diez y media, lo que le exigiria salir de Londres algo temprano. La hora de la cita era sorprendentemente precisa para un hombre que, cabia suponer, era dueno de su tiempo. Dalgliesh se pregunto si Etienne no la habria elegido para asegurarse de que, aun cuando la entrevista se prolongara mas de lo esperado, no se sentiria en la obligacion de invitarlo a almorzar. Tambien eso le convenia. Almorzar a solas en un lugar extrano donde nadie lo conociera ni lo identificara, aunque la comida resultase decepcionante, un lugar donde pudiera comer con la confianza de que nadie sabria quien era y ningun telefono podria localizarlo, constituia para el un placer infrecuente y, tras la entrevista, pensaba disfrutarlo al maximo. Tenia una cita en el Yard a las cuatro de la tarde y luego iria directamente a Wapping para oir el informe de Kate. No le quedaria tiempo para dar un paseo en solitario ni para explorar alguna iglesia de aspecto interesante pero, bien mirado, algo habia que comer.

Estaba oscuro cuando salio y el dia clareaba hacia una manana seca aunque sin sol. Pero cuando se desprendio de los ultimos arrabales del este de Londres y empezo a circular entre los colores apagados de la campina de Essex, el dosel gris se ilumino hasta convertirse en una bruma blanca y transparente con la promesa de que el sol quizas acabaria atravesandola. Mas alla de los setos recortados, entre los que esporadicamente se alzaba algun que otro arbol aturullado por el viento, los campos arados del otono, con los primeros brotes verdes del trigo de invierno, se extendian hasta el horizonte lejano. Dalgliesh experimento una sensacion de liberacion bajo el anchuroso cielo de East Anglia, como si el peso de una preocupacion antigua y familiar se disolviera momentaneamente.

Penso en el hombre al que iba a ver. Se dirigia a Othona House con escasas expectativas, pero no del todo desprevenido. No habia tenido suficiente tiempo para investigar minuciosamente el historial de Etienne, pero se habia pasado unos cuarenta minutos en la Biblioteca de Londres y habia hablado por telefono con un ex miembro de la Resistencia que residia en Paris, cuyo nombre le habia sido proporcionado por un contacto en la embajada francesa. Ahora sabia algo de Jean-Philippe Etienne, heroe de la Resistencia en la Francia de Vichy.

El padre de Etienne habia sido propietario de un prospero periodico y una imprenta en Clermont-Ferrand, y fue uno de los primeros y mas activos miembros de la Organisation de Resistance de l’Armee. Cuando en 1941 murio de cancer, su hijo unico, recien casado, heredo el negocio y ocupo su lugar en la lucha contra las autoridades de Vichy y las fuerzas de ocupacion alemanas. Al igual que su padre, era gaullista ferviente e intensamente anticomunista; desconfiaba del Front National porque lo habian fundado los comunistas, aunque muchos de sus amigos -cristianos, socialistas e intelectuales- pertenecian a el. Pero Etienne era solitario por naturaleza y trabajaba mejor con su propio grupo, pequeno y reclutado en secreto. Sin enfrentarse abiertamente con las principales organizaciones, se concentro en la propaganda antes que en la lucha armada, publicando su propio periodico clandestino, distribuyendo panfletos de los aliados lanzados desde el aire, proporcionando regularmente a Londres valiosa informacion e intentando incluso sobornar y desmoralizar a los soldados alemanes mediante la introduccion de propaganda en sus campamentos. El periodico de la familia siguio editandose, pero ya no era tanto una publicacion informativa como un periodico literario, con una cautelosa postura apolitica que permitio a Etienne recibir mas papel y tinta de imprenta, entonces racionados y bajo estrecha supervision, de los que le correspondian. Mediante una cuidadosa administracion y utilizando toda clase de subterfugios, Etienne conseguia desviar parte de esos recursos a su produccion clandestina.

Durante cuatro anos llevo una doble vida con tanto exito que ni los alemanes sospecharon nunca de el ni los miembros de la Resistencia lo denunciaron como colaborador. La profunda desconfianza que sentia hacia el maquis se incremento cuando, en 1943, uno de los grupos mas activos causo la muerte de su esposa al volar el tren en que viajaba. Etienne habia terminado la guerra como un heroe; aunque no era tan conocido como Alphonse Rosier, Serge Fischer o Henri Martin, su nombre figuraba en el indice de los libros que trataban sobre la Resistencia de Vichy. Se habia ganado sus medallas y su paz.

