– ?Le apetece un cafe? -pregunto Dalgliesh mientras el patologo se quitaba la bata de trabajo y se embutia en el traje de cuero-. Puedo pedir que se lo preparen.
– No, gracias. Tengo prisa. Ademas, ellos no querran verme. Practicare la autopsia manana por la manana y le telefoneare de inmediato, aunque dudo que surja alguna sorpresa. El juez me pedira el informe. Es muy meticuloso en estos asuntos. Supongo que usted tambien, claro. Si el laboratorio de Huntingdon esta ocupado, me imagino que se me concedera autorizacion para usar el de la Policia Metropolitana. Se que usted no querra mover el cadaver hasta que el fotografo y los tecnicos hayan realizado su trabajo, pero llameme en cuanto terminen. Estoy seguro de que esta gente se alegrara de perder el cuerpo de vista.
Cuando Mark Ayling hubo salido, Dalgliesh activo la alarma y cerro con llave la puerta de la sacristia. Por una misteriosa razon, no le apetecia cruzar de nuevo la casa con su acompanante.
– Podemos salir por la verja que da al descampado -dijo-. Asi evitara que lo entretengan.
Rodearon el patio por el sendero de hierba pisoteada. Dalgliesh vio luces encendidas en las tres casas ocupadas. Le recordaban los solitarios puestos de avanzada de un fuerte sitiado. Tambien habia luz en San Mateo, de lo que coligio que la senora Pilbeam, armada con la escoba y la aspiradora, acondicionaba el chale para la policia. Penso otra vez en Margaret Munroe, en su solitaria y oportuna muerte, y le asalto una idea tan convincente como aparentemente irracional: que las tres muertes estaban relacionadas entre si. El aparente suicidio, la muerte certificada como natural y el brutal asesinato estaban unidos por un hilo conductor. Quiza fuera endeble y retorcido, pero cuando siguiera su curso, lo llevaria al corazon del misterio.
En el patio delantero, aguardo a que Ayling montara en su moto y se marchara. Cuando se disponia a regresar a la casa, vislumbro las luces de un coche. Acababa de virar por la carretera y avanzaba a toda velocidad hacia el seminario. Unos segundos despues identifico el Alfa Romeo de Piers Tarrant. Los dos primeros miembros de su equipo ya estaban alli.
8
El inspector Piers Tarrant recibio la llamada a las seis y cuarto. Diez minutos despues, estaba listo para marcharse. Le habian ordenado que pasara a buscar a Kate Miskin de camino, y decidio que eso no supondria una demora; el piso de Kate estaba junto al Tamesis, poco despues de Wapping, en la ruta que habia planeado tomar para salir de Londres. El sargento detective Robbins vivia en el limite con Essex y acudiria al lugar del crimen en su propio coche. Con un poco de suerte, llegaria antes que el, penso Piers. Salio a la calle desierta y a la paz caracteristica de las primeras horas de una manana de domingo. Se dirigio hacia la plaza de garaje que pagaba la policia de Londres, dejo su maletin en el asiento trasero del coche y arranco en direccion al este, siguiendo el mismo itinerario que habia hecho Dalgliesh dos dias antes.
Kate lo esperaba en la entrada del edificio donde se encontraba su apartamento con vistas al rio. Nunca lo habia invitado a entrar, y ella tampoco conocia el interior del piso que Piers ocupaba en la City. El rio, con sus luces y matices siempre cambiantes, su bullicio y su agitada vida comercial, apasionaba a Kate tanto como la City a Piers. La casa de el tenia solo tres habitaciones y estaba situada encima de una charcuteria, en una callejuela cercana a la catedral de San Pablo. Sus amistades de la policia y su vida sexual no formaban parte de este mundo privado. En el interior de su casa no habia un solo elemento superfluo; todo estaba cuidadosamente seleccionado y era de lo mas caro que podia permitirse. La City, sus iglesias y callejuelas, sus pasajes adoquinados y sus poco frecuentados patios de manzana representaban para el un pasatiempo y una via de escape de su vida profesional. Al igual que a Kate, le fascinaba el rio, si bien solo como parte de la vida y la historia de la City. Cada dia iba al trabajo en bicicleta y, aunque solo usaba el coche para salir de Londres, cuando conducia, tenia que ser al volante de un automovil que lo enorgulleciera.
Tras un breve saludo, Kate se sento junto a el y se abrocho el cinturon de seguridad. Aunque no hablaron hasta haber recorrido varios kilometros, Piers notaba la excitacion de la chica, como seguramente ella percibiria la suya. Kate le caia bien, y la respetaba, pero sus relaciones profesionales no estaban exentas de pequenos rencores, tensiones y rivalidades. Sin embargo, si algo tenian en comun, era ese chorro de adrenalina que recorria a ambos al comienzo de una investigacion de asesinato. Piers a menudo se preguntaba, no sin incomodidad, si esa emocion casi visceral no seria equiparable a una especie de sed de sangre; ciertamente, guardaba alguna semejanza con un deporte sangriento.
