cuando fue a servirle a Crampton, este cubrio su copa con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos y Emma temio que fuese a romper el cristal. En la imaginacion de la joven, la mano se volvio amenazadora y casi monstruosa, con oscuros pelos erizados en el dorso de los dedos. Tambien advirtio que el comisario Dalgliesh, sentado enfrente, habia alzado los ojos de su plato y observaba al archidiacono con expresion inquisitiva. Emma no entendia que el resto de los comensales no percibiera la fuerte tension que irradiaba su companero de mesa; Dalgliesh era el unico que habia reparado en ella. Gregory comia en silencio, con evidente satisfaccion. Practicamente no habia alzado la cabeza hasta que Raphael habia empezado a leer. Ahora lo miraba de vez en cuando con un gesto entre perplejo y divertido.

Raphael prosiguio con la lectura mientras la senora Pilbeam y Peter Buckhurst recogian los platos y servian el segundo: estofado de carne con patatas, zanahorias y judias. El archidiacono hizo un esfuerzo para recuperarse, pero casi no probo bocado. Despues de los dos primeros platos, que remataron con fruta, queso y galletas, Raphael cerro la novela, fue a buscar su comida al calientaplatos y se sento a un extremo de la mesa. Fue entonces cuando Emma observo al padre Sebastian. Tenia la cara crispada y la vista fija en Raphael, quien, por lo que percibio Emma, trataba de eludir los ojos del rector.

Nadie demostro deseos de romper el silencio hasta que el archidiacono se volvio hacia Emma e inicio una conversacion poco espontanea sobre la relacion de la joven con el seminario. ?Cuando la habian contratado? ?Que ensenaba exactamente? ?Los estudiantes eran receptivos? ?Que podia aportar el estudio de la poesia religiosa inglesa a un programa de formacion teologica? Aunque Emma sabia que Crampton intentaba tranquilizarla, o al menos darle conversacion, aquello parecia un interrogatorio, y en medio del silencio general las preguntas y las respuestas sonaban anormalmente altas. Sus ojos se desviaban una y otra vez hacia Adam Dalgliesh, sentado a la derecha del rector. Al parecer, tenian mucho de que hablar, aunque no era probable que estuviesen comentando la muerte de Ronald, sobre todo a la mesa. De cuando en cuando el comisario la miraba. Sus ojos se encontraron durante un segundo y ella aparto rapidamente la vista; luego, enfadada consigo misma por su embarazosa torpeza, se volvio con determinacion, dispuesta a seguir soportando la curiosidad del archidiacono.

Al fin fueron a tomar el cafe en la sala, pero el cambio de lugar no sirvio para animar la conversacion, que se convirtio en un desganado intercambio de lugares comunes. El grupo se disperso mucho antes de la hora de las completas. Emma fue una de las primeras en marcharse. A pesar de la tormenta, necesitaba tomar aire fresco y hacer un poco de ejercicio antes de acostarse. Esa noche no asistiria a las completas. Era la primera vez que experimentaba un imperioso deseo de huir del seminario. No obstante, cuando salio por la puerta que conducia al claustro sur, la fuerza del viento la hizo retroceder como si le hubieran pegado un golpe. Pronto le resultaria dificil mantenerse en pie. No era una buena noche para dar un paseo por un lugar que de repente se habia vuelto hostil. Se pregunto que estaria haciendo Adam Dalgliesh. Probablemente asistiria a las completas por cortesia. Ella trabajaria -siempre tenia trabajo- y se iria a la cama temprano. Camino por el oscuro claustro sur, hacia Ambrosio y la soledad.

23

A las nueve y veintinueve minutos, Raphael, que entro en la sacristia en ultimo lugar, encontro al padre Sebastian a solas, cambiandose para el oficio. Raphael se disponia a abrir la puerta que conducia a la iglesia cuando el rector dijo:

– ?Elegiste ese capitulo de Trollope con la deliberada intencion de molestar al archidiacono?

– Es un capitulo que me gusta, padre. Ese joven altivo y ambicioso arrodillado junto a la cama de su padre, luchando con su deseo secreto de que el obispo muera a tiempo… Es uno de los pasajes mas admirables de todos los que escribio Trollope. Pense que todos sabriamos apreciarlo.

– No te he pedido una critica literaria de Trollope. No has respondido a mi pregunta. ?Lo escogiste para molestar al archidiacono?

– Si, padre -contesto Raphael en voz baja.

– Deduzco que a raiz de lo que averiguaste de boca del inspector Yarwood antes de la cena.

