Por fin un golpe de suerte. Mildred Fawcett podria haberse retirado a una casa en Cornualles o en el noreste; sin embargo, Clippety-Clop se encontraba justo en el camino de Saint Anselm. Kate agradecio su cooperacion a la supervisora y a la senora Legge y les pidio una guia telefonica. La fortuna les sonrio de nuevo: el numero de la senorita Fawcett figuraba en el listin.

Sobre el mostrador de recepcion habia una hucha de madera con la inscripcion: «Ayuda para flores.» Kate plego un billete de cinco libras y lo deslizo en el interior. Dudaba que este fuese un gasto licito de los fondos policiales y ni siquiera estaba segura de si constituia un gesto de generosidad o una pequena ofrenda supersticiosa al destino.

3

Una vez en el coche y con el cinturon de seguridad abrochado, Kate marco el numero de Clippety-Clop. No obtuvo respuesta.

– Sera mejor que informe de nuestros progresos -dijo-, o de la falta de ellos. -La conversacion fue breve. Mientras guardaba el telefono movil se dirigio a Robbins-: Veremos a Mildred Fawcett, si es que la encontramos. Luego el jefe quiere que regresemos de inmediato. El forense acaba de marcharse.

– ?Te ha explicado como ocurrio? ?Fue un accidente?

– Es demasiado pronto para asegurarlo, pero lo parece. Y si no lo fue, ?como demonios vamos a probarlo?

– La cuarta muerte -comento Robbins.

– Muy bien, sargento, se contar.

Salio con cuidado del aparcamiento, y ya en la carretera piso el acelerador. La muerte de la senorita Betterton le habia causado inquietud ademas de la sorpresa inicial. Kate necesitaba sentir que la policia controlaba los acontecimientos desde el momento en que se embarcaba en una mision. Con independencia de si la investigacion marchaba bien o mal, eran ellos quienes interrogaban, sondeaban, analizaban, evaluaban, escogian las estrategias y manejaban los hilos de la situacion. Sin embargo, en el caso Crampton habia algo, una sutil e inefable ansiedad, que permanecia en el fondo de su mente practicamente desde el principio pero que no habia afrontado hasta ahora. Se trataba de la conciencia de que el poder quiza residiese en otro lado, de que a pesar de la inteligencia y la experiencia de Dalgliesh habia otro cerebro trabajando, un cerebro igual de inteligente, aunque con una experiencia distinta. Temia que el control, que una vez perdido jamas se recuperaba, ya se les hubiese escapado de las manos. Estaba impaciente por regresar a Saint Anselm. Entretanto, de nada serviria especular. Hasta el momento, no habian extraido una conclusion nueva del viaje.

– Lamento haberme mostrado tan brusca -dijo-. No vale la pena discutir ese punto hasta que dispongamos de mas datos. Por ahora concentremonos en cumplir con este cometido.

– Si esto es una caceria de gansos salvajes, al menos volamos en la direccion correcta -opino Robbins.

Cuando se aproximaron a Medgrave, Kate redujo la velocidad al minimo; perderian mas tiempo si pasaban de largo la casa que si conducia despacio.

– Tu mira a la izquierda; yo me ocupo de la derecha. Podemos preguntar, pero preferiria no hacerlo. No quiero anunciar nuestra visita a los cuatro vientos.

No fue necesario preguntar. Antes de llegar al pueblo divisaron una bonita casa de ladrillo y tejas a unos doce metros del arcen, sobre una ligera pendiente. En la verja habia un letrero de madera blanca con el nombre primorosamente pintado en letras negras: Clippety-Clop. El porche central tenia la fecha 1893 grabada en piedra en la parte superior, dos ventanas identicas en la planta baja y otras tres en la alta. La pintura era de un blanco brillante, los cristales relucian y las losas que conducian a la entrada estaban libres de hierbajos. El lugar irradiaba una sensacion de orden y comodidad. Encontraron sitio para aparcar en la calle y caminaron por el sendero particular hasta la puerta, que golpearon con una aldaba en forma de herradura. Nadie respondio.

– Tal vez haya salido -conjeturo Kate-, pero deberiamos echar un vistazo a la parte de atras.

