refiero al archidiacono, desde luego. Podria exponerle los motivos de mi punto de vista, pero es un asunto familiar y confidencial. Estoy segura de que usted lo entendera. Parece un hombre inteligente y discreto. Supongo que esas virtudes son propias de un boticario. Algunas personas estan mejor muertas. Aunque no le explicare por que pienso que el archidiacono es una de ellas, le aseguro que el mundo sera un lugar mejor sin su presencia. Sin embargo, algo habra que hacer con el cadaver. No lo deje en la iglesia; eso disgustaria mucho al padre Sebastian. ?Y que me dice de los oficios? ?No estorbara ahi en medio? Yo no soy muy religiosa ni voy a la iglesia, pero mi hermano si, y no creo que le guste ir tropezando con el cuerpo del archidiacono. Sea cual fuere nuestra opinion personal sobre ese hombre, no estaria bien dejarlo ahi.

– Retiraremos el cadaver, senorita Betterton -asevero Dalgliesh-, pero la iglesia permanecera cerrada durante al menos dos dias. Necesito hacerle algunas preguntas. ?Usted o su hermano salieron de aqui anoche, despues de las completas?

– ?Por que ibamos a hacerlo, comisario?

– Eso es lo que le estoy preguntando. ?Alguno de los dos estuvo fuera del apartamento anoche? -pregunto, mirando primero a la mujer y luego a su hermano.

– Siempre nos acostamos a las once -contesto el padre John-. Yo no sali despues de las completas ni mas tarde. Y Agatha tampoco, estoy seguro. No habia razon para ello.

– Si alguno de los dos hubiera salido, ?el otro lo habria oido? -inquirio Dalgliesh.

Fue la senorita Betterton quien contesto:

– Claro que no -intervino la senorita Betterton-. No nos quedamos en vela, preguntandonos que hace el otro. Mi hermano es libre de pasearse por la casa durante la noche, si asi lo desea, aunque no veo con que intencion. Supongo que se pregunta si alguno de los dos mato al archidiacono, comisario. No soy tonta. Se adonde quiere ir a parar. Pues bien, yo no lo hice y no creo que lo haya hecho mi hermano. No es un hombre de accion.

– Por supuesto que no lo mate, Agatha -dijo con vehemencia el padre John, visiblemente consternado-. ?Como puedes pensar una cosa semejante?

– No soy yo quien lo piensa; es el comisario. -Se dirigio a Dalgliesh-. El archidiacono queria echarnos de aqui. Me lo dijo.

– El nunca obraria asi, Agatha -replico el padre John-. Seguramente le entendiste mal.

– ?Cuando se lo dijo, senorita Betterton? -quiso saber Dalgliesh.

– La ultima vez que estuvo aqui, el lunes por la manana. Yo habia ido a ver si Surtees podia darme unas hortalizas. Es muy atento cuando nos quedamos sin verdura. Por el camino me tope con el archidiacono. Quiza tambien iba a buscar hortalizas, o a ver a los cerdos. Lo reconoci en el acto. No esperaba encontrarmelo, y puede que me comportase con cierta brusquedad. No me gusta la hipocresia y detesto fingir que alguien me cae bien. Como no soy religiosa, no estoy obligada a practicar la caridad cristiana. Ademas, nadie me habia informado de su presencia en el seminario. ?Por que no me cuentan esas cosas? De no ser por Raphael Arbuthnot, tampoco me habria enterado de que estaba aqui ahora. -Poso la vista en Dalgliesh-. Supongo que ya conocera a Raphael. Es un muchacho encantador y muy listo. De vez en cuando viene a cenar con nosotros y leemos una obra de teatro. Si no hubiese caido en manos de los sacerdotes, no lo hubieran atrapado, ahora seria actor. Interpreta de maravilla cualquier papel y sabe imitar cualquier voz. Posee un don extraordinario.

– Mi hermana es una gran aficionada al teatro -explico el padre John-. Ella y Raphael viajan a Londres una vez al trimestre para ir de compras, comer y asistir a una matinee.

– Creo que para el significa mucho salir de vez en cuando de este lugar -comento la senorita Betterton-. Sin embargo, me temo que mi oido no es tan bueno como antes. A los actores ya no les ensenan a impostar la voz, sino solo a mascullar. ?Cree que en las escuelas de arte dramatico imparten clases especiales para que aprendan a hablar entre dientes? ?Se sientan en circulo y mascullan los unos con los otros? Aunque nos sentemos en la primera fila, me cuesta entenderlos. Aun asi, nunca me quejo delante de Raphael. No quiero herir sus sentimientos.

