representado Saint Anselm durante mas de cien anos y todo lo que defendia el padre Sebastian. El mensaje quedaba claro: la Iglesia no lograria sobrevivir y atender las necesidades de una era violenta, conflictiva y cada vez mas incredula a menos que abrazara de nuevo los principios esenciales de la fe. La doctrina moderna no debia recrearse en un lenguaje hermoso pero arcaico, en el que las palabras velaban la realidad de la fe en lugar de confirmarla. Cuando se sucumbia a la tentacion de supervalorar la inteligencia y las conquistas intelectuales, la teologia se convertia en un ejercicio filosofico que contribuia a justificar el escepticismo. Tambien resultaba tentador conceder demasiada importancia a la ceremonia, las vestiduras y otros puntos polemicos del protocolo, como la obsesion por la excelencia musical que a menudo convertia un oficio religioso en un espectaculo publico. La Iglesia no era una organizacion social en cuyo seno la burguesia adinerada pudiese saciar su apetito de belleza, orden, nostalgia y una ilusoria espiritualidad. Si la Iglesia no retornaba a la verdad de los evangelios, nunca le seria posible aspirar a satisfacer las necesidades del mundo moderno.
Al final del sermon, el archidiacono volvio a su asiento, y los seminaristas y sacerdotes se arrodillaron mientras el padre Sebastian pronunciaba la bendicion final. Despues de que la pequena procesion saliera de la iglesia, Henry regreso para apagar las velas y la luz del altar. Luego se dirigio a la puerta sur para dar las buenas noches a Dalgliesh y cerrar la puerta tras el. Salvo por esas dos palabras, ninguno de los dos hablo.
Al oir el ruido de los cerrojos de hierro, Dalgliesh tuvo la sensacion de que lo estaban desterrando para siempre de un mundo que nunca habia comprendido ni aceptado del todo y al que ahora, por fin, se le negaba el acceso. Resguardado de la ferocidad del viento por el claustro sur, recorrio los pocos metros que lo separaban de Jeronimo y de su cama.
Libro segundo . La muerte del archidiacono
1
El archidiacono no se entretuvo despues de las completas. El y el padre Sebastian se quitaron las vestiduras en la sacristia sin dirigirse la palabra; luego Crampton se despidio con sequedad y salio al claustro azotado por el viento.
El patio era un torbellino de sonidos y furia. Aunque habia cesado de llover, el fuerte viento del sureste soplaba a rafagas cada vez mas violentas alrededor del castano de Indias, siseando entre las altas hojas y doblando las grandes ramas, que subian y bajaban con el lento y majestuoso ritmo de una danza funebre. Las ramas mas fragiles o pequenas se partian y caian sobre los adoquines como bengalas consumidas. El claustro sur aun estaba despejado, pero las hojas que rodaban y se retorcian en el suelo del patio empezaban a formar humedos monticulos contra la puerta de la sacristia y el muro del claustro norte.
En la puerta del seminario, el archidiacono restrego las suelas de sus zapatos negros contra la piedra para deshacerse de las hojas pegadas y cruzo el guardarropa en direccion al vestibulo. A pesar de la violencia de la tormenta, el edificio estaba extranamente silencioso. Se pregunto si los cuatro sacerdotes seguirian en la iglesia o en la sacristia, quiza comentando su homilia con indignacion. Daba por sentado que los seminaristas se habian retirado ya a sus habitaciones. Habia algo raro, casi agorero, en el aire sereno y ligeramente acre.
Todavia no eran las diez y media. Inquieto y sin ganas de irse a dormir temprano, lo asalto un subito deseo de hacer un poco de ejercicio a la intemperie, idea que, dadas la oscuridad y la fuerza del viento, parecia poco sensata e incluso peligrosa. Sabia que en Saint Anselm respetaban la tradicion de guardar silencio despues de las completas, y aunque el no simpatizaba con esa regla, no queria que lo pillaran desobedeciendola. Habia un televisor en la sala de los seminaristas, pero los programas de los sabados rara vez eran buenos y el no queria turbar la paz. Sin embargo, era muy probable que alli encontrase un libro, y nadie le reprocharia que viera el ultimo informativo de la noche.
Cuando abrio la puerta, vio que la estancia estaba ocupada. Clive Stannard, un individuo mas bien joven que le habian presentado a la hora de comer, estaba viendo una pelicula. Al oirlo llegar volvio la cabeza y lo miro como si le molestase la intrusion. El archidiacono permanecio alli unos instantes, dio las buenas noches, salio por la puerta situada junto a la escalera del sotano y cruzo con dificultad el patio hasta llegar a Agustin.
