– Todo cambio es siempre mal acogido. Me alegro de haberme situado fuera de su alcance. Algunos de los que sentimos aversion por ciertos aspectos del mundo moderno podemos considerarnos afortunados: ya no necesitamos vivir en el.
Al observarlo mientras por fin bebia a sorbos el cafe, Dalgliesh vio que el hombre estaba tan tenso como si fuera a saltar del sillon y se dio cuenta de que Etienne era un verdadero recluso. La compania humana, excepto la de las pocas personas que vivian con el, le resultaba intolerable durante mas de un breve lapso, y estaba llegando al final de su resistencia. Era hora de irse; no averiguaria nada mas.
Unos minutos mas tarde, mientras Etienne lo acompanaba hasta la puerta principal -una cortesia que no habia esperado-, Dalgliesh hizo un comentario sobre la edad y la arquitectura de la casa. De todo lo que habia dicho, fue lo unico que suscito en su anfitrion una respuesta interesada.
– La fachada es de estilo reina Ana, como supongo que usted sabra, pero el interior es principalmente Tudor. La casa original que se alzaba en este lugar era mucho mas antigua. Al igual que la capilla, esta construida sobre las murallas del establecimiento romano de Othona; de ahi el nombre de la casa.
– Estaba pensando que me gustaria visitar la capilla, si me permite dejar el coche aqui.
– Por supuesto.
Pero concedio el permiso de mala gana, como si hasta la presencia del Jaguar en su patio delantero constituyera una intrusion perturbadora. Apenas Dalgliesh habia cruzado la puerta cuando esta se cerro firmemente a sus espaldas y se oyo el chirrido del cerrojo.
39
Dalgliesh medio esperaba encontrar la capilla cerrada, pero la puerta cedio bajo su mano, de modo que se interno en su silencio y sencillez. El aire estaba muy frio y olia a tierra y argamasa, un olor nada eclesiastico, sino mas bien domestico y contemporaneo. La capilla estaba escasamente amueblada. Habia un altar de piedra con una cruz griega sobre el, unos cuantos bancos, dos jarrones con flores secas, uno a cada lado del altar, y un casillero con guias y folletos. Dalgliesh doblo un billete, lo metio en el cepillo y, a continuacion, cogio una de las guias y se sento en un banco a estudiarla, sin saber muy bien por que experimentaba aquella sensacion de vacio y de leve depresion. La capilla, despues de todo, era uno de los edificios eclesiasticos mas antiguos de Inglaterra, acaso el mas antiguo, el unico monumento que sobrevivia en aquella parte de Inglaterra de la Iglesia anglocelta, fundada por san Cedd, quien desembarco en el viejo fuerte romano de Othona en el remoto ano 653. La capilla, pues, se habia alzado plantando cara al frio e inhospito mar del Norte durante trece siglos. Si habia algun lugar en el que pudiera percibir los ecos moribundos del canto llano y la vibracion de 1.300 anos de plegaria musitada, sin duda era aquel.
Que el edificio fuese considerado santo o vacio de santidad era una cuestion de percepcion personal, y su incapacidad para experimentar en aquellos momentos algo distinto a la descarga de tension que sentia siempre que se encontraba completamente a solas constituia un fracaso de su imaginacion, no del lugar en si. Deseo, con una intensidad que era casi un anhelo, poder oir el mar sentado alli en silencio; aquel incesante ir y venir que, mas que ningun otro sonido natural, conmovia la mente y el corazon con la sensacion del inexorable paso del tiempo, de los siglos de vidas humanas desconocidas e incognoscibles, con sus fugaces miserias y sus alegrias aun mas fugaces. Pero el no habia ido alli a meditar, sino a pensar en el asesinato y en las vejaciones mas inmediatas del asesinato. Dejo la guia a un lado y repaso mentalmente la recien concluida entrevista.
Habia sido una visita insatisfactoria. El viaje era necesario, pero habia resultado aun mas improductivo de lo que se temia. Sin embargo, no lograba desprenderse de la conviccion de que en Othona House habia algo importante que averiguar y que Jean-Philippe Etienne habia elegido no decirselo. Cabia la posibilidad, por supuesto, de que Etienne no se lo hubiera dicho porque era algo que habia olvidado, algo que el consideraba insignificante, tal vez incluso algo que no era consciente de saber. Dalgliesh volvio a pensar en el hecho central del misterio: la grabadora desaparecida y los aranazos que Gerard Etienne tenia en la boca. El asesino se habia sentido en la necesidad de decirle algo a su victima antes de que muriera, de hablarle mientras se estaba muriendo. Quienquiera que hubiese sido el responsable, queria que Etienne muriese, pero tambien queria que supiera por que moria. ?Se debia solo a una vanidad irresistible del asesino o acaso existia otra razon enterrada en la vida pasada de Etienne? De ser asi, parte de esa vida estaba presente en Othona House y el no habia logrado descubrirla.
