– Seguro que no, pero de todas maneras echare un vistazo.
No queria encender mas luces. Por lo visto, los unicos que habian oido la campanada eran Emma y el. Lo ultimo que necesitaba era que la iglesia se llenase de gente. Regreso a la puerta sur y corrio los pesados cerrojos de hierro. Con la linterna en la mano, hizo una breve pero exhaustiva inspeccion de la iglesia, tanto para la tranquilidad de Emma como para la suya propia. Sin embargo, su larga experiencia le habia dictado de inmediato que la muerte no era reciente. Abrio las puertas de los dos sitiales e ilumino los asientos; luego se arrodillo y echo un vistazo debajo. Entonces descubrio algo: alguien habia ocupado el segundo banco. Una parte del asiento estaba limpia de polvo, y cuando se agacho y alumbro con la linterna el profundo hueco que habia debajo, supo que una persona se habia ocultado alli.
Tras acabar con el rapido registro, regreso junto a Emma y el sacerdote.
– Ya esta. Aqui no hay nadie mas que nosotros -afirmo-. ?La puerta de la sacristia esta cerrada con llave, padre?
– Si. Si. La cerre despues de entrar.
– ?Me da las llaves, por favor?
El padre Martin rebusco en el bolsillo de la sotana y saco un llavero. Sus dedos temblorosos se demoraron unos instantes en encontrar las llaves indicadas.
– No tardare -repitio Dalgliesh-. Cerrare la puerta al salir. ?Estaran bien hasta que vuelva?
– No creo que el padre Martin deba permanecer mucho tiempo aqui -opino Emma.
– No sera necesario.
Dalgliesh calculo que tardaria solo unos minutos en regresar con Yarwood. Con independencia de quien fuese a hacerse cargo de la investigacion, en esos momentos necesitaba ayuda. Ademas, se trataba de una cuestion de protocolo. Yarwood era miembro de la policia de Suffolk. Por lo tanto, debia ponerse al frente hasta que el jefe del cuerpo local decidiera quienes se ocuparian del caso. Dalgliesh se alegro de encontrar un panuelo en el bolsillo de su bata y lo utilizo para abrir la puerta de la sacristia sin dejar huellas. Despues de reprogramar la alarma y cerrar con llave, hundio los pies en la resbaladiza alfombra de hojas, que ahora tenia varios centimetros de espesor, y corrio por el claustro norte en direccion a los apartamentos de huespedes. Sabia que Roger Yarwood se alojaba en Gregorio.
El apartamento estaba a oscuras. Dalgliesh alumbro la sala con la linterna y llamo desde el pie de la escalera. No hubo respuesta. Subio al dormitorio y encontro la puerta abierta. Aunque Yarwood habia usado la cama, ahora estaba vacia y deshecha. El comisario abrio la puerta de la ducha. Alli no habia nadie. Encendio la luz y registro rapidamente el armario. No habia abrigos ni mas calzado que las zapatillas de Yarwood, que descansaban junto a la cama. El policia debia de haber salido en plena tormenta.
No tenia sentido que fuese a buscarlo solo. Yarwood podia estar en cualquier lugar de los alrededores. Asi pues, regreso de inmediato a la iglesia. Emma y el padre Martin se hallaban en el mismo sitio donde los habia dejado.
– ?Por que no acompana a la doctora Lavenham a su habitacion, padre? -pregunto con suavidad-. Ella preparara te para los dos. Supongo que el padre Sebastian querra hablar ante todo el seminario, pero por el momento mas vale que espere alli y descanse un poco.
El padre Martin alzo la vista. Su mirada traslucia una mezcla de tristeza y asombro infantil.
– Pero el padre Sebastian querra hablar conmigo -protesto.
– Por supuesto que si -replico Emma-, pero ?no cree que sera mejor que aguardemos a que el comisario Dalgliesh le cuente lo sucedido? Lo mejor es que venga a mi apartamento. Alli tengo todo lo necesario para hacer te. A mi me vendria bien una taza.
El padre Martin asintio y se levanto.
– Antes de que se marche, debemos comprobar si han forzado la caja fuerte, padre -dijo Dalgliesh.
