anuncios en el Church Times y en un periodico local, en los que pedian una encargada de la ropa blanca que colaborara en las tareas domesticas. A la senora Munroe acababan de diagnosticarle una enfermedad cardiaca, y en la carta donde solicitaba el empleo aseguraba que el trabajo de enfermera se habia vuelto demasiado pesado para ella. Buscaba un puesto mas descansado que ademas incluyera alojamiento. Las referencias de la supervisora de la clinica, aunque buenas, no eran demasiado entusiastas. La senora Munroe, que se habia incorporado a la plantilla el 1 de junio de 1988, habia sido una enfermera concienzuda y diligente, si bien un tanto reservada en sus relaciones con los demas. La atencion a los moribundos la agotaba fisica y psiquicamente, pero en la clinica estimaban que podia realizar labores propias de una enfermera en un internado donde los alumnos eran jovenes y sanos, cosa que ella haria de buen grado ademas de ocuparse de la ropa blanca. Por lo visto, durante su estancia en Saint Anselm habia salido en contadas ocasiones. Habia muy pocas notas en las que solicitara permiso al padre Sebastian para ausentarse; todo indicaba que preferia pasar las vacaciones en casa con su unico hijo, un oficial del ejercito. La imagen que se extraia del expediente era la de una mujer seria, trabajadora y reservada, con pocos intereses aparte de su relacion con su hijo. Este, segun constaba en el informe, habia muerto dieciocho meses despues de la llegada de la mujer al seminario.

Dalgliesh dejo el sobre en un cajon del escritorio, se ducho y se metio en la cama. Despues de apagar la luz, trato de conciliar el sueno, pero las preocupaciones del dia se agolpaban en su mente. Volvia a estar en la playa con el padre Martin. Imagino la capa marron y la sotana meticulosamente dobladas, como si el joven se preparase para un viaje: cabia la posibilidad de que lo hubiera considerado asi. ?De verdad se habia quitado esas prendas para trepar a una pequena loma de arena inestable, entremezclada con piedras y apuntalada de manera precaria por porciones de tierra cubierta de hierbajos? ?Por que? ?Que esperaba alcanzar o descubrir? En esa parte de la costa, entre la arena o en la pared del acantilado, aparecian de vez en cuando huesos de esqueletos enterrados mucho tiempo atras, procedentes de los cementerios que ahora estaban bajo el agua y a mas de un kilometro de distancia de la orilla. Sin embargo, nadie habia hallado ninguno de esos restos cerca del cadaver. Incluso si Treeves hubiera avistado la suave curva de una calavera o el extremo de un hueso largo entre la arena, ?que necesidad habria tenido de quitarse la capa y la sotana para llegar hasta ellos? Dalgliesh pensaba que habia algo mas significativo en la ordenada pila de ropa. ?No habia sido una forma deliberada, casi ceremonial, de renunciar a una vida, a una vocacion, quizas incluso a una fe?

Debatiendose entre la compasion, la curiosidad y la conjetura, aparto de su mente aquella muerte horrible para concentrarse en el diario de Margaret Munroe. Habia leido tantas veces los parrafos de la ultima anotacion que habria sido capaz de recitarlos de memoria. La mujer habia descubierto un secreto de tal envergadura que solo se habia atrevido a aludirlo de manera indirecta. Pocas horas despues de hablar con la persona interesada, habia muerto. Claro que, habida cuenta del estado en que se encontraba su corazon, esa muerte habria podido producirse en cualquier momento. Quiza la ansiedad y la necesidad de afrontar las repercusiones de ese descubrimiento habian precipitado su fin. No obstante, tambien cabia la posibilidad de que dicha muerte beneficiase a alguien. ?Y que facil habria sido matarla! Una mujer mayor con un corazon debil, sola en su casa; un medico local que la examinaba con regularidad y que redactaria sin vacilar el certificado de defuncion… ?Por que tenia la labor de punto sobre el regazo si llevaba las gafas para ver la television? Y, suponiendo que estaba viendo un programa antes de morir, ?quien habia apagado el televisor? Naturalmente, habia explicaciones posibles para todas estas incongruencias. Habia anochecido y la mujer estaba cansada. Incluso si aparecieran mas pruebas - aunque ?que pruebas podian aparecer a esas alturas?-, habia pocas posibilidades de resolver ese enigma. Al igual que Ronald Treeves, Margaret Munroe habia sido incinerada. A Dalgliesh le extranaba que en Saint Anselm tomasen medidas tan expeditivas para despachar los cadaveres. Por otro lado, era una consideracion injusta: tanto sir Alred como la hermana de la senora Munroe habian excluido al seminario de las exequias.

