pagina. Una vez mas, Kate noto su mirada intensa e inteligente.

– Aqui hablo tanto de la senorita Arbuthnot como de Margaret Munroe -senalo-. Me encuentro en un dilema. En su momento prometi guardar el secreto y ahora no veo razon alguna para faltar a mi palabra.

Kate reflexiono antes de contestar:

– La informacion que tiene ahi podria ser crucial para nosotros no solo por su posible relacion con el presunto suicidio de un seminarista. Es de vital importancia que sepamos lo que escribio lo antes posible. Clara Arbuthnot y Margaret Munroe estan muertas. ?Cree que desearian seguir callando aunque supieran que se trata de colaborar con la justicia?

La senorita Fawcett se levanto.

– ?Les importaria dar un pequeno paseo por el jardin? -pregunto-. Dare unos golpecitos en la ventana cuando este lista. Necesito pensar a solas.

Continuaba de pie cuando ellos salieron. En el exterior, caminaron hombro con hombro hasta el fondo del jardin, donde se detuvieron para contemplar los campos arados. Kate se reconcomia de impaciencia.

– Ese diario estaba a unos pocos palmos de mi -se lamento-. Lo unico que necesitaba era echarle un vistazo rapido. ?Que haremos si se niega a revelarnos lo que dice? Bueno, siempre nos queda la opcion de citarla oficialmente si el caso llega a los tribunales, pero ?como sabremos si el diario contiene datos relacionados con el caso? Lo mas seguro es que cuente que ella y Munroe fueron a Frinton y se pegaron un revolcon en el muelle.

– En Frinton no hay muelle -puntualizo Robbins.

– Y la senorita Arbuthnot estaba moribunda. Bien, volvamos. No quiero perderme el golpecito en la ventana.

Cuando por fin oyeron la senal, regresaron al salon en silencio, esforzandose por disimular su ansiedad.

– Quiero su palabra -dijo la senorita Fawcett- de que la informacion que buscan es necesaria para su investigacion y de que, en caso de que no sea pertinente, no constara en acta nada de lo que les exponga.

– No sabemos si sera o no pertinente, senorita. En caso afirmativo, naturalmente tendra que salir a la luz, incluso es posible que como prueba. No puedo garantizarle nada, solo pedirle su ayuda.

– Gracias por su franqueza. Tienen ustedes suerte. Mi abuelo fue jefe de policia y yo pertenezco a esa generacion, tristemente en decadencia, que todavia confia en la policia. Estoy dispuesta a revelarles lo que se y tambien, si hiciera falta, a entregarles el diario.

Kate juzgo que alegar mas argumentos ademas de innecesario, podia resultar contraproducente, de modo que se limito a dar las gracias y esperar.

– Mientras ustedes paseaban por el jardin yo he estado pensando -prosiguio la senorita Fawcett-. Segun usted, esta visita guarda relacion con la muerte de un estudiante de Saint Anselm. Tambien explico que no hay indicios de que Margaret Munroe estuviese vinculada con esa muerte, aparte del hecho de que encontro el cadaver. No obstante, hay algo mas, ?verdad? No habrian enviado a una inspectora y a un sargento si no sospechasen que hay algo turbio, ?no? ?Estan investigando un asesinato?

– Si -asintio Kate-. Formamos parte del equipo que investiga el asesinato del archidiacono Crampton en Saint Anselm. Aunque es posible que la anotacion del diario de Margaret Munroe no tenga nada que ver con el caso, tenemos que comprobarlo. Supongo que ya estara al tanto de la muerte del archidiacono.

– No -replico la senorita Fawcett-. No se nada al respecto. Rara vez compro el periodico y no tengo televisor. Un asesinato cambia las cosas. El 27 de abril de 1988 escribi algo en mi diario sobre Margaret Munroe. El problema radica en que en su momento ambas prometimos guardar el secreto.

– ?Me permite ver esa anotacion, senorita Fawcett? -pidio Kate.

– Dudo mucho que sacara algo en limpio de ella. Solo apunte un par de detalles. Sin embargo, recuerdo mas cosas. Considero que es mi deber hablar, aunque dudo que este relacionado con el caso. Y quiero su palabra de que no llevaran este asunto mas lejos si no les ayuda a esclarecer las muertes.

– La tiene -prometio Kate.

La senorita Fawcett se sento con la espalda muy erguida y apoyo las palmas de las manos sobre el diario abierto, como si quisiera protegerlo de miradas indiscretas.

