dificultad. Las venas de sus manos moteadas y descoloridas por la edad resaltaban como cordones morados, y los dedos, fuertes y gastados por el trabajo, estaban retorcidos.

La mujer lo condujo por un corredor revestido de paneles hasta una habitacion de la parte trasera de la casa. Pegando la espalda a la puerta abierta como si Dalgliesh fuera portador de alguna enfermedad contagiosa, anuncio: «Le commandant Dalgliesh.» A continuacion cerro la puerta con firmeza, como si se sintiera impaciente por alejarse de aquel huesped indeseado.

Tras la oscuridad del pasillo, la habitacion le sorprendio por su claridad. Dos ventanas altas, de muchos cristales y provistas de postigos, daban a un jardin sin arboles cruzado por senderos de losas en el que al parecer se cultivaban verduras y hierbas aromaticas. La unica nota de color la ponian unos geranios tardios plantados en las grandes macetas de arcilla que bordeaban el camino principal. Era evidente que la estancia servia al mismo tiempo como biblioteca y sala de estar. Tres paredes estaban provistas de estanterias hasta una altura que podia alcanzarse sin esfuerzo, con mapas y grabados dispuestos sobre ellas. En el centro de la habitacion habia una mesa redonda cubierta de libros. A la izquierda, una chimenea de piedra con un sencillo pero elegante friso ornamental. Un pequeno fuego de lena ardia sobre la rejilla del hogar.

Jean-Philippe Etienne estaba sentado a la derecha del fuego en un sillon alto de cuero verde rematado con botones, pero no hizo ademan de levantarse hasta que Dalgliesh llego casi a su lado; entonces se puso en pie y le tendio la mano. Dalgliesh percibio durante apenas dos segundos el apreton de la carne fria. En aquel momento le parecia que podia distinguir el contorno de cada hueso, la contraccion de cada musculo del rostro de Etienne. Su figura enjuta se mantenia erguida, aunque andaba con rigidez, y su pulida elegancia no mostraba ningun indicio de decrepitud. El cabello gris era escaso y estaba peinado hacia atras desde una frente despejada; la larga nariz sobresalia sobre una boca ancha y casi sin labios, las orejas grandes yacian planas contra el craneo y, bajo los elevados pomulos, las visibles venas parecian a punto de sangrar. Etienne llevaba una chaqueta de terciopelo que recordaba un batin Victoriano sobre unos cenidos pantalones negros. Con identica rigidez habria podido levantarse un terrateniente del siglo xix para recibir a una visita, pero su presencia, Dalgliesh lo advirtio de inmediato, era acogida con tan poco agrado en esa elegante biblioteca como lo habia sido su llegada a la casa.

Etienne le senalo el sillon que habia frente al suyo y volvio a sentarse. Luego dijo:

– Claudia me entrego su carta, pero le ruego que se abstenga de renovarme sus condolencias. No pueden ser sinceras. Usted no conocia a mi hijo.

– No hace falta conocer a una persona para lamentar que haya muerto demasiado joven y sin necesidad - replico Dalgliesh.

– Tiene usted razon, naturalmente. La muerte de los jovenes siempre resulta mas amarga por la injusticia de la mortalidad: los jovenes se van, los viejos siguen viviendo. ?Tomara usted algo? ?Vino? ?Cafe?

– Cafe, por favor.

Etienne salio al pasillo y cerro la puerta a sus espaldas. Dalgliesh le oyo llamar, por lo que le parecio, en frances. A la derecha de la chimenea colgaba el cordon bordado de una campanilla, pero por lo visto Etienne preferia no utilizarla en su relacion con el personal de la casa. Cuando regreso a su sillon, prosiguio:

– Tenia usted que venir a verme, lo comprendo, pero no puedo decirle nada que le sirva de ayuda. No se por que murio mi hijo, a no ser que fuera, como parece lo mas probable, por accidente.

– Su muerte esta rodeada de cierto numero de singularidades que permiten suponer que pudo no haber sido accidental -objeto Dalgliesh-. Se que esto debe de resultarle doloroso y lo lamento.

– ?A que singularidades se refiere?

– El hecho de que muriera por intoxicacion de monoxido de carbono en una habitacion que apenas visitaba. Un cordon de ventana roto que pudo partirse cuando tiraron de el, con lo que habria resultado imposible abrir la ventana. Un magnetofono desaparecido. Una llave de paso extraible en la estufa de gas que pudo haberse retirado tras encender la estufa. La posicion del cuerpo.

Etienne protesto.

– No me ha dicho nada nuevo. Mi hija estuvo ayer conmigo. Esta claro que todos los indicios son absolutamente circunstanciales. ?Habia alguna huella en la llave del gas?

– Solo un borron. La superficie es demasiado pequena para obtener nada util.

