entornada y regreso junto al cadaver con actitud mas firme y resuelta. Tenia algo que decir, y habia hecho acopio de la fuerza necesaria para hacerlo.
Seguia de rodillas, con el borde de la sotana embebido en sangre, cuando oyo pasos y una voz de mujer. Emma se hinco a su lado y le rodeo los hombros con un brazo. El padre Martin noto el suave roce del cabello de la chica en la mejilla, y el delicado y dulzon aroma de la piel femenina comenzo a expulsar de su mente el metalico olor de la sangre. Advirtio que Emma temblaba, si bien su voz parecia serena.
– Vamos, padre, salga. Ya esta bien.
Sin embargo, nada estaba bien. Nada volveria a estar bien.
Quiso mirarla, pero fue incapaz de levantar la cabeza. Solo podia mover los labios.
– Ay, Dios, ?que hemos hecho? -murmuro-. ?Que hemos hecho?
Entonces sintio que los brazos de la chica se tensaban de miedo. A sus espaldas, la gran puerta sur se abria con un crujido.
3
Dalgliesh no solia tener dificultades para conciliar el sueno, ni siquiera en una cama desconocida. Despues de trabajar durante tantos anos como policia, su cuerpo se habia habituado a las incomodidades de los mas diversos lechos, y siempre que contara con una lampara o una linterna para leer un rato antes de dormir, su mente olvidaba las vicisitudes del dia con la misma facilidad que sus cansados miembros. No obstante, esa noche era diferente. La habitacion invitaba al descanso; el colchon era comodo sin ser demasiado blando, la lampara de la mesilla estaba a la altura ideal para leer y tenia el numero justo de mantas. Sin embargo, leyo las primeras cinco paginas de la traduccion de Seamus Heaney de
El sueno, sin embargo, se negaba a invadirlo. No conseguia llegar a ese agradable momento en que la mente se libera de las cargas de la conciencia y se abandona sin temor a su pequena muerte cotidiana. Quiza debiera achacarselo a la furia del viento. Por lo general le gustaba quedarse dormido mientras oia los sonidos de la tormenta, pero esta tormenta era diferente. Habia ocasionales pausas, un breve periodo de calma seguido por un grave gemido, que subitamente se convertia en un bramido semejante al de un coro de demonios enloquecidos. Durante estos
En un momento de calma, Dalgliesh encendio la lampara y consulto su reloj de pulsera. Le sorprendio comprobar que eran las cinco y treinta y cinco. Debia de haber dormido, o al menos dormitado, durante mas de seis horas. Empezaba a preguntarse si la tormenta habia amainado cuando el aullido se reanudo y comenzo a aumentar de intensidad otra vez. Cuando se produjo la primera pausa, percibio un sonido diferente, tan habitual en su infancia que lo reconocio de inmediato: era una campanada. Por un instante penso que era el remanente de un sueno olvidado, mas la realidad se impuso de inmediato. Estaba despierto del todo. Sabia lo que habia oido. Aguzo sus sentidos, pero no oyo mas campanadas.
Actuo con rapidez. Nunca se acostaba sin dejar antes a mano los objetos que podia necesitar en una emergencia. Se puso la bata y los zapatos -tras descartar las zapatillas- y recogio de la mesilla una linterna pesada como un arma.
En la oscuridad, guiado unicamente por la luz de la linterna, salio de su apartamento, cerro la puerta con sigilo y se topo con una rafaga de viento y un chaparron de hojas que giraban alrededor de su cabeza como una bandada de furiosos pajaros. Las debiles lamparas de los claustros norte y sur apenas permitian vislumbrar los contornos de las delgadas columnas y proyectaban un fantasmagorico resplandor sobre el suelo de piedra. El edificio del seminario estaba oscuro, y no vio luz en ninguna ventana salvo en la de Ambrosio, el apartamento contiguo al suyo, donde dormia Emma. Presa de un subito temor, paso de largo corriendo, sin detenerse para llamar a la joven. Una rendija de claridad indicaba que la puerta de la iglesia estaba entornada. El armazon de roble chirrio contra las bisagras cuando abrio y cerro la puerta.
Durante unos segundos, no mas, permanecio paralizado ante la escena que se ofrecia a sus ojos. No habia obstaculos entre el y
Al oir la puerta, ella volvio la cabeza, se levanto de un salto y corrio hacia el.
– Gracias a Dios que ha venido.
Se echo a sus brazos, y al sentir el tembloroso cuerpo contra el suyo, Dalgliesh supo que lo habia hecho movida por el impulso natural de una persona que busca consuelo. La chica se separo enseguida.
– Es el padre Martin -senalo-. No puedo moverlo de ahi.
El sacerdote tenia el brazo extendido por encima del cadaver y la mano sumergida en el charco de sangre. Dalgliesh dejo la linterna y le toco el hombro.
– Soy Adam, padre -susurro-. Levantese. Esta bien.
Pero nada estaba bien, desde luego. Incluso mientras pronunciaba esas palabras anodinas, se percato de su irritante falsedad.
El padre Martin no se movio; bajo la mano de Dalgliesh, su hombro parecia paralizado por el rigor mortis.
– Sueltelo, padre -insistio Dalgliesh, ahora con mayor firmeza-. Tiene que levantarse. Ya no puede hacer nada.
Esta vez, como si las palabras surtiesen efecto por fin, el padre Martin permitio que lo ayudaran a ponerse de pie. Contemplo su mano ensangrentada con una suerte de asombro infantil y luego se la limpio en la sotana. Eso complicaria el analisis de la sangre, penso Dalgliesh. La compasion hacia sus acompanantes enseguida cedio el paso a otras preocupaciones mas urgentes: la obligacion de mantener intacto el escenario del crimen y la necesidad de evitar que se divulgase el metodo del homicida. Si la puerta sur habia estado cerrada, como de costumbre, el asesino debia de haber entrado por la sacristia y a traves del claustro norte. Mientras Emma sujetaba al sacerdote por el lado derecho, el lo condujo con suavidad hacia los bancos mas cercanos a la puerta, donde los hizo sentar.
– Espereme un momento aqui -le indico a Emma-. No tardare. Voy a echar los cerrojos de la puerta sur y saldre por la sacristia. Cerrare con llave. No deje entrar a nadie. -Luego se volvio hacia el padre Martin-. ?Me oye, padre?
El sacerdote alzo la vista por primera vez y sus ojos se encontraron con los del comisario. La angustia y el horror reflejados en ellos sobrecogieron a Dalgliesh.
– Si, si. Estoy bien. Lo siento mucho, Adam. Me he comportado como un tonto. Ya estoy bien.
Estaba muy lejos de encontrarse bien, pero al menos entendia lo que se le decia.
– Debo pedirles algo. Disculpenme si les parezco insensible e inoportuno, pero es importante. No le cuenten a nadie lo que han visto. A nadie. ?Lo han entendido?
Ambos asintieron con un murmullo, y luego el padre Martin dijo con claridad:
– Lo entendemos.
Dalgliesh dio media vuelta para marcharse.
– No estara aqui, ?verdad? -pregunto Emma-. ?Es posible que continue escondido en la iglesia?