– Oremos -dijo el padre Sebastian.
La exhortacion fue inesperada. Solo los sacerdotes y los seminaristas respondieron automaticamente, inclinando la cabeza y enlazando las manos. Las mujeres no parecian saber que se esperaba de ellas, aunque despues de echar una breve ojeada al padre Martin, se pusieron de pie. Emma y la senora Pilbeam agacharon la cabeza, pero Karen Surtees lanzo a Dalgliesh una mirada de beligerante incredulidad, como si lo responsabilizara de ese embarazoso contratiempo. Gregory, risueno, fijo la vista al frente, mientras que Stannard fruncio el entrecejo y se rebullo con evidente incomodidad. El padre Sebastian rezo los maitines. Luego hizo una pausa y repitio la oracion que habia pronunciado en las completas, unas diez horas antes:
– «Visita, te lo rogamos, Senor, esta morada y aparta de ella las asechanzas del enemigo; Tus santos Angeles habiten en ella y nos guarden en paz, y Tu bendicion sea sobre nosotros siempre. Por Jesucristo nuestro Senor. Amen.»
Tras un coro de amenes -quedos los de las mujeres; mas confiados los de los seminaristas- un estremecimiento recorrio el grupo. No fue tanto un movimiento como un suspiro colectivo. «Ya lo saben -se dijo Dalgliesh-, claro que lo saben. Pero uno de ellos lo ha sabido desde el principio.» Las mujeres se sentaron de nuevo. Dalgliesh percibio la fuerza de las miradas clavadas en el rector. Cuando este empezo a hablar, su voz sono serena y casi monocorde:
– Anoche ocurrio una gran tragedia en nuestra comunidad. El archidiacono Crampton fue brutalmente asesinado en la iglesia. El padre Martin descubrio su cuerpo a las cinco y media de la manana. El comisario Dalgliesh, que se encontraba aqui por otro asunto, sigue siendo nuestro invitado, pero ahora esta entre nosotros tambien como policia, investigando un asesinato. Es nuestra obligacion y nuestro deseo ayudarle en cuanto sea posible, respondiendo a sus preguntas en detalle y con veracidad y sin entorpecer la labor de la policia ni hacer o decir algo que induzca a pensar que no es bien recibida. He telefoneado a los estudiantes que debian regresar esta manana y les he pedido que no vengan hasta la semana que viene. Los que estamos aqui debemos tratar de continuar con la vida y las obligaciones del seminario al tiempo que prestamos toda nuestra colaboracion a la policia. He puesto la casa San Mateo a entera disposicion del senor Dalgliesh, y la policia trabajara desde alli. A peticion del comisario, la iglesia, la puerta del claustro norte y el propio claustro permaneceran cerrados. La misa y todos los demas oficios se celebraran en el oratorio a las horas de costumbre hasta que resulte oportuno reabrir la iglesia y disponerla para la sagrada Eucaristia. La investigacion sobre la muerte del archidiacono compete a la policia. Les ruego que no especulen ni chismorreen. Naturalmente, es imposible mantener en secreto un asesinato. La noticia se divulgara tanto en el seno de la Iglesia como en el resto del mundo. Sin embargo, les pido que no telefoneen a nadie ni hablen de este asunto con ninguna persona ajena a la comunidad. Si algo les preocupa, el padre Martin y yo estamos a su disposicion. -Hizo una pausa y anadio-: Como siempre. Y ahora le cedo la palabra al senor Dalgliesh.
El publico habia escuchado al padre Sebastian en medio de un silencio casi absoluto. Solo ante la sonora palabra «asesinado», Dalgliesh oyo una violenta inspiracion y un debil grito, rapidamente reprimido, que a su juicio salio de labios de la senora Pilbeam. Raphael estaba palido y tan rigido que el comisario temio que fuese a desmayarse. Eric Surtees miro a su hermana con expresion de panico, pero sus ojos enseguida volvieron a posarse en el padre Sebastian. Gregory fruncio el entrecejo en un gesto de profunda concentracion. El frio y quieto aire estaba cargado de aprension. Aparte de Surtees, nadie busco los ojos de los demas. Quiza temieran lo que podian llegar a ver.
Si bien a Dalgliesh le llamo la atencion que el padre Sebastian no hiciera comentario alguno sobre la ausencia de Yarwood, Pilbeam y Stephen Morby, agradecio en su fuero interno su discrecion. Decidio que seria breve. No acostumbraba a disculparse por las molestias que ocasionaria al investigar un homicidio; dichas molestias representaban el menor de los males que acarreaba un asesinato.