– Aun tomandolas todas juntas, estas suposiciones son menos… ?singulares, ha dicho usted?, que la sugerencia de que Gerard murio asesinado. Las singularidades no constituyen ninguna prueba. Paso por alto el asunto de la serpiente. Se que en Innocent House hay un bromista malicioso, pero sin duda sus actividades no merecen la atencion de todo un comandante de New Scotland Yard.

– La merecen, senor, si complican, oscurecen o estan relacionadas con un asesinato.

Se oyeron pasos en el corredor. Etienne se dirigio inmediatamente hacia la puerta y la mantuvo abierta para dejar pasar al ama de llaves. La mujer entro con una bandeja en la que llevaba una cafetera, una jarrita marron, azucar y una taza grande. Deposito la bandeja sobre la mesa y, tras mirar de soslayo a Etienne, salio de la habitacion. Etienne sirvio el cafe y le ofrecio la taza a Dalgliesh. Era evidente que el no pensaba beber, y Dalgliesh se pregunto si se trataria de una argucia, no demasiado sutil, para situarlo en desventaja. No habia ninguna mesita junto a su sillon, de modo que dejo la taza sobre la repisa de la chimenea.

Etienne volvio a su asiento.

– Si mi hijo ha sido asesinado, quiero que su asesino comparezca ante la justicia, aunque desconfie de ella -le aseguro-. Quiza no sea necesario que le diga esto, pero es importante que se lo diga y que usted me crea. Si me encuentra poco servicial es porque no puedo prestarle ninguna ayuda.

– ?Sabe si su hijo tenia algun enemigo?

– No conozco a ninguno. Sin duda tenia rivales profesionales, autores insatisfechos, colegas que no lo apreciaban, estaban molestos con el o lo envidiaban; eso es lo que suele pasar tratandose de un hombre de exito. Pero no se de nadie que pudiera desear su muerte.

– ?Hay algo en su pasado o en el de usted, alguna injusticia, algun agravio antiguo o imaginario que hubiera podido provocar un rencor duradero?

Etienne hizo una pausa antes de responder y Dalgliesh advirtio por primera vez el silencio que reinaba en la habitacion. El fuego crepito de pronto con un pequeno estallido de llamas y una lluvia de chispas cayo sobre el hogar. Etienne miro el fuego.

– ?Rencor? -repitio-. Hubo un tiempo en que los enemigos de Francia fueron mis enemigos y combati contra ellos de la unica manera que podia. Algunos de los que sufrieron deben de tener hijos y nietos. Me parece absurdo suponer que hayan decidido vengarse en mi hijo. Y luego esta mi propia gente, las familias de los franceses que fueron detenidos y fusilados a consecuencia de las actividades de la Resistencia. Algunos podrian sostener que tenian un agravio legitimo, pero sin duda no contra mi hijo. Le sugiero que concentre su atencion en el presente, no en el pasado, y en las personas que normalmente tenian acceso a Innocent House. A mi entender, esa seria la linea de investigacion mas adecuada.

Dalgliesh cogio la taza. El cafe, solo, como el lo queria, aun estaba demasiado caliente para beberlo. Volvio a dejarlo en la repisa y prosiguio:

– La senorita Etienne nos ha dicho que su hijo solia venir a verle con regularidad. ?Discutian ustedes los asuntos de la empresa?

– No discutiamos nada. Por lo visto, sentia la necesidad de mantenerme informado de los acontecimientos, pero no me pedia consejo ni yo se lo daba. Ya no me interesa la empresa; de hecho, apenas me intereso durante los ultimos cinco anos que trabaje en ella. Gerard queria vender Innocent House y trasladarse a Docklands. No es, creo, ningun secreto. El lo consideraba necesario y sin duda lo era. Sin duda lo sigue siendo. Guardo un recuerdo confuso de nuestras conversaciones; hablaba de dinero, adquisiciones, cambios en la plantilla, alquileres, un posible comprador para Innocent House. Lamento que mi memoria no sea mas precisa.

– ?Pero los anos que paso usted en la empresa no fueron desdichados?

La pregunta, advirtio Dalgliesh, fue recibida como una impertinencia. Se habia aventurado en un terreno prohibido. Etienne respondio:

– Ni felices ni desdichados. Desempenaba una funcion, aunque, como le digo, en los ultimos cinco anos fue cada vez menos importante. Sin embargo, dudo que ningun otro trabajo me hubiera satisfecho mas. Henry Peverell y yo hubieramos tenido que marcharnos antes. La ultima vez que visite Innocent House fue para arrojar una parte de sus cenizas al Tamesis. No volvere a ir.

Dalgliesh comento:

– Su hijo tenia previstos diversos cambios, algunos, sin duda, mal acogidos.

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