Dalgliesh hablo con suavidad:

– Pero ?que le dijo exactamente el archidiacono para que usted pensara que estaba amenazandolos con echarlos de su apartamento?

– Algo asi como que algunos vivian de los fondos de la Iglesia sin ofrecer nada a cambio.

El padre John interrumpio:

– Dudo que dijera algo semejante, Agatha -la corto el padre John-. ?Estas segura de que lo recuerdas bien?

– Quiza no empleara esas palabras, John, pero a eso se refirio. Y anadio que no diera por sentado que me dejarian permanecer aqui durante el resto de mi vida. Le entendi perfectamente. Estaba amenazando con echarnos.

– Pero no podia hacerlo, Agatha -insistio el padre John, afligido-. No tenia autoridad para ello.

– Raphael me dijo lo mismo cuando se lo conte. Hablamos de ello la ultima vez que vino a cenar. Y yo le conteste que si habia logrado mandar a mi hermano a prision, era capaz de todo. Pero Raphael repitio: «No, no puede. Yo se lo impedire.»

El padre John, desesperado por el curso que estaba tomando la entrevista, se habia apartado para mirar por la ventana.

– Viene una moto por la carretera de la costa -senalo-. ?Que extrano! No esperabamos a nadie esta manana. Tal vez vengan a verlo a usted, comisario.

Dalgliesh se acerco a el.

– He de marcharme, senorita Betterton -dijo-. Gracias por su cooperacion. Es posible que tenga que hacerle algunas preguntas mas; en tal caso, le consultare antes cual es la hora mas conveniente para usted. Y ahora, padre, ?seria tan amable de ensenarme sus llaves?

El padre John desaparecio y regreso casi de inmediato con un llavero en la mano. Dalgliesh comparo las dos llaves de la iglesia con las del padre Martin.

– ?Donde las dejo anoche, padre? -pregunto.

– En el sitio de costumbre, sobre la mesilla de noche.

Antes de salir, Dalgliesh echo un vistazo a los palos de golf. Las cabezas estaban a la vista y el metal parecia limpio. Se formo una imagen mental desagradablemente clara y convincente. Para ello se requeriria buena vista, y tambien habia que tener en cuenta la dificultad de esconder el palo hasta que llegase el momento de atacar, el momento en que los ojos del archidiacono estuvieran fijos en el retablo profanado. No obstante, ?representaba eso un problema? Podrian haberlo dejado apoyado detras de una columna. Y con un arma de esa longitud, el riesgo de mancharse con sangre era minimo. Le vino a la mente una subita y grafica vision de un joven rubio, aguardando inmovil entre las sombras con un palo de golf en la mano. El archidiacono no se habria levantado de la cama para ir a la iglesia si quien lo llamaba era Raphael, pero, segun la senorita Betterton, el joven era capaz de imitar la voz de cualquiera.

7

La llegada del doctor Mark Ayling fue tan sorprendente como rapida. Dalgliesh estaba bajando por la escalera cuando oyo el rugido de la motocicleta en el patio. Pilbeam habia abierto la puerta principal, como todas las mananas, y Dalgliesh salio a la tenue luz de un dia que olia a fresco y en el que, despues del tumulto de la noche, reinaba un fatigado sosiego. Hasta el rumor del mar se oia amortiguado. La potente moto bordeo el patio y se detuvo en seco ante la entrada. El conductor se quito el casco, saco un maletin de debajo del asiento y, con el casco bajo el brazo izquierdo, subio los escalones con la actitud despreocupada de un mensajero que acude a entregar un paquete.

– Soy Mark Ayling -dijo-. El cadaver esta en la iglesia, ?no?

– Yo soy Adam Dalgliesh. Si, por aqui. Cruzaremos el edificio y saldremos por la puerta sur. He clausurado el acceso por el claustro norte.

El vestibulo estaba desierto, y Dalgliesh tuvo la impresion de que las pisadas del doctor Ayling resonaban con una fuerza poco natural sobre el suelo de mosaico. No esperaba que el forense entrase de manera furtiva, sin embargo su aparicion no habia sido precisamente discreta. El comisario se pregunto si debia ir en busca del padre

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