A las diez y cuarenta ya estaba en pijama y bata, listo para meterse en la cama. Habia leido un capitulo del evangelio de san Marcos y rezado las oraciones de costumbre, pero esa noche ambas cosas habian representado poco mas que un rutinario ejercicio de devocion convencional. Sabia de memoria las palabras de la escritura y las habia recitado mentalmente, como si la lentitud y la atencion extrema prestada a cada termino le permitiesen hallar en ellos un nuevo significado. Despues de quitarse la bata, se cercioro de que la ventana estuviese bien cerrada para que no la abriese el viento y se acosto.
La accion es la mejor manera de mantener los recuerdos a raya. Ahora, con el cuerpo rigido entre las tensas sabanas, oyendo el silbido del viento, supo que el sueno tardaria en llegar. El ajetreado y traumatico dia habia exaltado su mente. Tal vez habria debido batallar con el viento y salir a dar un paseo. Penso en la homilia, aunque con mas satisfaccion que arrepentimiento. La habia preparado con esmero y pronunciado en voz baja pero intensa y firme. Habia expresado lo que debia y, si con ello habia irritado aun mas al padre Sebastian, si el enojo y la antipatia se habian convertido en franca animadversion… Bueno, era inevitable. El no buscaba antagonismos, se dijo; sabia apreciar el afecto de las personas a quienes respetaba. Era ambicioso y consciente de que la mitra no se conquistaba enfrentandose con una importante rama de la Iglesia, aunque esta tuviera menos poder que en el pasado. No obstante, Sebastian Morell ya no era tan influyente como el creia. El archidiacono no abrigaba dudas de que en esta batalla el luchaba en el bando ganador. Aun asi, tendrian que librar otras batallas de principios, se recordo, si querian que la Iglesia anglicana sobreviviese para servir al nuevo milenio. Quizas el cierre de Saint Anselm fuera solo una pequena escaramuza en esa guerra, pero ganarla le llenaria de satisfaccion.
Entonces ?que era lo que tanto le inquietaba de Saint Anselm? ?Por que sentia que aqui, en esta desierta costa azotada por el viento, la vida espiritual se vivia con mayor intensidad que en cualquier otra parte, y que el y todo su pasado estaban siendo juzgados? No era porque Saint Anselm tuviera una larga historia de culto y devocion. La iglesia era medieval, desde luego, y suponia que en su silencioso aire aun resonaba el eco de siglos de cantos gregorianos, aunque el nunca hubiera reparado en ello. Para el una iglesia era algo funcional: un edificio en el que se adoraba a Dios, no un objeto de adoracion en si. Saint Anselm no era mas que la creacion de una solterona victoriana con demasiado dinero, poca cabeza y una debilidad por las albas ribeteadas de encaje, las birretas y los sacerdotes solteros. Hasta cabia la posibilidad de que aquella mujer estuviera loca. Era absurdo que su perniciosa influencia siguiera gobernando un seminario del siglo xxi.
Sacudio las piernas con energia con la intencion de aflojar las apretadas sabanas. De repente deseo que Muriel estuviera alli para volverse hacia su comodo e impasible cuerpo y sus aquiescentes brazos en busca de la momentanea evasion del sexo. Sin embargo, cuando se tendio hacia ella en su imaginacion, entre ellos surgio el recuerdo de otro cuerpo, como sucedia a menudo en la cama conyugal; un cuerpo con delicados brazos de nina, pechos tersos y una boca abierta que exploraba la carne masculina. «?Te gusta esto?, ?y esto?, ?y esto?»
Su amor habia sido un error desde el principio; poco aconsejable y tan previsiblemente desastroso que ahora se preguntaba como habia podido enganarse a si mismo. Habia sido una aventura propia de una novela barata. Incluso habia comenzado en un ambiente tipico de la literatura romantica: un crucero por el Mediterraneo. Un clerigo conocido, contratado como profesor invitado en un viaje a lugares de interes historico y arqueologico en Italia y Asia, habia enfermado y lo habia recomendado a el como sustituto. Sospechaba que los organizadores no le habrian aceptado si hubieran encontrado un candidato mejor preparado, y a pesar de todo habia cosechado un exito inesperado. Por suerte, no habia ningun academico entre los pasajeros. Gracias a una concienzuda preparacion y la ayuda de las mejores guias, habia conseguido mantener su ascendiente.
Barbara iba a bordo, con motivo de un viaje educativo que hacia en compania de su madre y su padrastro. Era la pasajera mas joven, y el no era el unico hombre fascinado por ella. A el le habia parecido mas una nina que una joven de diecinueve anos, y una nina nacida fuera de su tiempo. La melena de color negro azabache con flequillo largo, los enormes ojos azules, el rostro en forma de corazon, los pequenos y carnosos labios y la figura de chico acentuada por los vestidos holgados le conferian un aire mas propio de los anos veinte. Los pasajeros