– Muy bien, instruyeme -pidio Kate cuando dejaron atras Docklands-. Tu estudiaste Teologia en Oxford. Debes de saber algo sobre ese sitio.
El hecho de que Piers hubiese estudiado Teologia era una de las pocas cosas que sabia de el, y siempre la habia intrigado. El a veces pensaba que Kate estaba convencida de que en sus anos en Oxford habia adquirido una suerte de sabiduria esoterica que le proporcionaba ventaja a la hora de desentranar las motivaciones y las infinitas fluctuaciones del alma humana. De cuando en cuando decia: «?De que sirve la Teologia? Explicamelo. Pasaste tres anos estudiandola. Me refiero a que sin duda pensaste que le sacarias algun provecho; a que te parecio util e importante.» Piers dudaba de que le hubiera creido cuando le habia contestado que resultaba mas facil conseguir una plaza en la Facultad de Teologia de Oxford que en la de Historia, su preferida. Tampoco le habia confesado cual era el mayor beneficio derivado de sus estudios: una fascinacion por la complejidad de los baluartes intelectuales que los hombres construian para protegerse de las mareas del escepticismo. Su propio escepticismo habia permanecido intacto, y no obstante jamas se habia arrepentido de aquellos tres anos de carrera.
– Se algo sobre Saint Anselm, aunque no mucho -respondio-. Un amigo mio fue alli a continuar sus estudios, pero perdimos contacto. He visto fotografias del seminario. Es una gigantesca mansion victoriana situada en uno de los lugares mas inhospitos de la costa este. Hay varias leyendas sobre ese sitio. Como la mayor parte de las leyendas, es probable que haya algo de cierto en ellas. Pertenece al sector de la Iglesia anglicana mas cercano al catolicismo; no estoy seguro, pero creo que siguen una liturgia tradicional con algunos matices de la doctrina papista. Hacen hincapie en la Teologia, se oponen a practicamente todo lo que ha sucedido en el anglicanismo en los ultimos cincuenta anos y es imposible ingresar alli sin un expediente academico de primera. Por otro lado, me han dicho que la comida es muy buena.
– Dudo que se nos presente la ocasion de probarla -repuso Kate-. De manera que es una facultad elitista, ?no?
– Quiza si, pero tambien el Manchester United.
– ?Alguna vez pensaste en ingresar alli?
– No, porque yo no estudie Teologia con vistas a ordenarme. Ademas, no me aceptarian. No sacaba notas lo bastante buenas. El rector es un tipo curioso. Una autoridad en Richard Hooker. Muy bien, no preguntes; fue un teologo del siglo xvi. Creeme si te aseguro que cualquiera que haya escrito una obra importante sobre Hooker no es una nulidad intelectual. De hecho, tal vez tengamos problemas con el reverendo doctor Sebastian Morell.
– ?Y la victima? ?Dalgliesh te comento algo sobre el?
– Solo que era archidiacono, un tal Crampton, y que lo encontraron muerto en la iglesia.
– ?Y que es un archidiacono?
– Una especie de perro guardian de la Iglesia. Un hombre, aunque tambien podria ser una mujer, que vela por las propiedades de la Iglesia y nombra a los parrocos. Los archidiaconos se encargan de cierto numero de parroquias y las visitan una vez al ano. Algo asi como el jefe de la Inspeccion de Policia de su Majestad.
– O sea que se trata de uno de esos casos en los que todos los sospechosos estan bajo el mismo techo y que nos exigira andarnos con cuidado para que el comisario no reciba llamadas de gente importante ni quejas del arzobispo de Canterbury. ?Por que hemos de intervenir nosotros?
– Dalgliesh no dijo gran cosa. Ya sabes como es. Queria que saliesemos lo antes posible. Por lo visto, un inspector de la policia de Suffolk estaba alli anoche, en calidad de huesped. El jefe de la policia local esta de acuerdo en que no seria conveniente que ellos se ocuparan del caso.
Kate ceso en su interrogatorio, pero Piers tenia la impresion de que le molestaba que lo hubiesen llamado a el primero. De hecho, ella llevaba mas tiempo de servicio, aunque nunca habia hecho valer su antiguedad. Piers se pregunto si debia comentar que Dalgliesh habia ahorrado tiempo telefoneandole en primer lugar, pues el disponia de un coche mas rapido y seria el conductor. Resolvio no hacerlo.
Como esperaba, adelanto a Robbins en el cruce de Colchester. Piers sabia que, si hubiera conducido Kate,