Entraron en el presbiterio y Dalgliesh le pidio el numero de la combinacion. Luego, cubriendose los dedos con un panuelo para preservar cualquier huella que hubiese en la manija o en la cerradura de seguridad, hizo girar con cuidado la rueda y abrio la puerta. En el interior, encima de una pila de documentos, habia una bolsa de piel cerrada con un cordon. La llevo al escritorio y la abrio: bajo un envoltorio de seda blanca, habia dos magnificos calices anteriores a la Reforma, decorados con piedras preciosas, y una patena, todo obsequio de la fundadora de Saint Anselm.
– No falta nada -observo el padre Martin en voz baja.
Dalgliesh dejo la bolsa en la caja fuerte y cerro la puerta. Estaba claro que el movil del asesinato no era el robo, aunque el no habia considerado esa posibilidad ni por un instante.
Espero a que Emma y el padre Martin salieran por la puerta sur, echo los cerrojos y cruzo la sacristia en direccion al claustro cubierto de hojas.
La tormenta comenzaba a amainar, y el ventarron habia quedado reducido a unas pocas rafagas intensas, aunque las ramas y hojas caidas testimoniaban sus estragos. Dalgliesh entro en el seminario y subio los dos tramos de escalera que lo separaban de las habitaciones del rector.
El padre Sebastian respondio de inmediato a su llamada. Aunque llevaba una anticuada bata de lana a cuadros, su pelo enmaranado le daba un aire curiosamente juvenil. Los dos hombres se miraron. Antes de abrir la boca, Dalgliesh intuyo que el rector habia adivinado las palabras que se disponia a pronunciar. Aunque eran brutales, no habia una forma sencilla ni suave de comunicarle la noticia.
– El archidiacono Crampton ha sido asesinado -dijo-. El padre Martin ha encontrado el cadaver en la iglesia poco despues de las cinco y media.
El rector se llevo la mano al bolsillo y extrajo un reloj de pulsera.
– Ya son mas de las seis -senalo-. ?Por que no me han avisado antes?
– El padre Martin ha tocado la campana para dar la alarma y yo la he oido, al igual que la doctora Lavenham, la primera en llegar alli. Yo tenia que hacer algunas cosas antes de avisarle. Y ahora debo telefonear a la policia de Suffolk.
– Pero ?no cree que es el inspector Yarwood quien debe llevar este asunto?
– Asi es, pero Yarwood ha desaparecido. ?Me permite usar su despacho, padre?
– Desde luego. Me reunire con usted de inmediato, en cuanto me vista. ?Alguien mas esta al corriente de lo sucedido?
– Todavia no, padre.
– Entonces debo ser yo quien les participe la noticia.
Cerro la puerta y Dalgliesh bajo al despacho.
4
Si bien el numero que necesitaba Dalgliesh estaba en su cartera, en la habitacion, logro recordarlo despues de un par de segundos. En cuanto se identifico, le facilitaron el telefono particular del jefe de la policia local. A partir de ese momento, todo fue muy sencillo. Trataba con hombres acostumbrados a que los despertaran con la exigencia de que tomaran decisiones y actuaran con rapidez. Paso un informe breve pero completo y no le hizo falta repetir un solo dato.
El jefe de la policia tardo cinco segundos en hablar: -La desaparicion de Yarwood es un problema. Alred Treeves es otro, aunque menos importante. Sea como fuere, no podemos perder tiempo. Los primeros dias siempre son cruciales. Hablare con el director general. Pero supongo que usted querra organizar una partida de busqueda, ?no?
– Todavia no. Cabe la posibilidad de que Yarwood saliese a dar un paseo. Hasta es probable que haya vuelto ya. Si no es asi, enviare a algunos estudiantes en su busca tan pronto como haya suficiente luz. Le informare de cualquier novedad. Si no encontramos a Yarwood, seria conveniente que usted asumiera el mando.
– De acuerdo. Tendra que esperar la confirmacion de su departamento, pero creo que deberia dar por sentado que el caso es suyo. Discutire los detalles con la Policia Metropolitana, aunque supongo que querra trabajar con su propio equipo.
– Eso simplificaria las cosas.
– Puedo asegurarle algo sobre Saint Anselm -dijo el jefe de la policia al cabo de un rato-. Todos los que viven