba con alguien le dirigia un saludo cortes y nada mas. Los habitantes del lugar sabian que se habia instalado en Othona House para vivir en soledad y respetaban su deseo. No aceptaba llamadas telefonicas ni recibia visitas. Pero esa manana a las diez y media iria hasta alli un visitante al que no se podia rechazar.

Bajo la creciente luz del dia, contemplo el sereno estrecho del estuario y las luces de la isla de Mersea, y penso en ese desconocido comandante Dalgliesh. El mensaje que habia transmitido a la policia por mediacion de Claudia era inequivoco: no tenia ninguna informacion que dar sobre la muerte de su hijo, ninguna teoria que proponer, ninguna posible explicacion del misterio que sugerir, ningun sospechoso que mencionar. Su opinion particular era que Gerard habia muerto de un modo accidental, por extranas o sospechosas que pudieran parecer algunas circunstancias. Una muerte accidental parecia mas probable que cualquier otra explicacion y, ciertamente, mas probable que un asesinato. Asesinato. Las densas consonantes del horror resonaron en su mente con un ruido sordo, sin evocar nada mas que repugnancia e incredulidad.

Y alli, tan inmovil como si se hubiera quedado petrificado sobre la estrecha franja de playa donde las olas minusculas se deshacian en una fina mancha de espuma sucia, mientras veia apagarse una a una las luces del otro lado del estrecho a medida que iba clareando el dia, rindio a su hijo el renuente tributo del recuerdo. Muchos de los recuerdos eran turbadores, pero ya que le asediaban la mente y no los podia repeler, quiza seria mejor que los aceptara, les diera un sentido y los disciplinara. Gerard habia llegado a la adolescencia teniendo muy claro un tema: era hijo de un heroe. Eso era importante para un muchacho, para cualquier muchacho, pero en especial para uno tan orgulloso como el. Quiza se sintiera agraviado por su padre, insuficientemente amado, infravalorado, descuidado, pero podia pasar sin el amor si tenia el orgullo, el orgullo del apellido y de lo que ese apellido representaba. Siempre habia sido importante para el saber que el hombre cuyos genes llevaba habia sido sometido a prueba como pocos de su generacion y habia salido airoso de ella. Pasaban los decenios y los recuerdos se difuminaban, pero todavia se podia juzgar a un hombre por lo que habia hecho en los turbulentos anos de la guerra. La reputacion de Jean-Philippe era firme e inviolable. Otros heroes de la Resistencia habian visto mancillada su reputacion por las revelaciones de anos posteriores, pero el nunca. Las medallas que ya no lucia las habia ganado merecidamente.

Jean-Philippe habia observado el efecto que este conocimiento producia en Gerard; la apremiante necesidad de obtener la aprobacion y el respeto de su padre, la necesidad de competir, de justificarse a ojos de su padre. ?No era este el motivo de que a los veintiun anos hubiera escalado el Cervino? Hasta aquel momento, nunca habia mostrado el menor interes por el alpinismo. La hazana le exigio tiempo y dinero. Contrato al mejor guia de Zermatt, quien, con buen juicio, le impuso un periodo de varios meses de riguroso entrenamiento antes de intentar el ascenso y fijo condiciones estrictas: el grupo volveria atras antes del asalto final a la cima si el consideraba que Gerard era un peligro para su propia seguridad o la de los demas. Pero no volvieron atras. La montana fue conquistada. Eso era algo que Jean-Philippe no habia logrado.

Y luego estaba la Peverell Press. Durante sus ultimos anos de actividad, Jean-Philippe sabia que era poco mas que un pasajero de la nave, un pasajero tolerado al que nadie molestaba y que no causaba problemas a nadie.

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