– Se ha acordado que la Policia Metropolitana se ocupe de este caso. Un pequeno equipo de agentes y personal de apoyo llegara aqui esta misma manana. Como ha dicho el padre Sebastian, la iglesia, el claustro norte y la puerta que comunica ese claustro con el seminario permaneceran cerrados. Yo mismo o uno de mis subalternos hablaran con cada uno de ustedes en algun momento del dia. Sin embargo, ahorrariamos tiempo si aclarasemos un hecho de inmediato. ?Alguno de los presentes salio de su habitacion anoche, despues de las completas? ?Alguien se acerco a la iglesia, o vio u oyo algo que posiblemente guarde relacion con el crimen?
Al cabo de un breve silencio, Henry dijo:
– Yo sali poco despues de las diez y media para tomar el aire y hacer un poco de ejercicio. Di unas cinco vueltas rapidas alrededor de los claustros y volvi a mi habitacion. Estoy en la numero 2, en el claustro sur. No vi ni oi nada raro. El viento soplaba con fuerza y arrastraba montones de hojas al claustro norte. Es todo lo que recuerdo.
– Usted encendio las velas de la iglesia antes de las completas y abrio la puerta sur -senalo Dalgliesh-. ?Saco las llaves del despacho de la senorita Ramsey?
– Si. Las recogi poco antes del oficio y las devolvi despues. Habia tres juegos cuando fui a buscarlas y tambien cuando las deje.
– Repetire la pregunta -dijo Dalgliesh-: ?Alguien salio de su habitacion despues de las completas? -Aguardo un momento y, al no obtener respuesta, anadio-: Mas tarde les pedire que me ensenen los zapatos y la ropa que llevaban anoche, y tambien sera necesario que les tome las huellas a todos con el fin de descartar sospechosos. Creo que eso es todo por ahora.
Se produjo otro silencio hasta que Gregory hablo.
– Una pregunta para el senor Dalgliesh. Aqui faltan tres personas, una de las cuales es un funcionario de la policia de Suffolk. ?Ese hecho tiene algun significado, algo que ver con la investigacion?
– De momento, no -contesto Dalgliesh.
La ruptura del silencio animo a Stannard a protestar.
– ?Puedo preguntar por que el comisario da por sentado que el delito fue cometido por alguien de dentro? Mientras nos examinan la ropa y nos toman las huellas digitales, es probable que el asesino este a kilometros de distancia. Al fin y al cabo, este sitio no es nada seguro. Yo no pienso dormir una sola noche mas aqui sin un cerrojo en mi habitacion.
– Su inquietud es muy natural -afirmo el padre Sebastian-. Mandare instalar cerraduras en su habitacion y en los cuatro apartamentos de huespedes, y les entregaremos las llaves.
– ?Y como responden a mi pregunta? ?Por que suponen que el asesino esta entre nosotros?
Era la primera vez que esa posibilidad se expresaba en voz alta, y todos los presentes fijaron la vista al frente, temerosos, penso Dalgliesh, de que cualquier mirada se interpretara como una acusacion.
– Nadie supone nada -replico el comisario.
El padre Sebastian dijo:
– Puesto que el claustro norte permanecera cerrado, los estudiantes que ocupen las habitaciones de ese lado del edificio deberan trasladarse de manera provisional. Con tantos seminaristas ausentes, el unico afectado seras tu, Raphael. Si haces el favor de entregar tus llaves, recibiras a cambio la de la habitacion numero tres y la del claustro sur.
– ?Y mis cosas, padre? Mis libros, mi ropa… ?Puedo ir a recogerlos?
– Tendras que arreglartelas sin ellos por el momento. Tus companeros te dejaran lo que necesites. Debo insistir en la importancia de que se mantengan alejados de las zonas donde la policia ha prohibido el acceso.
Sin rechistar, Raphael extrajo un llavero del bolsillo, desprendio dos llaves y se las tendio al padre Sebastian.
– Tengo entendido que todos los sacerdotes cuentan con llaves de la iglesia -dijo Dalgliesh-. ?Podrian comprobar si continuan en su posesion?
El padre Betterton hablo por primera vez:
– Me temo que no llevo las mias encima. Siempre las dejo en la mesilla de noche.
Dalgliesh, que conservaba las del padre Martin, se acerco a los otros dos sacerdotes y comprobo que las llaves de la iglesia siguieran en sus llaveros.
Luego se volvio hacia el padre Sebastian, que concluyo:
– Creo que esto es todo por el momento. Las tareas programadas para hoy se llevaran a cabo en la medida de lo posible. Anularemos la colecta matutina, pero oficiare la misa en el oratorio al mediodia. Gracias.
Dio media vuelta y salio con paso firme de la biblioteca. Todos se levantaron y, despues de cambiar algunas miradas, se dirigieron por separado hacia la puerta.