muerto con ella.
18
El reverendo Matthew Crampton, archidiacono de Reydon, se dirigia a Saint Anselm por el camino mas corto desde su vicaria, situada en Cressingfield, al sur de Ipswich. Tomo la A12 con la agradable sensacion de que habia dejado en orden todos los asuntos relacionados con la parroquia, su esposa y su despacho. Incluso en su juventud, siempre habia salido de casa con la idea -nunca expresada en voz alta- de que quiza no volviera. Aunque no era una preocupacion apremiante, siempre estaba alli, con otros temores inconscientes y agazapados, como una serpiente dormida, en el fondo de su mente. A veces le parecia que habia pasado toda la vida aguardando su final. Los pequenos ritos diurnos que esto suponia no guardaban relacion alguna con una morbosa preocupacion por la mortalidad, ni con su fe; eran mas bien, como reconocia el, el resultado de la insistencia de su madre en que se pusiera ropa interior limpia todas las mananas, ya que ese podia ser el dia en que lo atropellase un coche y apareciera ante la vista de las enfermeras, los medicos y el enterrador como una triste victima de la negligencia materna. En su infancia solia imaginar la escena final: el tendido sobre la mesa de autopsias y su madre agradecida, hallando consuelo en el hecho de que al menos habia muerto con los calzoncillos limpios.
Habia despejado su mente de su primer matrimonio con la misma meticulosidad con que despejaba su escritorio. El silencioso fantasma que se le aparecia en un rincon de la escalera o al otro lado de la ventana de su despacho y la subita conmocion que lo asaltaba al oir una risa familiar eran sensaciones misericordiosamente debiles, amortiguadas por las tareas de la parroquia, la rutina semanal y su segunda esposa. Habia arrumbado su primer matrimonio en una oscura mazmorra de su mente y echado la llave, no sin antes dictar sentencia. Cuando una de sus feligresas, madre de una criatura dislexica y un poco sorda, le habia contado que las autoridades locales habian «resolucionado» a su hija, el habia entendido que las instituciones habian determinado las necesidades de la nina y tomado las medidas oportunas para satisfacerlas. Del mismo modo, en un contexto muy diferente pero con identica autoridad, el habia «resolucionado» su matrimonio. Si bien nunca habia pronunciado ni puesto por escrito las palabras de esa resolucion, era capaz de recitarlas mentalmente como si hablara en tercera persona de una simple conocida y de si mismo. Esa breve y definitiva liquidacion de una vida conyugal estaba escrita en su mente, y siempre la imaginaba en cursivas:
Esa era la historia que recitaba mentalmente, aunque cada vez con menor frecuencia. Se habia vuelto a casar dieciocho meses despues de quedar viudo. Un vicario sin esposa, y sobre todo uno que ha enviudado en circunstancias tragicas, cae victima inevitablemente de los casamenteros de la parroquia. Tenia la impresion de que a su segunda esposa la habian elegido otros, aunque el habia aceptado de buen grado el arreglo.
Hoy debia ocuparse de un asunto que le satisfacia sobremanera, por mas que intentara persuadirse de que no era mas que una obligacion: debia convencer al padre Sebastian Morell de que era preciso cerrar Saint Anselm y buscar pruebas adicionales que convirtieran dicho cierre en algo tan rapido como inevitable. Se dijo (y con absoluta conviccion) que Saint Anselm -demasiado oneroso, aislado, privilegiado, elitista y con solo veinte seminaristas cuidadosamente seleccionados- representaba todo lo que iba mal en la Iglesia anglicana. Congratulandose de su honestidad, admitio que su desprecio por la institucion se extendia tambien al director - ?por que demonios habia que llamarlo «rector»?- y que su antipatia era en gran medida personal, pues iba mas alla de cualquier diferencia en cuestiones teologicas o de politica eclesiastica. En parte, se trataba de un resentimiento de clase. Se veia a si mismo como un hombre que habia tenido que luchar para ordenarse sacerdote y ascender. En realidad, no habia necesitado luchar demasiado: en sus tiempos de universitario le habian allanado el camino con becas bastante generosas, y su madre siempre habia consentido a su unico hijo. En cambio, Morell, hijo y nieto de obispos, descendia de uno de los grandes principes de la Iglesia del siglo xviii. Los Morell siempre habian frecuentado los palacios, y el archidiacono sabia que su adversario tenderia sus tentaculos para conseguir el apoyo del gobierno, las universidades y la Iglesia, ademas de no ceder un apice en la pugna por conservar su feudo.
?Y aquella esposa suya con cara de caballo! Solo Dios sabia por que se habia casado con ella. Lady Veronica vivia en Saint Anselm cuando el archidiacono habia visitado el lugar por primera vez, mucho antes de que lo nombrasen miembro del consejo de administracion, y se habia sentado a su izquierda en la cena. La ocasion no habia sido agradable para ninguno de los dos. Bueno, ahora estaba muerta. Al menos se ahorraria el disgusto de oir esa voz estridente y con un acento ofensivamente aristocratico, fruto de siglos de arrogancia e insensibilidad. ?Que sabian ella y su marido de la pobreza y sus humillantes privaciones, si nunca se habian visto obligados a convivir con la violencia y los irresolubles problemas de una decadente parroquia de barrio? Morell ni siquiera habia sido parroco, salvo durante los dos anos que habia pasado en un prospero pueblo del interior. El hecho de que un hombre con su capacidad intelectual y su reputacion se contentara con el cargo de director de un seminario pequeno y aislado constituia un misterio para el archidiacono, y, segun sospechaba, tambien para otras personas.
Debia de existir una explicacion, desde luego, y seguramente habia que buscarla en el deplorable testamento de la senorita Arbuthnot. ?Como era posible que sus consejeros legales le hubieran permitido redactarlo en esos terminos? Claro que era posible que ella no imaginase que el valor de los cuadros y la plata que habia donado a Saint Anselm se incrementaria tanto en el siguiente siglo y medio. Durante los ultimos anos, el seminario se habia financiado con dinero de la Iglesia. Seria moralmente justo que, cuando cerraran el seminario, los bienes pasaran a manos de la Iglesia o de instituciones beneficas. Resultaba inconcebible que la senorita Arbuthnot pretendiera convertir en multimillonarios a los cuatro sacerdotes que casualmente vivieran en Saint Anselm en el momento del cierre. Para colmo, uno de ellos tenia ochenta anos y a otro lo habian condenado por abusos a menores. El se ocuparia de que todos los objetos de valor fueran retirados del seminario antes de la clausura oficial. Sebastian Morell no podia oponerse a esta medida sin arriesgarse a que lo acusaran de egoismo y avaricia. Su turbia campana para mantener abierto el seminario era, con toda probabilidad, una estratagema para ocultar su interes por los tesoros de Saint Anselm.
Los territorios estaban formalmente delimitados, y el archidiacono marchaba con confianza hacia lo que esperaba que fuese una batalla decisiva.
19
El padre Sebastian sabia que acabaria por enfrentarse al archidiacono antes de que terminase el fin de semana, pero no queria que la discusion se produjese en la iglesia. Estaba preparado para defender su posicion -de hecho, deseaba hacerlo-, mas no delante del altar. Sin embargo, cuando el archidiacono manifesto su deseo