La llovizna habia cesado y, aunque el aire aun estaba frio, el dia se habia despejado y al este se apreciaban desvaidos jirones azules de cielo. A la izquierda de la casa, un sendero de piedras conducia a una cancela sin llave y al jardin. Nacida y criada en la ciudad, Kate sabia poco de jardineria, aunque de inmediato cayo en la cuenta de que este era la obra de un entusiasta. El espaciado de los arboles y los arbustos, el esmerado diseno de los macizos de flores y el cuidado huerto del fondo testimoniaban que la senorita Fawcett era una experta. La ligera elevacion del terreno le proporcionaba una buena vista. El paisaje otonal, con su abigarrada variedad de verdes, dorados y marrones, parecia extenderse hasta el infinito bajo el vasto firmamento del este de Inglaterra.

Habia una mujer con un azadon en la mano inclinada sobre un arriate. Al oirlos llegar se irguio y se acerco a ellos. Era alta y con aspecto agitanado: tenia la cara bronceada y muy arrugada y una melena negra con hebras grises peinada hacia atras y recogida, muy tirante, en la nuca. Llevaba una larga falda de lana, un delantal de arpillera con un amplio bolsillo central, toscos zapatos y guantes de jardineria. No manifesto sorpresa ni desconcierto al verlos.

Kate se presento, le enseno su identificacion y repitio lo que habia explicado a la senorita Whetstone.

– En la clinica no pudieron ayudarnos -anadio-, pero la senora Shirley Legge dijo que usted trabajaba alli hace doce anos y que conocia a la senora Munroe. Encontramos su numero de telefono y la llamamos, y sin embargo no nos fue posible localizarla.

– Supongo que me hallaba al fondo del jardin. Mis amigos me aconsejan que compre un movil, pero jamas lo hare. Son abominables. No volvere a viajar en tren hasta que pongan compartimientos donde este prohibido usar el telefono movil.

A diferencia de la senorita Whetstone, no hizo preguntas. Cualquiera diria que estaba acostumbrada a recibir visitas de la policia, penso Kate. La mujer la observo con fijeza.

– Sera mejor que pasen. Veremos si puedo ayudarles.

Cruzaron un lavadero con suelo de ladrillo, un profundo fregadero de piedra bajo la ventana y estanterias y armarios empotrados en la pared opuesta. El cuarto olia a tierra humeda y a manzanas, con un ligero tufillo a queroseno. Al parecer hacia las veces de despensa y trastero. Kate vio una caja de manzanas -en un estante-, ristras de cebollas, rollos de cuerda, cubos, una manguera enrollada alrededor de un gancho y una rejilla de la que colgaban herramientas de jardineria, todas limpias. La senorita Fawcett se quito el delantal y las botas y, descalza, los guio hasta el salon.

En la estancia, Kate advirtio el reflejo de una vida autosuficiente y solitaria. Delante de la chimenea habia un solo sillon, flanqueado por una mesita con una lampara y otra con una pila de libros. Junto a la ventana habia una mesa redonda preparada para una sola persona; las tres sillas restantes estaban contra la pared. Un gato leonado, gordo y grande como un cojin, descansaba sobre un sillon con botones en el respaldo. Al verlos entrar, alzo la fiera cabeza, los miro con indignacion, salto y se dirigio pesadamente hacia el lavadero. Kate penso que nunca habia visto un gato mas feo.

La senorita Fawcett arrimo dos sillas y se acerco a un armario empotrado en un hueco, a la izquierda de la chimenea.

– No se si les sere de mucha ayuda -admitio-. De todos modos, si a Margaret Munroe le ocurrio algo importante mientras trabajabamos en la clinica, es probable que lo haya apuntado en mi diario. Mi padre nos inculco la costumbre de llevar un diario cuando eramos ninos y yo la he mantenido. Es casi como insistir en que un nino rece antes de acostarse; cuando una adquiere el habito en la infancia, mas adelante se siente obligada a continuar, por muy desagradable que le resulte. Han dicho doce anos, ?no? Eso nos lleva a 1988.

Se sento en el sillon situado junto a la chimenea y abrio lo que semejaba un cuaderno escolar.

– ?Recuerda haber atendido a una tal Clara Arbuthnot mientras trabajaba en Ashcombe House? -pregunto Kate.

Si a la senorita Fawcett le sorprendio la mencion a Clara Arbuthnot, no lo demostro.

– Si, la recuerdo -respondio-. Fui la principal responsable de su cuidado desde que ingreso hasta que murio, cinco semanas despues.

Saco unas gafas del bolsillo de la falda y se puso a hojear el diario. Tardo un rato en encontrar la semana en cuestion; tal como Kate habia temido, la senorita Fawcett se distrajo leyendo otras anotaciones. Kate se pregunto si su lentitud seria deliberada. Despues de leer en silencio durante unos minutos, puso las dos manos sobre una

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