Se pregunto que habria conducido a Etienne a terminar su vida en aquella humeda lengua de tierra en un pais extranjero, en aquella lobrega costa peinada por el viento, donde la marisma se extendia como una esponja agria y medio desmenuzada que absorbia los flecos del gelido mar del Norte. ?Anoraba alguna vez los montes de su provincia natal, el parloteo de voces francesas en la calle y en el cafe, el sonido, los aromas y los colores de la Francia rural? ?Habia acudido a aquel lugar desolado para olvidar el pasado o para revivirlo? ?Que relacion podian tener aquellos desdichados acontecimientos, antiguos y lejanos, con la muerte de su hijo casi cincuenta anos mas tarde, un hijo de madre inglesa, nacido en Canada y asesinado en Londres? ?Que tentaculos, si los habia, se extendian desde aquellos anos tumultuosos para enroscarse en torno al cuello de Gerard Etienne?
Echo un vistazo al reloj. Todavia faltaba un minuto para las once y media. Se tomaria algun tiempo para visitar los monumentos de la iglesia de St. George, en Bradwell, pero tras esa breve visita no tendria excusa posible para no emprender el regreso a Londres y almorzar en New Scotland Yard.
Aun permanecia sentado, sujetando debilmente la guia con una mano, cuando se abrio la puerta y entraron dos mujeres de edad. Iban vestidas y calzadas para caminar, y cada una llevaba una mochila pequena. Parecieron desconcertadas y un poco recelosas al encontrarlo alli, por lo que Dalgliesh, creyendo que la presencia de un hombre solo podia molestarles, las saludo con un apresurado «buenos dias» y se marcho. Desde la puerta, volvio un instante la cabeza y vio que ya estaban de rodillas, y se pregunto que era lo que encontraban en aquel lugar silencioso y si, de haber llegado con mas humildad, no habria podido encontrarlo el tambien.
40
El piso de Gerard Etienne se hallaba en la octava planta del Barbican. Claudia Etienne habia dicho que estaria alli esperandolos a las cuatro en punto. Cuando Kate llamo, la puerta se abrio de inmediato y, sin decir palabra, la hermana de la victima se hizo a un lado para que pudieran pasar.
Empezaba a oscurecer, pero la gran habitacion rectangular seguia llena de luz, del mismo modo en que una habitacion conserva el calor del dia despues de la puesta del sol. Las largas cortinas, que parecian de lino color crema, estaban descorridas para dejar ver, al otro lado de la cristalera, un atractivo panorama del lago y el elegante chapitel de una iglesia de la ciudad. La primera reaccion de Daniel fue desear que el piso fuera suyo; la segunda, pensar que en todas sus visitas a los hogares de victimas de asesinato nunca habia visto ninguno tan impersonal, tan ordenado, tan libre de las huellas de la vida que lo habia habitado. Parecia un piso de muestra, cuidadosamente amueblado para atraer a un comprador. Pero tendria que ser un comprador rico: nada de lo que habia en ese apartamento era barato. Y se equivocaba el al juzgarlo impersonal, puesto que hablaba de su propietario con tanta claridad como la mas abarrotada sala de estar de los barrios bajos o la alcoba de cualquier furcia. Daniel habria podido jugar a aquel juego de la television: «Describa al propietario de este apartamento.» Varon, joven, rico, de gustos refinados, organizado, soltero; no habia nada femenino en aquella sala. Amante de la musica, evidentemente; el lujoso equipo estereofonico era de esperar, quizas, en cualquier piso de un soltero acomodado, pero no el piano de concierto. Todos los muebles eran modernos, de madera clara sin pulir y trabajada con elegancia. Habia armarios, estanterias y un escritorio. En un extremo de la habitacion, cerca de una puerta que sin duda alguna conducia a la cocina, habia una mesa de comedor redonda con seis sillas a juego. No habia chimenea. El punto focal de la sala era el ventanal, y un sofa largo y dos sillones de suave piel negra estaban dispuestos de cara al mismo alrededor de una mesita de cafe.
Solo habia una fotografia. Sobre una estanteria baja, en un marco de plata, estaba el retrato de estudio de una joven, sin duda la prometida de Etienne. Los finos cabellos caian desde la raya central hasta enmarcar una cara alargada y de facciones delicadas, irnos ojos grandes y la boca quiza demasiado pequena, pero con un labio