Deseo haber visto el cuerpo de Ronald Treeves. Las pruebas de segunda mano siempre resultaban insatisfactorias, y nadie habia tomado fotografias del escenario de la muerte. De todos modos, los testimonios eran muy claros y todos apuntaban al suicidio. Pero ?por que? Con toda seguridad, para Treeves ese acto implicaba un pecado mortal. ?Que poderosa fuerza lo habia empujado a buscar un final tan horrible como aquel?

17

Cualquier viajero que visite con frecuencia ciudades o pueblos historicos descubrira muy pronto en sus peregrinaciones que las casas mas atractivas del centro son, invariablemente, bufetes de abogados. El de Stannard, Fox y Perronet no era una excepcion. Se encontraba muy cerca de la catedral, en una elegante casa georgiana separada de la calle por un estrecho cerco de adoquines. La brillante puerta delantera con su aldaba en forma de cabeza de leon, la pintura impecable, las impolutas ventanas que reflejaban la debil claridad de la manana y las inmaculadas cortinas de tul proclamaban la solera, el prestigio y la prosperidad de la firma. En la recepcion, que a todas luces habia formado parte de una sala mas grande y de armoniosas proporciones, una joven dejo la revista que estaba leyendo y saludo a Dalgliesh con un agradable acento de Norfolk:

– Usted es el comisario Dalgliesh, ?no? El senor Perronet lo espera. Me ha indicado que lo haga subir de inmediato. Esta en la primera planta. Su secretaria personal no viene los sabados, pero le preparare un cafe si lo desea.

Dalgliesh sonrio, declino la invitacion y subio por la escalera, entre las fotografias enmarcadas de antiguos miembros del bufete.

El hombre que lo esperaba a la puerta del despacho era mayor de lo que habia sugerido su voz por telefono; de hecho, debia de frisar los sesenta. Superaba el metro ochenta y cinco de estatura y era un hombre huesudo, con menton alargado, ojos de una clara tonalidad de gris tras unas gafas con montura de carey y un cabello pajizo que caia en lacios mechones sobre una frente prominente. La cara correspondia mas a un comediante que a un abogado. Llevaba un formal traje oscuro, obviamente antiguo pero de muy buen corte, cuya ortodoxia contrastaba con la camisa de anchas rayas azules y la pajarita rosa con topos de color turquesa. Era como una manifestacion consciente de una contradiccion en su personalidad o de una excentricidad que se esforzaba por cultivar.

La habitacion en la que entro Dalgliesh era tal como el la habia imaginado. Sobre el escritorio georgiano no habia papeles ni carpetas. Un oleo, sin duda de uno de los fundadores de la firma, colgaba encima de la elegante chimenea de marmol, y las acuarelas de paisajes, alineadas con todo cuidado, parecian lo bastante buenas para ser de Cotman. Probablemente lo fueran.

– ?No toma cafe? Prudente decision. Es demasiado temprano. Yo salgo a tomar el mio a eso de las once. Voy dando un paseo hasta Saint Peter Mancroft. Me proporciona una buena excusa para salir de la oficina. La silla no es demasiado baja, ?verdad? Si lo prefiere, sientese en la otra. El padre Sebastian me ha pedido que responda a todas las preguntas que me haga sobre Saint Anselm. Por supuesto si esta fuese una investigacion oficial, mi deber seria cooperar, y lo haria gustoso.

La cordialidad de sus ojos grises resultaba enganosa, pues ocultaba una mirada escrutadora.

– No es exactamente una investigacion oficial -repuso Dalgliesh-. Mi posicion es ambigua. Supongo que el padre Sebastian le habra contado que sir Alred Treeves esta insatisfecho con el dictamen sobre las causas de la muerte de su hijo. Yo habia planeado venir a este condado y ya conocia Saint Anselm, de manera que me parecio practico y conveniente visitar el seminario. Como es logico, si descubro algun indicio de delito, el caso tomara caracter oficial y pasara a manos de la policia de Suffolk.

– Conque Alred esta insatisfecho con el veredicto, ?eh? -dijo Perronet-. Yo pense que seria un alivio para el.

– Cree que no hay pruebas concluyentes para determinar que la muerte fue accidental.

– Es posible, pero tampoco hubo indicios de otra cosa. Un veredicto de muerte por causa desconocida habria sido mas apropiado.

– Considerando las dificultades que atraviesa el seminario, la difusion que ha tenido el caso debio de resultarles molesta.

– Si, aunque el asunto se llevo con discrecion. El padre Sebastian es un experto en estas cuestiones. Y en Saint Anselm han estallado escandalos mucho mas grandes. Como el de 1923, cuando el sacerdote que ensenaba Historia de la Iglesia, un tal Cuthbert, se enamoro perdidamente de uno de sus alumnos, y el rector los descubrio a ambos en flagrante delito. Habian ido a los muelles de Felixstowe en el tandem del padre Cuthbert, y supongo

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