Sebastian y hacer las presentaciones de rigor, pero decidio que no. Al fin y al cabo, no se trataba de una visita de cortesia y no habia tiempo que perder. Aun asi, estaba convencido de que todos se habian enterado ya de la llegada del patologo, y mientras cruzaban el pasillo hacia la puerta del claustro sur le invadio la incomoda aunque irracional sensacion de que estaba violando las normas de urbanidad. Llevar a cabo una investigacion de asesinato en un ambiente de mal disimulada hostilidad y escasa cooperacion resultaba menos complicado que lidiar con las posibles repercusiones sociales y teologicas de sus actos en esta escena del crimen.
Cruzaron el patio, bajo las casi desnudas ramas del gran castano de Indias, y llegaron a la sacristia sin pronunciar palabra.
– ?Donde puedo cambiarme? -pregunto Ayling mientras Dalgliesh abria la puerta.
– Aqui. Es a la vez sacristia y despacho.
Por lo visto, «cambiarse» significaba despojarse del traje de cuero, ponerse una bata marron que le llegaba hasta la rodilla y reemplazar las botas por unas zapatillas finas que enfundo en unos calcetines de algodon blanco.
Dalgliesh cerro la puerta a su espalda.
– Es muy probable que el asesino entrara por esta puerta -senalo-. He prohibido el acceso a la iglesia hasta que lleguen los tecnicos.
Ayling coloco su traje de cuero doblado con todo cuidado sobre la silla giratoria del escritorio. Luego dejo las botas perfectamente alineadas en el suelo.
– ?Por que la Policia Metropolitana? -inquirio-. Es un caso de Suffolk.
– En estos momentos hay un huesped de la policia de Suffolk en el seminario. Eso complica las cosas. Yo me encontraba aqui por otro asunto, y consideraron razonable que me ocupara del caso.
La explicacion parecio satisfacer a Ayling.
Se adentraron en la iglesia. Las luces de la nave central, aunque tenues, debian de bastar para una feligresia que conocia la liturgia de memoria. Se acercaron a
Ayling, momentaneamente paralizado por el inesperado fulgor, bien podria haber estado evaluando la eficacia del cuadro teatral. Cuando comenzo su silencioso paseo alrededor del cuerpo, semejaba un director que buscara el mejor angulo para la camara, cerciorandose de que la postura del muerto fuese a la vez realista y artistica. Dalgliesh observo los detalles con mayor claridad: un aranazo en la punta de la negra zapatilla de piel de Crampton, a cierta distancia de su pie derecho, que, asi desnudo, ofrecia un aspecto desproporcionado y extrano con su antiestetico y largo dedo gordo. Puesto que solo se le veia parte de la cara, ese pie, ahora inmovil para siempre, adquiria un protagonismo mucho mayor que si el cuerpo hubiese estado desprovisto de ropa, provocando una mezcla de compasion y escandalo.
Dalgliesh habia tratado poco a Crampton y al verlo solo habia experimentado un ligero resentimiento ante un invitado inesperado y no particularmente agradable. No obstante, ahora le invadio una furia que jamas habia experimentado en otro escenario de un crimen. De repente evoco unas palabras familiares cuyo origen no recordaba: «?Quien ha perpetrado este acto?» Descubriria la respuesta y, cuando lo hiciera, encontraria pruebas; no volveria a cerrar un caso porque le impidiesen practicar un arresto pese a conocer la identidad del culpable, el movil y los medios. Aun pesaba sobre sus hombros la carga del ultimo fracaso, mas esta vez se libraria de ella.
Ayling continuaba caminando con cautela alrededor del cadaver, sin apartar los ojos de el, como si hubiese descubierto un fenomeno interesante pero insolito y no supiera como iba a reaccionar ante su escrutinio. Por fin se acuclillo junto a la cabeza y olisqueo con delicadeza la herida.
– ?Quien es? -pregunto.
– Lo siento. Creia que se lo habian dicho. Es el archidiacono Crampton. Hacia poco que era miembro del consejo de administracion del seminario y llego aqui el sabado por la manana.