Menos de dos horas despues de salir de Londres, Dalgliesh abandono la A12 al sudeste de Maldon y se dirigio hacia el este cruzando una campina llana y aburrida hasta llegar al atractivo pueblo de Bradwell-on-Sea, con su iglesia de campanario cuadrado y sus casitas de tablones pintadas en rosa, blanco y ocre, con cestos de crisantemos tardios colgados en los portales. Anoto mentalmente el King’s Head como un posible lugar para almorzar. Una estrecha carretera conducia, segun el indicador, a la capilla de St. Peter-on-the-Wall, y Dalgliesh no tardo en verla: un lejano edificio alto y rectangular que se recortaba contra el cielo. Al parecer se conservaba igual que cuando su padre lo habia llevado alli por primera vez a los diez anos de edad, con unas proporciones tan sobrias y sencillas como la casa de munecas de una nina. Habia un abrupto sendero peatonal que llegaba hasta la capilla, separado de la carretera por una valla fija de madera, pero la pista que conducia a Othona House, unos cientos de metros a la derecha, estaba abierta. Un poste indicador, de madera que empezaba a agrietarse y letras casi indescifrables, llevaba pintado el nombre de la casa, y eso, junto con la vision del apartado tejado y las chimeneas, le confirmo que aquella pista era el unico acceso. Dalgliesh reflexiono que Etienne dificilmente habria podido ingeniar un metodo mas eficaz para desalentar a los visitantes y, por unos instantes, penso en recorrer a pie los novecientos metros que lo separaban de la casa antes que poner en peligro la suspension. Una mirada al reloj le indico que eran las 10.25. Llegaria casi exactamente a la hora convenida.

La pista que conducia hasta Othona House presentaba profundas roderas, y los baches aun estaban llenos de agua de lluvia de la noche anterior. Por un lado lindaba con campos arados que se extendian hasta donde alcanzaba la vista, sin setos ni indicio alguno de habitacion humana. A la izquierda habia una ancha zanja bordeada por una marana de zarzas cargadas de moras y, mas alla, una hilera irregular de nudosos troncos retorcidos casi completamente cubiertos de hiedra. A ambos lados del camino, altas hierbas secas, ya dobladas por el peso de las vainas de semillas, se agitaban caprichosamente a impulsos de la brisa. Bajo su cuidadosa conduccion, el Jaguar se estremecia y avanzaba a tumbos; Dalgliesh empezaba a lamentar no haberlo dejado a la entrada de la finca cuando los baches de la pista se hicieron menos frecuentes y las grietas menos profundas, y pudo recorrer los ultimos cien metros a mayor velocidad.

La casa, rodeada por un muro de ladrillo alto y curvado que parecia relativamente moderno, seguia resultando invisible a excepcion de los tejados y chimeneas, pero era evidente que la entrada quedaba de cara al mar.

Dalgliesh torcio hacia la derecha para rodear el muro y por primera vez vio el edificio con claridad.

Era una casa agradable y bien proporcionada de ladrillo rojo descolorido por el tiempo, con una fachada casi con toda certeza de estilo reina Ana. El edificio central estaba coronado por un pretil holandes cuya curvatura reproducia la del elegante portico de la entrada principal. A los lados se extendian dos alas identicas, con ventanas de ocho cristales bajo una cornisa de piedra decorada con un relieve de conchas. Estas conchas talladas constituian la unica indicacion de que la casa se alzaba en la costa, pero aun asi parecia extranamente fuera de lugar, con una simetria digna y una calma apacible mas propias del recinto de una catedral que de aquel promontorio remoto y desolado. No habia ningun acceso directo al mar. Othona House estaba separada de los rompientes por unos cien metros de marisma salada, una empapada y traidora alfombra de suaves tonos azules, verdes y grises, con retazos de un verde acido donde las pozas de agua de mar refulgian como gemas engastadas. Dalgliesh alcanzo a oir el rumor del mar, pero en aquel dia sereno, en el que apenas un ligero viento hacia susurrar las canas, le llegaba con la suavidad de un blando suspiro.

Tiro de la campanilla y oyo su tanido apagado en el interior de la casa, pero transcurrio mas de un minuto antes de que sus oidos captaran el rumor de unos pasos arrastrados. Se produjo el chirrido de un cerrojo al correrse y se oyo girar la llave antes de que, lentamente, se abriera la puerta.

La mujer que se quedo mirandolo con inexpresivo desinteres era anciana -seguramente, penso Dalgliesh, se encontraba mas cerca de los ochenta anos que de los setenta-, pero no habia nada de fragil en su carnosa solidez. Llevaba un vestido negro abotonado hasta el cuello y cerrado con un broche de onice rodeado de aljofares sin brillo. Sus abultadas piernas surgian de unas botas negras de cordones y sus pechos sobresalian, informes como una almohada, por encima de un gran delantal blanco almidonado. Tenia la cara ancha, del color del sebo, y los pomulos eran dos crestas angulosas bajo los arrugados y suspicaces ojos. Antes de que el pudiera decir nada, le pregunto:

– Vous etes le commandant Dalgliesh?

– Oui madame, je viens voir monsieur Etienne, s’il vous plait.

– Suivez-moi.

La pronunciacion de su apellido fue tan extrana que al principio le sono raro, pero la voz de la mujer era grave y potente, y tenia una nota de confiada autoridad. Tal vez en Othona House fuera una sirviente, pero no era servil. Se aparto a un lado para dejarle pasar y Dalgliesh espero mientras ella cerraba y aseguraba la puerta. El cerrojo situado por encima de su cabeza era grueso; la llave, grande y anticuada. La hizo girar con cierta

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