– Estaba muy afectado. El archidiacono se metio practicamente a la fuerza en su habitacion y lo increpo. Roger me conto algo de lo que habia sucedido, aunque luego me dijo que era confidencial y que debia olvidarlo.

– Y tu metodo para olvidar fue escoger con mala intencion un pasaje literario que, ademas de disgustar a un huesped de esta casa, evidenciaria que el inspector Yarwood te habia confiado su secreto, ?no?

– El pasaje no resultaria ofensivo para el archidiacono a menos que lo que Roger me conto fuera verdad.

– Ya veo. Aplicabas la estrategia de Hamlet. Has ocasionado problemas y desobedecido mis instrucciones sobre la actitud que debias adoptar mientras el archidiacono fuese nuestro huesped. Ambos tenemos que reflexionar. Yo debo pensar si mi conciencia me permite recomendar tu ordenacion. Tu debes preguntarte si de verdad estas capacitado para profesar el sacerdocio.

Era la primera vez que el padre Sebastian manifestaba abiertamente una duda que apenas se atrevia a reconocer en su fuero interno. Se obligo a mirar a Raphael a los ojos mientras aguardaba una respuesta.

– ?Alguno de los dos tiene otra opcion, padre? -pregunto Raphael en voz queda.

Lo que sorprendio al rector no fueron sus palabras, sino el tono. Oyo en la voz de Raphael lo mismo que veia en sus ojos, no un desafio a su autoridad ni bravuconeria, ni siquiera la habitual expresion de indiferente ironia; se trataba de algo mas turbador y doloroso: una triste resignacion y, al mismo tiempo, un grito de socorro. El padre Sebastian termino de vestirse en silencio, espero a que Raphael le abriese la puerta de la sacristia y lo siguio a la penumbra de la iglesia iluminada con velas.

24

Dalgliesh fue la unica persona que asistio a las completas. Se sento en el centro de la nave derecha y observo a Henry Bloxham, que llevaba un sobrepelliz sobre la sotana, mientras encendia las dos velas del altar y luego las que rodeaban el coro dentro de pantallas de cristal. Henry habia descorrido los cerrojos de la imponente puerta sur antes de que llegara Dalgliesh, y este, sentado en silencio, esperaba oir el chirrido que emitiria al abrirse. Sin embargo, no se presento nadie: ni Emma, ni los miembros del personal ni los huespedes. La iluminacion de la iglesia era tenue, y el comisario permanecio solo en una calma tan absoluta que el fragor de la tormenta parecia formar parte de otra realidad. Por fin Henry encendio las luces del altar, y el Van der Weyden tino de luz el aire quieto. Henry hizo una genuflexion delante del altar y regreso a la sacristia. Dos minutos despues entraron los cuatro sacerdotes, seguidos por los seminaristas y el archidiacono. Las figuras vestidas con sobrepellices blancos avanzaron en un silencio casi absoluto y ocuparon sus sitios con pausada dignidad. La voz del padre Sebastian rompio la quietud con la primera oracion: «Que el Senor Todopoderoso nos conceda una noche tranquila y un final perfecto. Amen.»

El oficio consistio en una sucesion de cantos gregorianos, entonados con una excelencia que era fruto de la practica y la familiaridad. Dalgliesh se arrodillo y se puso de pie en los momentos oportunos y participo en las respuestas; no estaba dispuesto a interpretar el papel de un simple espectador. Aparto de su mente todos los pensamientos sobre Ronald Treeves y la muerte. No estaba alli como funcionario de la policia: lo unico que se le pedia era un corazon abierto.

Despues de la colecta y antes de la bendicion, el archidiacono se levanto de su asiento para pronunciar la homilia. Decidio ponerse delante del comulgatorio, en lugar de subir al pulpito o situarse detras del atril. A Dalgliesh le parecio una medida inteligente, pues de lo contrario habria predicado para una congregacion de una sola persona: casi con seguridad, la persona a quien menos le interesaba dirigirse. El sermon fue breve -duro menos de seis minutos-, pero el archidiacono lo pronuncio con vehemencia y en voz queda como si supiera que las palabras poco gratas cobraban intensidad cuando se decian por lo bajo. Hablo de pie ante el altar, moreno y barbado como un profeta del Antiguo Testamento, mientras las figuras con sobrepellices le rehuian la mirada y permanecian sentadas, inmoviles como estatuas de piedra.

La homilia trataba de la formacion cristiana en el mundo moderno y arremetia contra todo lo que habia

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