– Es obvio que alguien lo detestaba, o bien sorprendio a un ladron. ?Hay algo que merezca la pena robar aqui?
– El retablo del altar es muy valioso, aunque costaria mucho quitarlo de ahi. No hay indicios de que lo intentasen. Tambien se guardan valiosos objetos de plata en la caja fuerte de la sacristia, pero nadie ha pretendido abrirla.
– Y los candeleros siguen aqui -observo Ayling-. Claro que son de bronce…, no tenia sentido que se los llevasen. El arma homicida y la causa de la muerte no plantean grandes dudas. Un golpe en el lado derecho del craneo, por encima de la oreja, asestado con un objeto pesado de bordes afilados. No se si lo mato el primer impacto, pero con seguridad lo dejo inconsciente. Luego el atacante arremetio otra vez. Yo diria que hubo ensanamiento.
Se puso de pie, alzando con la mano enguantada el candelero que no presentaba manchas de sangre.
– Es pesado. Se necesita fuerza para levantarlo. Una mujer o un anciano podrian haberlo hecho siempre que usaran las dos manos. Aunque tambien debia de tener buena vista, y no creo que el se quedara convenientemente quieto y de espaldas a un extrano…, o a cualquiera en quien no confiase. ?Como entro? Me refiero a Crampton.
Dalgliesh se percato de que se hallaba ante un forense no muy consciente de los limites de sus responsabilidades.
– Que yo sepa, no tenia llave. O bien lo dejo entrar alguien, o encontro la puerta abierta.
– Entonces se trata de alguien de aqui. Eso reduciria ventajosamente el numero de sospechosos. ?Cuando lo encontraron?
– A las cinco y media. Yo llegue cuatro minutos despues. Por la apariencia de la sangre y los signos de rigor mortis en la cara, deduje que llevaba unas cinco horas muerto.
– Le tomare la temperatura, aunque dudo que saque una conclusion mas precisa. Murio alrededor de la medianoche, hora mas, hora menos.
– ?Que me dice de la sangre? -pregunto Dalgliesh-. ?Cree que salio con fuerza?
– Con el primer golpe, no. Ya sabe lo que sucede con las heridas en la cabeza. La hemorragia suele producirse dentro de la cavidad craneal. De todos modos, el asesino no se limito a propinarle un golpe, ?verdad? Con el segundo y los siguientes, sin duda salio mas sangre. Es posible que solo salpicase un poco al asesino. Todo depende de la distancia a la que se encontrase cuando descargo los demas golpes. Si el atacante era diestro, supongo que se habra manchado el brazo derecho y quiza tambien el pecho -anadio-. Aunque debio de preverlo. Quiza se arremangase la camisa, llevara una camiseta o, mejor aun, viniera desnudo. No seria el primer caso.
Dalgliesh no habia oido nada que no hubiera pensado antes.
– ?Y eso no habria sorprendido a la victima?
Ayling hizo caso omiso de la interrupcion.
– Pero tuvo que actuar con rapidez. No podia confiar en que la victima le diera la espalda durante mas de un par de segundos. No es mucho tiempo para arremangarse y levantar un candelero de dondequiera que lo hubiese escondido.
– ?Y donde piensa que fue?
– ?En un sitial? No, demasiado lejos. Le bastaba con dejarlo detras de una columna. Solo tuvo que ocultar uno, desde luego. Mas tarde trajo el otro del altar para montar su pequena escenografia. Me pregunto por que se molesto en hacer algo asi. No parece un acto de reverencia. -Al advertir que Dalgliesh no abria la boca, prosiguio-: Le tomare la temperatura por si eso nos ayuda a fijar con mayor exactitud la hora de la muerte, pero dudo que pueda mejorar su calculo. Le dare mas datos cuando haya finalizado la autopsia.
Dalgliesh no se quedo a mirar la primera violacion de la intimidad del cadaver. Se paseo de un extremo al otro de la nave central hasta que vio que Ayling habia concluido el examen y se habia erguido.
Regresaron juntos a la sacristia.