– En abril de 1988 yo atendia a enfermos terminales en Ashcombe House. Esto ya lo saben, desde luego. Una de mis pacientes me conto que queria casarse antes de morir, pero que deseaba que la ceremonia se mantuviese en secreto. Me pidio que fuese testigo de su boda. Acepte. No me correspondia hacer preguntas y no las hice. Era el deseo de una paciente con quien me habia encarinado y a la que le quedaba poco tiempo de vida. Lo sorprendente fue que no le faltaran fuerzas para la ceremonia. Se pidio la autorizacion del arzobispo, y la boda se celebro el mediodia del 27 en una pequena iglesia, Saint Osyth, en Clampstoke-Lacey, en las afueras de Norwich. Los caso el reverendo Hubert Johnson, a quien mi paciente habia conocido en la clinica. No vi al novio hasta que se presento en coche para recogernos a la paciente y a mi con la excusa de ir a pasear por el campo. Aunque el padre Hubert se habia comprometido a llevar otro testigo, no lo consiguio. No recuerdo que salio mal. Cuando nos marchabamos de la clinica vi a Margaret Munroe, que regresaba de una entrevista de trabajo con la supervisora. De hecho, yo le habia sugerido que solicitara el empleo. Sabia que podia confiar en su discrecion. Habiamos realizado las practicas juntas en el antiguo hospital de Westminster, aunque ella era bastante mas joven que yo. Mi padre se oponia a que estudiase enfermeria, asi que no empece hasta despues de su muerte. Despues de la boda, la paciente y yo regresamos a la clinica. Durante sus ultimos dias ella parecia mas feliz y serena que antes, pero ninguna de las dos volvio a mencionar la boda. En los anos que pase en el hospital ocurrieron tantas cosas que dificilmente habria recordado todo esto sin la ayuda de mi diario y si una consulta anterior no me hubiese refrescado la memoria. Ver las palabras escritas, aunque no haya nombres, me ha permitido rememorar los hechos con sorprendente claridad. Fue un dia precioso; el jardin de la iglesia de Saint Osyth estaba cubierto de narcisos amarillos, y al salir nos encontramos con un sol radiante.

– ?La paciente era Clara Arbuthnot? -inquirio Kate.

La senorita Fawcett la miro.

– Si.

– ?Y el novio?

– No tengo idea. No recuerdo su nombre ni su cara y tampoco creo que Margaret lo recordase si estuviera viva.

– Y sin embargo habra firmado un certificado de matrimonio. Y seguramente se mencionaron los nombres durante la ceremonia.

– Supongo que si. Pero no habia una razon especial para que ella los retuviese en la memoria. Al fin y al cabo, en una boda por la iglesia solo se pronuncian los nombres de pila. -Hizo una pausa y anadio-: Debo confesar que no he sido del todo sincera. Queria tiempo para pensar, para decidir cuanto debia hablar, si es que debia hacerlo. No tenia necesidad de consultar el diario para responder a su pregunta. Habia leido esa anotacion hace poco. El jueves 12 de octubre, Margaret Munroe me telefoneo desde una cabina de Lowestoft. Me pidio el nombre de la novia, y se lo di. No me vino a la mente el del novio. No esta en mi diario, y si alguna vez lo supe, lo olvide.

– ?Recuerda algo, cualquier cosa, del novio? Su edad, su aspecto, su forma de hablar… ?Alguna vez regreso a la clinica?

– No, ni siquiera cuando Clara estaba a punto de morir y, que yo sepa, no asistio a la incineracion. Una firma de abogados de Norwich se ocupo de ese asunto. No volvi a verlo ni supe mas de el. Aunque recuerdo una cosa: cuando estaba en el altar y le puso el anillo a Clara, repare en que le faltaba la parte superior del anular izquierdo.

Kate experimento una emocion y una sensacion de triunfo tan grandes que temio que su semblante la delatara. No miro a Robbins. Esforzandose por mantener la voz serena, pregunto:

– ?La senorita Arbuthnot le revelo los motivos de su boda? ?Es posible, por ejemplo, que hubiese un hijo de por medio?

– ?Un hijo? Nunca comento que tuviera descendencia y, que yo recuerde, en su historial medico no se mencionaba ningun embarazo. Jamas la visito alguien lo bastante joven para ser hijo suyo. Claro que tampoco la visito su marido.

– De manera que no le hablo de ello.

– Solo dijo que queria casarse, que la boda debia permanecer en secreto y que necesitaba mi ayuda. Yo se la preste.

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